52. Risa

«ANTES DE QUE EMPECEMOS nuestra sesión, creo que es importante recordarte que, aunque hayas establecido amistad con el llamado ASP de Akron, te conviene y mucho guardar las distancias con él».

Lo primero que hicieron fue separarlos a los tres. Divide y vencerás, ¿no se dice así? Risa no tiene problema en que la separen de Roland, pero ver lo que le hacen a Connor le aviva el deseo de estar con él. Físicamente, no le han hecho ningún daño, pues eso no beneficiaría a su imagen. Pero psicológicamente…, eso ya es otra historia. Le han hecho atravesar los terrenos de la instalación durante cerca de veinte minutos. Después lo han desatado y lo han dejado allí, junto al mástil de la bandera. Ni acceso a la recepción del centro, ni orientación, ni nada… Tendrá que averiguarlo todo por sí mismo. Risa sabía que no lo hacían para desafiarlo, ni siquiera para castigarlo, sino tan solo para invitarlo a cometer un error. De ese modo, podrían justificar cualquier castigo que le infligieran. Eso le había preocupado a Risa, pero tan solo por un momento, pues conoce muy bien a Connor. Él solo hará lo incorrecto cuando sea el momento adecuado para ello.

«Lo has hecho muy bien en los test de aptitud, Risa… por encima de la media, ¡realmente muy bien!».

Tras permanecer allí medio día, Risa sigue traumatizada por el aspecto general de la Cosechadora de Happy Jack. Siempre se había imaginado las Cosechadoras como una especie de rediles humanos, llenas de multitudes de ojos sin vida de chicos desnutridos metidos en pequeñas celdas grises: una pesadilla de deshumanización. Sin embargo, en cierto sentido, el aspecto real constituye una pesadilla aún peor. Así como el Cementerio de aviones era un cielo disfrazado de infierno, la Cosechadora es un infierno enmascarado como cielo.

«Parece que te hallas en buenas condiciones físicas. Has estado haciendo mucho deporte, ¿no? ¿Corriendo, tal vez?».

El ejercicio físico parece ser un componente primordial de la jornada de los desconectables. Al principio pensó que las distintas actividades iban encaminadas a mantener ocupados a los desconectables hasta que les llegara el momento. Pero al pasar al lado de un campo en el que se jugaba un partido de baloncesto, cuando iba de camino hacia la recepción del centro, vio junto al campo un tótem en forma de poste, y se fijó en que en los ojos de cada una de las figuras del tótem había cámaras: en total diez cámaras para diez jugadores. Eso significaba que alguien, en algún lugar, estaría estudiando el comportamiento de cada uno de los desconectables que jugaban, tomando notas sobre la coordinación ojo-mano, calculando la fuerza de los diversos grupos de músculos. Risa había comprendido enseguida que el baloncesto no servía para mantener entretenidos a los desconectables, sino para ayudar a valorar económicamente cada una de sus partes.

«Durante las próximas semanas intervendrás en un programa de diversas actividades. Risa, cielo… ¿me estás escuchando? ¿Estoy sobrepasando tu comprensión? ¿Quieres que hable más despacio?».

La psicóloga de la Cosechadora que la está entrevistando parece dar por hecho que, a pesar de la puntuación que Risa ha alcanzado en sus pruebas de aptitud, tiene que ser imbécil como todos los desconectables. La mujer lleva una blusa de flores estampadas, con montones de hojas y flores de color rosa. A Risa le gustaría atacarla con una desbrozadora.

—¿Tienes alguna duda o pregunta, cielo? Si la tienes, este es el mejor momento para plantearla.

—¿Qué pasa con las partes que no sirven?

La pregunta parece desconcertar completamente a la mujer:

—¿Cómo dices…?

—Ya sabe… las partes que no valen. ¿Qué hacen con un pie deforme, o con un oído que no oye? ¿Los utilizan también para transplantes?

—Tú no tienes nada de eso, ¿no?

—No, pero tengo apéndice. ¿Qué pasa con el apéndice?

—Bueno —dice la psicóloga con paciencia casi infinita—, tener un oído que no oye es mejor que no tener oído, y hay gente que no se puede permitir nada mejor. Y en cuanto a tu apéndice, nadie lo necesita para nada.

—Entonces, ¿no están quebrantando la ley? ¿No especifica la ley que hay que mantener con vida el ciento por ciento del desconectado?

La sonrisa ha empezado a desvanecerse de la cara de la psicóloga:

—Bueno, en realidad se trata del 99,44 por ciento, lo que tiene en consideración cosas como el apéndice.

—Ya comprendo.

—Bueno, nuestro siguiente punto es el cuestionario de preadmisión. Debido a la manera poco ortodoxa en que has llegado, no has tenido ocasión de cumplimentarlo. —Va pasando las hojas del cuestionario—. La mayor parte de las preguntas no importan ya… Pero, bueno, si tienes alguna destreza específica que te gustaría que conociéramos… Ya sabes, cosas que pudieran ser de utilidad a la comunidad durante tu estancia aquí…

A Risa le gustaría poder levantarse e irse. Incluso ahora, al final de su vida, sigue afrontando la inevitable pregunta: ¿qué es lo que sabe hacer?

—Tengo alguna experiencia médica —le dice Risa cansinamente—. Primeros auxilios, reanimación cardiopulmonar…

La mujer sonríe como disculpándose:

—Bueno, si hay algo de lo que andamos sobrados por aquí, es de personal médico… —Si la mujer repite «bueno» una vez más, a Risa le entrarán ganas de saltar y taparle la boca—. ¿Algo más?

—En la CAES yo ayudaba con los bebés.

De nuevo la misma exigua sonrisa.

—Lo siento, no tenemos bebés aquí. ¿Eso es todo?

Risa lanza un suspiro:

—También estudiaba piano clásico.

La mujer eleva las cejas un par de centímetros:

—¿De verdad, tocas el piano? ¡Bueno, bueno, bueno…!