35. Lev

SABER POR DÓNDE anduvo Lev desde que dejó a CyFi hasta que llegó al Cementerio es mucho menos importante que saber dónde estuvieron sus pensamientos. Y sus pensamientos vagaron por lugares más fríos y oscuros que los muchos sitios por los que anduvo él escondiéndose.

Había sobrevivido aquel mes gracias a una combinación de desagradables compromisos y delitos de conveniencia, dispuesto a hacer cualquier cosa para seguir con vida. Rápidamente se convirtió en un espabilado y un superviviente. Dicen que se necesita una completa inmersión en una sociedad para aprender su lengua y sus maneras. A él le costó poco aprender la cultura de los perdidos.

En cuanto entró en la red de pisos francos, hizo saber a los demás que no era un tipo al que se le pudiera tomar el pelo. No le dijo a nadie que hubiera sido un diezmo. Por el contrario, contaba que sus padres habían firmado la orden de desconexión cuando lo arrestaron por robo a mano armada. Eso tenía cierta gracia, pues Lev no había tocado en su vida una pistola. Le sorprendía que los demás no le vieran en la cara que estaba mintiendo, dado que siempre había sido un pésimo mentiroso. Pero por aquellos días, al mirarse en el espejo, lo que vio le asustó.

Para cuando llegó al Cementerio, la mayor parte de los niños tenían la prudencia de guardar las distancias con él. Que era justo lo que él quería.

La misma noche que el Almirante y Connor mantienen su conferencia secreta, Lev, con la linterna apagada, sale a la traicionera oscuridad de la noche sin luna.

La primera noche que había pasado allí, había conseguido escaparse para visitar a Connor y aclararle un par de cosas. Desde entonces se le había ido borrando el moratón, y no habían vuelto a hablar del tema. En realidad, no había hablado mucho con Connor de ningún tema, pues Lev tenía en la cabeza otras cosas.

Desde entonces había intentado escaparse cada noche, pero siempre lo descubrían y lo enviaban de vuelta.

Sin embargo, ahora que se han marchado los cinco perros guardianes del Almirante, los que están de guardia se toman las cosas de manera más relajada. Al pasar por entre los aviones, Lev encuentra a algunos de esos chicos de guardia, que están dormidos en mitad de su misión. El Almirante ha cometido una soberana estupidez mandando fuera a los cinco sin tener con quién reemplazarlos.

Cuando ha llegado bastante lejos, enciende la linterna y trata de encontrar el lugar al que se dirige. Es un sitio del que le ha hablado una chica a la que conoció hace unas semanas. Ella se parecía mucho a él. Y supone que esa noche conocerá a otros que también se parecerán a él.

Pasillo treinta, espacio doce. Eso es lo más lejos del Almirante que se puede ir sin salirse del Cementerio. El espacio está ocupado por un antiguo DC-10 que se cae a trozos en el rincón en que ha encontrado su último descanso. Cuando Lev abre la escotilla y se mete dentro, encuentra a un chico y una chica, que al verlo se yerguen y adoptan una postura defensiva.

—Me llamo Lev —les dice—. Me dijeron que viniera aquí.

No conoce a aquellos dos, pero eso no le sorprende, pues no lleva en el Cementerio el tiempo suficiente para conocer a la mayoría. La chica tiene rasgos asiáticos y el pelo rosa; el chico lleva la cabeza afeitada y está lleno de tatuajes.

—¿Y quién te dijo que vinieras aquí? —pregunta el pelado.

—Una chica a la que conocí en Colorado, que se llama Julie-Ann.

Entonces sale de la oscuridad otra persona. No se trata de un adolescente, sino de un adulto que tendrá unos veinticinco años. Sonríe. El tipo es pelirrojo y tiene el pelo engrasado, una desordenada perilla a juego, y un rostro huesudo con las mejillas hundidas. Se trata de Cleaver, el piloto del helicóptero.

—¡O sea que te envía Julie-Ann! —dice—. ¡Mola! ¿Qué tal está?

Lev se toma un momento para meditar su respuesta:

—Hizo su trabajo —le dice Lev.

Cleaver asiente con la cabeza:

—Bueno, así son las cosas.

Los otros dos chicos se presentan ellos mismos: el pelado es Blaine, y la chica es Mai.

—¿Qué me dices de ese mastodonte que va contigo en el helicóptero? —le pregunta Lev a Cleaver—. ¿También forma parte de esto?

Mai deja escapar una risotada de disgusto:

—¿Roland? ¡Ni lo sueñes!

—Roland no es exactamente… el tipo de chico de nuestro selecto grupo —explica Cleaver—. Entonces, ¿has venido aquí a traernos las buenas noticias de Julie-Ann, o por otro motivo?

—He venido porque quiero ser uno de los vuestros.

—Eso lo dices tú —replica Cleaver—, pero no sabemos si vas en serio.

—Cuéntanos algo de ti —dice Mai.

Lev se dispone a darles la versión del robo a mano armada, pero antes de abrir la boca, cambia de intención. La situación requiere sinceridad. Aquello tiene que empezar con la verdad. Así que se lo cuenta todo, desde el momento en que fue raptado por Connor al tiempo pasado con CyFi y las semanas siguientes. Cuando termina, Cleaver parece muy, muy satisfecho.

—¡O sea que eres un diezmo! ¡Eso es estupendo! ¡No te imaginas lo estupendo que es!

—¿Y ahora qué? —pregunta Lev—. ¿Puedo entrar en el grupo, o no?

Se quedan callados, serios. Lev presiente que está a punto de empezar algún tipo de ritual.

—Dime, Lev —dice Cleaver—. ¿Cuánto odias a la gente que quería desconectarte?

—Mucho.

—Lo siento, eso no es bastante.

Lev cierra los ojos, bucea en su interior, y piensa en sus padres. Piensa en lo que querían hacerle, y cómo consiguieron que él mismo lo deseara.

—¿Cuánto los odias? —vuelve a preguntarle Cleaver.

—Los odio total y absolutamente —responde Lev.

—¿Y cuánto odias a la gente que estaba dispuesta a coger tus órganos y convertirlos en parte de sí mismos?

—Los odio total y absolutamente.

—¿Y cómo te gustaría hacerles pagar a ellos y al resto del mundo?

—Total y absolutamente.

Alguien tiene que pagar por la injusticia que lo envuelve todo. Todo el mundo tiene que pagar. Él les hará pagar.

—Bien —dice Cleaver.

Lev se sorprende ante la intensidad de su propia rabia, pero cada vez esa rabia le asusta menos. Se dice que eso está bien.

—Puede que vaya en serio —comenta Blaine.

Lev sabe que si se compromete ahora, no habrá vuelta atrás:

—Necesito saber algo —dice Lev—, porque Julie-Ann… no fue muy clara al respecto. Quiero saber en qué creéis.

—¿En qué creemos? —pregunta Mai. Ella mira a Blaine, y Blaine se ríe. Cleaver, sin embargo, levanta la mano para hacerle callar:

—Esa no es una mala pregunta. Es una pregunta de verdad, y merece una respuesta de verdad. Si preguntas si tenemos una causa, lo cierto es que no la tenemos, así que quítatelo de la cabeza. —Cleaver hace un gesto ampuloso. Sus brazos y sus manos llenan el espacio a su alrededor—: Las causas están pasadas de moda. Nosotros creemos en el azar. Creemos en los terremotos y en los tornados. Creemos en las fuerzas de la naturaleza, y nosotros mismos somos fuerzas de la naturaleza. Nosotros somos el accidente, somos el caos. Somos la catástrofe del mundo.

—Y hemos sido la catástrofe del Almirante, también —añade Blaine con malicia. Cleaver le arroja una mirada penetrante, y Mai parece realmente asustada. Eso simplemente basta para hacer reflexionar a Lev.

—¿La catástrofe del Almirante?

—Eso ya está —dice Mai. Su postura muestra al mismo tiempo nerviosismo y rabia—. La catástrofe ya ha tenido lugar, ya es cosa pasada. Y no hablamos de las cosas pasadas, ¿vale?

Cleaver asiente con la cabeza, y ella parece calmarse un poco.

—El caso es —dice Cleaver— que no nos importa qué sea lo que estropeemos, lo que queremos es estropear. Según lo vemos nosotros, el mundo no se mueve si nadie agita las cosas, ¿no tengo razón?

—Supongo que sí.

—Bueno, entonces nosotros somos el barman que agita el cóctel. —Cleaver se sonríe y apunta a Lev con el dedo—: La cuestión es: ¿tú eres igual? ¿Tienes lo que hace falta para ser uno de los nuestros?

Lev les dirige una larga mirada a los tres. Aquel es el tipo de gente ante el cual sus padres se estremecerían de odio. Podría unirse a ellos solo por resentimiento, pero eso no es bastante. No en esta ocasión. Tiene que haber algo más. Y allí quieto, Lev comprende que, efectivamente, hay algo más. Es algo invisible, pero está allí, como la carga mortal que acecha en el cable de alta tensión que ha caído al suelo. Es rabia, pero no solamente rabia, sino la voluntad de actuar guiado por ella.

—De acuerdo, soy uno de vosotros.

Allá en casa, Lev siempre se sentía parte de algo que era más grande que él mismo. Hasta ahora no se había dado cuenta de cuánto echaba de menos aquella sensación.

—Bienvenido a la familia —le dice Cleaver. Y le da una palmada en la espalda tan fuerte que le hace ver las estrellas.