—¡DÍGANLE LO QUE necesita oír! —exclama Lev. Permanece allí, con tal rabia dentro de él que tiene la sensación de que podría partir con ella la tierra entera. Le dijo a CyFi que sería el testigo de lo que pasara. Pero no es capaz de ser solamente testigo y no intervenir.
Los padres de Tyler siguen pegados uno al otro, consolándose uno al otro en vez de consolar a CyFi. Eso pone a Lev aún más furioso:
—¡DÍGANLE QUE NO PERMITIRÁN QUE LO DESCONECTEN! —grita.
El hombre y la mujer se limitan a mirarlo como conejos asustados. Así que él coge la pala del suelo y se la echa al hombro como un bate de béisbol.
—¡DÍGANLE QUE NO VAN A DEJAR QUE LO DESCONECTEN, O DE LO CONTRARIO JURO QUE LES APLASTO LA CABEZA! —Nunca le había hablado a nadie así. Es la primera vez que amenaza a alguien. Y sabe que no es una amenaza hueca, sabe que sería capaz de hacerlo. Hoy sería capaz de lo que fuera necesario.
Los policías echan mano a la pistolera y sacan su pistola, pero a Lev no le importa.
—¡Deja caer la pala! —grita uno de ellos. Le ponen a Lev la pistola en el pecho, pero Lev no suelta la pala. Que le disparen.
«Si lo hacen, aún seré capaz de asestarles un buen golpe a los padres de Tyler antes de caer. Puede que muera, pero por lo menos me llevaré conmigo a uno de ellos». Jamás lo había embargado una emoción así en toda su vida. Nunca se había sentido tan cerca de explotar.
—¡DÍGANSELO! ¡DÍGANSELO AHORA!
Todo se congela en aquel instante de tensión: los policías con sus pistolas, Lev con su pala. Entonces, por fin, el hombre y la mujer lo hacen. Bajan la mirada hacia aquel muchacho, que se balancea hacia los lados, sollozando sobre las joyas enmarañadas que ha dejado caer a sus pies.
—No dejaremos que te desconecten, Tyler.
—¡PROMÉTANSELO!
—No te desconectaremos, Tyler. Te lo prometemos. Te lo prometemos.
CyFi relaja los hombros, y aunque sigue llorando, ya no hay más sollozos de desesperación. Son sollozos de alivio.
—Gracias —dice CyFi—. Gracias…
Lev deja caer la pala, los policías bajan las pistolas, y la lloriqueante pareja corre a refugiarse en la seguridad de su hogar. Los dos padres de Cyrus se presentan para llenar el vacío. Ayudan a Cyrus a levantarse y lo sostienen con fuerza.
—Está bien, Cyrus. Va a ir todo bien.
Y entre sollozos, CyFi responde:
—Lo sé. Ya ejtá todo bien. Todo bien.
Es entonces cuando Lev se va. Sabe que en aquella ecuación él es la única incógnita que queda por resolver, y que los policías no tardarán mucho en comprenderlo. Así que retrocede y se esconde en las sombras, mientras los agentes siguen distraídos por la pareja que se ha escondido, por el muchacho que llora, por los dos padres de CyFi, y por las joyas que brillan en el suelo. Entonces, una vez oculto por la oscuridad, se vuelve y echa a correr. No tardarán en darse cuenta de que se ha ido, pero no necesita más que un instante para escapar, porque es veloz. Siempre ha sido veloz. En el lapso de diez segundos se mete entre arbustos, y pasa al siguiente patio, y desde él a otra calle.
La expresión del rostro de CyFi al dejar caer las joyas a los pies de aquellas dos personas horribles, y el modo en que ellas se comportaron, como si fueran ellas las víctimas: todo eso acompañará a Lev durante el resto de su vida. Sabe que la experiencia lo ha cambiado, lo ha transformado de un modo profundo y aterrador. Ya no importa adónde lo llevarán ahora sus pies, pues su corazón ya ha llegado allí. Se ha convertido en algo semejante a ese maletín que yace en el suelo, lleno de gemas pero vacío de luz, en el que nada brilla, nada refulge.
El último resplandor del día ya ha abandonado el cielo. El único color que queda es un azul oscuro que se desvanece en negro. Las farolas aún no están encendidas, así que Lev se escapa entre infinitos matices de oscuridad. Es mejor correr. Es mejor ocultarse. Es mejor perderse ahora que la noche está de su parte.