LEV TAMBIÉN está a punto de llegar a su destino, aunque a dos mil kilómetros de distancia de allí. Solo que el destino al que está a punto de llegar no es el suyo, sino el de Cyrus Finch. Se trata de Joplin, en el estado de Missouri.
—E la ciudá de la Joplin High Eagles, la actuale campeona de baloncejto femenino —dice CyFi.
—Sabes mucho sobre ese sitio.
—No sé na sobre él —rezonga CyFi—. E él quien sabe, o sabía, ¡o yo qué sé!
El viaje no se ha vuelto más fácil. Por supuesto, ahora tienen dinero, gracias al «trato» que ha hecho Lev con el prestamista, pero el dinero solo les sirve para comprar comida. No pueden sacar billetes de tren, ni siquiera de autobús, porque no hay nada más sospechoso que unos menores de edad que pretenden pagar la tarifa completa.
A efectos prácticos, las cosas no han cambiado entre Lev y CyFi, salvo en un detalle del que no se habla. CyFi puede seguir interpretando el papel de jefe, pero el que de verdad manda ahora es Lev. Y Lev siente un cierto placer culpable al saber que CyFi se desharía en trozos si no estuviera allí él para mantenerlo entero.
A solo treinta kilómetros de distancia de Joplin, CyFi tiembla de tal modo que le cuesta trabajo hasta caminar. Y ya no son solo temblores, sino unos estremecimientos que le convulsionan el cuerpo como si fuera a darle un ataque, y que lo dejan tiritando. Lev le ofrece su chaqueta, pero CyFi lo aparta de un manotazo:
—¡No tengo frío! ¡Ejto no tiene na que ve con el frío! Tiene que ve con algo que no e como tendría que se. E como si ejte cerebro mío ejtuviera lleno de agua y aceite.
Para Lev es una incógnita qué hará CyFi cuando llegue a Joplin. Y comprende que para el propio CyFi eso también es un misterio. Cualquier cosa que ese niño, o ese trocito de niño, le obligue a hacer, escapa completamente a la comprensión de CyFi. Lev tan solo puede desear que se trate de algo sensato, y no de algo destructivo… Pero se teme que ese niño tenga algún propósito perverso. Realmente perverso.
—¿Po qué sigue conmigo, Peque? —pregunta CyFi después de uno de aquellos ataques que le sacuden el cuerpo—. Cualquié tipo que ejtuviera en su cabale se habría dado el piro hace uno cuanto día.
—Es evidente que no estoy en mis cabales.
—Sí que ejtá en tu cabale, Peque. Tú ere un tío tan cuerdo que me da miedo. Ejtá tan cuerdo que parece una locura.
Lev piensa un instante. Quiere darle a Cyrus una respuesta de verdad, no una de esas que solo sirven para zafarse del tema:
—Me quedo —responde Lev hablando despacio—, porque alguien tiene que presenciar lo que ocurre en Joplin. Alguien tiene que comprender por qué hiciste lo que vayas a hacer.
—Comprendo —admite CyFi—: necesito un testigo. Eso e.
—Tú eres como un salmón que nada contra corriente —explica Lev—. Llevas dentro de ti el regresar allá. Y yo llevo dentro de mí el ayudarte a llegar.
—¡Un salmón! —CyFi se queda pensativo—. Me acuerdo que una ve vi un pójter de un salmón, que saltaba por una cajcada hacia arriba, ¿te da cuenta? Pero en lo alto de la cajcada había un oso, y el salmón saltaba directo a su fauce. El tejto, que se supone que era divertido, decía: «Un viaje de má de mil kilómetros a vece puede terminá ma, pero que muy ma».
—No hay osos en Joplin —dice Lev. Y no intenta reconfortar a CyFi con más analogías, porque CyFi es tan listo que puede darle la vuelta a lo que sea y conseguir que suene fatal. Ciento treinta puntos de coeficiente intelectual entregados a la misión de inventar un destino fatal. Lev no puede competir con semejante inteligencia.
Pasan los kilómetros día a día, ciudad a ciudad, hasta que una tarde encuentran un letrero que dice:
HAS LLEGADO A JOPLIN.
45.504 HABITANTES.