22. Risa

RISA MEGAN EXPÓSITO observa detenidamente todas las cosas que encuentra a su alrededor. En la CAES vio lo suficiente para saber que la supervivencia depende de las dotes de observación que uno tenga.

Durante tres semanas los han llevado, a ella, a Connor y a un variopinto grupo de desconectables, de un piso franco a otro. Resulta desesperante, pues no parece haber final a aquel tráfico secreto e incesante de refugiados.

Hay docenas de jóvenes que pululan por allí, pero nunca más de cinco o seis cada vez en ningún piso franco. Risa raramente vuelve a ver a alguno de los que ha visto anteriormente. La única razón por la que Connor y ella han podido permanecer juntos es porque se hacen pasar por pareja. Eso resulta práctico, y les conviene a los dos, pues ¿cómo era aquel dicho…? Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Finalmente, los descargan en un almacén enorme y vacío en una zona de tráfico aéreo atronador: un inmueble realmente barato para esconder a esos chicos a los que nadie quiere. Es un edificio espartano, con un tejado de hierro corrugado que tiembla de tal manera cada vez que pasa por encima un avión que Risa se teme que se venga abajo.

Hay casi treinta chicos allí cuando llegan ellos, y muchos son chicos con los que Risa y Connor se han cruzado alguna vez durante las últimas semanas. Aquello es un tanque de almacenamiento temporal, comprende Risa, un lugar donde guardan a los chicos a la espera del viaje final. Hay cadenas en las puertas para evitar que entre nadie no invitado, y también para evitar que salga nadie demasiado rebelde. Hay calentadores que resultan inútiles, ya que todo el calor se pierde por el tejado del almacén. Solo hay un cuarto de baño, que tiene la cerradura rota y, a diferencia de lo que ocurría en muchos pisos francos, no hay ducha, así que la higiene personal es algo que se pospone para la siguiente estación. Si sumamos todo eso a un montón de chicos asustados y enojados, lo que obtenemos es un polvorín a punto de estallar. Tal vez por eso, las personas que dirigen el cotarro van armadas.

Hay cuatro hombres y tres mujeres al cargo, que parecen una versión militarizada de las personas que, como Sonia, regentan los pisos francos. Todo el mundo los llama «los guerrilleros», porque tienen inclinación hacia la ropa militar de color caqui. Pese a su aspecto fatigado, están imbuidos de un estrés y una determinación que Risa encuentra admirable.

Unos cuantos chicos nuevos llegan casi cada día. Risa observa con interés a cada grupo de recién llegados, y nota que Connor también lo hace. Risa sabe por qué.

—Tú también esperas encontrar a Lev, ¿verdad? —le comenta finalmente.

Él se encoge de hombros:

—A lo mejor solo estoy buscando al ASP de Akron, como todo el mundo.

Eso le hace reír a Risa. Hasta en los pisos francos han oído exagerados rumores sobre un ASP de Akron que ha escapado de un policía de la brigada juvenil disparándole con su propia pistola aletargante. «¡A lo mejor viene aquí!», susurran los chicos a su alrededor, como si hablaran de un famoso. Risa no tiene ni idea de cómo ha prendido el rumor, ya que no ha aparecido en las noticias. Además, le molesta un poco no tener lugar en esos rumores. Sería más justo que hicieran un relato tipo Bonnie and Clyde. La fábrica de rumores es claramente sexista.

—¿Vas a contarles alguna vez que el ASP de Akron eres tú? —le pregunta a Connor en voz baja.

—No busco ese tipo de atención. Además, no me creerían. Todos se imaginan que el ASP de Akron es un gran superhéroe tipo mastodonte. No quiero decepcionarlos.

Lev no aparece con ninguna de las tandas de chicos nuevos. Lo único que traen esas tandas es un aumento de la tensión. Cuarenta y tres chicos al final de la primera semana, y sigue sin haber más que un cuarto de baño sin ducha, y nadie responde a la pregunta de cuánto durará aquello. La inquietud se cierne en el aire, tan densa como el olor corporal.

Los guerrilleros hacen lo que pueden para mantenerlos a todos ocupados y alimentados, aunque no sea más que para reducir la tensión. Hay algunas cajas con juegos de mesa, algunas barajas incompletas, y libros de esquinas dobladas que no quería ninguna biblioteca. No hay aparatos electrónicos, ni pelotas… nada que pueda hacer o animar a hacer ruido.

«Si os oye la gente de fuera, entonces estáis acabados», les recuerdan a menudo los guerrilleros. Risa se pregunta si los guerrilleros harán otras cosas aparte de salvar desconectables, o si ese empeño constituirá toda su vida.

«¿Por qué hacen esto por nosotros?», preguntó Risa a una guerrillera durante su segunda semana.

La respuesta de la guerrillera había parecido una frase recitada de memoria, como quien proporciona a un periodista una cita para que la ponga de titular:

«Salvarte a ti y a otros como tú es un acto de conciencia», le había dicho la mujer. «Hacerlo es ya en sí mismo bastante recompensa».

Todos los guerrilleros hablan de ese modo. Lenguaje generalizador, lo llama Risa. Ver el todo y ninguna de las partes. Y eso no está solo en su manera de hablar, sino también en sus ojos. Cuando miran a Risa, esta se da cuenta de que no la ven realmente. Parecen ver a la multitud de jóvenes más como un concepto que como una suma de chicos nerviosos. De ese modo, olvidan todos los sutiles estremecimientos sociales que sacuden las cosas casi con tanta fuerza como los aviones sacuden el tejado.

Hacia el final de la segunda semana, Risa tiene una idea bastante clara del problema que se está fraguando. Todo el conflicto gira en torno a un chico al que no esperaba volver a ver nunca, pero que había llegado allí poco después de que lo hicieran ella y Connor: Roland.

De todos los chicos que hay allí, él es con diferencia el que puede resultar más peligroso. Y el problema es que Connor no ha sido tampoco, durante aquella última semana, la viva imagen de la estabilidad emocional.

Connor había estado bien en los pisos francos. Había contenido su genio, no había hecho nada demasiado impulsivo ni irracional. Sin embargo, la cosa es diferente allí, mezclado con tantos chicos. Se ha vuelto irritable y desafiante. Cualquier minucia puede hacerle estallar. Ya se ha metido en media docena de peleas. Risa comprende que ese debe de ser el motivo por el que sus padres quisieron desconectarlo: el temperamento violento de un adolescente puede llevar a los padres a adoptar medidas desesperadas.

El sentido común le dice a Risa que debería distanciarse de él. Su alianza ha sido forzada por la necesidad, pero no hay motivo para mantener la alianza. Aun así, un día tras otro, se encuentra arrastrada hacia él, y preocupada por él.

Cierto día se acerca a Connor poco después del desayuno, decidida a abrirle los ojos ante un peligro claro y evidente. Él está sentado solo, dibujando en el suelo de cemento, con un clavo oxidado, un rostro. A Risa le hubiera gustado poder decir que el dibujo estaba bien, pero Connor no tiene mucho de artista. Eso la decepciona, pues ella desea ardientemente encontrar en él algo que lo redima. Si fuera un artista, podrían relacionarse en un nivel creativo. Podría hablar con él sobre su pasión por la música, y él la entendería. Pero tal como son en realidad las cosas, Risa ni siquiera cree que él sepa, ni le interese saber, que ella toca el piano.

—¿Qué estás dibujando? —le pregunta.

—Una chica a la que conocía en mi ciudad —le responde.

Risa contiene en silencio un acceso de celos:

—¿Alguien a quien querías?

—Más o menos.

Risa dirige al boceto una observación atenta:

—Los ojos son demasiado grandes para la cara.

—Supongo que porque es de sus ojos de lo que más me acuerdo.

—Y la frente es demasiado baja. Tal como la estás dibujando, no le queda sitio para el cerebro.

—Bueno, la verdad es que no era un genio.

Risa se ríe al oír eso, y su risa provoca una sonrisa en Connor. Al verlo sonreír resulta difícil creer que sea el mismo chico que se ha metido en tantas peleas. Ella trata de calcular si él se mostrará o no receptivo a lo que quiere decirle. Él aparta la mirada:

—¿Quieres algo, o has venido solo como crítico de arte?

—Yo… me estaba preguntando por qué estás aquí solo.

—Ah, también eres psiquiatra.

—Los demás piensan que somos pareja. Si queremos seguir dando esa imagen, no puedes ser completamente antisocial.

Connor observa a los muchachos que, integrados en grupos, se afanan en diversas actividades matutinas. Risa le sigue la mirada. Hay un grupo de chicos que odian el mundo y se pasan el día vomitando veneno. Hay un chico que respira por la boca y no hace más que leer el mismo cómic una y otra vez. Mai se ha emparejado con un chico tristón de pelo en punta llamado Vincent, que está vestido de cuero y lleno de piercings. Debe de ser su alma gemela, porque se pasan el día dándose el lote, y atrayendo la atención de unos cuantos chicos que se sientan delante de ellos, a mirar.

—Yo no quiero ser antisocial —dice Connor—. Pero no me gustan los tipos que hay aquí.

—¿Por qué? —pregunta Risa—. ¿Es que se parecen demasiado a ti?

—Son unos perdedores.

—Sí, a eso me refería.

Él le dirige una mirada vagamente asesina, y después mira su dibujo, pero Risa se da cuenta de que no piensa en la chica: su cabeza está en otra parte.

—Si estoy solo no me meto en peleas. —Suelta el clavo, abandonando el dibujo—. ¡No sé qué me pasa! Tal vez sean las voces, tal vez los cuerpos que se mueven a mi alrededor. Me siento como si tuviera hormigas que me andan por el cerebro, y me entran deseos de gritar. Puedo aguantarlo hasta cierto punto, pero después estallo. Me pasaba incluso en casa y todo el mundo hablaba a la vez cuando estábamos a la mesa. Una vez teníamos familiares invitados, y la charla me puso tan furioso que tiré un plato contra el aparador. Los añicos saltaron por todas partes. Eché a perder la comida. Mis padres me preguntaron qué mosca me había picado, y no fui capaz de darles una explicación.

Le alegra que Connor esté dispuesto a compartir esto con ella. Eso le hace sentirse más próxima a él. Tal vez ahora que él ha empezado a abrirse, esté más dispuesto a oír lo que ella tiene que decirle.

—Hay algo que me gustaría comentar contigo.

—¿Sí…?

Risa se sienta a su lado, y no levanta la voz.

—Quiero que mires a los otros chicos. Adónde van. Con quién hablan.

—¿A todos?

—Sí, pero de uno en uno. Al cabo de un rato empezarás a darte cuenta de cosas.

—¿Como por ejemplo?

—Como por ejemplo que los chicos que comen primero son los que pasan más tiempo con Roland… pero él nunca va al frente de la fila. O como la manera en que sus amigos más próximos se infiltran en las otras camarillas y les provocan a discutir hasta que se deshacen. O como que Roland se comporta de un modo especialmente agradable con los chicos de los que todo el mundo siente pena… pero solamente hasta que todos dejan de sentir pena por ellos. Entonces los utiliza.

—Da la impresión de que estás haciendo un trabajo de clase sobre él.

—Esto va en serio. Ya lo he visto antes. Está hambriento de poder, es despiadado, y es muy, muy inteligente.

Connor se ríe al oírlo:

—¿Roland? Roland no sería capaz de escapar de una bolsa de papel.

—No, pero sería capaz de meter a todos en otra, y después aplastarla. —Obviamente, esto deja pensativo a Connor.

«Bien», piensa Risa. «Tiene que pensar. Tiene que idear una estrategia».

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque tú eres su mayor amenaza.

—¿Yo…?

—Tú eres un luchador, eso lo sabe todo el mundo. Y también saben que a ti no se te sube nadie a la parra. ¿No has oído a los chicos murmurar que alguien debería hacer algo con respecto a Roland?

—Sí.

—Solo lo dicen cuando estás lo bastante cerca para oírlo. Esperan que hagas algo en relación con él…, y Roland lo sabe.

Connor trata de rechazarla con un gesto de la mano, pero ella le obliga a que le preste atención:

—Escúchame, porque sé de lo que hablo. Allá, en la CAES, siempre había chicos peligrosos que intimidaban a todo el mundo para ganar poder. Lo hacían porque sabían a quién humillar y cuándo hacerlo. Y el chico al que más se preocupaban en someter era aquel que tenía más posibilidades de someterlos a ellos.

Risa ve que Connor dobla la mano derecha hasta apretarla en un puño. Pero sabe que no está logrando llegar a él, y que le está enviando el mensaje equivocado.

—Si quiere pelea, la tendrá.

—¡No! ¡No puedes morder el anzuelo! ¡Eso es lo que él está buscando! Hará todo lo que esté en su mano para arrastrarte a la lucha. Pero tú no puedes picar.

Connor aprieta los dientes:

—¿Crees que no puedo vencerlo si peleo con él?

Risa lo agarra de la muñeca y lo sujeta fuerte:

—Un tipo como Roland no querrá pelear contigo: querrá matarte.