RISA NO CONSIGUE ni siquiera imaginar qué cables se le cruzaron a Connor. Ahora se da cuenta de que él puede tomar no solo decisiones incorrectas, sino muy peligrosas.
En el autobús escolar solo hay unos pocos chicos cuando ellos suben. De malas pulgas, el conductor cierra la puerta tras ellos sin hacer ningún comentario sobre el bebé. Tal vez porque no es el único bebé que va en el autobús. Risa se adelanta a Lev y guía a los demás hacia la parte trasera del vehículo. Pasan por delante de otra chica que lleva una carga semejante, carga que no puede tener más de seis meses. La joven madre los observa con curiosidad, y Risa evita mirarla a los ojos.
Una vez sentados en la parte de atrás, a unas filas de distancia de los ocupantes más próximos, Lev se vuelve hacia Risa, casi con miedo de hacer la pregunta obvia.
Al final dice:
—Eh… ¿por qué tenemos un bebé?
—Pregúntale a este —contesta Risa.
Con cara de mármol, Connor mira por la ventana y ofrece esta explicación:
—Están buscando a dos chicos y una chica. Con un bebé no levantaremos sospechas.
—¡Hombre, qué bien! —suelta Risa—. ¡A lo mejor podíamos coger un bebé cada uno por el camino!
Connor enrojece ostensiblemente. Se vuelve hacia ella y ofrece sus brazos:
—Yo lo aguanto —dice. Pero Risa no se lo pasa.
—Si lo coges tú, empezará a llorar.
Risa está acostumbrada a los bebés. En la Casa Estatal ayudaba a veces con los recién nacidos. Aquel habría terminado seguramente también en una Casa Estatal, pues estaba claro que la mujer de la puerta no tenía intención de quedarse con él.
Risa mira a Connor. Aún colorado, él evita concienzudamente la mirada de ella. La razón que ha ofrecido es una mentira. Fue algo distinto lo que le impulsó a acercarse a aquel porche. Pero sea cual sea el motivo real, Connor se lo guarda para sí.
El autobús da un chirriante frenazo y suben a él más chavales. La chica de delante, la del bebé, se va hacia atrás y se sienta delante de Risa. A continuación se vuelve y la mira por encima del respaldo de su asiento:
—¡Hola, debes de ser nueva! Yo me llamo Alexis, y este es Chase. —Su bebé mira a Risa con curiosidad, mientras babea sobre el respaldo del asiento. Alexis coge la mano flácida del bebé y la mueve como si saludara, tal como podría hacer con el muñeco de un ventrílocuo—: ¡Di hola, Chase!
Alexis parece aún más joven que Risa. Alarga el cuello para ver la cara del bebé dormido:
—¡Pero si es un recién nacido! ¡Vaya! ¡Es muy valiente por tu parte volver tan pronto al insti! —Se vuelve hacia Connor—. ¿Tú eres el padre…?
—¿Yo? —Connor se aturulla por un instante, antes de recobrarse y decir—: Sí, sí, soy yo.
—Es estupendo que todavía os veáis. Chaz, el padre de Chase, hasta ha dejado de venir a nuestro insti. Lo han mandado a la academia militar. Sus padres se pusieron tan furiosos cuando se enteraron de que yo estaba…, en fin, «preñada», que le dio miedo de que lo hicieran desconectar. ¿Os cabe en la cabeza?
Risa hubiera estrangulado a aquella chica, pero no quería dejar sin madre al babeante Chase.
—¿Es niño o niña?
El rato que tardan en responder resulta muy incómodo. Risa se pregunta si habrá un modo discreto de averiguarlo sin que se dé cuenta Alexis, pero comprende que no lo hay:
—Niña —responde. Como mínimo, tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de acertar.
—¿Cómo se llama…?
Esta vez le toca responder a Connor:
—Didi —dice—. Se llama Didi. —Esta respuesta arranca en Risa una leve sonrisa, pese a lo enfadada que está con él.
—Sí —dice ella—. Le hemos puesto mi nombre. Por continuar la tradición familiar.
Parece que Connor ha terminado de despertar, al menos en parte. Está ahora un poco más relajado y natural, asumiendo lo mejor posible su papel de padre. El rubor de su rostro ha remitido, y ya solo tiene coloradas las orejas.
—Bueno, os va a encantar el instituto del Centro-Norte —comenta Alexis—. Tienen una guardería estupenda, y realmente se preocupan por las madres estudiantes. Algunos profesores hasta nos permiten darles el pecho en clase.
Connor le pone a Risa la mano en el hombro:
—¿Los padres pueden observar?
Risa se desprende de aquella mano con un movimiento del hombro, y le pisa el pie disimuladamente. Él hace un gesto de dolor, pero no dice nada. Si se piensa que ella ya lo ha perdonado, está completamente equivocado. Por lo que a ella concierne, Connor ha dejado de existir.
—Parece que tu hermano está haciendo amigos —comenta Alexis. Ella mira donde estaba sentado Lev, pero él se ha desplazado hacia delante un asiento y está hablando con un chico que está al lado. Intenta oír lo que dicen, pero no consigue entender otra cosa que el parloteo de Alexis.
—¿O es hermano tuyo? —le pregunta Alexis a Connor.
—No, es mío —responde Risa.
Alexis sonríe y mueve un poco los hombros:
—Es guapo…
Risa no creía que Alexis le pudiera caer peor de lo que ya le caía, pero estaba equivocada. Alexis debe de notar la expresión de los ojos de Risa, porque aclara:
—Bueno, quiero decir guapo para ser de primero.
—Tiene trece años. Se ha saltado un curso —dice Risa, fulminando a Alexis con una mirada de advertencia aún más hosca, que quiere decir: «No le acerques las garras a mi hermanito». Casi tiene que hacer un esfuerzo por recordar que él no es realmente su hermano pequeño.
Ahora es el turno de Connor de pisarle el pie a ella, para advertirle que no ofrezca demasiada información. Alexis no tiene por qué saber la verdadera edad de Lev. Además, tampoco les conviene ganarse una enemiga.
—Lo siento —dice Risa, suavizando la mirada—. Con el bebé, no he pegado ojo en toda la noche, y eso me pone de mal humor.
—Lo entiendo, ya he pasado por eso.
Da la impresión de que el interrogatorio de Alexis puede continuar hasta que lleguen al instituto, pero el autobús hace otra parada repentina, provocando que el pequeño Chase se dé un golpe en la barbilla contra el respaldo del asiento y empiece a llorar. De repente a Alexis le sale la madre que lleva dentro, y la conversación da fin.
Risa exhala un hondo suspiro, y Connor dice:
—Realmente lo siento.
Suena compungido, pero Risa no está como para admitir disculpas.