Estaba anocheciendo.
Magdalena estaba despierta y hacía ruido. Saltaba de un amigo a otro, hablando y mostrando fotografías de Luce, su hija adoptiva. Les contó que ella y Gaspar, como todos los longevos, habían sido condenados a no tener hijos y habían tenido que soportar el peso para una vida que duraba cinco o seis vidas. Pero la adopción de Luce había resuelto cualquier problema.
—Muchos de los longevos —explicó— llegan a quitarse la vida porque son incapaces de soportarla tanto tiempo. Y esto no es una forma de depresión, porque quien es longevo no conoce el abatimiento ni el desánimo. Es una elección. Después de haber asumido la medicina, el cuerpo y la mente se funden en un conjunto de lava indomable y así duran por los siglos. Esta lava se enfría muy lentamente en nuestros cuerpos, precisamente como ahora está ocurriendo a los señores Della Rosa.
Se conmovió luego, cuando les contó sobre un longevo que ambos, Gaspar y ella, habían conocido mucho antes. Se suicidó porque ser un longevo alargaba sin sentido sus atroces penas como castrado. Se llamaba Arcangelo, el mayor cantante de todos los tiempos, más que Siface, más que Broschi o el famoso Farinelli de Bolonia, más que cualquiera que hubiera tenido aquel honor celestial que era la tremenda desgracia de convertirse en un ángel. Respiró y se estremeció como un niño mientras sueña.
—¿Queréis saber cómo se produjo aquella marca sobre el plano armónico de la González? —dijo.
Fosco y Lucía le rogaron que siguiera hablando, y ella recordó entre lágrimas el suicidio de Arcangelo.
—Es una historia increíble —dijo al final Lucía, abrazándola y acariciándole el pelo—. Tienes suerte de haber vivido tantas experiencias.
—Gracias —dijo Magdalena, regalándole a cambio una sonrisa luminosa.
—Quizás… —rumiaba Fosco, con los ojos resplandecientes por infinitas maravillas—, quizás los señores Della Rosa se han desprendido de todas sus cosas porque quieren suicidarse.
—No, no creo —dijo Gaspar—. Ellos están envejeciendo rápidamente. No conocen el secreto de la Obra, y no son capaces de renovar el efecto de la medicina —añadió, y terminando la frase se puso un puño bajo la barbilla—. Aunque podrían haber decidido acelerar los tiempos, quién puede saberlo. Pero me temo que antes de provocarnos el inmenso placer de marcharse al infierno, llevarán a cabo algo más.
—Yo también pienso igual —dijo Magdalena—. Escuchad, ¿por qué no nos trasladamos allí? Me ha entrado hambre. Me gustaría enseñarles nuestros recuerdos, Gaspar.
—Ya se ha hecho tarde —dijo Fosco mirando el reloj.
—Quedaos aquí con nosotros —les suplicó Magdalena.
—Pues claro, quedaos —les dijo Gaspar como si fuera un eco.
Thomas los miraba mientras con un paño de algodón blanco secaba la guitarra.
—Tenéis que quedaros —dijo colocando el instrumento de nuevo en su estuche, dulcemente—. No podéis regresar a la ciudad, este es el único lugar en el que estáis en un sitio seguro.
—Gracias —respondió Fosco, levantándose pesadamente de la silla. Se tocó la sien porque la cabeza parecía estar a punto de explotarle—. No sé todavía qué hacer —dijo, cruzando los brazos y analizando a Gaspar, sonriéndole poco convencido—. En teoría debería denunciaros a la Policía.
Gaspar no mostró ninguna reacción, y Fosco comenzó a reír como un loco.
—Debería contar que la guitarra no fue robada, sino que sencillamente ha regresado a las manos de su legítimo propietario —dijo, y fue riendo cada vez más—. Que el célebre guitarrista barroco Gaspar Sanz está todavía vivo y coleando, sano como un pez, y que en realidad tienen que detener a un Confortador que tiene más de trescientos años y que guardaba una guitarra que fue robada hace tres siglos. Debería también decirles que este, además, prendió fuego a mi hermano delante de mi casa, así como asesinado a la hija adoptiva —y apuntó con el dedo hacia arriba— ¡del llamado Gaspar Sanz!
Tras decir estas palabras cayó sobre la silla, deshinchado, sin ganas de seguir riendo. Gaspar lo agarró por los hombros y comenzó a zarandearlo como para despertarlo.
—Fosco, ahora no tienes que explicarle nada a nadie. A partir de ahora si quieres trabajar podrás hacerlo, pero si no quieres no estarás obligado porque no te verás en la necesidad —dijo. Luego se acercó a Lucía e hizo lo mismo—. También tú, hija mía, no tendrás que seguir sacrificando tu existencia con tu duro trabajo. Basta de turnos de noche, de domingos, de Navidad o Fin de Año… No tendrás que seguir mirando impotente a las personas que sufren y mueren. ¡Podrás finalmente curarlas!
Se acercó entonces a Magdalena para terminar su discurso.
—Ahora tenemos que pensar solo en cómo agradecer a Dios por habernos permitido conocernos y por habernos dado por fin la ocasión de servirle mandando al infierno a los señores Pauli y Carugi —dijo, y levantó la mirada hacia el techo de piedra—. ¡Finalmente al infierno con los Confortadores!
Fosco y Lucía intercambiaron miradas confundidas, miradas inútiles.
—¿Qué es lo que queréis decir? —preguntó uno.
—¿Cómo se puede vivir sin trabajar? —preguntó la otra.
—Trabajaréis, pero no para vivir. Trabajaréis para servir a Dios, para hacer que, gracias a vuestro empeño, también otros puedan dedicar su tiempo a Él. Es decir, a sí mismos.
El pequeño sol iluminó el rostro suplicante y feliz de Gaspar.
—Ayudadnos.
—¿Pero qué nos estáis pidiendo que hagamos?
—Castigad a quienes han asesinado a Rodolfo y Luce. Os lo ruego, ¡liberad al mundo de los Confortadores! —exclamó Gaspar. Luego hizo una pausa, se acercó un poco más a Magdalena y continuó—: Si vosotros hacéis esto, nosotros podremos morir. Y seremos libres de esta vida eterna.
Magdalena se deslizó tras los hombros de Fosco y le susurró en el oído:
—Dios os ha elegido a vosotros.
Luego, acercándose a Lucía, le dijo en voz baja:
—Sé que te gustaría mucho tener niños. Yo te digo que podrás muy pronto elegir si tener hijos o no, pero ahora es Dios quien te elige, y os ha elegido a vosotros. Vosotros sois los herederos de nuestro arte y los futuros guardianes del secreto. Sois el mañana. Dios no es aquel que todos creen. Escuchadnos y tendréis la vida eterna.
En cuarenta y cinco días realizaréis la Obra.
Observad.
Se necesitan jarrones de vidrio fuertes y bien hechos. Prestad atención a que no tengan defectos, de forma que la medicina no se pierda como consecuencia de una rotura.
¿Estúpidos? ¿Decepcionados?
El cuerpo está hecho con el alcanfor, el que se vende normalmente. Pero el alcanfor contiene grandes secretos. Congela el espíritu y el alma, es espiritual y arde como el azufre de los filósofos, que es diferente del común. Conservadlo y mantenedlo separado, porque el alma no puede obrar sin él.
Para unir el alma con el cuerpo necesitaréis el espíritu. Necesitáis una sustancia conductora: la plata viva.
No es increíble, como veis.
Coged un jarrón de tierra y cocedlo dos veces. Después de la primera cocción, vidriadlo todo excepto el fondo. Para evitar vidriar también el fondo tenéis que untarlo con grasa de cerdo. Así luego podréis pegar el mercurio en el fondo del jarrón.
Ahora es el momento de tapiar el jarrón dentro de la hornilla.
Nosotros lo llamamos «atanor».
Prended fuego al carbón.
Ayudadme a quitar el jarrón del fuego.
Vertamos, sin perder el tiempo, el mercurio por el agujero, y tapémoslo bien.
Dejamos enfriar el recipiente.
Lo abrimos.
Mirad, el mercurio ahora es completamente negro. Ahora lo quitamos y lo lavamos. Lavamos también el recipiente y lo limpiamos bien. El agua destilada la tiramos. Ahora colocamos el recipiente en el hornillo y lo encendemos como hemos hecho antes.
Observad cómo lo hacen los campesinos. Ellos saben hacerlo.
Cuando siembran el grano, no siembran también la materia, es decir, la paja y las espigas, sino la semilla, la forma. Así tenemos que hacer también nosotros que queremos sembrar el oro o la plata: tenemos que sembrar la semilla, la forma, el alma, no la materia.
Sin el alma los cuerpos no se mueven.
El oro se hace con plata pura y azufre rojo, es decir, el azufre purificado con el sol.
La plata se hace con mercurio y azufre blanco, es decir, purificado con la influencia de la luna.
Con la ayuda de Dios, así obtendréis el alma.
Extraed un poco de la quinta esencia del azufre y del cinabrio. Coged plata finísima por copelación y limadla muy fina. Poned junto con el polvo de plata un poco de lo que se había obtenido, para que se siga separando, en una ampolla durante dieciséis horas y dejadlo enfriar. Haced así al menos cuatro veces más.
En la cuarta, se da una vuelta.
Miradla. Es transparente como una perla oriental, ligera.
El residuo permanece pegado a las paredes de vidrio, mientras en el fondo se queda un humo denso y con cuerpo. Es la plata corrupta. Coged la rueda y disolverla en el vinagre destilado más fuerte que encontréis. Luego meted el compuesto en remojo, en un orinal durante tres días.
Poned todo al sol y veréis que se quedará blanquísimo, como el almidón. Habréis obtenido el alma del oro: el azufre rojo. Custodiarlo celosamente.
Dad gracias a Dios.
Usad el alambique para destilar el agua y quitarla del compuesto, a fuego muy lento.
Destiladla más veces, hasta que no se destile más, y metedla en el estiércol de caballo durante siete días.
¿Veis? Todo se ha convertido en agua.
Destilad esta agua y filtradla con una tira de paño finísimo con un colador muy fino.
Ahora tenéis que fundir la plata fina y verterla sobre un poco de esta medicina: todo se convertirá en medicina.
Hemos terminado.
Tenéis que fundir un poco de bórax con un poco de cera y de medicina, y luego verterla sobre el mercurio.
Hemos obtenido el oro.
Dadle las gracias a Dios.
Habéis escuchado, por lo tanto, la Ciencia de los Cuatro Elementos sobre los que se puede operar y que pueden ser alterados y transformados en sus formas, ya que su acción está escondida en nuestro elixir.
Ahora vosotros habéis completado la Obra.
Vosotros habéis descubierto todo lo que había sido escondido por esta Ciencia.
Comprended, por lo tanto, cuanto os hemos dicho, pero escondedlo a todos los imprudentes. Es una piedra que se tendrá que honrar, es un alma y un espíritu subliminal, y un mar abierto.
Hijos, no hay razón para que el secreto no pueda ser revelado a las personas de bien, ni a los legítimos y verdaderos Hijos de la Ciencia, ni a los sabios.
El secreto es para los malvados.
Conservad por lo tanto en esta piedra del mar, el fuego y el volátil del cielo.
Hijos míos, esta piedra os liberará y os salvará de enfermedades por muy graves que sean, os preservará de cualquier tristeza y preocupación, y de todo cuanto podría dañar al cuerpo y al espíritu. Ella os conducirá también de las tinieblas a la luz, del desierto a la residencia, de la necesidad a la abundancia.
Por último, nosotros os alabamos, hijos, porque nos donáis la muerte.