Gaspar se sentó en el escritorio con la guitarra en el regazo. Acarició sobre el plano armónico la mancha dorada en la que se había transformado casi al instante la sangre de Arcangelo. Pensó de nuevo en él, en su voz maravillosa. La escuchó nítida en la mente y suspiró, decidiéndose a componer una partitura muy especial para don Eduardo.
En orden de importancia estaban él, la guitarra y la página. Pero solo porque la página estaba todavía en blanco y la música se encontraba aún dentro de él. Si sobre un atril hubiera habido una partitura para ejecutar, en cambio, el orden habría estado al revés.
La música queda siempre en primer lugar, demasiadas veces se lo había repetido don Eduardo, y Gaspar había terminado por creérselo, para creer solo en esto y en nada más. Sin embargo, ahora sentía que había encontrado algo en que tener fe, un verdadero Dios que seguir y venerar cada día, aunque se tratara de un demonio que había venido para arrastrarlo al infierno.
La manga rozó las cuerdas y el sonido inesperado fue dulce como un beso recibido con los ojos cerrados.
Gaspar empuñó la pluma y lo escribió primero sobre el aire tembloroso, delante de sus ojos:
AGILARCONOSOTROS
Es decir: Sol mayor la A, Fa mayor la G, La mayor la I, Do menor la L y así sucesivamente, según el alfabeto italiano.
—¡Puede funcionar! —pensó—. Variaciones de Folías…
Muchas variaciones. Las escribió sobre un papel, de un plumazo, sin pensar, página tras página. Utilizó también los números del contrapunto entre una lectura y la otra para componer las palabras. El resultado fue una música irregular pero bella, insólita e imprevista, si bien apreciable por la originalidad y para ser escucharla. Pero don Eduardo sabría leer correctamente otra música en sus oídos. Sabría rápidamente que la medicina se encontraba ya en sus manos, que el cardenal Aguilar estaba en contra de la sucesión francesa y que lo apoyaba en su misión.
Rellenó las páginas de la tablatura con los típicos garabatos al final de cada variación y, para que la partitura se encontrara todavía más sobrecargada de forma que desanimara a los guitarristas comunes a leerla, la llenó de embellecimientos de todo tipo. Los puso por todas partes. Y a pesar de todo, el resultado era bueno.
Increíble, pensó, y enrolló las hojas. Aguilar está con nosotros, pensaba mientras las sellaba.