La doctora Luce D’Ambra apoyó una grabadora sobre una estantería, junto a la cabeza de Rodolfo Noi, quien mantenía los ojos cerrados, divertido ante la situación.
—¿Estás segura de que lo pasarán por la radio?
—Estoy convencida. Conozco a uno que no me decepcionará. Saldrá en onda esta mañana, a la hora en la que la gente va a trabajar y está en medio de un atasco y no puede hacer nada mejor que escuchar la radio. Media hora entera para nosotros.
Rodolfo abrió los ojos y se giró para mirarla.
—Sería magnífico. ¿Qué es lo que te hace ser tan optimista?
—Que es el propietario de algunas emisoras de radio de difusión nacional.
Rodolfo se relajó. Respiró profundamente. Sintió el ruido de la carta rozar con otras hojas y el clic de un bolígrafo. Después la grabadora que se accionaba:
—Buenos días, señor Noi. Usted es un conocido físico nuclear y últimamente se encuentra en el medio de encendidas discusiones sobre algunas investigaciones sobre la fusión fría. Puede explicar de qué se trata y el por qué de tantas polémicas.
—Claro —se aclaró la voz. No se encontraba en directo y tampoco estaba en los estudios de una emisora, pero únicamente el hecho de hablar a una grabadora le emocionaba—. En sustancia, se puede obtener una fusión atómica y generar enormes, infinitas cantidades de energía sin recurrir a la actual tecnología, sin tétricas y peligrosas centrales atómicas, sin petróleo, sin gas. Ya ahora, si bien privados de los fondos necesarios para la investigación, somos capaces de producir energía en sencillas bañeras llenas de agua, en una banal solución salina saturada a temperatura ambiental.
—Y entonces, ¿por qué vuestro proyecto encuentra tantas negativas, señor Noi?
—Luce, te lo ruego. Nos estamos exponiendo demasiado.
Ella insistió sin cambiar el tono.
—Y entonces, ¿por qué tanta resistencia señor Noi?
Rodolfo suspiró.
—Porque hay quien con la energía se enriquece. Petróleo, gas, energía eléctrica, energía nuclear… La fusión fría significa poder prescindir de todo ello y de la contaminación que los actuales tipos de energía comportan.
—Usted cree que los motivos de tantas discusiones…
—¿Discusiones? —le interrumpió Rodolfo. No son solo discusiones. Hemos recibido amenazas, y nos hemos visto obligados a trabajar en trasteros, escondiéndonos…
—¿Amenazas? ¿Por parte de quién?
—Mire, honestamente no lo sé y tampoco me interesa. Hemos recibido llamadas extrañas. Pobres fanáticos que nos llaman alquimistas. Dicen que tenemos el poder de aniquilar la humanidad y por eso tenemos que morir. Vamos, unos locos.
—Gracias señor Noi, esperamos que sus investigaciones puedan continuar sin demasiados problemas y que los autores de las amenazas puedan ser detenidos cuanto antes.
Las manos de la joven abrieron cada botón de la camisa de Rodolfo.
—Gracias, era lo que quería escuchar decirte.
—Eres una inconsciente.
—Ella le cerró la boca con un beso; luego le miró y le dijo:
—En el fondo no están tan equivocados, ¿sabes?
—¿Quién? —preguntó Rodolfo alargando la mano para apagar la grabadora.
Luce miró hacia fuera, indicando algún lugar indefinido.
—Esos que nos llaman alquimistas.
—¿Pero te das cuenta de lo que estás diciendo?
—Perfectamente —dijo. Sus ojos azules no habían estado antes tan grandes ni inmóviles, en una expresión de abierto desafío grabada en un rostro angelical y suave.
—Explícate mejor —dijo Rodolfo sacando su teléfono del bolsillo. Acababa de recibir un mensaje. Fosco le preguntaba dónde estaba para pasar a recogerlo—. Te escucho, le dijo tecleando la respuesta.
—Cojo un poco de agua.
Rodolfo asintió mientras seguía escribiendo.
«Estoy en casa. Dentro de una hora abajo, ciao».
Apretó el botón de envío y levantó la cabeza en el momento en el que Luce aparecía llevando en la mano los vasos de agua fría rebosando. Estaba triste.
Rodolfo dejó el teléfono y se le acercó.
—Bueno, ¿y ahora qué pasa? —le dijo, acariciándole una mejilla.
—Nada. Es que estoy algo cansada.
Rodolfo le quitó los vasos de las manos, los apoyó sobre la mesa y la abrazó.
—Basta de misterios. Ahora quiero saberlo todo. En primer lugar, ¿de dónde proviene el dinero que has depositado en mi cuenta? Y por otro lado, ¿qué es lo que te preocupa tanto?
—Está bien. Creo que es justo que tú lo sepas.
Suspiró profundamente dos veces, se secó los ojos y luego se alisó el pelo rubio con las manos mojadas de lágrimas, logrando que en esos puntos brillaran como si fueran hilos dorados. Repitió con pasión, suplicándose así misma que la creyera, que el dinero, si bien era una suma considerable, no era nada en comparación con la riqueza de su familia.
—Desde niña he tenido forma de presenciar cosas consideradas por todos como pura fantasía. No puedo decir nada más, pero un anciano tío mío practicaba la alquimia a escondidas, y me inició a mí en ciertos secretos sobre la materia, dejándome presenciar en varias ocasiones los experimentos que tenían que ver con la transmutación de una materia en otra.
—¿Quieres decir fusión nuclear?
—Exactamente. La alquimia es una ciencia muy antigua y que se ha mantenido en secreto durante milenios, porque se ha temido siempre que sus secretos pudieran caer en las manos equivocadas. Son procedimientos muy elaborados, pero solo aparentemente arcaicos, con los que es posible fundir los átomos en frío. Transformar el plomo y los otros metales en oro es solo una de las tantas cosas que se pueden hacer. Por eso puedo disponer de tanto dinero, y ese es el motivo que me ha llevado a estudiar física. Y que luego ha hecho que me interese por la fusión fría.
Rodolfo zarandeó la cabeza.
—La alquimia es una trola, Luce, me maravillo de que tú, una científica, una mujer inteligente y…
—Mira aquí —dijo Luce sacando un libro de su bolso y mostrándole la cubierta a Rodolfo.
FUSIÓN FRÍA
Historia moderna de inquisición y alquimia[2]
—No soy el único científico que hace esta relación, como ves.
—Una relación no es suficiente —objetó Rodolfo.
—Tengo las pruebas —dijo ella.
—Quiero verlas.
—Las tengo en mi casa. Debí haberlas quemado todas, pero quería que tú las vieras.
—¿En qué consisten?
—Hojas llenas de fórmulas matemáticas, que no te dejarán plantear ninguna duda sobre su validez.
—Si era solo para enseñármelas, estoy seguro que podrías reconstruirlas en cualquier momento. ¿Por qué, si tienes tanto miedo, no te has desecho de ellas?
—Quiero que tú las tengas, que las puedas analizar. Quiero que conozcas mi secreto.