Sobre el techo de la habitación, en el semisótano que desde el primer día habían llamado «el búnker», había aparecido de nuevo una mancha de humedad. Fosco, tumbado sobre la cama, con las manos bajo la nuca, la miraba y jugaba a borrarla con las cejas.
—No terminas de pintarla de blanco y se vuelve a formar.
Lucía no entendió de lo que estaba hablando.
—Muy pronto podremos comprar un ático —dijo Fosco.
—Un día —le respondió ella con un bostezo.
—Lo digo de verdad. He decidido aceptar. Encontraré esa guitarra, ya verás.
Lucía protestó, golpeándose la frente con la punta del dedo índice.
—Tú estás completamente loco. Me das miedo.
—Mañana iré a buscar los primeros cien mil —susurró.
—Tengo miedo —repitió mecánicamente Lucía—. Tengo miedo.
—¿Crees que mañana podré ir contigo a ver al señor Fernández?
—Pienso que sí. El director del hospital lo ha puesto en una habitación individual, solo para él. Tiene incluso una enfermera personal —explicó. Luego bostezó ampliamente y se dio la vuelta—. He visto en alguna ocasión cosas parecidas pero solo con personas muy importantes. Tres veces al día el director y otros dos médicos pasan para comprobar cómo está…
—¿Y qué es lo que dicen? —preguntó Fosco admirando la vía láctea y las miles de estrellas de humedad que se esparcían por el techo del búnker.
—Nada. Los médicos dicen cosas sin sentido.
—¿Y quién de nosotros no lo hace?
—Hoy ha venido un cardenal a visitarle. Iba vestido de negro con una faja roja en la cintura, y también llevaba un enorme anillo rojo y una cruz de oro blanco en el pecho.
—Bueno, pues entonces este Fernández es seguramente una persona muy importante.
—Ya ves. ¿Sabes quién compra los discos de música barroca? —Se dio la vuelta y esperó a que Fosco la mirara antes de seguir—. Nadie.
Fosco suspiró.
—De todos modos ya he comenzado a indagar.
—Tú no eres un investigador —protestó ella, inmediatamente alcanzada por un bostezo.
—Sí, pero puedo convertirme en uno. La suerte parece estar de mi parte. He ido a ver a mi antigua profesora, y Loinèda es solo una de las tantas coincidencias. Piensa que el guitarrista que ha sido situado en tu reparto… ¿entiendes?
Pero la cama era cada vez más blanda. Lucía, completamente agotada por el cansancio, saboreaba las palabras que no decía pero imaginaba que decía, con dulces movimientos de la lengua. Y un instante después ya estaba profundamente dormida.
Fosco, en cambio, no tenía sueño.
En la oscuridad del búnker, la pantalla del LCD permanecía encendida. Buscó en internet. Como «guitarra barroca» algo había pero poco sobre la González. Algún raro concierto, poquísimas notas de prensa sobre discos, seminarios estivales… Y dos nombres se repetían constantemente: Hopkinson Smith y Rolf Lislevand. Pero pocos enlaces también para ellos. Como «Fernández guitarra barroca» o «guitarra barroca», nada.
Luego encontró algo buscando Gaspar Sanz: Instrucciones de música sobre guitarra española, y método de sus primeros rudimentos, hasta llegar a tocar con destreza.
Estaba escrito por el padre Gaspar Sanz, que era el docente de la facultad de Teología en la Universidad de Salamanca de 1697.
—¡Un sacerdote! —exclamó completamente asombrado.