II

En el tiempo en el que los ángeles cantantes se exhibían sobre esta tierra, mostraban amplios y orgullosas sonrisas sobre el escenario y trajes largos y coloridos, con plumas, escudos, espadas. Los más bravos extasiaban a las multitudes, garantizándole al poder un delirio trascendental. Su talento era divino.

Arcangelo había sido, y todavía lo era, el mejor de todos. Desde hacía ya mucho tiempo no se subía a un escenario. Cantaba casi a escondidas, para el gusto del legado de Bolonia o algún invitado suyo. Y con mayor frecuencia cantaba en soledad, como cuando se sentía inspirado por el placer de un baño caliente.

Tristes jovencitos de mis deseos

Superficie calma que iba encrespándose. Entonación perfecta.

El cuerpo desnudo de Arcangelo se sumergió en el barril haciendo subir el nivel del agua perfumada con manzanilla y romero.

… testimonios inocentes de mi fuego

La voz maravillosa de un cuerpo lisiado. Un hilo perfecto de pureza, capaz de transformar cualquier ser humano en un oyente indigno. Arcangelo, soprano incomparable, dentro de una tinaja, encerrado en una sala apenas iluminada, prisionero en una enorme casa, destrozaba el universo en su totalidad y humillaba a Dios por su imperdonable culpa con un canto tan bello que no era fruto de la naturaleza, sino de la más larga y atroz de las torturas.

… ah, desafortunados, y justos suspiros

Una A se tiene que escribir, se tiene que poner. Una A es solo una. Pero si se canta muy despacio, despacio, tan despacio. Se lleva arriba, en alto, tan en alto, creciendo hasta el infinito. Sí, después de haber encendido el fuego, el volumen del sonido disminuye hasta convertirse en un soplo. Entonces una A puede incendiarte el alma.

Voces que pueden detener el corazón, paralizar la mente.

… Dulces placeres de mi alma

Estudio y disciplina, más el sacrificio eterno de la castración. Un talento entallado en el espíritu, notas claras, netas, flexibles, dulces y largas como la quietud del mar, breves, veloces y repetitivas hasta el paroxismo.

Había sido castrado poco después de cumplir nueve años de edad. Un momento atroz.

¿Por qué me evitáis?

Arcangelo había sobrevivido y, afortunadamente, su voz no se había visto malograda. Es más, todo lo contrario. Pero para muchos era bien diferente.

Él había tenido desde el principio amor por la música y una pasión innata por el canto. Se aplicaba, era humilde y ambicioso, un talento único. Por eso se había convertido en el ídolo de los teatros, de todas las cortes y de todas las iglesias.

Ahora Arcangelo cantaba para sí mismo.

… Llantos, sollozos, gemidos y arrepentimientos

El tiempo de los ídolos había terminado para él. Las mujeres y los hombres que no le habrían olvidado jamás ya no vivían. Demasiado tiempo desde entonces. Los teatros inundados de perfumes y lágrimas de mujeres con sus retratos cosidos sobre los vestidos. Los soberanos le eran súbditos, esclavos de aquella mágica mezcla de talento y barbaridad, sumisos de alguien que no era un hombre ni una mujer ni un niño, y por esto taumaturgo, semidiós. Impecable, lleno de gracia, dueño en cualquier momento de la escena.

que probáis el exceso de mi pena

El cantante más divino de todos. Una vez más, como una araña, tejía su tela de voz y no había lugar para escapar. Imitaba el canto de los pajaritos, cada nota perfecta y controlaba, incluso en los chillidos y en los pasajes llevados al límite de la rapidez. Límites del oído humano, no seguramente de su talento. Cristalino, ágil, aterciopelado, repetitivo. Tres octavas de extensión, el mejor eunuco del colegio de los purpurados, el más divino entre todos aquellos que los conservadores napolitanos hayan jamás podido lograr con la dureza de la disciplina.

Arcangelo, la perfección del imposible, la forma más alta que jamás el error haya alcanzado, bajo un entero escalofrío de amor, cantaba solo.

… para que no se queden secretos

Jabón de primera calidad. Manos que lo lavan. El hombre que había sido el ídolo de las mujeres era mujer de sí mismo. De su cuerpo podían caer solo lágrimas.