DURANTE la Transición, e incluso antes, se convirtió en tópico repetido del andalucismo el apelar a una ascendencia árabe que diferenciaría a los habitantes de la región andaluza de los del resto de España. A diferencia de catalanes, gallegos, asturianos o castellanos, los cordobeses y sevillanos llevarían en sus venas sangre árabe, una sangre en la que encontrarían unas señas de identidad que ahora sería urgente recuperar. Semejante afirmación coincide con un intento de borrar las huellas romanas y cristianas —verdaderamente esenciales— de la historia de Andalucía, sustituyéndolas por una visión ahistórica del pasado andaluz. Por añadidura, constituye una mentira histórica.