EL intento —mucho más enraizado en causas políticas que históricas— de relacionar el pasado andaluz con la dominación islámica de España ha llevado en los últimos tiempos a construir toda una mitología sobre Al-Andalus penosamente separada de la realidad. Entre los tópicos más deseados y repetidos se halla la presentación de Abd ar-Rahmán III como un monarca ilustrado, culto y tolerante que habría contrastado en su conducta con sus bárbaros enemigos de la España cristiana. Esta mentira histórica choca de manera frontal con los datos que encontramos en las fuentes históricas, donde Abd ar-Rahmán III puede aparecer como un monarca poderoso y quizá incluso sibarita, pero, desde luego, ni ilustrado ni tolerante. A decir verdad, el paradigma máximo del esplendor de Al-Andalus fue un personaje caprichoso, cruel, sanguinario y lastrado por profundos desarreglos psicológicos.