LA mentira oficial del nacionalismo catalán sobre el valenciano afirma que el catalán fue llevado a Valencia por las tropas de Jaime I el Conquistador. Según esta versión, esas tropas eran catalanoparlantes y se establecieron en la tierra reconquistada implantando su lengua. La realidad histórica es bien diferente. De entrada, cuando las huestes aragonesas de Jaime I el Conquistador reconquistaron Valencia de manos de los invasores islámicos —una labor en que les había precedido efímeramente el Cid castellano— encontraron a una población que hablaba una lengua romance que podían entender sin mucha dificultad, pero que no era, ni mucho menos, el catalán.

En contra de lo afirmado por los nacionalistas catalanes, que insisten en que el romance había desaparecido durante el dominio islámico, las fuentes árabes afirman lo contrario. El célebre naturista árabe Ibu-Albathar, por ejemplo, dice claramente y sin ningún empacho que los mozárabes, o sea los cristianos viejos, conservaron su lengua sin interrupción alguna. Y de la misma manera se expresan los demás escritores árabes. Por otra parte, hay aún hoy muchos códices, escritos en romance, de los siglos IX, X, XI y XII que hablan de contratos, ventas, etc., efectuados por cristianos entre ellos y con los moros, pero, de manera relevante, existe constancia de la correspondencia entre los cristianos que vivían bajo el poder musulmán, sujetos a sus leyes, y los cristianos libres del norte de España y de la Galia gótica, «i que la llengua parlada pels mocarabes era coneguda per lo nom de Al-Romía o llengua romana».

Como ha señalado J. Ribera: «Hay un hecho que salta a la vista. Cuando las huestes del Rey D. Jaime llegan a Valencia, se nota un fenómeno que sorprende algo: una gran parte de los nombres geográficos de los poblados de la huerta de Valencia son latinos, mejor dicho, romances… Y no deja de ser bien revelador que una de las disposiciones de Jaime I estableciera: “Els jutges diguen en romano les sentencies que donaran, i donen aquelles sentencies a les parts que les demanaca.”». ¿Qué romance podía ser ése si los catalanes, según la mentira nacionalista, aún no habían enseñado a hablar a los valencianos? Pues, obviamente, la lengua valenciana que existía desde hacía siglos como derivación del latín.

Por si fuera poco lo anterior, un examen cuidadoso del Llibre del Repartiment —estudiado entre otros por Huici, Cabanes y Ubieto— pone claramente de manifiesto que la lengua valenciana no llegó con las tropas del rey conquistador, primero, porque en su mayoría esas fuerzas procedían de Aragón y no de Cataluña, y, segundo, porque los pocos catalanes que fueron no se asentaron en las áreas valenciano parlantes. «Consideramos —dice A. Ubieto— que la lengua romance hablada en el siglo XII en Valencia persistió durante el siglo XII y XIII, desembocando en el “Valenciano medieval”. Sobre esta lengua actuarían en muy escasa incidencia las de los conquistadores, ya que, como he señalado en otra ocasión, el aumento de la población del reino de Valencia no llegó a un cinco por ciento con la inmigración aragonesa y catalana. Y esta inmigración iba aproximadamente por mitad y mitad…». (Archivo del Reino de Valencia: Llibre del Repartiment).

Partiendo de esa base, no resulta extraño que el gallardo monarca hiciera referencia a la «llengua valenciana de aquellos valencianos y que nunca pretendiera identificarla con el catalán. Como dejó escrito el profesor San Valero: «Los filólogos deberán llegar a la conclusión de que la lengua hablada en el reino de Valencia no es un fenómeno medioeval, coetáneo o posterior a la reconquista por Jaime I, sino anterior». Este punto de vista ha sido claramente reafirmado por Manuel Mourelle de Lema, autor de la obra La identidad etnolingüística de Valenci. (1996), quien afirma de manera acertada: «No se puede sostener, como hace E de B. Moll, que la conquista catalana del Reino de Valencia introdujo íntegramente el catalán cuando ya no quedaban mozárabes en estos territorios». Y añade: «No fue la conquista de Valencia una ocupación en el vacío, ya que había aquí núcleos de población de habla romance. La lengua valenciana surgió indudablemente, en suelo mediterráneo, de igual modo que las restantes lenguas románicas peninsulares: sobre el caldo de cultivo del habla de los habitantes hispanogodos, continuada (durante la sumisión a los árabes) en el habla de aquellos habitantes sometidos». Es una tesis magníficamente apoyada también en los estudios de Leopoldo Peñarroja, que escribió en 1990 El mozárabe de Valencia. Ambas obras demuestran la originalidad, la independencia y la importancia de una de las lenguas más cultas del Renacimiento español. Y es que, de manera que no sorprende, el valenciano —lengua diferente de la catalana según el propio rey Jaime I— alcanzó una verdadera edad áurea a finales de la Edad Media, precediendo en ese esplendor a las propias ciudades italianas donde resplandecería el Renacimiento.

Ya en la Edad Moderna, la conciencia de que el valenciano era algo totalmente distinto del catalán aparece en los propios historiadores.

Tan claro resultaba a la sazón que valenciano y catalán eran distintos que el valenciano de Gandía, Joanot Martorell, señala en su obra maestra Tirant lo Blanch que escribe en «valenciano vulgar» pero no en catalán. Martorell —que causó la admiración del alcalaíno Cervantes hasta el punto de que su novela es uno de los pocos libros que se salvó de ser expurgado de la biblioteca de don Quijote— ha sido objeto de la codicia del nacionalismo catalán desde hace tiempo y, por ello, no extraña que en alguna edición de su libro publicada en Cataluña se haya suprimido sin el menor reparo su referencia a la lengua valenciana. Es sólo un botón de muestra del delirio al que se puede llegar en el empeño de convertir un reino en sucursal de Cataluña, que nunca alcanzó esa categoría. Porque durante la Edad Media y la Edad Moderna se multiplicaron los testimonios de cómo valenciano, mallorquín y catalán eran consideradas —con toda razón— lenguas diferentes. Por ejemplo, el canónigo de la catedral de Mallorca, Gregorio Genovar, se duele de que bien entrado el siglo XVI, la gran novela Blanquerna, del filósofo mallorquín Raimundo Lulio, no haya sido traducida todavía a la más culta de las lenguas romances de la España oriental, es decir, al valenciano. Y encarga de esta misión a un doctor en artes y teología de nombre Juan Bonbalij, más no por ser valenciano, sino por considerar que era el más experto conocedor de la época de la obra liuliana. El presbítero Juan Bonbalij era catalán de origen y de segundo apellido, natural de Queralt, hoy provincia de Tarragona. Cumple puntualmente el encargo que se le hace y publica la traducción al valenciano de Blanquerna, en Valencia, en 1552. Y en su prólogo, dirigido al canónigo de la catedral de Mallorca que le encomendó la misión, le escribe estas esclarecedoras palabras: «… el cual libro ahora se ha traducido y dado a la prensa en lengua valenciana, según que, conociéndome apasionado de la ciencia liuliana, me rogó tomara yo de esto el encargo aunque no sea docto ni muy limado en dicho idioma por serme peregrino y extranjero». Difícilmente se puede dar un mentís mayor a esa mentira histórica de la denominada «unidad de la lengua» que pretende que las de Valencia y Baleares son un mero dialecto del catalán. Bonbalij si algo sabía era ciertamente lo contrario, que eran lenguas diferentes que el catalán y que, por ello, exigían traducción, tanto que denomina al valenciano «idioma… peregrino y extranjero».

De hecho, a esta «lengua romance» la llaman valenciana —nunca catalana— los escritores que la utilizan, ya sea Antonio Canals, Jaume Roig, Roic de Corella, Ausias March, Vicente Ferrer o, sor Isabel de Villena. Joanot Martorell y los literatos valencianos incluso adoptan el término: «La vulgar valenciana lingua». Esta realidad ha sido reconocida vez tras vez por aquellos especialistas atraídos, no por los motivos más nobles, hacia el campo de la mentira nacionalista. Si Azorín podía afirmar que: «El valenciano tiene su medida y su sabor. La concisión del valenciano se ve cuando se compara, texto con texto, con otro idioma», el padre Fullana, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, afirmaría acertadamente: «La existencia independiente del valenciano como lengua, que no es como dicen algunos una variante del catalán». Por cierto, resulta oportuno recordar que, en 1925, el citado erudito señaló cortésmente que las siguientes lenguas romançs conocidas hoy por lengua italiana, francesa, portuguesa, gallega, castellana, valenciana, catalana, provençal y mallorquina tuvieron su origen en la lengua romana vulgar, traída por los ejércitos del imperio a casi todas las partes occidentales de Europa, sobre todo a Francia, España y África, cuando fueron conquistadas. Fue también el padre Lluís Fullana i Mira el que recorrió todo el reino de Valencia para recoger en su Diccionario de la Lengua Valenciana toda la amplitud y riqueza de ese idioma.

Extraordinario personaje este clérigo valenciano. En el colegio La Concepción, de Onteniente, enseñó francés, principalmente, y en la Universidad de Valencia, valenciano. Valenciano, sí, no catalán. Fullana dominaba el latín, el francés, el italiano, el inglés, el griego… En octubre de 1940, con motivo de la visita a España del gran visir del Protectorado español en Marruecos, Fullana actuó de intérprete requerido por el Ministerio de Asuntos Exteriores, porque dominaba ni más ni menos que los dialectos rifeños. Pero su gran amor era su lengua valenciana —que no catalana—, y así, cuando en la Universidad de Valencia, el día 27 de enero de 1918, se creó una cátedra de Llengua Valenciana por iniciativa del Centre de Cultura Valenciana, fue ocupada por el padre Lluís Fullana. Fue de esa manera como nació el Patronat de Llengües del mencionado centro docente y como, a propuesta del mismo, el padre Fullana se convirtió en el primer profesor de Llengua Valenciana en la Universidad Literaria de Valencia. Y es que la clara diferencia entre un idioma y otro la dejó de manifiesto un catalán tan poco sospechoso como Pi i Margall cuando afirmó: «Subsiste en España no sólo la diversidad de leyes sino también de idiomas. Se habla todavía en gallego, en bable, en vasco, en catalán, en mallorquín y en valenciano».

También debe decirse que el poder de los nacionalistas catalanes estaba aún lejano y precisamente por ello la mentira histórica no era enarbolada por nadie. Por ejemplo, en virtud de un Real Decreto del 26 de noviembre de 1926 se daba entrada en la Real Academia Española de la Lengua a los representantes de las diferentes lenguas peninsulares. Como era de esperar, la valenciana era considerada autóctona y diferente de la catalana. El artículo 1° del referido decreto dice así:

«La Real Academia Española se compondrá de cuarenta y dos Académicos numerarios, ocho de los cuales deberán haberse distinguido notablemente en el conocimiento o cultivo de las lenguas españolas distintas de la castellana, distribuyéndose de este modo: dos para el idioma catalán, uno para el valenciano, uno para el mallorquín, dos para el gallego y dos para el vascuence».

Difícilmente podía haberse expresado con más claridad, si bien es cierto que por aquel entonces ningún gobierno en España estaba dispuesto a escuchar los dislates de los nacionalistas catalanes. Quizá por ello, los que representaban a la lengua valenciana tenían una altura extraordinaria: «Para ocupar el sitial correspondiente al idioma valenciano en la Real Academia de la Lengua Española se propuso el ilustre filólogo R P. Lluís Fullana i Mira por tres académicos de grandísimo prestigio, D. Josep Martínez Ruiz (Azorín), el poeta arabista D. Julia Ribera, y el también ilustre D. Francisco Rodríguez Marín. Esta propuesta fue muy bien acogida en el seno de la Academia al reconocer un gran merecimiento en los estudios filológicos del susodicho Padre franciscano». (Las Provincias, no. 18 957, 12-12-1926).

De manera bien significativa, en la toma de posesión, que tuvo lugar el día 11 de noviembre de 1928, el padre Fullana pronunció un discurso sobre «Evolución del verbo en llengu valenciana», y sus diferencias en relación con el castellano y el catalán, precedido de unas apropiadas palabras sobre el origen del valenciano y de las otras lenguas románicas, afirmando, como ya indicamos antes, entre otras cosas:

«… la existencia independiente del valenciano como lengua; que no es, como dicen algunos, una variante del catalán…».

Tenía toda la razón Miguel de Cervantes, el mayor genio de la literatura española, cuando señaló en Persiles y Segismunda que «la valenciana, graciosa lengua, con quien sólo la portuguesa puede competir en ser dulce y agradable». A su testimonio, artísticamente insuperable, sumemos el erudito de Menéndez Pidal, posiblemente el mayor conocedor de la Historia española, quien señaló: «Es la lengua valenciana la primera lengua romance literaria de Europa, de cuyos clásicos no sólo aprendieron catalanes sino incluso castellanos». Y es que, afirmar lo contrario, pese a quien le pese, no pasa de ser una gigantesca —e interesada— mentira histórica.

Bibliografía

A pesar de los esfuerzos —y de los dineros del contribuyente— empleados por el nacionalismo catalán para imponer la tesis de que el valenciano es la misma lengua que el catalán, ésta es insostenible desde distintas perspectivas. Para dejar de manifiesto lo insostenible de un repoblamiento catalán del reino de Valencia siguen siendo indispensables las referencias contenidas en Archivo del Reino de Valencia: llibre del Repartiment.

Estudios filológicos indispensables son los de Leopoldo Peñarroja, El mozárabe de Valencia, 1990 —que demuestra que existía una lengua romance en Valencia antes de la llegada de Jaime I— o Manuel Mourelle de Lema, La identidad etnolingüística de Valencia desde la antigüedad hasta el siglo XIV, 1996, una obra verdaderamente indispensable que desmonta el imperialismo lingüístico catalán.

De referencia obligada también son las obras del P. Fullana, resultando notable su discurso de ingreso en la Real Academia del 11 de noviembre de 1928.