DURANTE el verano de 2000 Arafat había llevado a un punto muerto las conversaciones de paz en Oriente Medio e inmediatamente dio orden de que se procediera a trasladar armas a Gaza y Cisjordania para dar inicio a una revuelta armada que obligara a Israel a realizar más concesiones. El pretexto para el desencadenamiento de la violencia por parte de la Autoridad palestina fue la visita de Ariel Sharon a la explanada del Templo el 28 de septiembre de 2000 (véase capítulo anterior). El 30, entre los lugares donde se produjeron incidentes violentos se hallaba una encrucijada cerca de la población de Netzarim en Gaza, donde vivían sesenta familias israelíes. Tres días antes, una bomba puesta en una acera había matado a un soldado israelí.

En aquella época la encrucijada era un simple cruce de dos carreteras, en una de cuyas esquinas había un taller abandonado, dos edificios de oficinas de seis pisos conocidos como las «torres gemelas» y otro más de dos plantas. En este último había establecida una patrulla del ejército israelí con la misión de garantizar la seguridad de los israelíes hasta sus domicilios.

En diagonal con la intersección se encontraba un edificio pequeño y un paseo lateral bordeado por una pared de cemento. Fue precisamente aquí donde Mohammed al-Dura y su padre fueron objeto de los disparos fatales. Las otras dos esquinas de la encrucijada no tenían edificios y en una de ellas había un vertedero que recibía el nombre popular de la Pita, por su forma parecida a este tipo de pan. Durante buena parte del día, la Pita estuvo ocupada por policías palestinos de uniforme que llevaban rifles automáticos.

Al inicio de la mañana del viernes, 30 de septiembre, una multitud de palestinos se reunió en la encrucijada de Netzarim acompañados por un número notable de reporteros de Reuters, AP France 2 y otras agencias. El hecho de que estuvieran allí casi todo el día y de que no dejaran de filmar se tradujeron en la existencia de no escaso material gráfico. Las tomas no tienen, desde luego, desperdicio. Junto a jóvenes palestinos que bromean, se ríen y aparentan estar divirtiéndose en aquel escenario, abundan las escenas de manifestantes que gritan y arrojan piedras y cócteles Molotov. Se percibe además que algunos de los civiles palestinos portan pistolas y rifles y que los usan, una acción que también llevan a cabo los policías palestinos de la zona denominada la Pita. Sin duda, este tipo de acciones fueron las que provocaron que algunos soldados israelíes dispararan también, dado que sus órdenes eran utilizar las armas de fuego sólo en caso de ser objeto de ataque.

El examen del metraje filmado permite llegar a la conclusión de que algunas de las escenas son montajes llevados a cabo por los palestinos con propósitos propagandísticos. Por ejemplo, en una de las películas se contempla a un palestino que parece haber sido herido en una pierna. Dos segundos después, de manera sorprendentemente eficaz, llega una ambulancia y recoge al herido… que, en la toma llevada a cabo por otra televisión, salta tranquilamente del vehículo tan sólo unos minutos más tarde.

La aparición de Mohammed al-Dura y su padre se produce en las tomas en torno a las tres de la tarde. El dato, que se desprende de las sombras, aparece confirmado por comentarios posteriores del padre y de algunos de los presentes. Como ya hemos indicado, el número de periodistas en la zona no era escaso, pero Mohammed al-Dura y su padre sólo aparecen en las tomas de un cámara de France 2, el palestino Talal Abu Rahma. Los Al-Dura están agazapados tras un cilindro —que es denominado como barril en algunos informes— y con la espalda contra la pared. Ocultos tras el cilindro, los Al-Dura dan la impresión de protegerse de un fuego que procedería de una perspectiva diagonal, es decir, del lugar donde se hallaban los soldados israelíes.

Aunque algunos relatos insisten en que los dos palestinos fueron objeto de fuego durante cuarenta y cinco minutos, lo cierto es que la escena que ha llegado a nosotros apenas dura unos instantes. Yamal mira en torno suyo, mientras Mohammed se esconde detrás de él. Se oye un tiroteo y aparecen en el muro cuatro impactos de proyectiles justo a la izquierda de la pareja. El padre comienza a gritar y se produce nuevamente el ruido de los disparos. Mohammed es alcanzado y cae sobre su padre con la camisa ensangrentada. Yamal también recibe un impacto y su cabeza se mueve temblorosa. En ese momento concluye la filmación. Si el cámara palestino de France 2 tiene más imágenes sobre lo sucedido, lo cierto es que nunca las ha entregado. Así, se da la circunstancia de que mientras tenemos constancia de otros palestinos que son evacuados —alguno en claro montaje como ya hemos indicado—, no tenemos ninguna de si Mohammed y su padre fueron recogidos y trasladados.

A partir de ese momento, los datos no encajan. Es más, proporcionan una desagradable sensación de irrealidad. El informe de un hospital cercano señala que un muchacho ya muerto fue ingresado el 30 de septiembre con dos heridas de bala en el torso, pero indica como hora de entrada la una del mediodía, es decir, al menos dos horas antes de que se filmara la escena. También contamos con un reportaje del entierro —en el que intervienen millares de palestinos— de un muchacho envuelto en la bandera palestina y con el rostro descubierto. Se parece mucho a Mohammed al-Dura, y quizá lo sea, pero las sombras indican que son las doce del mediodía. Es decir, el entierro habría tenido lugar una hora antes del supuesto ingreso en el hospital y al menos tres horas antes de la muerte. Se mire como se mire, no parece verosímil.

Sin embargo, la inverosimilitud ya había cobrado carta de naturaleza. Mientras el New York Times publicaba la declaración de Yamal en el sentido de que su hijo había sido asesinado por soldados israelíes, el cámara palestino de France 2, Talal Abu Rahma afirmaba lo mismo en Weekend All Things Considered de la NPR. Sin embargo, una vez más, las versiones presentaban incongruencias. Mientras Rahma insistía en que los disparos venían de «enfrente de ellos» y afirmaba que «cualquiera que estuviera disparando, tenía que verlos», el padre indicaba que los disparos habían venido de detrás y, cuando se le señaló que en esa situación no se hallaba ningún israelí, respondió molesto que no cabía duda de quién había matado a su hijo.

El martes, 3 de octubre, el ejército israelí decidió zanjar la cuestión, que estaba causando un enorme daño a su imagen en el plano internacional. El general Yom-Tov Samia indicó que el muchacho había muerto en el fuego cruzado mantenido entre palestinos e israelíes, y que estos últimos podían haber sido los autores del disparo aunque, en tal caso, la muerte no había sido buscada sino accidental. En una línea semejante se manifestó Ariel Sharon que, tras calificar los hechos de «tragedia real», señaló que la culpa la tenía el que había instigado a los palestinos a llevar a cabo acciones violentas, es decir, Yasir Arafat. Los palestinos, sin embargo, habían encontrado un mártir que podían enarbolar ante la opinión pública y no fueron pocos los medios que inmediatamente lo colocaron a la altura de los judíos exterminados en el gueto de Varsovia y que acusaron a los israelíes de nazis. No se trataba, desde luego, de disparates inhabituales.

La investigación sobre la muerte de Mohammed al-Dura se iba a reabrir de manera inesperada. En una de las clases que imparte en la academia militar israelí, Gabriel Weimann mostró diversas imágenes que se habían convertido en símbolo de la guerra, y entre ellas se encontraba la del niño palestino. Al concluir, uno de sus alumnos se le acercó para decirle que él había estado en el lugar de los hechos y que no le cabía duda alguna de que los soldados israelíes no eran los causantes de la muerte. La respuesta de Weimann fue que debía probarlo y asignó a una parte de su clase una investigación sobre el tema.

La primera anomalía que percibieron los estudiantes es que, aunque Mohammed y Yamal parecían preocupados por los disparos que venían de enfrente de ellos, el denominado barril estaba intacto. ¿Qué podía significar esta circunstancia? El resultado fue una segunda investigación sobre el tema realizada por el ejército israelí.

De manera bien significativa, no se habían conservado las balas que habían herido al muchacho y a su padre, en su momento no se había practicado autopsia alguna y la familia no estaba dispuesta a permitir su exhumación. A pesar de todo, se podía llevar a cabo una reconstrucción de los hechos que reprodujera el muro de cemento, el barril y las posiciones que ocupaban los soldados israelíes. Dos maniquíes colocados en la posición adecuada sustituían a los palestinos. Los estudios se refirieron al ángulo de tiro, el barril, los impactos y el polvo.

Los resultados de la investigación fueron tajantes. Los soldados israelíes no podían haber llevado a cabo los disparos que se veían en la película filmada por el cámara palestino de France 2. De entrada, la línea visual entre los soldados israelíes y la pareja estaba cegada por el cemento. No eran visibles y difícilmente hubieran podido ser un objetivo. En segundo lugar, el barril proporcionaba una cobertura que no podía ser traspasada. Contaba con un espesor de dos pulgadas y las pruebas de balística dejaron de manifiesto que las balas de M-16 utilizadas por el ejército israelí como mucho lograban penetrar de dos quintas a cuatro quintas partes de pulgada. No más. De hecho, las fotografías tomadas tras el tiroteo indican que el barril no recibió ningún impacto de bala.

Los impactos de bala no fueron menos reveladores al indicar el ángulo de tiro. En la película aparecían en la pared de cemento, justo antes de la ráfaga fatal. Pues bien, su forma redondeada y pequeña indicaba que el disparo tenía que haber sido de frente. De haberse tratado de impactos causados por proyectiles israelíes, su forma hubiera sido alargada dado el ángulo de tiro. La persona que había disparado sobre Mohammed y su padre tenía que estar situada en algún lugar a la espalda del cámara palestino de France 2, precisamente en la zona de la Pita ocupada por los policías palestinos.

Al llegar a ese punto, la investigación —que había determinado irrefutablemente que no habían sido soldados israelíes los que habían disparado contra los Al-Dura— se acercaba a un terreno político en el que el ejército decidió no entrar. Su misión era determinar si los soldados israelíes podían haber causado la muerte aunque fuera de manera accidental —lo que resultaba obvio a esas alturas—, pero no averiguar quiénes habían sido los responsables.

Las hipótesis sobre lo sucedido aquel día son diversas y las preguntas se acumulan. ¿Se trató todo de un montaje como el del palestino supuestamente herido que saltaba de la ambulancia sano y salvo? De ser así, ¿los disparos fueron reales o ficticios? En caso de que fueran ficticios —lo que encajaría, por ejemplo, con los datos relativos al entierro—, ¿son ciertos los testimonios que apuntan a que Mohammed al-Dura sigue vivo, ya que después del disparo que, supuestamente, le causó la muerte, se mueve llevándose una mano a los ojos? En caso de que hubieran sido reales, ¿se trató de un acto, como tantos otros, llevado a cabo por los palestinos con fines propagandísticos y con la expresa intención de engañar a los medios de comunicación occidentales? De ser así, ¿aceptaron los palestinos asesinar a Mohammed al-Dura con la misma falta de escrúpulos con la que educan a los niños para cometer atentados suicidas o combatir contra los israelíes?

En una obra reciente, el escritor francés Gérard Huber ha dejado de manifiesto que todo fue un montaje, e incluso cuestiona que Mohammed al-Dura muriera. Desde luego, es innegable que existen muchas preguntas sin respuesta. Quizá podrán ser resueltas en el futuro, o quizá no. En cualquier caso, lo que resulta innegable es que la afirmación de que Mohammed al-Dura fue muerto por soldados israelíes es una sórdida e interesada mentira histórica.

Bibliografía

El libro de Gérard Huber Contre expertise d’une mise en scene resulta absolutamente indispensable para analizar el episodio de Mohammed al-Dura. Entre otras cosas, Huber ha señalado: «Es increíble la cantidad de gente que estaba filmando la batalla de Netzarim el 30 de septiembre de 2000. No se trataba únicamente de profesionales —algunos de los cuales no estaban a menos de diez metros del incidente de Al-Dura— sino también de los aficionados… los vídeos improvisados aparecen llenos de incongruencias. Se ve a niños sonriendo mientras las ambulancias van y vienen. Un “herido” palestino se desploma y dos segundos después una ambulancia se lo lleva al hospital. Da la sensación de que el conductor había sido citado, de que sabia con antelación dónde se iba a desmayar el palestino, o de que esperaba en la esquina fuera del enfoque preparado para aparecer en escena a una señal». Desde luego, no deja de ser significativo que en uno de los vídeos se pueda escuchar a un palestino que grita: «¡Se ha equivocado! ¡Tenemos que repetirlo todo otra vez!».

El tema ha sido tratado más brevemente, pero de manera no menos sólida, en el reportaje Décryptag., donde se analizan también otros ejemplos de manipulación mediática en contra del Estado de Israel y los mecanismos psicológicos de la izquierda para sumarse a ellos. Aunque el documental incide especialmente en el caso de Francia, sus conclusiones son aplicables a España y otras naciones.