Poco después del amanecer, presencié un fenómeno de lo más asombroso: percibí junto a mí la sugerencia del contorno de una figura borrosa; lentamente fue tomando forma; ¡rojas se estaba materializando! Los efectos del compuesto invisibilizador estaban desapareciendo, y Rojas aparecía simultáneamente. Allí estaba, «enfada», contemplando el paisaje de Marte, con la sombra de una sonrisa de felicidad en los labios; en cierta forma, me recordó un gato que acabara de tragarse un canario.
—¡Kaor! —dije, que es el equivalente marciano a «buenos días», «hola». «¿Cómo te va?»… en otras palabras, es un saludo barsoomiano. Rojas miró en mi dirección pero, por supuesto, no pudo verme.
—Kaor —contestó, sonriendo—. Debes estar muy cansado, John Carter. No has dormido en toda la noche.
—Dormiré en cuanto Llana de Gathol se despierte; puede manejar los controles tan bien como yo.
—Nunca había salido antes de los bosques de Invak. Que mundo tan gris y solitario es éste.
—Te agradarán las dos ciudades gemelas de Helium —le dije—. Espero que te guste vivir allí, Rojas.
—Estoy segura de que me gustará. Estoy ansiosa de estar en Helium contigo, John Carter.
Traté de imaginarme qué quería decir con aquello. La chica era un enigma; desistí de intentar comprenderla y, cuando Llana de Gathol me habló poco después, y supe que estaba despierta, le pedí que tomara los mandos.
—Daremos vuelta alrededor de Helium —dije— fuera de sus límites, hasta que seamos visibles. – Luego me acosté y caí dormido.
Transcurrió parte de aquella noche antes de que todos recuperáramos la visibilidad, y a la mañana siguiente me aproximé a Helium. Una patrulla ascendió para interceptarnos y, reconociendo mi nave, se colocó a nuestro lado. El oficial que la mandaba y, de hecho, toda la tripulación, se llenaron de alegría al vernos a Llana de Gathol y a mí, sanos y salvos. La patrullera nos escoltó hasta el hangar situado sobre el tejado de mi palacio, donde recibimos una tremenda bienvenida, puesto que ambos habíamos sido dados por muertos mucho tiempo atrás.
Ptor Fak, Llana y Rojas estaban detrás de mí cuando tomé en mis brazos a Dejah Thoris: entonces me volví y se la presenté a Rojas y a Ptor Fak.
—Si no hubiera sido por Rojas —le conté a Dejah Thoris— ninguno de nosotros estaría ahora aquí —y luego le relaté muy brevemente nuestra captura y prisión en Invak.
Observé atentamente a Rojas cuando Dejah Thoris cogió sus dos manos y la besó en la frente; y entonces, para sorpresa mía, Rojas la estrechó entre sus brazos y la besó en la boca; aquella chica era absolutamente desconcertante.
Me entrevisté con Tardos Mors y efectué todas las disposiciones necesarias para enviar una flota a Gathol; luego volví a mi palacio a decirle adiós a Dejah Thoris; y, mientras atravesaba el jardín, vi a Rojas sentada allí sola.
—Ven aquí un momento, John Carter —dijo ella—. Tengo algo que decirte.
Aquí está, pensé; bien, tenía que llegar más tarde o más temprano, y sería mejor aguantarlo ya de una vez.
—Me engañaste, John Carter —dijo ella.
—Sí, lo hice —contesté.
—Me alegra que lo hicieras, porque yo te engañé a ti también. Te admiro, John Carter; te admiro muchísimo; pero nunca te he amado. Sabía que habías llegado a Invak en una nave; y sabía que, si te ayudaba a escapar, podría persuadirte a que me llevaras contigo. Odio Invak; era muy desgraciada allí; hubiera vendido mi propia alma con tal de escapar, y por eso intenté conquistarte para que me sacaras de allí. Creía haber tenido éxito, y ello me daba muchos remordimientos. No podrás nunca imaginarte lo aliviada que me sentí cuando supe que había fracasado, porque te admiro demasiado para desear tu desgracia.
—Pero entonces, ¿por qué pretendiste estar tan celosa de Llana de Gathol?
—Para hacer que mi amor pareciera más realista.
—Me has quitado un gran peso de la conciencia, Rojas. Espero que te guste esto y que seas muy feliz.
—Me gustará, puesto que ya me gusta Dejah Thoris, y me ha pedido que me quede con ella.
—Ahora estoy seguro de que serás feliz aquí.
El vuelo a Gathol transcurrió sin incidentes. Me había tomado una esfera de invisibilidad poco antes de abandonar Helium, y ya había desaparecido antes de alcanzar Gathol.
Según me aproximaba a la ciudad, pude divisar el ejército de Hin Abtol desplegado en torno a ella; eran muchos más que cuando me escapé en la Dusar y, en la línea de la cual lo había robado, había al menos cien naves más, muchas de ellas grandes naves de guerra, y también algunos transportes.
Varias patrulleras tomaron altura para interceptarme. Yo volaba sin insignias, y no respondí cuando me llamaron. Un par de ellas me alcanzaron y se colocaron junto a mí, y pude oír sus exclamaciones de sorpresa cuando descubrieron que no había nadie en la nave, ni un piloto en los mandos.
Creo que se aterrorizaron un tanto, puesto que nadie intentó abordarme y me dejaron volar sin molestias.
Descendí hacia la línea panaria, y situé mi aparato junto a la última nave de ella. Una de las patrulleras también aterrizó, y pronto fui rodeado por una muchedumbre de oficiales y guerreros, que se aproximaron a mi nave con toda la curiosidad del mundo retratada en sus rostros.
Me dirigí al camarote del comandante en jefe de la flota. Estaba allí, sentado con varios oficiales de alto rango, a los cuales daba instrucciones.
—Tan pronto como Hin Abtol llegue a Pankor —estaba diciendo— embarcaremos varios miles de hombres equipados con equilibrimotores y los dejaremos caer directamente sobre la ciudad. Después, con Gathol como base, nos dirigiremos a Helium con un millón de hombres.
—¿Cuándo llegará Hin Abtol? —preguntó uno de los oficiales.
—Esta noche o mañana por la mañana —contestó el comandante en jefe—. Viene con una gran flota.
Bien, al menos había averiguado algo: y formulé mis planes instantáneamente. Abandoné la nave insignia y retorné a mi nave, que era examinada por un número considerable de oficiales y soldados, aunque desde una prudente distancia.
Me fue difícil encontrar una apertura a través de la cual poder pasar sin tocar a ninguno: pero al fin lo logré, y pronto estuve a los mandos de mi nave.
Cuando se elevó del suelo, aparentemente sin control humano, fue seguida por exclamaciones de temor y asombro.
—Es la Muerte —escuché gritar a un hombre—. ¡La Muerte está a los mandos!
Volé en círculo a baja altura por encima de ellos.
—Sí, la Muerte está a los mandos —los increpé—. La Muerte, que ha venido a llevar a todos los que ataquen Gathol —luego aceleré rápidamente en el aire y orienté hacia Pankor la proa de mi nave.
Me alejé de Gathol sólo lo suficiente para no ser visto por las fuerzas de Hin Abtol; y luego volé en amplio circulo a considerable altura, aguardando la flota de Hin Abtol.
Bastante tiempo después, la divisé a lo lejos. Con ella venía el hombre que, si no era detenido, con seguridad tomaría y saquearía Gathol, dada la enorme cantidad de sus conscriptos.
Distinguí inmediatamente la nave insignia de Hin Abtol y descendí junto a ella. Mi pequeña nave no despertó ninguna alarma, ya que estaba inerme en medio de aquella gran flota; pero, cuando los que iban a bordo de la nave insignia observaron que mi aparato maniobraba sin control humano, su curiosidad no conoció límites, y se apiñaron en la barandilla para verla mejor.
Tracé círculos en torno de la nave, acercándome más y más. Pude divisar a Hin Abtol en el puente con algunos oficiales, y observé que estaban tan intrigados como los guerreros de la cubierta.
Hin Abtol se inclinaba sobre la barandilla para contemplar mejor; yo me acerqué más; la borda de mi nave tocó ligeramente el puente.
Hin Abtol escudriñaba la cubierta y el interior de la pequeña sala de mando.
—No hay nadie a bordo de esta nave —dijo—. Alguien ha descubierto el medio de volar por control remoto.
Yo fijé el timón para mantener mi nave pegada al puente; luego salté a través de la cubierta; cogí a Hin Abtol por su arnés y tiré de él por encima de la barandilla, sobre la cubierta de mi nave. Un instante después, agarrando aún a Hin Abtol, estuve a los mandos; la nave bajó el morro y picó a toda velocidad. Escuché gritos de asombro entremezclados con otros de ira y miedo.
Varias pequeñas naves se lanzaron tras de mí; pero yo sabía que ninguna podía alcanzarme y que no se atreverían a disparar por temor a matar a Hin Abtol.
Hin Abtol estaba tumbado junto a mí, temblando, casi paralizado de terror.
—¿Quién eres? —logró tartamudear finalmente—. ¿Qué vas a hacer conmigo?
Descendimos aún más por encima de Gathol, ahora a salvo de cualquier ataque. A la mañana siguiente temprano, divisé una gran flota llegando del suroeste: la flota de Helium que Tardos Mors enviaba en socorro de Gathol.
Mientras nos aproximamos a ella, los efectos de la esfera de invisibilidad disminuyeron rápidamente, y me materialicé ante los atónitos ojos de Hin Abtol.
—¿Quién eres? ¿Quién eres? —exigió saber.
—Soy el hombre cuya nave robaste en Horz —le contesté—. Y el hombre que te la arrebató ante tus propias narices en Pankor, junto con Llana de Gathol: soy John Carter, Príncipe de Helium. ¿Has oído hablar de mí?
Cerca de la flota, desplegué mis banderas, las banderas de Príncipe de Helium, y un gran clamor surgió de las cubiertas de todas las naves que pudieron distinguirlas.
El resto es ahora historia: cómo la gran flota de Helium destruyó la flota de Hin Abtol, y el ejército de Helium derrotó a las fuerzas que habían sitiado Gathol durante tanto tiempo.
Cuando la breve guerra hubo concluido, liberamos a casi un millón de los hombres congelados de Panar, y yo retorné a Helium y a Dejah Thoris, de la cual espero no volver a separarme nunca más.
Llevé conmigo a Jad-Han y a Pan Dan Chee, a los cuales había encontrado entre los prisioneros de los panarios; y, aunque no asistí al encuentro entre Pan Dan Chee y Llana de Gathol, Dejah Thoris me ha asegurado que los peligros y vicisitudes que él había sufrido por el amor de la bella gatholiana no han sido en vano.