Una vez que Kandus nos dejó, el tiempo se arrastró con lentitud. La tarde transcurrió, y se hizo tan de noche que era seguro que Kandus había fracasado en su misión. Me descorazoné, pensando en el destino que pronto se abatiría sobre Llana de Gathol. Sabía que ella se suicidaría, y me sentía impotente para evitar la tragedia. Y, mientras me hundía así en los abismos de la desesperación, una mano se posó sobre mí. Una mano suave; y una voz dijo:
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No me diste ocasión —dije yo—. Echaste a correr sin darme oportunidad de explicártelo.
—Lo siento —dijo la voz— y siento el daño que le he hecho a Llana de Gathol, y ahora te he condenado a muerte a ti.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Ptantus ha ordenado a Motus que luche contigo y que te mate.
Rodeé a Rojas con mis brazos y la besé. No pude evitarlo de tan feliz que me sentía.
—¡Bien! —exclamé—. Aunque ninguno de nosotros se diera cuenta en su momento, me has hecho un gran favor.
—¿Qué quieres decir?
—Me han dado la oportunidad de enfrentarme a Motus en una lucha limpia; y ahora estoy seguro de que Llana de Gathol está a salvo… al menos en lo que concierne a Motus.
—Motus te matará —insistió Rojas.
—¿Presenciarás el duelo?
—No deseo verte morir —replicó ella, aferrándose fuertemente a mí.
—No tienes por qué preocuparte, no voy a morir; y Motus nunca poseerá ni a Llana de Gathol ni a ninguna otra mujer.
—Puedes decir a sus amigos que empiecen ya a cavar su tumba —intervino Ptor Fak.
—¿Estás seguro? —le dijo Rojas.
—Tenemos a la princesa en nuestro poder —dijo Ptor Fak. La expresión deriva del ajedrez marciano, el jetan, en el cual la captura de la princesa decide el vencedor y termina el juego.
—Espero que tengas razón —le dijo Rojas—. Al menos me has alentado, y no es difícil esperar cualquier cosa de Dotar Sojat.
—¿Sabes cuándo voy a luchar contra Motus? —le pregunté.
—Esta noche —respondió Rojas—. Ante toda la corte, en el salón del trono de Palacio.
—¿Y qué pasará cuándo lo mate?
—Será de temer también —dijo Rojas— porque Ptantus se pondrá furioso. No sólo habrá perdido un guerrero, sino todo el dinero que ha apostado en el duelo. Pero pronto llegará el momento —añadió— y debo irme ya.
Vi cómo abría mi bolsillo y dejaba caer algo dentro de él, y luego se fue.
Por la forma subrepticia en que lo había realizado, sabía que no deseaba que nadie supiese qué había puesto en mi bolsillo, o el que había puesto algo allí; y, por lo tanto, no lo examiné inmediatamente, temiendo que hubiese alguien espiando y que sospechase algo. La constante tensión de sentirse visto y escuchado por ojos y oídos invisibles comenzaba a afectarme; estaba tan nervioso como una gata con siete cachorrillos.
Después de un largo silencio, Ptor Fak dijo:
—¿Qué piensas hacer con ella?
Sabía lo que quería decir, porque la misma cuestión me preocupaba a mí.
—Si logramos escapar de aquí —dije— me la llevaré a Helium y dejaré que Dejah Thoris la convenza de que allí hay muchos hombres más atractivos que yo.
Ya me las había visto con otras mujeres enamoradas, y no sería la primera vez que Dejah Thoris me sacaba de apuros. Porque ella sabía que, sin importar cuántas mujeres me amaran, ella era la única mujer a la que yo amaba.
—Eres un hombre atrevido —dijo Ptor Fak.
—Lo dices porque no conoces a Dejah Thoris —repliqué—. No es que yo sea un hombre atrevido, es que ella es una mujer juiciosa.
Esto me hizo una vez más comenzar a pensar en ella, aunque debo confesar que rara vez está ausente de mis pensamientos. Podía describirla ahora en nuestro palacio de mármol en Helium, rodeada por los brillantes hombres y mujeres que llenan nuestros salones. Podía sentir su mano en la mía mientras bailábamos las majestuosas danzas barsoomianas que ella ama tanto. Podía verla con el pensamiento como si estuviera delante de mí; y podía ver a Thuvia de Ptarth, a Carthoris, a Tara de Helium, a Gaham de Gathol. A ese magnífico grupo de hombres atractivos y mujeres hermosas, unidos por lazos de amor y de matrimonio. ¡Qué recuerdos evocaban!
Una suave mano acarició mi mejilla y una voz, tensa por el nerviosismo, dijo:
—¡Vive! ¡Vive para mí! ¡Volveré a medianoche y debes estar aquí! – Luego se fue.
Por una u otra razón que no puedo explicar, su voz tranquilizó mis nervios. Me dieron confianza en que a medianoche estaría libre. Su presencia me recordó que había dejado caer algo en mi bolsillo y metí la mano en él con aire casual. Mis dedos entraron en contacto con una esfera del tamaño de canicas, y supe que el secreto de la invisibilidad era mío. Me acerqué a Ptor Fak y, una vez más, abrí la cerradura de su grillete con el resto del pedazo de alambre, y luego alcancé una de las esferas que me había dado Rojas. Me incliné muy cerca de su oreja.
—Tómate esto —susurré— y en una hora serás invisible. Vete entonces al extremo del patio y espera allí. Cuando yo vuelva, también seré invisible, y, cuando silbe esto, respóndeme. – Silbé las notas iniciales del himno nacional de Helium, una señal que Dejah Thoris y yo habíamos usado a menudo.
—Entendido —dijo Ptor Fak.
—¿Qué has entendido? —dijo una voz.
¡Maldita sea! Otra vez la dichosa invisibilidad, y todos nuestros planes podían haberse ido al garete ¿Qué había oído aquel tipo? ¿Qué había visto? Temblé interiormente, temiendo la respuesta. Luego sentí unas manos en mi tobillo y vi caer abierto mi grillete.
—Bien —repitió perentoriamente la voz—. ¿Qué es lo que has entendido?
—Simplemente le estaba contando a Ptor Fak cómo voy a matar a Motus —dije yo— y él lo entendió perfectamente.
—¿Así que crees que vas a matar a Motus? —preguntó la voz—. Bien, en unos cuantos minutos te vas a sorprender mucho, y luego morirás. Ven conmigo: el duelo va a tener lugar.
Respiré de alivio. El tipo, evidentemente, no había visto ni oído nada de importancia.
—Luego te veré, Ptor Fak —le dije.
—Adiós, y buena suerte —me contestó él.
Y luego, acompañado por el guerrero, entré en una calle que me conduciría al salón del trono de Ptantus, jeddak de Invak.