Ptantus me miraba tan ferozmente que estuve seguro de que intentaba amedrentarme. Parece que ésta es la manera que tienen los tiranos y los matones de intentar socavar la moral de una víctima antes de destruirla; más yo no me impresioné demasiado, e, impelido por un más bien estúpido deseo de fastidiarlo, dejé de mirarlo. Supongo que lo conseguí, puesto que golpeó la mesa con su puño y se inclinó encima de ella.
—¡Esclavo! —casi me rugió—. ¡Préstame atención!
—Aún no has dicho nada —le recordé—. Cuando digas algo digno de ser atendido, te escucharé. Y no hace falta que me grites.
Se volvió airado hacia un oficial.
—No te atrevas nunca más a traer ante mí a un prisionero hasta haberle enseñado cómo comportarse en presencia de un jeddak.
—Sé como comportarme en presencia de un jeddak —le aseguré—. He estado en presencia de algunos de los más grandes jeddaks de Barsoom, y trato a un jeddak igual que trato a cualquier hombre: como se lo merece. Si es noble de corazón, dispone de mi deferencia; si es un patán, no.
La indirecta era clara, y Ptanus cambió de color.
—Ya está bien de insolencias —dijo—. Sé que eres un individuo molesto, que diste muchos problemas al principio a Pnoxus tras tu captura, y que golpeaste y lesionaste gravemente a uno de mis nobles.
—Ese hombre puede tener un título —repuse—, pero no es un noble. Me propinó una patada cuando era invisible… fue igual que si golpeara a un ciego.
—Eso es verdad —dijo una voz femenina un poco detrás y a un lado mío. Me volví a mirar. Era Rojas.
—¿Viste lo que sucedió, Rojas? —exigió saber Ptantus.
—Sí, Motas me insultó y este hombre, Dotar Sojat, le reprendió por hacerlo. Entonces Motas le dio una patada.
—¿Es esto verdad, Motas? —preguntó Ptantus, volviendo la cabeza y mirando al otro lado detrás de mi. Eché un vistazo en esa dirección y divisé a Motas con la cabeza envuelta en vendajes; su aspecto era lamentable.
—Golpeé al esclavo, lo que se merecía —gruñó—. Es un insolente.
—Estoy de acuerdo contigo en eso —dijo Ptantus—, y morirá cuando le llegue su hora. Pero no lo he convocado aquí para juzgarlo. Yo, el jeddak, tomo mis decisiones sin testimonio ni consejos. Lo mandé llamar porque un oficial afirmó que podía saltar a cincuenta metros de altura; y, si puede hacerlo, valdrá la pena conservarlo algún tiempo como diversión.
No pude dejar de sonreír levemente ante esto, porque había sido mi capacidad para saltar lo que, probablemente, me había salvado la vida a mi llegada a Barsoom, hace ya tantos años, cuando fui capturado por las hordas verdes de Thark, y Tars Tarkas me ordenó saltar para entretener a Lorquas Ptomel, el jed, y ahora iba a concederme al menos un aplazamiento de mi muerte.
—¿Por qué sonríes? —quiso saber Ptantus—. ¿Encuentras algo gracioso en esto? Ahora salta, y rápido.
Miré al techo. Estaba a sólo siete metros del suelo.
—Esto será sólo un bote —dije.
—Bien, bota entonces —dijo Ptantus.
Me di la vuelta y miré detrás de mí. Entre la puerta y yo, a unos diez metros de distancia, hombres y mujeres se aglomeraban apretadamente. Gracias a mi gran agilidad y a la reducida gravedad marciana, salté sobre todos ellos con facilidad. Podía haber huido entonces por la puerta, saltar al techo de la ciudad y escaparme; y lo hubiera hecho de no haber sido porque Llana de Gathol estaba todavía prisionera aquí.
Ante ésta para ellos maravillosa hazaña de agilidad, las exclamaciones de sorpresa llenaron el salón; y cuando volví de otro salto, se insinuaron algunos aplausos.
—¿Qué más sabes hacer? —me interrogó Ptantus.
—Puedo dejar en ridículo a Motus con una espada en la mano, así como con mis puños, si nos enfrentamos bajo las luces donde pueda verlo.
Ptantus rompió a reír.
—Creo que te dejaré que lo hagas cuando me haya cansado de ti —dijo—, pues Motus te matará con toda seguridad. Probablemente, no hay en todo Barsoom un espadachín mejor que el noble Motus.
—Estaré encantado de dejar que lo intente —le repliqué—, y puedo prometerte que aún seré capaz de saltar después de haber matado a Motus. Pero, si de verdad quieres presenciar unos buenos saltos —continué— trae ante mí a la joven que fue capturada conmigo en el bosque, y te enseñaremos algo que valdrá la pena.
Si conseguía solamente atravesar las puertas con Llana, sabía que podríamos escapar, puesto que yo era capaz de distanciarme de cualquiera de ellos, aun teniendo que cargar con ella.
—Lleváoslo y ponedle los grilletes —dijo Ptantus—. Ya he visto y oído demasiado por hoy.
Así que me devolvieron al patio, y me encadenaron a mi árbol.
—Bien —dijo Ptor Fak, cuando creyó que los guardianes se habían marchado—. ¿Cómo te las arreglaste?
Le conté todo lo que había acaecido en presencia del jeddak, y él dijo que confiaba en que tuviera la oportunidad de enfrentarme a Motus, ya que Ptor Fak conocía mi reputación como espadachín.
Después de anochecido, una voz hizo su aparición y se sentó junto a mí. Era Kandus.
—Estuvo bien que saltaras hoy para Ptantus —me dijo—. El viejo diablo creía que Pnoxus le había mentido, y una vez que se hubiera demostrado que no podías saltar, Ptantus pensaba acabar contigo de la muy poco agradable forma que reserva a aquellos que despierten su ira o su rencor.
—Espero poder divertirlo bastante tiempo.
—El final será el mismo, más tarde o más temprano —dijo Kandus—. Pero si hay algo que pueda hacer para suavizar tu cautiverio, me alegrará hacerlo.
—Me aliviaría saber qué ha sido de la chica que fue capturada al mismo tiempo que yo.
—Está confinada en los alojamientos de las esclavas. Están a ese lado de la ciudad, más allá del palacio —me indicó la dirección con la cabeza.
—¿Qué crees que le va a pasar? —le pregunté.
—Ptantus y Pnoxus están peleándose por ella —me respondió—. Siempre están peleándose por algo; se odian el uno al otro. Y cómo Pnoxus la quiere, Ptantus no quiere que la consiga; y así al menos por el momento, ella está a salvo. Tengo que irme ya —añadió un momento después, y noté que se había levantado por la dirección de su voz—. Si hay algo que puedo hacer por ti, no dejes de pedírmelo.
—Si pudieras traerme un trozo de alambre, te lo agradecería.
—¿Para qué quieres el alambre? —me preguntó.
—Sólo para matar el tiempo; lo doblo en distintas formas para hacer figurillas y entretenerme. No estoy acostumbrado a estar encadenado a un árbol, y el tiempo se me hace muy largo.
—Es verdad; me alegraré de traerte un trozo de alambre; volveré en un momento; adiós hasta entonces.
—Eres afortunado en tener un amigo —dijo Ptor Fak—. Llevo aquí ya varios meses y no he hecho ninguno.
—Creo que son mis saltos —opiné—. Me han sido útiles con anterioridad y de muchas formas.
No pasó mucho tiempo antes de que Kandus retornara con el alambre. Le di las gracias y partió inmediatamente.
Era ya de noche, y ambas lunas aparecían en el cielo. Su suave luz iluminaba el patio, mientras el raudo vuelo de Thuria a través de la bóveda celeste arrastraba las sombras de los árboles, agitándolas en constantes cambios sobre la gama escarlata, convertida en purpúrea por la luz lunar.
La cadena de Ptor Fak y la mía eran lo bastante largas para permitir sentarnos el uno junto al otro, y noté que mi petición de un pedazo de alambre había despertado su curiosidad por la forma en que lo observaba en mi mano. Al fin, no pudo contenerse más.
—¿Qué vas a hacer con ese alambre? —preguntó.
—Te sorprendería saber… —dije, y me detuve al sentir una presencia cercana a mí—… la cantidad de cosas ingeniosas que se pueden hacer con un pedazo de alambre.