Poco después de que Tan Hadron abandonara mi camarote, Fo-Nar entró para informarme de que todos los reclutas, salvo uno, se habían presentado, y que los tenía poniendo la nave en condiciones. Parecía preocupado por algo, y le pregunté lo qué era.
—Es por ese guerrero que no se ha presentado —me contestó—. El hombre que lo persuadió de que se nos uniera está preocupado también. Asegura que lo conocía desde hace poco tiempo, pero que en cuanto llegó a la Dusar se encontró con un par de hombres que lo conocían bien; y ellos dicen que es un ulsio.
—Bien, no podemos hacer nada ahora —dije—. Si ese hombre habla y levanta sospechas, podemos tener que despegar aprisa. ¿Has asignado un puesto a cada hombre?
—Tan Hadron lo está haciendo ahora. Creo que hemos encontrado un oficial espléndido en él.
—Estoy seguro de ello —convine—. Asegúrate de que cuatro hombres estén preparados para cortar las amarras instantáneamente, por si es preciso llevar a cabo una fuga rápida.
Cuando están en tierra, las naves marcianas más grandes son amarradas a cuatro ganchos enterrados, uno a cada lado de proa y uno a cada lado de popa. A menos que la nave vaya a retornar al mismo anclaje, estos ganchos son desenterrados y llevados a bordo antes de que despegue. En el caso de una partida forzosa, tal como anticipaba que podía ser la nuestra, las amarras atadas a éstos suelen ser cortadas.
Fo-Nar había salido de mi camarote, y cinco minutos después volvió apresuradamente.
—Supongo que tendremos que hacerlo, mi señor —dijo—. ¡El odwar Phor San está subiendo a bordo! El recluta desaparecido está con él; debe haberle contado todo lo que sabía.
—Cuando el odwar suba a bordo, bájalo a mi camarote; y luego ordena a los hombres que ocupen sus puestos; cuida de que los cuatro hombres destacados para el desamarre esperen con hachas junto a las maromas; pide a Tan Hadron que encienda el motor y esté listo para despegar; sitúa un hombre ante la puerta de mi camarote para pasar la orden de despegar cuando yo dé la señal, que será con dos palmadas.
Fo-Nar retornó a los dos minutos.
—No bajará —me informó—. Está vociferando como un thoat enloquecido, exigiendo que le suban a cubierta al hombre que dio la orden de reclutar una tripulación para la Dusar.
—¿Está Tan Hadron a los mandos, listo para encender el motor? —le pregunté.
—Si.
—Entonces, que los encienda en cuanto yo suba a cubierta, y al mismo tiempo sitúa a tus hombres en las amarras; infórmales de cuál será la señal.
Esperé un par de minutos una vez que Fo-Nar hubo partido; luego subí a cubierta. Phor San esta caminando arriba y abajo, evidentemente invadido por una terrible cólera; también un poco bebido. Caminé hacia él y lo saludé.
—¿Me mandaste llamar, mi señor? —le pregunté.
—¿Quién eres? —exigió saber.
—El dwar al mando de la Dusar, mi señor —repliqué.
—¿Quién lo dice? —gritó—. ¿Quién te destinó a esta nave? ¿Quién te destinó a alguna nave?
—Tú, mi señor.
—¿Yo? —aulló—. Nunca antes te he visto. Estás bajo arresto. ¡Arrestadlo! – Se volvió hacía un guerrero que estaba junto a él (mi guerrero desaparecido, sospeché) y comenzó a hablarle.
—Espera un minuto —le dije yo—, mira esto; es una orden escrita con tu propia firma asignándome el mando de la Dusar.
Sostuve la orden donde pudiera leerla a la brillante luz de las dos lunas de Marte.
Pareció sorprendido y un poco avergonzado durante un momento, luego explotó:
—¡Esto es una falsificación! Y de cualquier modo, no te he dado autoridad para reclutar guerreros para la nave.
—¿De qué vale una nave de combate sin guerreros? —quise saber.
—Una nave que no puede volar no necesita guerreros, idiota —entonces comenzó a recordar—. Pensaste ser muy listo al hacerme firmar esa orden; pero yo fui un poco más listo… sabía que la Dusar no podía volar.
—Bien ¿entonces por qué todo este jaleo, mi señor? —le pregunté.
—Porque estás tramando algo. No sé qué es, pero voy a descubrirlo… ¡Trayendo hombres a bordo en secreto por la noche! Revoco esa orden, y te coloco bajo arresto.
Yo había esperado sacarlo de la nave pacíficamente, puesto que quería asegurarme del paradero de Llana antes de despegar. Un hombre me había contado que había oído que ella iba en una nave con rumbo a Pan-Kor, pero no era muy preciso. También deseaba saber si Hin Abtol estaba en ella.
—Muy bien, Phor San —le dije—, ahora déjame decirte algo. Estoy al mando de esta nave, y tengo la intención de seguir al mando de ella. Te doy, a ti y a esta rata, tres segundos para saltar por la borda, por que la Dusar despegará dentro de tres segundos. – Y entonces di dos palmadas.
Phor San rió sarcásticamente.
—Te dije que no vuela. ¡Ahora, vamos! Si no vienes por las buenas, te arrastraremos —señaló por la borda.
Miré… y vi un numeroso destacamento de guerreros marchando hacia la Dusar; al mismo tiempo, la Dusar se separó del suelo. Phor San se plantó frente a mí, divertido.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —preguntó imperativamente.
—Llevarte a dar un pequeño paseo, Phor San —repliqué yo, señalando a mi vez la borda.
Él echó una mirada, y luego corrió hacia la barandilla. Sus guerreros lo miraban con fútil desconcierto.
—¡Ordena a la Okar que persiga y tome esta nave! —gritó Phor San al padwar que los mandaba. La Okar era su nave insignia.
—Quizás te gustaría bajar a mi camarote y echar un traguito —le sugerí, pues el licor del comandante anterior aún estaba allí—. Tú, vete con él —ordené al soldado que nos había traicionado—. Encontraréis licor en uno de los armarios.
Luego fui al puente. Por el camino, envié a un guerrero a convocar a Fo-Nar. Indiqué a Tan Hadron que volara en círculos sobre la línea de naves; y, cuando Fo-Nar se presentó, le di sus órdenes y volvió a bajar.
—No podemos dejarlos tomar aire —le dije a Tan Hadron—. Esta no es una nave rápida, y no tendremos ninguna posibilidad si varias de ellas nos alcanzan.
Siguiendo mis órdenes, Tan Hadron voló a baja altura hacia la primera nave de la línea; era la Okar e iba a despegar. Señalé hacia abajo a Fo-Nar, y un instante después se produjo una terrorífica explosión a bordo de la nave. ¡Nuestra primera bomba había hecho diana!
Avanzamos lentamente sobre la línea, dejando caer nuestras bombas; pero, antes de que hubiésemos alcanzado la mitad de ésta, comenzaron a despegar varias naves del otro extremo, y a estallar alrededor de nosotros los proyectiles de las baterías de tierra.
—Es el momento de marcharse de aquí —le dije a Tan Hadron. Aumentó la velocidad, y la Dusar ascendió rápidamente en zigzag.
Nuestros propios cañones estaban respondiendo a las baterías de tierra, y evidentemente con mucha eficacia, ya que no fuimos alcanzados una sola vez. Me pareció que, hasta el momento, habíamos salido del asunto con mucha fortuna. No habíamos inutilizado tantas naves como yo creía que podíamos, y ya había varias en el aire que sin duda nos perseguirían; pude ver una de ellas ya en nuestra cola, pero estaba fuera de tiro y, aparentemente, no nos ganaba en velocidad, si es que nos podía ganar en algo.
Indiqué a Tan Hadron que pusiera rumbo al Norte y mandé llamar a Fo-Nar a quien le dije que convocara a todos los hombres en cubierta; quería tener la oportunidad de examinar a mi tripulación y de explicarles lo que entrañaba nuestra expedición. Ahora había tiempo para ello, mientras ninguna nave estaba a tiro, cosa que podía cambiar en breve tiempo.
Los hombres se fueron reuniendo desde abajo y desde sus puestos en cubierta. Eran, en su mayor parte, un grupo de hombres rudos, veteranos, diría yo, de muchas campañas. Mientras los examinaba, pude ver que me estaban evaluando; probablemente estaban pensando más sobre mí de lo que yo pensaba sobre ellos, porque estaba bastante seguro de lo que harían si pensaban que podían dominarme… Me «caería» por la borda, y ellos se adueñarían de la nave; luego pelearían entre ellos para decidir qué harían con la nave y a dónde la dirigirían; al final, sobrevivirían medía docena de los más duros, irían a la ciudad más cercana, venderían la Dusar y celebrarían una salvaje orgía… si no se estrellaban antes.
Le pregunté a cada uno su nombre y su experiencia; de los veintitrés, once eran panthans y doce asesinos; habían luchado por todo el mundo. Siete de los panthans eran de Helium o habían servido en su armada. Sabía que estos hombres estarían acostumbrados a la disciplina. Los asesinos eran de varias ciudades repartidas por todo Barsoom. No necesitaba preguntarles para asegurarme de que todos habían incurrido en la ira de su hermandad, viéndose forzados a huir para escapar ellos mismos al asesinato; formaban una dura cuadrilla.
—Estamos volando hacia Pankor —les informé— en busca de la hija del jed de Gathol, que ha sido secuestrada por Hin Abtol. Puede que tengamos que luchar duramente antes de encontrarla; si tenemos éxito y sobrevivimos, volaremos a Helium; allí os cederé la nave y podréis hacer con ella lo que queráis.
—No voy a ir a Pankor —aseguró uno de los asesinos—. He vivido allí veinticinco años, y no pienso volver.
Esto suponía una insubordinación cercana al motín. En una armada disciplinada, hubiera sido algo muy simple de solucionar; pero aquí, donde no había una autoridad más alta que la mía, tenía que tomar un curso de acción muy diferente al de un comandante con un poderoso gobierno respaldándole. Me dirigí al hombre y le golpeé cómo había golpeado a Kor-An; y, como Kor-An, cayó al suelo.
—Volarás a donde yo quiera llevarte —le dije—, no habrá insubordinación alguna en esta nave.
Se puso en pie de un salto y extrajo su espada; no había nada que yo pudiera hacer salvo desenvainar también.
—Comprenderás que el castigo por esto es la muerte… a menos que enfundes tu espada inmediatamente.
—¡La enfundaré en tus tripas, calot! —gritó, tirándome una estocada terrorífica que paré con facilidad, atravesándole acto seguido el hombro derecho.
Sabía que tendría que matarlo, porque sobre la disciplina de la nave se apoyaba, quizás, el destino de Llana de Gathol, y podían depender de este desafío mi supremacía y autoridad; pero primero debería ofrecer una exhibición de esgrima que asegurara definitivamente a los otros miembros de la tripulación que la estocada mortal no supondría un accidente, como podían haber pensado si lo mataba de inmediato.
Así que jugué con él como un gato con un ratón, hasta que los otros miembros de la tripulación, que al principio habían permanecido silenciosos y ceñudos, comenzaron a ridiculizarle.
—Creí que ibas a envainar tu espada en sus tripas —se mofó uno.
—¿Por qué no lo matas, Gan-Ho? —exigió otro—. Creí que eras un gran espadachín.
—Voy a decirte una cosa —dijo un tercero—: No vas a volar ni a Ankor ni a ninguna otra parte. ¡Adiós, Gan-Ho! Estás muerto.
Sólo para mostrar a los hombres lo fácilmente que podía hacerlo, desarmé a Gan-Ho, enviando su hoja repiqueteando sobre la cubierta. Se quedó quieto un momento, mirándome como una bestia enloquecida; luego se volvió, corrió por la cubierta y saltó por la barandilla. Me sentí feliz por no tener que matarlo. Me volví hacia los hombres y los reuní delante de mí.
—¿Hay algún otro que no quiera volar a Pankor? —pregunté, y esperé la respuesta.
Varios de ellos sonrieron embarazados; hubo mucho arrastrar de sandalias sobre la cubierta, pero nadie contestó.
—Os he convocado aquí para contaros a dónde volamos y por qué; también para informaros que Fo-Nar es el primer padwar. Tan Hadron es el segundo padwar, y que yo soy vuestro dwar… y que vamos a ser obedecidos. Volved a vuestros puestos.