VI

La cubierta de la Dusar estaba deteriorada por la intemperie y la mugre; todo estaba en desorden, pero ¿qué diferencia había si no podía volar?

—¿Cuántos oficiales y soldados comprenden la tripulación? —pregunté.

El tipo sonrió y se señaló a sí mismo.

—Uno —dijo— o, más bien, dos, ahora que estás tú.

Le pregunté su nombre, y me dijo que era Fo-Nar. En los Estados Unidos hubiera sido un marinero ordinario, pero la palabra «marinero» es hoy tan obsoleta como los océanos con los cuales murió tal palabra de la memoria del hombre. Todos los marineros y soldados son conocidos como thanes, que he traducido siempre por guerrero.

—Bien, Fo-Nar —le dije—, echémosle un vistazo a nuestra nave. ¿Qué es lo que anda mal? ¿Por qué no vuela?

—Es el motor, mi señor —dijo él—. No arranca.

—Revisaré la nave —dije—, y luego veremos si se puede hacer algo por el motor.

Tomé a Fo-Nar conmigo y bajé. Todo estaba mugriento y desordenado.

—¿Cuánto hace que está fuera de servicio? —pregunté.

—Aproximadamente un mes.

—Con toda seguridad que tú solo no has podido organizar todo este revoltijo en un mes —le dije.

—No, mi señor; siempre estuvo así, incluso cuando volaba.

—¿Quién la mandaba? Quienquiera que fuese, debería ser encarcelado por permitir que una nave adquiera esta condición.

—Nunca será encarcelado, señor —dijo Fo-Nar.

—¿Por qué? —le interrogué.

—Porque en nuestro último vuelo se emborrachó y se cayó por la borda —me explicó Fo-Nar con una sonrisa.

Inspeccioné los cañones. Había ocho, cuatro alineados en la pequeña proa y cuatro de popa en cubierta; todos parecían estar en buenas condiciones y bien provistos de munición. Los dispositivos portabombas de la sentina estaban al completo, y había una escotilla delantera y otra trasera para lanzarlos.

Contaba con alojamiento para veinticinco soldados y tres oficiales, una buena cocina y un montón de provisiones. De no haber contemplado al odwar Phor San, no habría entendido porqué todo este material, cañones, munición, provisiones y aparejos, había sido abandonado en una nave permanentemente fuera de servicio. Después de una cuidadosa inspección, me pareció que la nave tendría unos diez años; superficialmente, aparentaba un centenar.

Le permití a Fo-Nar que volviera a cubierta a dormir; si así lo deseaba; y luego entré en la cabina del dwar y me tendí; no había dormido demasiado la noche anterior y estaba cansado. Era ya de día cuando me desperté, y encontré a Fo-Nar en la cocina haciendo el desayuno; le dije que preparase el mío, y cuando ambos hubimos comido fui a echarle una mirada al motor.

Me dolió atravesar la nave y contemplar la condición en que la habían permitido caer su borracho capitán. Amo las naves barsoomianas, y he estado tantos años en la armada de Helium que han adquirido para mi personalidades casi humanas. Las he diseñado; he supervisado su construcción; he desarrollado nuevas ideas en equipo, motores y armamento; y varios instrumentos de vuelo y navegación de uso común, son inventos míos. Si hay algo que yo no sepa sobre una nave marciana moderna, es que nadie lo sabe.

Encontré herramientas, y prácticamente, desmantelé el motor, revisando cada pieza. Mientras lo hacía, tuve a Fo-Nar limpiando la nave. Le indiqué que comenzara por mi camarote, y que se ocupara de la cocina acto seguido. Le llevaría un mes o más a un hombre el poner la Dusar en condiciones aceptables, pero por lo menos habíamos empezado.

Llevaba media hora trabajando en el motor cuando descubrí lo que andaba mal: ¡sólo era la suciedad! Todas las tuberías de alimentación estaban atascadas; y el maravilloso y concentrado combustible marciano no podía alcanzar el motor.

Me horrorizó la evidencia de tal estupidez e ineficacia, aunque no me sorprendió por completo; las naves barsoomianas y los comandantes borrachos no se llevan bien. En la armada de Helium, ningún oficial bebe a bordo ni cuando está de servicio; y ninguno bebe demasiado en ningún momento.

Si algún oficial se emborracha a bordo de su nave, la tripulación cuida de que no se vuelva a emborrachar más; saben que sus vidas están en manos de sus oficiales, y no tienen la intención de confiárselas a un borracho… Simplemente, lo tiran por la borda. Esta costumbre está tan firmemente establecida, o lo estaba antes de que la práctica de que los oficiales beban cesase prácticamente, que nunca se tomaron medidas contra los guerreros que imponían la disciplina por su cuenta, incluso aunque la acción fuese presenciada por otros oficiales. Sospechaba que esta costumbre tradicional había tenido algo que ver con el deplorable accidente que había despojado la Dusar de su anterior comandante.

El día había prácticamente terminado cuando acabé de limpiar concienzudamente cada pieza del motor y lo monté de nuevo; entonces lo puse en marcha, y su dulce zumbido, casi sin ruido y sin vibración, sonó como música a mis oídos. Tenía una nave… ¡una nave que podía volar!

Un hombre podía manejarla pero, por supuesto, no podía luchar solo. Sin embargo, ¿dónde conseguiría hombres? No quería unos hombres cualquiera; quería buenos combatientes a los que les diera igual luchar contra Hin Abtol.

Sopesado este problema, fui a mi camarote para lavarme; éste estaba flamante. Fo-Nar había realizado un buen trabajo; también había dispuesto el correaje y el metal de un dwar, sin duda propiedad del último comandante. Bañado y vestido adecuadamente, me sentí un hombre nuevo cuando subí a la cubierta superior. Fo-Nar se puso firme y me saludó.

—Fo-Nar —dije yo—. ¿Eres panario?

—Debería decir que no —contestó con alguna aspereza—. Soy originario de Jahar, pero ahora no tengo patria. Soy un panthan.

—¿Estuviste allí durante el reinado de Tul Axtor? —le pregunté.

—Si —replicó él—. Es por su culpa que me convertí en un exiliado: intenté matarlo, y fui detenido; escapé apenas con vida. No puedo volver mientras él viva.

—Entonces, puedes volver —le dije—. Tul Axtor está muerto.

—¿Cómo lo sabes, mi señor?

—Conozco al hombre que lo mató.

—¡Maldita sea mi suerte! —exclamó—. Ahora que podría volver es imposible.

—¿Por qué es imposible?

—Por la misma razón, mi señor, por la que tú nunca volverás a tu lugar de origen, a menos que seas panario, cosa que dudo.

—No, no soy panario —le dije—. Pero ¿qué te hace pensar que nunca volveré a mi país?

—Porque nadie que caiga en las manos de Hin Abtol puede escapar nunca, excepto por medio de la muerte.

—Oh, vamos, Fo-Nar —le dije yo—. Esto es ridículo. ¿Qué puede evitar que uno de nosotros deserte?

—Si desertamos aquí —replicó él—. Seremos inmediatamente descubiertos y muertos por los gatholianos; cuando acabe la campaña no aterrizaremos en ningún sitio antes de alcanzar Panar: y de Panar no hay escape. Las naves de Hin Abtol nunca se detienen en alguna ciudad amiga donde uno tenga oportunidad de escaparse, ya que no hay ninguna ciudad que sea amiga de Hin Abtol. Ataca cualquier ciudad que se cree capaz de tomar, la saquea y se lleva todo el botín que puede reunir y todos los prisioneros que sus naves pueden transportar, principalmente hombres; dicen que ya dispone de un millón de hombres, y que planea conquistar Helium en su momento, y luego todo Barsoom. Me hizo prisionero cuando saqueó Raxor en su camino de Panar a Gathol; yo servía en el ejército del jed.

—¿Te gustaría volver a Jahar? —pregunté.

—Claro —contestó—. Mi mujer está allí, si vive aún; he estado ausente veinte años.

—¿No sientes lealtad hacia Hin Abtol?

—Absolutamente ninguna, ¿por qué?

—Creo que puedo contártelo. Tengo el mismo poder que todos los barsoomianos de leer la mente de otro cuando éste se descuida; y un par de veces, Fo-Nar, tu subconsciente ha bajado la guardia y me ha permitido leer tus pensamientos; he aprendido varias cosas acerca de ti. Una de ellas es que estás constantemente meditando acerca de mí, sobre quién soy y si soy de confianza. Otra es que desprecias a los panarios. También he descubierto que tú no eras un guerrero cualquiera en Jahar, sino un dwar al servicio del jeddak… Estabas pensando en ello cuando me viste por primera vez con el metal y el arnés de un dwar.

Fo-Nar sonrió.

—Lees bien —me dijo—. Debo tener cuidado. Lees mucho mejor que yo, y guardas tus pensamientos mucho más celosamente que yo; ya que no he sido capaz de obtener ni el más ligero indicio de lo que pasa por tu cabeza.

—Nadie ha sido capaz de leer en mi mente nunca —dije yo.

Era extraño, y bastante inexplicable. Los marcianos han desarrollado la capacidad para leer de la mente hasta el punto de convertirla en un arte, pero ninguno ha podido leer en la mía. Quizás era por ser la mente de un terrícola, y esto puede explicar el hecho de por qué la telepatía no ha avanzado demasiado en nuestro planeta.

—Eres afortunado —dijo Fo-Nar—, pero por favor, continúa con lo que habías empezado.

—Bien —dije—. En primer lugar, he reparado el motor. La Dusar puede ya volar.

—¡Magnífico! —exclamó Fo-Nar—. Ya te dije que no era un panario; es el pueblo más estúpido del mundo. Ningún panario hubiese podido repararla nunca; todo lo que saben hacer es dejar que las cosas se destruyan y se arruinen. Continúa.

—Ahora necesitamos una tripulación. ¿Puedes encontrar de quince a veinticinco hombres de confianza y capaces de combatir, hombres que me sigan a cualquier parte para ganar su libertad de Hin Abtol?

—Puedo encontrar todos los hombres que necesites —me contestó Fo-Nar.

—Pues ocúpate de ello; ahora eres primer padwar de la Dusar.

—Estoy naciendo otra vez —dijo Fo-Nar riendo—. Comenzaré inmediatamente, pero no esperes un milagro. Me llevará algún tiempo dar con los hombres adecuados.

—Diles que se presenten en la nave después de oscurecer, y que se aseguren de que nadie los ve. ¿Qué podemos hacer con respecto al centinela que hay al pie de la escalerilla?

—El que estaba de guardia cuando llegaste a bordo es de confianza —dijo Fo-Nar—, y nos acompañará. Estará de servicio de la octava rodé a la novena, y les comunicaré a los hombres que vengan a esa hora.

—¡Buena suerte, padwar! —dije mientras se dirigía a la borda.

El resto del día se arrastró con lentitud. Pasé algún tiempo en mi camarote hojeando los documentos de la nave. Al igual que las naves terrestres, las barsoomianas llevan un cuadro de bitácora, y ocupé varias horas en examinar el de la Dusar. La nave había sido capturada cuatro años atrás, durante una expedición científica al ártico, y, desde entonces, bajo comandantes panarios, el cuaderno había quedado muy descuidado. A veces no había ninguna anotación en una semana, y las que había eran chapuceras y no profesionales; cuanto más sabía de los panarios, tanto menos me gustaban… ¡Y pensar que la criatura que los gobernaba aspiraba a conquistar el mundo! Hacia el final de la séptima ronda, Fo-Nar retornó.

—He tenido mucha más suerte de lo que esperaba —dijo—. Cada hombre al que me acerqué sabía de tres a cuatro por los cuales podía responder; así que no me llevó mucho reunir veinticinco. Sabía, también, que tenía al hombre adecuado para que fuera el segundo padwar. Fue padwar del ejército de Helium, y ha servido en muchas de sus naves.

—¿Cómo se llama? —le pregunté—. Conozco a mucha gente de Helium.

—Tan Hadron de Hastor —contestó Fo-Nar.

¡Tan Hadron de Hastor! ¡Uno de mis mejores oficiales! ¿Qué mala pasada le habría llevado a la armada de Hin Abtol?

—Tan Hadron de Hastor —dije en voz alta—; el nombre me suena algo familiar; es posible que lo conozca.

No deseaba que nadie supiera que yo era John Carter, Príncipe de Helium; porque si se sabía, y yo era capturado, Hin Abtol podría arrancar un enorme rescate a Tardos Mors, Jeddak de Helium y abuelo de mi mujer, Dejah Thoris.

Los guerreros comenzaron a subir a bordo inmediatamente después de la octava ronda. Había instruido a Fo-Nar para que los enviara de inmediato a sus alojamientos, puesto que temía que demasiado movimiento en la cubierta de la Dusar llamara la atención; también le había indicado que mandara a Tan Hadron a mi camarote apenas llegase.

Hacia la octava ronda y cuarto, alguien golpeo a mi puerta; y, cuando le permití pasar, Tan Hadron entro en el camarote. Mi piel roja y mi correaje panario le confundieron, y no me reconoció.

—Soy Tan Hadron de Hastor; el padwar Fo-Nar me ha ordenado que me presentara a ti.

—¿No eres panario? —le pregunté. Él se puso rígido.

—Soy heliumita, de la ciudad de Hastor —dijo con orgullo.

—¿Dónde está Hastor? —inquirí yo. Pareció sorprendido por tal ignorancia.

—Se encuentra directamente al Sur del Gran Helium, mi señor; aproximadamente a quinientos haads. Perdóname —añadió—, pero creí oír al padwar Fo-Nar que conocías a mucha gentes de Helium, y por ello imaginé que habías visitado el imperio; de hecho, él me dio a entender que habías servido en nuestra armada.

—Esto no viene al caso. Fo-Nar te ha recomendado para el puesto de segundo padwar de la Dusar. Tendrás que servirme fielmente y seguirme a donde yo la conduzca; tu recompensa será la libertad de Hin Abtol.

Pude ver que, ahora que me había conocido, era un poco escéptico acerca de la proposición… un hombre que nunca había oído hablar de Hastor no podía valer demasiado; sin embargo, tocó la empuñadura de su espada y dijo que me seguiría lealmente.

—¿Es esto todo, mi señor? —preguntó.

—Sí, por el momento. Cuando todos los hombres estén a bordo, los haré formar bajo cubierta, y entonces designaré los oficiales; estáte allí, por favor.

Saludó y se volvió para irse.

—Ah, a propósito —le llamé—. ¿Cómo está Tavia?

Ante esto, se volvió como si le hubiesen pegado un tiro, y sus ojos se le dilataron.

—¿Que sabes de Tavia, mi señor? —exigió conocer. Tavia era su amante.

—Sé que es una chica adorable, y que no puedo comprender por qué no estás con ella en Hastor, ¿o estás destinado ahora en Helium?

Él se me acercó más, y me miró intensamente. En realidad, la luz de mi camarote no era muy buena, o me hubiera reconocido antes. Finalmente su boca se abrió, desenfundó la espada y la arrojó a mis pies.

—¡John Carter! —exclamó.

—No tan alto, Hadron —le amonesté—. Nadie conoce mi identidad; y nadie debe saberla, excepto tú.

—Te lo has pasado bien a mi costa ¿eh, mi señor? —me dijo riendo.

—Hacía tiempo que no tenía nada de que reírme —le dije— así que espero qué me perdones; ahora, cuéntame cómo te has metido en este lío.

—Casi la mitad de la armada de Helium os está buscando a Llana de Gathol y a ti. Han llegado rumores sobre el paradero del uno o del otro desde todos los rincones de Barsoom. Como muchos otros oficiales, yo estaba explorando en tu busca en una nave monoplaza, tuve mala suerte, mi señor, y aquí estoy. Una de las naves de Hin Abtol me derribó, y cuando aterricé me capturaron.

—Llana de Gathol y yo, junto con otros dos compañeros, también fuimos derribados por una nave de Hin Abtol —le conté—. Mientras yo estaba buscando comida, ellos fueron capturados, presumiblemente por guerreros de Hin Abtol, ya que aterrizamos detrás de sus líneas. Tenemos que intentar averiguar, si es posible, dónde está Llana; entonces podremos hacer planes. Quizás alguno de nuestros reclutas tenga información; investiga, a ver qué puedes descubrir.

Saludó y abandonó mi camarote. Era bueno saber que tenía a un hombre como Tan Hadron de Hastor como uno de mis tenientes.