¡Así que había perdido de nuevo a Llana de Gathol! De que había sido capturada por guerreros de Hin Abtol, había poca duda. Le pedí a Gan-Hor un thoat para examinar el lugar donde el grupo había sido capturado; y no sólo aceptó, sino que me acompañó con un destacamento de sus guerreros.
Evidentemente, un combate había tenido lugar en el sitio en que los dejé; la vegetación estaba pisoteada y ensangrentada; pero el alfombrado musgoso que recubre el fondo de los mares secos de Marte es tan elástico que, exceptuando la sangre, los últimos vestigios del encuentro estaban desapareciendo rápidamente; y no había señal de la dirección tomada por los captores de Llana.
—¿A qué distancia están sus líneas desde aquí? —pregunté a Gan-Hor.
—A unos nueve haads —replicó (mas o menos, cinco kilómetros terrestres).
—Podemos retornar al campamento —dije—. No disponemos de una fuerza lo suficientemente poderosa para lograr algo ahora. Yo volveré cuando haya oscurecido.
—Podríamos realizar una pequeña incursión en uno de sus campamentos esta noche —sugirió Gan-Hor.
—Iré solo —le manifesté—. Tengo un plan.
—Pero eso no será seguro —objetó él—. Tengo un centenar de hombres con los cuales los estoy hostigando constantemente; cabalgaremos contigo gustosamente.
—Sólo busco información, Gan-Hor; puedo conseguirla mejor yo solo.
Retornamos al campamento, y, con la ayuda de uno de los guerreros de Gan-Hor, apliqué a mi cara y cuerpo el pigmento rojo que siempre llevo conmigo para cuando encuentro necesario disfrazarme de hombre rojo nativo. Es un ungüento cobrizo igual al que me proporcionaron por primera vez los hermanos Ptor de Zodanga hace muchos años.
Cuando oscureció, me puse en marcha en un thoat, acompañado por Gan-Hor y uno de sus guerreros, ya que había aceptado su oferta de conducirme a un punto cercano a las líneas. Afortunadamente, el cielo estaba por el momento desprovisto de lunas, y llegamos bastante cerca de las primeras hogueras antes de que yo desmontara y me despidiera de mis nuevos amigos.
—¡Buena suerte! —dijo Gan-Hor—. La necesitarás.
Kor-An era uno de los guerreros que nos acompañaban.
—Me gustaría ir contigo, príncipe —dijo—; así podría expiar lo que hice.
—Si pudiera llevar a alguien, te llevaría a ti, Kor-An —le aseguré—. De todas formas, no tienes que expiar nada; pero si quieres hacer algo por mí, prométeme que siempre lucharás por Tara de Helium y Llana de Gathol.
—Lo juro sobre mi espada —dijo él; y luego los dejé y me aproximé con cautela al campamento panar.
Una vez más, como en tantas otras ocasiones, usé las tácticas de otra raza de guerreros rojos, los apaches de nuestro suroeste, deslizándome con el vientre pegado a tierra como un gusano, más y más cerca de las líneas del enemigo. Pude divisar las formas de guerreros apiñados alrededor de sus hogueras, y pude percibir sus voces y sus roncas risas; y, según me acercaba, los juramentos y obscenidades de los labios de los soldados que eran proferidas con la mayor naturalidad; y, cuando una ráfaga de viento sopló desde el campamento hacia mí, incluso pude oler el sudor y el cuero, mezclado con la ocre humareda de sus hogueras.
Un centinela rondaba entre mi posición y las hogueras; cuando se me acercó, me aplasté contra el suelo. Lo oí bostezar. Cuando estaba casi encima de mí, me levanté delante de él; y, antes de que pudiera proferir un grito de alerta, lo aferré por la garganta. Tres veces apuñalé su corazón. Odio matar así, pero ahora no había otra forma, y no era por mí por quien había matado; era por Llana de Gathol, por Tara de Helium y por Dejah Thoris, mi amada princesa.
Apenas había depositado el cuerpo en el suelo, un guerrero de la hoguera más cercana se incorporó y miró hacia nosotros.
—¿Qué fue eso? —preguntó a sus amigos.
—El centinela —replicó uno de ellos—. Está allí ahora —pues yo estaba haciendo la ronda lentamente, esperando que nadie viniera a investigar.
—Juraría que vi a dos hombres luchando allí.
—Tú siempre estás viendo cosas —dijo un tercero.
Rondé hasta que cesaron de discutir sobre ese tema y volvieron su atención a otras cosas; entonces me arrodillé junto al muerto y lo despojé de su correaje y armas, que me puse de inmediato. Ahora, en apariencia exterior, era un soldado de Hin Abtol, un panar de una acristalada ciudadinvernadero del helado Norte.
Caminando hasta el límite de mi puesto, lo abandoné y entré en el campamento a alguna distancia del grupo que incluía al guerrero cuyas sospechas había despertado. Aunque pasé al lado de otro grupo de guerreros, ninguno se fijó en mí. Otros individuos vagaban de hoguera en hoguera, por lo que mis movimientos no llamaron la atención.
Debía haber caminado todo un haad dentro de las líneas desde mi punto de entrada, antes de que sintiera que ya era seguro detenerme y mezclarme con los guerreros. Finalmente, vi un guerrero solitario sentado ante una hoguera, y me aproximé a él.
—¡Kaor! —dije, utilizando el saludo universal de Barsoom.
—¡Kaor! —respondió—. Siéntate. Soy extraño aquí y no tengo amigos en este dar —un dar es una unidad de muchos hombres, análogo a un regimiento terrestre—. Acabo de llegar hoy con un contingente de refresco de Pankor. Es bueno moverse y ver otra vez el mundo, después de haber estado congelado cincuenta años.
—¡No has salido de Pankor en cincuenta años! —exclamé, suponiendo que Pankor era el nombre de la ciudad ártica de la cual provenía, y confiando en suponer bien.
—No —dijo—. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo has estado congelado?
—Nunca he estado en Pankor —le dije—. Soy un panthan y acabo de unirme a las fuerzas de Hin Abtol cuando bajaron al sur.
Pensé que ésta era la posición más segura, ya que estaba seguro de levantar sospechas si pretendía estar familiarizado con Pankor sin haber estado allí nunca.
—Bien —repuso mi compañero—, debes de estar loco.
—¿Por qué? —pregunté.
—Nadie salvo un loco se pondría en manos de Hin Abtol. Bien, lo has hecho; y ahora te llevarán a Pankor cuando acabe esta guerra, a menos que tengas la suerte de que te maten; y te quedarás allí congelado hasta que Hin Abtol te necesite para otra campaña. ¿Cómo te llamas?
—Dotar Sojat —respondí, recurriendo al viejo nombre que me había dado la horda marciana verde de Thark muchos años atrás.
—Yo Em-Tar; soy de Kobol.
—Creí que habías dicho que eras de Pankor.
—Soy Koboliano de nacimiento —explicó—. ¿De dónde eres tú?
—Los panthanes no tenemos patria —le recordé.
—Pero debes haber nacido en alguna parte —insistió.
—Cuanto menos se diga, mejor —le dije, guiñando maliciosamente.
—Siento haberlo preguntado —dijo, riendo.
A veces, cuando un hombre comete un crimen político, se ofrece una generosa recompensa por información concerniente a su paradero; así que éste, además de cambiar de nombre, nunca divulga cuál es su país. Dejé creer a Em-Tar que yo era un fugitivo de la justicia.
—¿Cómo crees que va la campaña? —le pregunté.
—Si Hin Abtol logra matarlos de hambre, puede ganar —contestó Em-par—. Pero, por lo que he oído, nunca tomará la ciudad por asalto. Puede decirse de los que combatimos a las órdenes de Hin Abtol que no ponemos en ello los corazones, que no tenemos sentimientos de lealtad hacia Hin Abtol; pero estos gatholianos luchan por sus casas y por su jed, y aman a ambos. Dicen que la princesa de Gahan es hija del señor Guerrero de Barsoom. Dicen que si se entera de este asunto y trae de Helium un ejército y una armada, podemos empezar a cavar nuestras tumbas.
—¿Hemos capturado muchos prisioneros? —le pregunté.
—No muchos. Cogieron tres esta mañana; uno de ellos era la hija de Gahan, el jed de Gathol; los otros dos eran hombres.
—Es interesante; imagino lo que hará Hin Abtol con la hija de Gahan.
—Eso no lo sé —replicó—. Pero dicen que ya la ha enviado a Pankor. Aunque se oyen rumores en un ejército, y muchos son equívocos.
—Supongo que Hin Abtol posee una gran flota.
—Ha reunido un montón de chatarra, y no muchos hombres capaces de hacerlas volar.
—Yo soy piloto.
—Será mejor que no lo divulgues, o te colocarán a bordo de algún viejo pecio —me aconsejó Em-Tar.
—¿Dónde está el campo de aterrizaje?
—A un haad por ese camino —señaló la dirección que yo llevaba cuando me detuve para hablar con él.
—Bien, adiós, Em-Tar —dije, levantándome.
—¿Adónde vas?
—A volar por Hin Abtol de Pankor.