Eramos cuatro a bordo de la nave que había robado del hangar de Kamtol para llevar a cabo nuestra fuga del valle del Primer Nacido: Llana de Gathol, Pan Dan Chee de Horz, Jad-Han, hermano de Janai de Amhor, y yo, John Carter, Príncipe de Helium y Señor de la Guerra de Barsoom.
Era una de aquellas sobrecogedoras y magníficas noches marcianas que le quitan a uno la respiración. En el aire poco denso del moribundo planeta, cada estrella destaca en brillante magnificencia contra la aterciopelada oscuridad del firmamento, con un esplendor inconcebible para un habitante de la Tierra.
Mientras sobrepasábamos la gran grieta del valle, las dos lunas de Marte eran visibles, y la Tierra y Venus estaban en conjunción, proporcionándonos un espectáculo de belleza incomparable. Clorus, la luna más alejada, avanzaba con majestuosa dignidad por la bóveda celeste a treinta mil kilómetros de distancia, mientras Thuria, sólo a siete mil kilómetros, cruzaba la noche de horizonte a horizonte en menos de cuatro horas, recortando sombras cambiantes en el suelo bajo nosotros, produciendo la impresión de constante movimiento, como si la superficie de Marte estuviese cubierta de innumerables cosas deslizantes, hormigueantes. Desearía poder expresarte una idea de la extrañeza misteriosa y sobrecogedora de la escena, y de su belleza; pero, desgraciadamente, mis facultades de descripción son totalmente inadecuadas. Pero quizás, algún día, tú también visitarás Marte.
Mientras franqueábamos la falla de la impresionante escarpadura que limita el valle, puse rumbo a Gathol y apreté el acelerador, ya que preveía una posible persecución; pero, conociendo la velocidad de este tipo de nave, y la ventaja que llevábamos, estaba seguro de que nada en Kamtol podría alcanzarnos a menos que tuviéramos mala suerte.
Muchos suponen que Gathol es la más antigua ciudad habitada de Marte, y que es una de las pocas que han conservado su libertad; y, aunque ricas minas de diamantes son las más antiguas conocidas, a diferencia de prácticamente todos los demás yacimientos, son aparentemente tan inagotables como siempre.
En la antigüedad, la ciudad fue construida sobre una isla del Throxeus, el mayor de los cinco océanos del viejo Barsoom. Cuando el océano se retiró, Gathol fue creciendo por la falda de la montaña, la cima de la cual era la isla sobre la que había sido fundada, hasta llegar al día de hoy, que cubre las laderas desde la cima a la base, mientras las entrañas de la gran colina están llenas de galerías mineras.
Un gran pantano salado rodea totalmente Gathol, protegiéndola de las invasiones por tierra, mientras la escarpada y, a veces, vertical topografía de la montaña convierte en una empresa arriesgada el aterrizaje de aeronaves hostiles.
Gahan, el padre de Llana, es jed de Gathol, que es mucho más que una simple ciudad, abarcando más de doscientos mil kilómetros cuadrados, muchos de las cuales son excelentes tierras de pasto por donde corren sus grandes manadas de thoats y zitidares. Era por devolver a Llana a su padre y a su madre, Tara de Helium, por lo que habíamos arrostrado tantas angustiosas aventuras desde que dejamos Horz. Y ahora Llana estaba casi en su hogar; y yo pronto estaría en camino hacia Helium y mi incomparable Dejah Thoris, que debía haberme dado por muerto desde hace mucho tiempo.
Jad-Han se sentaba a mi lado en los mandos. Llana dormía y Pan Dan Chee estaba melancólico. La melancolía parece ser el estado natural de todos los enamorados. Lo sentía por Pan Dan Chee; yo podría haber aliviado su depresión revelándole que las primeras palabras de Llana, una vez rescatada de las torres del palacio de Nastor, habían sido para preguntar por él; pero no lo hice. Deseaba que el hombre que se ganara a Llana de Gathol lo hiciera por sí mismo. Si él, en su desesperación, se daba por vencido mientras ambos vivían y ella se quedaba soltera, entonces es que no se la merecía. Así que dejé que el pobre Pan Dan Chee sufriera por el último desaire que le había infligido Llana.
Nos aproximamos a Gathol poco antes del amanecer. Ninguna luna estaba en el cielo, que aparecía comparablemente oscuro. La ciudad también estaba oscura; no vi una sola luz. Esto era extraño, y podía presagiar peligro, puesto que las ciudades marcianas no se oscurecen normalmente salvo en caso de guerra, cuando pueden ser amenazadas por el enemigo.
Llana salió del estrecho camarote y se acuclilló a mi lado.
—Esto parece de mal agüero —dijo.
—También me lo parece a mí —convine—, y voy a esperar hasta que claree. Quiero ver qué pasa antes de intentar aterrizar.
—Mira allá —dijo Llana, señalando a la derecha de la negra masa de la montaña—, mira todas esas luces.
—Quizás sean los campamentos de los pastores —sugerí.
—Hay demasiados —dijo Llana.
—Podrían ser campamentos de guerreros —dijo Jad-Han.
—Ahí viene una nave —dijo Pan Dan Chee—. Nos ha descubierto.
Una nave se nos aproximaba rápidamente desde abajo.
—Una nave patrulla, sin duda —dije, apretando el acelerador y orientando la proa de nuestra nave en la dirección opuesta. No me gustaba la apariencia de la situación, y no iba a dejar que ninguna nave se acercase hasta que viera su insignia. Entonces nos llegó una llamada:
—¿Quiénes sois?
—¿Quiénes sois vosotros? —exigí saber yo en respuesta.
—¡Deteneos! —nos ordenaron. No me detuve; estaba alejándome de el rápidamente, y mi nave era mucho más veloz.
Dispararon entonces, pero el tiro nos pasó de largo. Jad-Han estaba en el cañón de popa.
—¿Respondo al fuego? —preguntó.
—No —repliqué—. Pueden ser gatholianos. Enfócalo en el reflector, Pan Dan Chee; a ver si podemos distinguir su insignia.
Pan Dan Chee no había estado nunca en una nave antes, y jamás había visto un reflector. Los antiguos supervivientes de la casi extinta raza de los orovares, que se ocultan en la antigua Horz, a las cuales pertenecía él, no disponen ni de naves ni de reflectores; así que Llana de Gathol fue en su ayuda, y pronto la proa de la nave perseguidora estuvo brillantemente iluminada.
—Puedo ver la insignia —dijo Llana—, y no es una nave de Gathol.
Otro disparo pasó de largo, y le dije a Jad-Han que podía disparar. Lo hizo y erró. El enemigo disparó de nuevo, y sentí como el proyectil nos alcanzaba, aunque no explotó. Nos tenía a tiro, así que comencé a zigzaguear, y sus dos disparos siguientes fallaron. Jad-Han también falló, y a continuación nos alcanzaron otra vez.
—Coge los mandos —le dije a Llana, y fui hacia el cañón—. Manten el rumbo, Llana —le indiqué, mientras apuntaba cuidadosamente.
Disparé una granada explosiva con espoleta de impacto. Dio en plena proa, penetró en el casco y explotó. Desgarró toda la parte delantera de la nave, que comenzó a arder y a caer de proa. Al principio descendió lentamente, luego emprendió su largo y veloz picado… Un meteoro incandescente se estrelló en el pantano salado y se extinguió.
—Eso es todo —dijo Llana de Gathol.
—En lo que a nosotros concierne, no creo que esto haya sido todo —repliqué—. Estamos perdiendo altura rápidamente; uno de sus tiros debe haber alcanzado un tanque de alimentación.
Tomé los controles e intenté mantener la nave en vuelo; con el acelerador apretado a fondo, buscando sobrepasar el anillo de hogueras de los campamentos antes de que finalmente tuviéramos que tomar tierra.