XI

Había llegado el momento de tener que actuar rápidamente. Si algún hombre de Kamtol, supiera que yo era John Carter, príncipe de Helium, estaría perdido mucho antes de que amaneciera. Incluso cuando entré en Palacio, temía ser arrestado, pero llegué a mi habitación sin incidente alguno. Al momento llegó Man-Lat y al verle esperé lo peor, ya que nunca me había visitado. Mi espada estaba a punto de salir con rapidez de su funda, pues estaba dispuesto a morir luchando, antes de permitirles que me arrestaran y desarmaran. Incluso ahora, si Man-Lat hacía un movimiento extraño, le mataría; y todavía habría una posibilidad de que mi plan tuviera éxito.

Pero Man-Lat estaba de un humor muy apacible, casi jovial.

—Es una pena que seas un esclavo —dijo—; sucederán grandes acontecimientos en el palacio esta noche. Doxus está atendiendo a los visitantes de Dor. Habrá mucho de comer y beber, y un gran espectáculo. Doxus, seguramente, te presentará en una exhibición de espada contra uno de nuestros mejores espadachines, no será a muerte, solamente hasta que uno de los dos sea herido. Habrá bailes de esclavas, los nobles harán bailar a las más bellas. Doxus ha ordenado a Nastor traer a una de sus nuevas adquisiciones, cuya belleza ha sido elogiada en Kamtol desde los últimos Juegos. Sí, es una pena que no seas un Primer Nacido, para que puedas disfrutar de tan grata velada.

—Estoy seguro que disfrutaré de la velada —le aseguré.

—¿Cómo es eso? —me preguntó.

—¿No dijiste que acudiría en la fiesta para luchar?

—Ah, sí; pero sólo para entretenernos. No comerás ni beberás con nosotros, y no disfrutarás de las esclavas. De verdad, es una pena que no seas un Primer Nacido; hubiera sido un orgullo para nosotros.

—Me considero igual que cualquiera de los Primeros Nacidos —le dije. Estaba harto de su arrogancia y vanidad.

Man-Lat me miró con sorpresa.

—Eres un presuntuoso, esclavo —me dijo—. No sabes que los Primeros Nacidos de Barsoom, a veces conocidos por vosotros, criaturas inferiores, como los Piratas Negros de Barsoom, son la raza más antigua de este planeta. Preservamos nuestro linaje, ininterrumpidamente, directamente desde el Árbol de la Vida, que floreció en el Valle del Dor, hace veintitrés millones de años.

»Durante incontables siglos, la fruta de este árbol pasó por cambios graduales de evolución, pasando por diferentes etapas, desde la vida vegetal, hasta una combinación de planta y animal. En la primera fase de este cambio, la fruta del árbol sólo poseía el don del movimiento muscular, independiente del árbol, mientras estaba unida a la rama; más tarde evolucionó, en su interior, un cerebro; así que, colgado de su rama, podía pensar y moverse con independencia del árbol.

»Entonces, con la evolución de los sentidos se llegó a la razón; naciendo el poder de razonar en Barsoom.

»Pasaron los años. Muchas formas de vida nacieron y murieron en el Árbol de la Vida, pero todas estaban unidas al tronco principal, por ramas de varios tamaños. Con el tiempo la fruta del árbol se convertía en un pequeño hombre planta, que podemos ver crecer resplandecientes, y en grandes tamaños, en el Valle del Dor; pero todavía colgando de las ramas del Árbol, por un tallo que crece sobre sus cabezas.

»Los capullos, de los cuales nacieron los hombres plantas, eran como grandes nueces, de un sofad de diámetro (unas once pulgadas), divididas por paredes, en cuatro secciones. En una sección crecieron los hombres planta; en otra, un gusano de dieciséis patas; en la tercera, el progenitor de los grandes simios blancos, y en la cuarta, el primitivo hombre negro de Barsoom.

»Cuando el capullo floreció, los hombres planta se quedaron colgados de la rama; pero las otras tres secciones cayeron al suelo, en donde los esfuerzos de sus ocupantes para salir de sus correspondientes secciones hicieron que estas nueces saltaran en todas las direcciones.

»Así, mientras pasaba el tiempo, todo Barsoom se fue cubriendo por estas criaturas, prisioneras dentro de las nueces. Durante mucho tiempo, vivieron sus largas vidas en su interior, saltando por todo lo ancho de este planeta; cayendo en ríos, lagos y mares, lo cual hacía que se dispersaran más por la superficie del Nuevo Mundo.

»Incontables billones murieron antes de que el primer hombre blanco saliera de su reclusión en la nuez a la luz del día. Alentado por la curiosidad, el primer hombre negro abrió las demás nueces; y la población de Barsoom comenzó.

»La pureza de la sangre de este primer hombre negro se ha mantenido sin mezclarse con otras razas; pero los gusanos de dieciséis patas, los simios blancos y los renegados hombres negros, se han mezclado entre ellos, apareciendo las demás criaturas de Barsoom.

Esperaba que terminara, por que ya había oído contar todo esto mucho tiempo antes; pero, claro está, no me animé a decírselo. Esperé a que se fuera; no es que tuviera que hacer algo antes que anocheciera, pero quería estar a solas y poder planear todos los pequeños detalles del trabajo que me esperaba esa noche.

Por fin se fue y llegó la noche, pero aún debía permanecer inactivo, durante dos horas, para que llegara el momento que le indiqué a Pan Dan Chee que estuviera preparado para subir a la nave, pilotada por un pirata negro. Estaba seguro que Pan Dan Chee estaría desconcertado por aquello.

Pasaba la noche. Oí un bullicio de fiesta que llegaba de la primera planta del palacio, por el jardín, hasta mi ventana; el banquete del jeddak estaba en su esplendor. La hora del desenlace se acercaba. Vino un guerrero para llevarme al salón del banquete.

Debería haberle matado y seguir con mi plan, pero de pronto un espíritu de valentía me invadió. Me enfrentaría a todos ellos, dejándoles ver, una vez más, la mejor espada de dos mundos, para que se dieran cuenta, cuando hubiera escapado, que era el más grande en todas las cosas que el mejor de los Primeros Nacidos. Sabía que aquello era una temeridad; pero ahora que seguía al guerrero al salón, me di cuenta de que la suerte estaba echada y que era demasiado tarde para echarme atrás.

Nadie se fijó en mí mientras entraba en el salón, solamente era un esclavo. Cuatro mesas formando un cuadro estaban llenas de hombres y mujeres maravillosamente vestidos que hablaban y reían, mientras que un pequeño ejército de esclavos traía más comida y bebida. Algunos de los invitados estaban bastante ebrios, y era evidente que Doxus estaba embriagado como el que más. Rodeaba con un brazo a su mujer y besaba a la mujer de otro por el otro lado.

El guerrero que me fue a buscar le susurró algo al oído del jeddak, y luego Doxus golpeó con fuerza un enorme gong, para pedir silencio. Cuando todos le prestaron atención, les habló:

—Durante mucho tiempo los Primeros Nacidos del Valle del Dor han presumido de su habilidad con la espada en combate, pero debo admitir que tengo en mi palacio a un esclavo, un vulgar esclavo, el cual puede vencer al mejor del Valle del Dor. Está aquí, en este momento, para enseñarnos sus maravillosas habilidades en un encuentro contra uno de mis nobles. No será a muerte, sino que durará hasta que uno de ellos sea herido. ¿No hay nadie del Valle del Dor que crea que le puede vencer a mi esclavo?

Se levantó un noble.

—Es un desafío —dijo—. El dator Zithad es la mejor espada de los que están aquí; pero si él no se enfrenta al esclavo, yo lo haré, por el honor de Dor. Hemos oído comentarios sobre este esclavo desde que hemos llegado a Kamtol y de cómo le ganó a la mejor espada; y yo me sentiré feliz de herirle.

Entonces se levantó Zithad, orgulloso y arrogante.

—Nunca he manchado mi espada con la sangre de un esclavo —dijo—. Pero tendré el placer de remediar la vergüenza de Kamtol. ¿Dónde está el esclavo?

¡Zithad! Había sido el dator de la Guardia de Issus en tiempos de la revuelta de los esclavos, cuando éstos vencieron a Issus. Tenía motivos para recordarme y odiarme.

Cuando nos enfrentamos, en el centro formado por las cuatro mesas del salón de banquetes de Doxus, jeddak de los Primeros Nacidos de Kamtol, pareció desconcertado durante unos instantes y luego se echó para atrás e intentó hablar.

—¡Así que tienes miedo de enfrentarte a un esclavo! —le provoqué—. ¡Venga!, quiero ver cómo me puedes herir, no vayamos a desilusionarles.

Le toqué con la punta de mi espada mientras le hablaba.

—¡Calot! —gritó mientras se lanzaba sobre mí.

Era mejor espadachín que Nolat, pero le dejé en ridículo. Le hice girar alrededor de las mesas manteniéndole a la defensiva; mas no le herí. Estaba furioso y con miedo. Los invitados permanecían en absoluto silencio.

De pronto gritó:

—¡Idiotas! ¿No sabéis quien es este esclavo? Es…

En ese momento le traspasé el corazón.

Al instante se formó un gran revuelo. Cien espadas salieron de sus fundas, mas no esperé a ver más. ¡Había visto ya suficiente! Con la espada en la mano, corrí hacia una de las mesas y, con un movimiento, mientras que una mujer gritaba, salí por una puerta que estaba detrás de ellos al jardín.

Inmediatamente salieron tras de mí, pero me escondí en los arbustos del jardín, y lo atravesé escondido hasta llegar debajo de mi ventana. Era un pequeño salto el que tenía que dar para llegar a ella; un momento más tarde, crucé por mi habitación y por una rampa, y llegué al piso de abajo.

Estaba a oscuras, pero conocía cada palmo del camino que tenía que recorrer. Me había preparado para esta situación. Llegué a la sala donde Doxus me había entrevistado por primera vez, y pasé por la puerta que estaba detrás del escritorio, que daba a la habitación secreta en donde se encontraba la máquina.

Sabía que nadie adivinaría a dónde había ido; y como Myr-Lo se encontraba en el banquete, podría cumplir, con facilidad, con lo que había venido a hacer.

Mientras abría la puerta del cuarto mayor, Myr-Lo se levantó del sofá y se enfrentó a mí.

—¿Qué estás haciendo aquí, esclavo? —preguntó.