VI

Xaxak me trató como un criador de caballos de la Tierra trataría a un ganador del Gran Derby. Me instalaron en los barracones de su guardia personal, donde fui tratado como uno más. Dio la orden a Ptang de que se asegurase que realizara bastante ejercicio y prácticas de esgrima; y también de que me vigilara y no pudiera escapar… cuando mi preocupación era el destino de Llana de Gathol y de Pan Dan Chee, de cuya situación no sabía nada.

Algo, una especie de amistad, floreció entre Ptang y yo. Admiraba mi forma de usar la espada, y presumía de mis habilidades con ella delante de los otros guerreros. En un principio, comenzaron a criticarle y, después, a ponerlo en ridículo por haber sido vencido por un esclavo; así que le sugerí que les propusiera, a los que de esa forma procedían, a que intentaran hacerlo mejor que él.

—No puedo hacer eso —dijo— sin el permiso de Xaxak; si algo te ocurriera, yo sería el responsable.

—Nada me va a ocurrir —le dije—. Nadie lo sabe mejor que tú.

Él sonrió, afirmando con la cabeza.

—Tienes razón —dijo—. Pero de todas formas, debo preguntárselo a Xaxak.

Y en cuanto vio al dator, así lo hizo.

Para ganarme mejor la amistad de Ptang, le había estado enseñando algunos lances de esgrima que yo había aprendido en los dos mundos en mil duelos y batallas; pero en absoluto le enseñaba todos mis trucos, al igual que de ninguna manera podía compartir la fuerza y la agilidad que mis músculos terrenales me daban en Marte.

Xaxak nos estaba observando, mientras combatíamos, cuando Ptang le preguntó si podía enfrentarme a algunos guerreros que se burlaban de él. Xaxak se negó.

—Tengo miedo de que Dotar Sojat pueda resultar herido —le respondió.

—Te garantizo que no sucederá nada —le dije.

—Está bien —dijo—. En este caso, tengo miedo de que puedas matar a alguno de mis guerreros.

—Prometo que no les haré nada. Simplemente les enseñaré que no son capaces de aguantar tanto como Ptang.

—Quizás sea un buen espectáculo —me dijo Xaxak—. ¿Quiénes son aquellos que han estado burlándose de ti, Ptang?

Ptang le dio los nombres de cinco de ellos, que habían sido particularmente insistentes en sus burlas y críticas para ponerlo en ridículo. Xaxak los mandó venir rápidamente.

—Entiendo —dijo Xaxak cuando los tuvo a todos reunidos— que habéis estado burlándoos de Ptang porque fue derrotado en duelo por un esclavo. ¿Creéis que lo podéis hacer mejor que Ptang? Si es así, éste es el momento.

Todos, al mismo tiempo, afirmaron que lo harían mucho mejor.

—Comprobémoslo —dijo—. Pero todos debéis entender que nadie debe matar, y que deberéis parar cuando yo dé la orden. Y esto es una orden definitiva.

Le aseguraron que no me matarían, e inmediatamente el primero de ellos avanzó arrogantemente para enfrentarse conmigo. A uno detrás de otro, rápida y limpiamente, les herí en el hombro y los desarmé.

Debo admitir que acogieron su derrota con dignidad; todos menos uno de ellos, un guerrero llamado Ban-Tor, que había sido el más vehemente en sus críticas a Ptang.

—Me engañó —protestó—. Déjame enfrentarme con él nuevamente, mi dator, y lo mataré —estaba tan enfadado, que su voz le temblaba.

—No —le respondió Xaxak—. Te ha herido y desarmado, demostrando que es mejor con la espada que tú. Si se hubiera debido a sus trucos, serían propios de un maestro de esgrima, cosa que harías bien en dominar antes de intentar matar a Dotar Sojat.

El guerrero estaba muy molesto y protestaba mientras se alejaba, y me di cuenta de que mientras que estos Primeros Nacidos eran mis enemigos naturales, este oficial, Ban-Tor, era un enemigo personal. De todos modos, le di poca importancia al incidente, ya que siendo de mucho valor para Xaxak, nadie se arriesgaría en demostrar su descontento y hacerme daño. Tampoco pude observar algo en Ban-Tor que me pudiera hacer daño.

—Ban-Tor nunca se ha llevado bien conmigo —me dijo Ptang, después que todos se hubieran ido—. No le agrado, porque siempre he sido superior a él, tanto con la espada como en los deportes de fuerza; y, además, posee por naturaleza un carácter muy agresivo. Si no fuera por que es pariente de la mujer de Xaxak, el dator no lo tendría a su lado.

Como ya me he comparado a un posible ganador del Gran Derby, seguiré narrando los Juegos Menores con los mismos términos de una carrera de caballos.

Los Juegos Menores, se celebran una vez a la semana, en un estadio dentro de la Ciudad, donde los nobles ricos enfrentaban a sus guerreros y esclavos contra los de otros nobles, en deportes de fuerzas, lucha libre y duelos. Se apostaban grandes sumas de dinero, en medio de una gran tensión. Los duelos no eran siempre a muerte; ya que los nobles decidían, con anterioridad, los términos del duelo, indicando si eran a muerte o no. Solían establecerse a primera sangre, o hasta que uno de los combatientes era desarmado por su contrario. Sin embargo, siempre había, al menos, un duelo a muerte, que podría compararse a la carrera principal del Gran Derby, o a la final de un torneo de boxeo.

Kamtol tiene una población de cerca de doscientos mil habitantes, de los cuales, quizás cinco mil, sean esclavos. Como me dejaron bastante libertad, recorría la ciudad con mucha frecuencia; aunque siempre acompañado por Ptang. Me encontraba tan extrañado por la escasez de niños, que le pregunté la razón de aquella ausencia a Ptang.

—El valle de los Primeros Nacidos solamente puede albergar, con holgura, a unas doscientas mil personas —me contestó—. Así que se permite sólo el nacimiento de los niños suficientes para reemplazar a las pérdidas por fallecimiento. Como habrás adivinado al ver a nuestra gente, a los viejos y los incapacitados se les otorga la muerte; y así tenemos alrededor de unos sesenta y cinco mil hombres en situación de poder coger las armas, y el doble de mujeres y niños muy saludables. Existen dos facciones aquí; una que propone que el número de guerreros es suficiente, y con lo cual no se debería reducir el de las mujeres. Por extraño que pueda parecer, la mayoría de las mujeres pertenecen a la primera facción; incluso, considerando que esta facción apoya la disminución del número de mujeres; aunque lo harían permitiendo un número mayor de huevos para incubar, matando después a todas las mujeres que dieran estos huevos y, así, conseguir que hubiera el mismo número de mujeres, como de hombres. Esto se debe a la idea de que cada mujer piensa que es demasiado importante para que le sea dada la muerte, y que ese destino está reservado para las otras. Doxus piensa mantener la misma situación actual; pero algún jeddak, en el futuro, podría pensar de otra manera, e incluso puede que Doxus cambie de parecer, ya que, confidencialmente, es un hombre muy variable.

Mi fama como espadachín pronto se extendió entre los sesenta y cinco mil guerreros de Kamtol, y las opiniones eran variadas respecto a mis habilidades. Quizás una docena de hombres de Kamtol me habían visto luchar con la espada, y se enfrentaron a tales opiniones, afirmando que me podría enfrentar a cualquier guerrero; sin embargo, todos los demás guerreros creyeron que me podían vencer en un combate individual. Son de una raza de guerreros muy orgullosos de su valía y coraje.

Estaba entrenándome en el jardín un día con Ptang, cuando Xaxak vino con otro dator llamado Nastor. Cuando Ptang les vio venir, silbó suavemente.

—Nunca había visto a Nastor aquí antes. Xaxak no le aprecia, y éste odia a Xaxak. ¡Claro! —exclamó—. Tengo una idea del motivo de su visita. Si nos piden que nos enfrentemos, déjame ganarte. Te lo explicaré más tarde.

—Muy bien —le dije—. Espero que te sirva para algo.

—No es para mí —me dijo—. Es para el dator Xaxak.

Mientras que los dos se acercaban a nosotros, oí cómo Nastor decía:

—¡Así que éste es tu gran espadachín! Me gustaría apostar a que tengo hombres que le pueden ganar en cualquier momento.

—Tienes hombres excelentes —le dijo Xaxak—. Aunque opino que mi hombre se puede defender con facilidad de los tuyos. ¿Cuánto quieres apostar?

—Has visto luchar a mis hombres —dijo Nastor—. Pero nunca he visto al tuyo luchar. Me gustaría verlo en acción, entonces sabré lo que puedo ofrecer.

—Muy bien —dijo Xaxak—. Me parece muy justo.

A continuación se dirigió a nosotros:

—Ofrécele al dator Nastor una exhibición de tus habilidades con la espada, Dator Sojat; pero que no sea a muerte. ¿Lo entiendes?

Ptang y yo, sacamos nuestras espadas y nos enfrentamos.

—No olvides lo que te dije —me dijo Ptang. Entonces comenzamos.

No sólo recordaba lo que me había dicho, si no que ahora lo comprendí, y así les ofrecí una demostración de conocimientos muy ordinarios; lo suficientemente buenos para defenderme y permitir que Ptang me desarmara.

—Es un buen espadachín —dijo Nastor, sabiendo que estaba mintiendo, pero sin saber que no nos engañaba—. Sin embargo, igualaré la apuesta que indiques a que mi hombre lo puede matar.

—¿Quieres que sea una lucha a muerte? —dijo Xaxak—. Entonces renuncio a la paridad de la apuesta; no quiero que mi hombre luche a muerte en su primer combate.

—Te ofrezco dos a uno —le dijo Nastor—. ¿Te satisface?

—Perfectamente —dijo Xaxak—. ¿Cuánto quieres apostar?

—Mil tanpi contra tus quinientos —contestó Nastor. Un tanpi equivale a un dólar.

—Quiero ganar más que lo que me cuesta el pienso del sorak de mi mujer —le contestó Xaxak.

Un sorak, es un pequeño animal de seis patas, parecido a un gato, que tienen como animal doméstico muchas mujeres marcianas; así que lo que Xaxak le había dado a entender a Nastor era que le parecía muy poco dinero. Sabía que Xaxak estaba tratando de enojar a Nastor para que apostara sin miedo, y entonces supe que se había dado cuenta de la farsa que habíamos realizado.

Nastor parecía irritado.

—No deseo robarte —dijo—. Pero si quieres tirar tu dinero, puedes poner la cantidad que quieras.

—Solamente para que te resulte interesante —dijo Xaxak— te apostaré cincuenta mil tanpi, contra tus cien mil.

—¡Hecho! —dijo—. Y lo siento por ti y por tu hombre.

Con un gesto de falsedad, dio la vuelta y se marchó sin decir nada mas. Xaxak miró cómo se alejaba con una sonrisa en los labios; y cuando se hubo ido, se dirigió a nosotros:

—Espero que estuvierais fingiendo —nos dijo—; si no es así, me habéis hecho perder cincuenta mil tanpi.

—No debes preocuparte, mi príncipe —dijo Ptang.

—No me preocuparé, si tú no lo estás, Dotar Sojat —contestó el dator.

—Siempre existe riesgo en un duelo —le contesté—, pero creo que has obtenido una buena apuesta, pues hacer lo contrario habría sido una insensatez.

—Al menos, tienes más fe que yo —replicó Xaxak el dator.