II

El guerrero desenvainó su espada y vino hacia mí. Yo procedí de la misma forma. Estaban a punto de llegar seis guerreros más para ayudarle; si no hubiera sido por esto, no me hubiera preocupado, pues con una espada en las manos, soy un enemigo peligroso para cualquier marciano. Su gran tamaño no le favorecía, y era una desventaja para ellos, ya que sus movimientos son lentos y pesados en comparación con la agilidad terrenal que yo poseía; y aunque me doblan en tamaño, soy de igual fortaleza que ellos. Los músculos del hombre de la Tierra han tenido que luchar con la fuerza de gravedad desde su nacimiento, porque cada movimiento que realiza es contrarrestado por esta fuerza.

Mi antagonista estaba tan seguro de sí mismo al enfrentarse a una criatura tan pequeña como yo, que dejaba partes de su cuerpo al descubierto y que cargó sobre mí como un toro salvaje.

Por la forma de mantener su espada, intuí que pretendía darme en la cabeza con la parte plana de la misma, para dejarme inconsciente, con lo cual le era más fácil el capturarme; pero cuando bajó su espada, no me encontró en el lugar, pues había saltado a su derecha, fuera del alcance de su espada, y al mismo tiempo le tiraba una estocada a su corazón. Hubiera acertado, sino fuera por uno de sus cuatro brazos, que desvió la punta de mi espada, antes de llegar a su cuerpo. Así y todo, le pude herir profundamente en uno de sus costados y gritando de dolor, se dio la vuelta, y arremetió nuevamente contra mí.

En esta ocasión tuvo más cuidado; pero no importaba: las cartas estaban echadas, pues estaba utilizando sus habilidades, en el arte de la lucha con espada, contra el mejor espadachín de dos mundos.

Los otros seis guerreros estaban llegando al escenario de nuestro combate. En ese momento no había tiempo para el deporte de la esgrima; le lancé una estocada y la punta de mi espada llegó perfectamente a su corazón. Viendo a Llana a salvo, di la vuelta por el borde del risco; los seis guerreros verdes realizaron exactamente lo que esperaba. Probablemente se habían alejado de la retaguardia de la caravana, con la esperanza de capturar a un hombre rojo, para torturarle, o para jugar con él salvajemente. Todos ellos vinieron tras de mí; las pezuñas acolchadas y sin herraduras de sus enormes animales no hicieron ruido sobre la vegetación del suelo de aquel mar muerto. Con sus espadas preparadas, se lanzaron sobre mí, cada uno de ellos tratando de matarme o capturarme. Me sentí como se debería sentir un zorro cuando le estaban cazando.

De pronto, me detuve, me di la vuelta, y cargué contra ellos. Estarían pensando que me había vuelto loco de miedo, puesto que ciertamente no podían saber lo que estaba tramando, ya que les había alejado de la entrada del camino que baja al fondo del valle. Estaban casi sobre mí, cuando salté al aire y pasé sobre ellos. Mi gran fuerza y agilidad, y la menor gravedad de Marte, se habían vuelto favorables, una vez más, para mí en esta situación de urgencia.

Cuando caí, corrí a la entrada del camino. Cuando los guerreros pudieron parar a sus enormes animales, dar la vuelta y venir tras de mí, ya era tarde. Yo puedo correr más que cualquier animal nacido en Marte. Mas mi orgullo me impedía dejar la lucha; sin embargo, en esta ocasión en que la seguridad de otros dependía de mí, me vi obligado a abandonar para mejor ocasión la lucha que tenía con estos seis guerreros. Rápidamente llegué a la entrada del camino, para ir a donde me esperaban Llana y Pan Dan Chee.

Mientras descendía, miré hacia arriba y vi a los guerreros en la entrada del estrecho camino; y suponiendo lo que iba a ocurrir, metí a Llana bajo la protección de un saliente. Pan Dan Chee, me siguió en el momento en que comenzaron a explotar cerca de nosotros, las balas de radium.

Los fusiles con que están armados los hombres de Marte son de un metal blanco, forrados de una madera muy liviana y de una dureza extrema muy apreciada en Marte, completamente desconocida para los hombres de la Tierra. El metal del cañón del fusil es de una aleación compuesta principalmente de aluminio y acero, a la que han conseguido dotar de una dureza muy superior a la del acero, con el que nosotros estamos familiarizados.

Los pequeños proyectiles de radium que emplean y la gran longitud de su cañón, hacen que sus disparos sean mortales y peligrosos en extremo, puesto que su alcance es enorme, impensable para un lugar como la Tierra.

Los proyectiles que usan explotan cuando dan contra un objeto, rompiéndose su opaca envoltura, dejando en libertad un cilindro, de un cristal sólido, en cuya parte delantera tiene una pequeña cavidad en donde depositan unas pocas partículas de polvo de radium.

En el instante en que la luz del Sol, aunque sea difusa, toca estos polvos de radium, explotan con una violencia a la que nada se puede resistir. En batallas nocturnas no se producen estas explosiones; pero, a la mañana siguiente, el aire se llena de ruidos muy agudos, producidos por las explosiones de los proyectiles que fueron lanzados en la noche anterior. Como es normal en Marte, los proyectiles que no llegan a explotar son utilizados nuevamente.

Creí más seguro quedarnos donde estábamos, que el ponernos al descubierto, tratando de saber si los enormes guerreros verdes habían decidido perseguirnos por el estrecho camino a pie; porque sabía que el camino era demasiado estrecho para sus enormes y pesados cuerpos, y que odiaban el ir a cualquier parte caminando.

Después de unos minutos de espera, me asomé y vi que se habían ido. Sólo entonces comenzamos a bajar al valle, sin arriesgarnos a mostrarnos a esa gran horda de criaturas crueles y sin piedad.