Pan Dan Chee y yo perdimos toda noción del tiempo, durante las horas que llevábamos en los fosos de Horz, y no habíamos comido ni bebido. No podíamos llevar más de dos días allí, pues todavía nos encontrábamos con fuerzas, y más de dos días sin agua acaba con las fuerzas del hombre mejor constituido. En dos ocasiones más, vimos la luz y escuchamos la risa.
¡Que carcajadas! Todavía puedo oírlas. Intenté pensar que eran humanas. No quería volverme loco.
Pan Dan Chee dijo:
—¡Busquémosle y cuando le encontremos beberemos su sangre!
—No Pan Dan Chee —dije terminantemente—. Somos hombres, no bestias.
—Tienes razón —musitó—. Estoy perdiendo el control.
—Debemos utilizar la cabeza —le dije—. Sabe siempre dónde estamos porque puede ver la luz de las antorchas a cada momento. Supon que la apagamos, y nos arrastramos por el suelo silenciosamente. Si escuchamos con atención, verás como oímos sus pisadas.
Lo había planeado todo minuciosamente y Pan Dan Chee estuvo de acuerdo en que la idea era perfecta. Creo que todavía tenía en mente el beberse la sangre de la criatura cuando la encontráramos y yo me estaba aproximando a un punto crítico en el que gustosamente bebería un buen trago. ¡Oh Dios!, si nunca has padecido hambre y sed, no juzgues a los demás severamente.
Apagamos la antorcha. Teníamos una cada uno, pero no había necesidad de tener las dos encendidas. La luz de una podría haber alcanzado una intensidad cegadora. Nos arrastramos en silencio hacia donde habíamos visto la luz por última vez. Llevábamos las espadas desenvainadas. Tres veces ya, habíamos sido atacados por los tremendos ulsios de aquellos fosos de Horz; pero en esas ocasiones, habíamos tenido la ventaja de la luz de nuestras antorchas. Me preguntaba cómo saldríamos parados si uno de ellos nos atacara ahora.
La oscuridad era completa, y no se escuchaba nada en absoluto. Nos pegamos al cuerpo las espadas a fin de que no se entrechocaran con las partes metálicas de nuestro correaje. Dábamos grandes pasos, y posábamos los pies suavemente sobre el suelo de piedra. No se oía nada. Apenas respirábamos.
De repente una luz apareció ante nosotros. Nos detuvimos y esperamos a la vez que escuchábamos. Vi una figura, tal vez fuera humana, tal vez no. Toqué a Pan Dan Chee ligeramente en el brazo, y me volví hacia adelante. Él me siguió. No hacíamos ningún ruido, no se percibía absolutamente ningún sonido. Creo que tanto él como yo conteníamos la respiración.
La luz se hizo más brillante. Entonces pude ver que una cabeza y un hombro sobresalían por el marco de una puerta sita a un lado del pasillo. La criatura, al menos, tenía contornos humanos. Me imaginé que estaría preocupada por nuestra súbita desaparición, seguramente se preguntaba qué había sido de nosotros. Se apartó del umbral de la puerta donde había permanecido, pero la luz persistía. Podíamos ver cómo brillaba en el interior de la celda o habitación en la que la criatura había penetrado.
Nos aproximamos; allí debía encontrarse la meta de nuestra búsqueda de agua y comida. Si la criatura era humana, necesitaría de ambas cosas, y si las tenía, nosotros las tendríamos.
Silenciosamente nos acercamos al umbral de la puerta por la que la luz salía e iluminaba el corredor. Nuestras espadas estaban desenfundadas. Yo iba a la cabeza. Temía que si la criatura se percataba de nuestra proximidad, desapareciese, y eso no debía suceder. Teníamos que verla, teníamos que cogerla y teníamos que obligarla a que nos diera agua. ¡Comida y agua!
Llegué por fin al umbral y mientras lo atravesaba tuve una momentánea visión de una figura extraña; después quedé sumido en la más completa oscuridad y una seca risotada se dejó oír en la estigia negrura de Horz.
En mi mano derecha sostenía la espada larga del hace tiempo muerto orovarano de cuyo ataúd la había cogido. En mi mano izquierda llevaba la sorprendente antorcha de los Horzanos. Cuando desapareció la luz en el recinto, apreté el botón de mi antorcha, y la habitación en la que me hallaba se iluminó.
Observé una gran cámara llena de numerosas cajas. Había un lecho muy simple, una banqueta, una mesa, estantes llenos de libros, una antigua estufa marciana, un depósito de agua y la más extraña figura de hombre sobre la que mis ojos se habían posado alguna vez.
Me adelanté hacia él, y dirigí mi espada hacía su corazón ya que no quería que escapara. Él se inclinó y grito mientras rogaba por su vida.
—Queremos agua —le dije—. Agua y comida, ofrécenos lo que te pedimos y no intentes dañarnos, y estarás a salvo.
—Servios vosotros mismos —me contestó—. Aquí hay agua y comida, pero decidme cómo es que estáis aquí y cómo conseguisteis entrar en los fosos de la antigua Horz, la muerta Horz… muerta durante incontables siglos. He estado esperando durante años a que alguien viniera, y ahora vosotros habéis llegado. Sed bienvenidos. Seremos grandes amigos. Permaneceréis aquí conmigo para siempre, como los otros han hecho. Al fin voy a tener compañía en las solitarias profundidades de Horz.
Después rió maniáticamente.
Era evidente que la criatura estaba loca. No sólo parecía demente sino que actuaba como tal. Algunas veces su lenguaje era un inarticulado chapurreo y a menudo se veía interrumpido por una inoportuna y absurda carcajada… la fría risotada que habíamos oído anteriormente. Su apariencia era por demás repulsiva. Iba desnudo, a excepción del arnés que sujetaba una espada y una daga. La piel de su deforme cuerpo era de un blanco ceniciento, el color de un cadáver; su rugosa boca permanecía abierta, revelando unos cuantos dientes podridos y amarillentos; sus ojos eran grandes y redondos, completamente blancos alrededor del iris. No tenía nariz; parecía haber sido devorada por alguna enfermedad.
No aparté mis ojos de él ni un momento mientras Pan Dan Chee bebía; después él le vigiló mientras yo saciaba mi sed, durante todo ese rato la criatura no hacía más que escupir un montón de palabras sin sentido. Tomaba una palabra como por ejemplo «calot», y la repetía una y otra vez como si eso para él significara conversar. Se podía detectar que una frase era interrogativa por su tono de voz y por el acento y lo mismo para frases declarativas, imperativas o exclamativas. Durante todo el tiempo, estuvo gesticulando como un orador.
Por fin, dijo:
—Sois muy estúpidos, pero parece que al menos me comprendéis. Ahora hablemos de la comida; preferís el ulsio crudo, supongo. ¿O queréis que lo guise?
—¡Ulsio! —exclamó Pan Dan Chee—. ¿No querrás decir que comes ulsio, verdad?
—Es una delicia —dijo aquel ser.
—¿No tienes otra cosa? —preguntó Pan Dan Chee.
—Queda un poco de Ro Tan Bim —dijo el extraño ser—. Pero está resultando un poco lujoso incluso para un caballero como yo.
Pan Dan Chee me miró.
—No tengo hambre —dijo.
—Ven, intentaremos salir de aquí. – Mientras pronunciaba estas palabras me volví hacia el anciano. —¿Qué corredor es el que lleva a la ciudad?
—Debéis descansar —dijo—, y después os lo mostraré. Recostaos en ese lecho y descansad.
Siempre había oído que a los locos había que llevarles la corriente, y ya que esperábamos un favor de aquella criatura, me pareció oportuno obedecerla. Por otra parte, Pan Dan Chee y yo estábamos agotados, así que nos echamos en el camastro y el anciano se sentó junto a nosotros en una banqueta. Comenzó a hablar con voz pausada y agradable.
—Estáis muy cansados —decía una y otra vez monótonamente, mientras sus grandes ojos se clavaban primero en uno de nosotros y después pasaban al otro. Sentía que mis músculos se relajaban. Observé como Pan Dan Chee bajaba sus párpados—. Pronto os quedaréis dormidos —murmuró el anciano de los fosos.
»Dormiréis, dormiréis y dormiréis, quizás durante siglos al igual que los otros. Sólo despertaréis cuando os lo diga, o cuando muera, y yo nunca moriré.
»Despojaste a Hor Kai Lan de su correaje y de sus armas —me miraba a mí mientras hablaba—. Hor Kai Lan se pondría muy furioso si se despertara y encontrara que le has robado sus armas, pero Hor Kai Lan no despertará. Ha estado dormido durante cientos y cientos de años. Tiempos de los que ya no me acuerdo. Todo está apuntado en mis libros, pero ¿qué importancia tiene eso?, ¿qué importancia tiene el que lleves el arnés de Hor Kai Lan? Nadie usará sus espadas de nuevo; y, de cualquier manera, cuando Ro Tan Bim desaparezca, tal vez use a Hor Kai Lan. O tal vez os utilice a vosotros. ¿Quién sabe?
Su voz era como un arrullo soñoliento. Sentía cómo me iba sumiendo en un placentero sueño. Eché una ojeada a Pan Dan Chee, quien ya estaba dormido. Entonces la importancia de las palabras de la criatura llegaron a mi mente. ¡A través de hipnosis estábamos siendo condenados a morir en vida! Intenté sobreponerme al letargo y hacer acopio de lo que quedaba de mi fuerza de voluntad. Mi mente siempre ha sido más resistente que la de cualquier marciano.
La horrorosa situación en la que nos hallábamos me dio fuerzas. La idea de yacer allí durante incontables siglos recogiendo el polvo de los fosos de Horz, o de ser devorados por aquel casi desdentado maniático no me seducía en absoluto.
Utilicé toda la fuerza de voluntad que me quedaba en un terrible esfuerzo final para romper los lazos mentales que me sujetaban. Era incluso más devastador que realizar un esfuerzo físico. Rompí en violenta respiración y sentía cómo mi cuerpo temblaba de la cabeza a los pies. ¿Habría triunfado?
Evidentemente, el marciano se dio cuenta de la batalla que estaba librando por ganar mi libertad, y así redobló sus esfuerzos para mantenerme sometido. Su voz y sus ojos me envolvieron casi con fuerza física. La criatura sudaba en aquel momento, sus esfuerzos por dominar mi mente eran increíbles. ¿Conseguiría su propósito?