VII

Pan Dan Chee no quería tomar la ofensiva y ofrecía una débil defensa. Pude haber acabado con él cuando hubiera querido, desde el instante en que desenfundé mi arma. Casi inmediatamente me di cuenta de que me estaba regalando mi libertad a expensas de mi propia vida.

Al fin retrocedí unos pasos y solté mi acero.

—No soy ningún carnicero, Pan Dan Chee —dije—. ¡Vamos! ¡Ataca!

Movió su cabeza.

—No puedo matarte —dijo sencillamente.

—¿Por qué? —le pregunté.

—Porque soy un tonto —repuso—. La misma sangre corre por tus venas y por las de ella. No podría derramar esa sangre. No podría hacerla desgraciada.

—¿Qué quieres decir? —pregunté con tono imperioso—. ¿De qué estás hablando?

—Estoy hablando de Llana de Gathol —contestó—. La mujer más bella del mundo, la mujer a quien nunca veré, pero por quien ofrezco gustoso mi vida.

Los guerreros marcianos se muestran absolutamente caballerosos en lo que a amores se refiere, pero éste estaba llevando su caballerosidad más lejos de lo que yo había visto en mi vida.

—Muy bien —le dije— ya que no tengo intención de matarte, no hay motivo para continuar con este tonto duelo.

Devolví mi espada a mi vaina y Pan Dan Chee hizo lo mismo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó—. No puedo dejar que huyas, pero por otro lado no puedo impedírtelo. Soy un traidor a mi patria, por tanto tendré que destruirme a mí mismo.

Entonces se me ocurrió un plan. Acompañaría a Pan Dan Chee hasta casi la entrada de los fosos, y una vez allí, le reduciría, le vendaría los ojos y lo amordazaría, después huiría o al menos, intentaría encontrar alguna otra salida de los fosos. Pan Dan Chee sería descubierto y afrontaría su destino sin que su nombre se viera deshonrado por la traición.

—No tienes porque suicidarte —le dije—. Te acompañaré hasta la entrada de los fosos; pero te advierto que si se me presenta la oportunidad de escapar la aprovecharé.

—Lo tendré en cuenta —dijo—, es muy generoso de tu parte, has hecho posible el que pueda morir dichoso y con honor.

—¿Acaso deseas morir? —le interrogué.

—Ciertamente no —me aseguró—. Quiero vivir, y si vivo, algún día encontraré el camino que conduce hasta Gathol.

—¿Por qué no vienes conmigo entonces? —pregunté—. Tal vez juntos podamos encontrar la forma de escapar de estos fosos. Mi nave se encuentra a muy poca distancia de la fortaleza y desde Horz a Gathol sólo hay unos cuatro mil haads.

Sacudió la cabeza.

—La tentación es grande —dijo—, pero hasta que haya agotado todos los recursos y evite ser llevado de nuevo ante Ho Ran Kim mañana antes del mediodía, no puedo hacer otra cosa.

—¿Por qué mañana al mediodía? —le pregunté.

—Es una ley orovarana muy antigua —respondió—, que limita la duración de una sentencia de muerte al mediodía de la fecha en que alguien es condenado a morir. Ho Ran Kim decretó que deberíamos morir mañana. Si no es así, dejamos de poseer el temor de volver a su presencia.

Tristemente, nos pusimos en camino hacia la puerta que se suponía nos conduciría hasta nuestro destino, por supuesto yo no tenía intención de atravesarla pero iba triste a causa de Pan Den Chee. Había llegado a agradarme sobremanera. Era hombre de gran honor y un valeroso luchador.

Continuamos andando, hasta me convencí de que si hubiéramos seguido por el pasillo correcto deberíamos haber llegado hacía mucho tiempo a la entrada. Se lo sugerí a Pan Dan Chee y estuvo de acuerdo conmigo; entonces volvimos sobre nuestros pasos y probamos por un corredor diferente. Seguimos probando pasillos hasta acabar exhaustos, pero no conseguimos encontrar el corredor adecuado.

—Sospecho que nos hemos perdido —afirmó Pan Dan Chee.

—Yo no lo sospecho… estoy seguro —afirmé con una sonrisa.

Si de verdad estábamos tan perdidos como suponíamos, posiblemente no seríamos capaces de encontrar la entrada antes del mediodía del día siguiente, en cuyo caso Pan Dan Chee estaría libre para ir donde quisiera, y yo tenía bastante idea sobre dónde le gustaría ir.

No soy ningún casamentero, pero tampoco soy de esos que se ponen en mitad del camino para evitar el encuentro de un hombre y una mujer. Creo que a la naturaleza se la debe dejar seguir su curso. Si Pan Dan Chee creía que estaba enamorado de Llana de Gathol y deseaba ir a Gathol para intentar conquistarla, solamente me habría resultado tal idea desalentadora si se hubiera tratado de un hombre de dudoso origen o de naturaleza deshonrosa, y Pan Dan Chee no poseía ninguna de las dos cosas. La raza a la que pertenecía es la más antigua de las razas civilizadas de Barsoom, y me había demostrado ampliamente que era un hombre de honor.

Yo no tenía motivos para creer que su propósito se viera coronado por el éxito. Llana de Gathol era todavía muy joven, pero a pesar de ello las espadas de las más grandiosas casas de Barsoom habían sido arrojadas a sus pies. Como casi todas las mujeres marcianas de alta condición, tenía unas ideas bien definidas. Como tantas, era posible que cayera bajo las redes de algún impetuoso pretendiente para luego amarle o clavarle una daga entre sus costillas, pero nunca viviría junto a un hombre a quien no amara. Sentía más temor por Pan Dan Chee que por Llana de Gathol.

Una vez más retrocedimos sobre nuestros pasos y probamos por otro corredor; sin embargo no conducía a la entrada. Nos tumbamos y descansamos un momento, después lo intentamos de nuevo. El resultado fue el mismo.

—Ya debe haber amanecido —dijo Pan Dan Chee.

—Ya es de mañana —le dije consultando mi cronómetro—. Es casi mediodía.

Por supuesto yo no empleé el término mediodía, sino el equivalente Barsoomiano: 25 xats pasados del 3.er zodo, que son las 12 del mediodía hora terrestre.

—¡Debemos darnos prisa! —exclamó Pan Dan Chee.

Una fría carcajada sonó a nuestras espaldas, y volviéndonos rápidamente, vimos una luz en la distancia. Desapareció inmediatamente.

—¿Por qué tenemos que darnos prisa? —pregunté.

»Hemos hecho todo lo que podíamos. El que no hayamos encontrado el camino de regreso a la fortaleza y a la muerte no es culpa nuestra. – Pan Dan Chee hizo un gesto de asentimiento. —Ya no importa la prisa que nos demos, es muy poco probable que alguna vez hallemos la entrada.

Desde luego era un pensamiento de alivio, pero también lo era bastante acertado. Nunca encontraríamos la entrada a la fortaleza.

—Ésta es la segunda vez que oímos esa risotada y vemos esa luz —comentó Pan Dan Chee—, creo que deberíamos investigar este misterio. Tal vez quien enciende la luz y suelta esa carcajada pueda conducirnos hacia la entrada.

—No tengo objeción en investigarlo —repuse—, pero dudo que al encontrar al causante encontremos a un amigo.

—Es muy desconcertante —dijo Pan Dan Chee—. Durante toda mi vida he creído, al igual que todos los habitantes de Horz, que los fosos de la ciudad estaban desiertos. Hace mucho tiempo, siglos tal vez, algunos aventureros entraron a los fosos para investigarlos. Estas expediciones se llevaban a cabo a intervalos, y ninguno de los que entraban a los fosos volvía jamás. Se supuso que se perdían y morían de hambre y sed. Puede que también ellos oyeran la carcajada y vieran las luces.

—Puede.