En la época de Yersin, Nha Trang quedaba lejos. Porque estaba lejos de Europa. Hoy está en el centro del mundo. Al borde del Pacífico, que ha sucedido al Atlántico, que sucedió al Mediterráneo. México está enfrente. Acapulco. Es Europa la que está lejos. Del otro lado del mundo, en la cara oculta del planeta. Si en Dalat el tiempo parece haberse detenido sobre las apacibles aguas del lago y en los salones del Lang Bian Palace, aquí la ciudad es absolutamente moderna.
Yersin se sentiría menos desorientado si se encontrara hoy en París y volviera a su habitación del Lutetia.
El fantasma del futuro, que le ha seguido alrededor del mundo, podría aquí bajar hasta el Yasaka, en la esquina de la calle Yersin y del bulevar marítimo, una de esas torres hoteleras de cristal que vemos alzarse paralelamente en Bangkok o en Miami, en todas partes adonde la burguesa y aérea maleta nos lleve. Nha Trang es una estación balnearia frecuentada sobre todo por rusos y vietnamitas del norte. La gran base militar americana de Cam Ranh, a treinta kilómetros de aquí, se convirtió en una base soviética después de la Reunificación. El único vuelo internacional para Nha Trang despega de Moscú. Los rusos vienen para aprovechar el gozo combinado del trópico y las hoces y los martillos nostálgicos de las banderas rojas que bordean la playa. Los menús del restaurante Yasaka son trilingües: vietnamita, inglés y ruso. Lo que no impide, sin embargo, que en los cuartos de baño —como loable preocupación por empujar a los rusos hacia el multilingüismo o como bromazo al antiguo hermano mayor— se explique tan sólo en inglés que el agua del grifo no es potable.
En la esquina de las calles Yersin y Pasteur, en este mes de febrero de 2012, los obreros trabajan noche y día en las obras del Nha Trang Palace. El fantasma se dirige hacia el Instituto Pasteur, que está muy cerca. Cuando la gran casa con las arcadas de la Punta de los Pescadores fue destruida hace algunos años, se transportó a un anexo del Instituto todo lo que quedaba en su interior, desde el telescopio astronómico hasta el material de meteorología, y se ha abierto un pequeño museo Yersin. En él se ve una reconstitución de su despacho. Todo es de madera oscura y los instrumentos científicos de otro tiempo son de cobre y de latón. El fantasma del futuro se sienta en la mecedora de Yersin. Ve en las paredes los mapas de sus expediciones. Sobre una mesa está su libro sobre los mois. Es un término genérico caído en desuso, «pueblos de las montañas, montañeses». Hoy se prefiere el de «minorías étnicas». Alrededor de Dalat están los lats, los chills y los srés. En Suoi Giao, los jaglais.
En los estantes, centenares de obras en francés y en alemán abarcan todo el espectro de sus caprichos. También libros de historia. Pero esta biblioteca quizá es también la de los primeros pasteurianos de Nha Trang, la de Bernard, Jacotot y Gallois. ¿Leyó Yersin este libro de Alain Gerbault, Por la ruta de regreso - diario de a bordo?
Sobre su mesa de trabajo hay poemas de Virgilio escritos a máquina en latín a doble espacio y traducidos a lápiz, verso a verso, en los intersticios. Listas de frases en vietnamita para memorizar. Una fotografía de él en París con Louis Lumière. Su último billete de avión, del treinta de mayo del 40. Yersin ocupaba el mejor de los doce asientos, el K, aislado en la parte posterior izquierda del aparato. El billete enumera los alcoholes puestos a disposición de los viajeros, las marcas de los whiskies, coñacs y champanes que debieron de bajarse alegremente los ricos fugitivos, después del despegue del último vuelo de Air France en las mismas narices de los alemanes. Hay una fotografía de él en su última llegada, en junio del 40, sobre la pasarela de la pequeña ballena blanca, en Saigón.
Se puede prolongar la marcha desde aquí unos trescientos metros hacia el norte, en dirección al río. En lugar de la gran casa cuadrada con arcadas se eleva un hotel para el descanso de policías meritorios procedentes de toda la República Socialista del Vietnam. En la terraza, el restaurante Svetlana, a ras de las sonoras olas de rodillo, está cerrado por fin de temporada. El guardián acepta que el extranjero se cobije allí de la lluvia fina, pero ¿se puede negar algo a un fantasma? Éste se sienta delante del gran bochinche de las olas. Sólo la vista hacia el horizonte permanece intacta.
Los pescadores han sido deportados a un nuevo pueblo, del otro lado del río, para dejar paso a los hoteles. Al pie del puente, en un bistró un poco destartalado en el que sólo se sirven bebidas, té o café, están colgados en la pared, de manera bastante incongruente, cinco retratos de dwem: Bach, Beethoven, Einstein, Balzac y Bonaparte. Ni Yersin ni Pasteur. Sin embargo, los dos son venerados en Vietnam y sus nombres están a la vuelta de cada esquina. Pasteur es un santo de la religión Cao Dai, practicada sobre todo en el delta del Mekong. Yersin es un Bodhisattva en la pagoda de Suoi Giao, no lejos de aquí. Sentado en una silla junto al borde de la acera, el fantasma observa el flujo continuo de automóviles y ciclomotores que entran en el puente y cruzan el río. Yersin fue el primero en traer aquí un automóvil. El primero en fotografiar la magnífica bahía.
Para llegar a Hon Ba, desde lo que fue Xom Con, la Punta de los Pescadores hoy sin pescadores, hay que atravesar la ciudad y llegar a la carretera Mandarina, tomar allí la dirección norte hacia Hanói, la bifurcación de la derecha, y seguir después durante treinta kilómetros de curvas que trepan por la montaña. Las minorías étnicas queman y desbrozan las colinas bajas para plantar allí eucaliptos y acacias, por su madera, y anacardos, por sus nueces. Hay campos de banano, de maíz, de hierbas altas y cortantes. Delante de las cabañas de bambú corren los pollos y trotan las vacas asustadas por el motor. Al cabo de una hora se ve una barrera de policía, blanca y roja, y una garita. Más allá, los desprendimientos de rocas y los deslizamientos de tierra son frecuentes en esta época de lluvias. Más arriba, uno podría creerse en alguna jungla que conoce, las de Honduras o El Salvador, y luego la temperatura baja a cada curva, el cielo se cubre y desciende la bruma. Uno tiene ya la impresión de que esto no va a acabarse nunca, cuando los perros ladran en la niebla y la carretera se termina en un gran charco cenagoso.
Cuatro hombres están aquí, lejos de todo: los dos guardianes del chalet reconstruido de Yersin y, sobre un montículo situado enfrente, dos guardas forestales vestidos de traje de faena. Entre ellos se alza un árbol del té centenario. En el interior del chalet hay algunos muebles de madera negra y la cama de Yersin, aparatos científicos y una vieja maleta en un armario. Las nubes entran por la puerta y por las ventanas abiertas. La bruma, como humo de cigarrillo, rueda por el chalet, todo está mojado y chorrea, parece como si tuviera laca. En el bosque de grandes helechos, los guardas dan con los restos de antiguos establos, abrevaderos y piedras agujereadas que se utilizaron como cubetas para sembrar allí los primeros quinos, los árboles de la quinina. Gruesos lagartos marrones se abalanzan sobre los árboles, perseguidos por los perros. Abajo está el tumultuoso río, anaranjado por el limo. Sentado más tarde delante de un té ardiente, en el chalet empapado, uno va arrancándose de las pantorrillas las sanguijuelas: esas idiotas parecen pensar que pueden nutrirse de la sangre de un fantasma.
A la mitad del camino de regreso a Nha Trang, en Suoi Giao, hoy llamado Suoi Dau, hay una reja pintada de azul a la entrada de un campo, con un candado y un número de teléfono que hay que marcar para alertar al guardián. Del otro lado, un pastor con sombrero cónico y largo bastón lleva una manada de ovejas a las que acompañan unos grandes pájaros blancos. El camino hasta la granja experimental pasa junto a lantanas en flor, cañas de azúcar, plantas de tabaco y praderas de arroz. Después hay un repecho empedrado, al borde del cual los campesinos manejan metafóricamente la hoz. La tumba azul celeste está en lo alto de una pequeña colina. No hay signos religiosos. Sólo este texto en letras mayúsculas:
ALEXANDRE YERSIN
1863-1943
A la izquierda hay una pequeña pagoda naranja y amarilla jalonada de bastoncillos de incienso. Éstos son los dos metros cuadrados azul cielo de territorio vietnamita que fueron el centro de un reino. Él encontró aquí su reposo, encontró el lugar y la fórmula. Se podría escribir una Vida de Yersin como una vida de santo. Un anacoreta retirado al fondo de un chalet en la jungla fría, reacio a toda obligación social, una vida de eremita, de oso, de salvaje, un genio original, un auténtico extravagante.