CASI UN «DWEM»

Desde hace años, Bernard y Jacotot manejan el negocio y desarrollo de las vacunas, abren perreras para la rabia canina y porquerizas para la peste porcina. Hace mucho tiempo que han pasado de la artesanía a la industria, de las dos mil dosis a las más de cien mil. Los miembros del equipo se han formado en Nha Trang: Bui Quang Phuong permanecerá allí como médico experimentador durante veinticinco años, así como los técnicos auxiliares de laboratorio Le Van Da y Ngo Dai y los ayudantes. Éstos son todavía jóvenes y, como todos nosotros, no imaginan lo que les espera. Serán ya viejos durante las guerras de Indochina.

Porque todavía no se había visto nada. La Primera había sido para calentar la mano. La Rusia destruida a fuego y sangre, de Moscú a Vladivostok, todavía no era nada. Un día, el siglo cumple treinta y tres años. Ésa es la edad a la que murieron Cristo y Alejandro Magno. Pero es una fatalidad que los siglos lleguen a centenarios. El joven matón se convierte en jefe de gang en la plenitud de su edad. En Berlín, los coleccionistas de arte Hitler y Göring acceden al poder, y en París, ese mismo año, Calmette y Roux mueren con dos semanas de diferencia.

Roux, como Pasteur, tiene derecho a un funeral de Estado. Es enterrado en el patio del Instituto. Es el último al que se enterrará en el patio. Si no, las siguientes generaciones no podrán llegar a sus laboratorios sin pisotear restos de sabios. Le ponen su nombre a la parte de la calle Dutot que llega hasta el bulevar Pasteur. En la novela de Céline, Roux es Jaunisset, y Parapine «calificó en un instante a ese famoso Jaunisset de falsario, de maniaco de la especie más temible, y además le atribuyó más crímenes monstruosos, inéditos y secretos de los que se necesitan para llenar un presidio entero durante un siglo». Yersin: «En el mundo de los sabios hay quizá más celos, mala fe y decepciones que en ninguna otra parte».

Después de la muerte de Calmette y de Roux, Yersin se convierte en el último superviviente de la banda de Pasteur y ésa será la función que asuma durante diez años. Le nombran director honorario de la casa madre. Cada año, sale de Saigón en la línea aérea de Air France y aterriza en el Lutetia, preside el concilio o Santa Sede o reunión de directores de los Institutos Pasteur de Casablanca, Antananarivo, Argel, Teherán, Estambul y otros, y los de Hanói, Dalat y Saigón, que representa él mismo, así como a los laboratorios destacados en Hué, Phnom Penh y Vientián.

Después de la última sesión de mayo del 40 y de su último regreso a bordo de la pequeña ballena blanca de duraluminio anodizado, Yersin ha intentado mantener el contacto por radio desde su gran casa cuadrada, con los cascos de sus auriculares en las orejas. Ahora estamos en el 43. En caso de victoria del Eje, los Institutos Pasteur desaparecerán o se convertirán en Institutos Koch o Kitasato.

Pero los Aliados desembarcaron en el Norte de África el año pasado. A los alemanes y a los japoneses les empieza a oler a chamusquina. En ese momento, en el que la guerra bascula, el pasteuriano Eugène Wollman, que trabaja sobre los bacteriófagos del bacilo de Yersin y al que se había aconsejado, como a todos los judíos del Instituto, que se alejara de París y se marchara a la zona libre al menos durante el tiempo que ésta todavía existiera, cosa que él se negó a hacer, es detenido en el Instituto por la policía francesa y enviado al campo de concentración de Drancy junto con su esposa. Morirá en Auschwitz. Los futuros héroes y premios Nobel de bacteriología entran en la Resistencia. El equipo de André Lwoff produce clandestinamente vacunas para los maquis. Todo eso Yersin lo ignora, por supuesto. Desde hace tres años está mano sobre mano. Pronto tendrá ochenta años y espera el final, el suyo o el de esta guerra. En la gran casa cuadrada con arcadas al borde del agua, él espera, sentado en su mecedora bajo la veranda.

Desde hace diez años, Calmette se ha convertido en un dwem. Roux también se ha convertido en un dwem. Hace mucho tiempo, desde que descubrió la palabra posh tan de moda en los paquebotes, que Yersin conoce esa costumbre de la lengua inglesa de formar nombres con iniciales. Pero éste, dwem, es americano y mete en el mismo saco a ingleses, franceses, alemanes o italianos: dead white european males. Tanto Roux como Calmette, Dante o Da Vinci, Pasteur o Wollman, Pascal, Goethe o Beethoven, Marat, Cook, Garibaldi, Rimbaud, Cervantes, Magallanes, Galileo o Euclides, Shakespeare o Chateaubriand, todos aquéllos a los que hasta hace poco llamábamos grandes hombres, son ensartados como una variedad de insectos, los dwem, y clavados sobre el cartón con los élitros abiertos: una inútil y curiosa colección de los viejos tiempos. Yersin escribe su testamento.

Roux, como Pasteur, veneraba la República y su triple divisa. Y el que las tres palabras no tengan sentido una sin otra. Que la libertad no es libertinaje y que el hombre injusto, víctima de sus pasiones, no puede ser libre. Que la igualdad debe ser la de las posibilidades en el inicio y el respeto al mérito en la llegada, y que en consecuencia la herencia debe ser desterrada salvo si es afectiva y se reduce a cuatro perras. Es a la colectividad a quien hay que entregar lo esencial.

«Lego al Instituto Pasteur de Indochina, que dispondrá de ello como le convenga, los inmuebles que he hecho construir, todo mi mobiliario, el frigorífico, el receptor TSF, los aparatos fotográficos y también toda mi biblioteca y todos mis aparatos científicos. Los aparatos científicos concernientes a la física terrestre, la astronomía, la meteorología, etc., podrán ser remitidos al Observatorio Central de Phu Lien, en caso de que nadie en el Instituto Pasteur esté en disposición de utilizarlos. Desearía que les sean entregadas a mis antiguos y fieles sirvientes annamitas pensiones vitalicias provenientes de los intereses de una letra de cambio que he ordenado con ese propósito en el Hong Kong Shangai Bank de Saigón y que está en manos del señor Gallois, en Suoi Giao. El señor Jacotot tendrá a bien encargarse de repartir esas pensiones a los servidores: a Nuoi, Dung y Xe en primer lugar, después a mi jardinero Trinh-Chi, a Du, que se ocupa de los pájaros, a Chutt y a todas las personas de mi entorno que según el señor Jacotot lo merezcan».

El sobre es sellado y enviado a Jacotot, acompañado de una nota: Yersin desea una pequeña ceremonia vietnamita, con incienso, la comida del quincuagésimo día y los estandartes blancos. Se quemarán papeles votivos, se colocarán en el altar del desaparecido un bol de arroz, un huevo duro, un pollo cocido y un racimo de bananas. Quiere ser inhumado en Suoi Giao, a mitad de camino entre Nha Trang y Hon Ba, en el centro del mundo y de su dominio. Ahora todo está en orden. Ha escogido el emplazamiento y lo ha delimitado. Ha escogido reducir su reino de varias decenas de miles de hectáreas a dos metros cuadrados.

Yersin espera, en medio de toda esta belleza. Es un genio y quizá, en el fondo, un enfermo mental. Qué más da. Un genio cuyo final será más apacible que el de Semmelweis. Pero cabe imaginar que si le hubieran internado en un hospital psiquiátrico, también él se habría rebelado. Él ha querido protegerse del mundo y aislarse en su propio lazareto, un jardín separado del mundo, de los virus, de la política, del sexo y de la guerra, encerrarse en la cuarentena de sus cuarenta años con las chifladuras que persigue. Ahora podría venir la caída después de la gloria. Eso se ve con frecuencia. Algo novelesco, como un asesinato o un renacimiento, algo sublime o grotesco como una ridícula ratería. Yersin convertido en cleptómano o en alcohólico. Pero no, Yersin no cae y eso, sin embargo, le hace enteramente humano.

En medio de todas esas existencias y del maelström, está la vida de Yersin, tan buena como cualquiera. Es un hombre racional que nunca se deja llevar por las pasiones. Un hombre de sabiduría griega que entre los cuatro pilares escoge el Pórtico y el Jardín, mejor que el Liceo o la Academia. De su último viaje se ha traído a los Clásicos. Es un secreto. Por la noche, en la gran casa cuadrada, con las gafas delante de sus fatigados ojos azules, Yersin pasa las páginas escritas en griego y en latín, tapa el texto en francés y traduce con lápiz. Ése es el último secreto y el último enigma. Sólo le queda morir para convertirse a su vez en un dwem. No le falta más que la primera inicial.