Y cuarenta años más tarde, a mitad de los años treinta, tres después del asesinato de Doumer, Yersin sigue vivo y el lugar se ha convertido en Dalat.
Al borde del lago hay villas al estilo de Normandía o de Biarritz. Sobre las colinas, chalets como los de Saboya. Hay macizos de flores, agapantos, capuchinas y hortensias, como en Dinard. Un ferrocarril de cremallera trepa hacia la meseta jade virgen y da servicio a una estación que, como la de Pointe-Noire en el Congo, es una copia de la de Deauville. El Instituto Pasteur gestiona el hospital. Se inaugura un convento en el que las monjas cantarán maitines y laudes, el convento de los Pájaros, así como un instituto para varios centenares de alumnos, al cual el viejo Yersin, descubridor de la meseta, ha aceptado que se le dé su nombre.
Se organiza una recepción para el nuevo gobernador, bajo los artesonados del Lang Bian Palace, en medio de un parque de cedros, pinos y araucarias que desciende en suave pendiente hacia el río. El emperador Bao Dai, cuya residencia de verano está justo al lado y en la que ocasionalmente reside cuando no está en el casino de Mónaco, aprovecha la ceremonia para entregar al viejo Yersin la Gran Cruz de la Orden del Dragón de Annam.
Sentado ante el curvo mostrador barnizado, enfrente de la biblioteca del hotel, del otro lado de las columnas de mármol, el fantasma del futuro escucha el discurso de ese emperador de pacotilla vestido de blanco y con botines bicolor de rufián. Hay un gran fuego en la chimenea. Y tapicerías, dorados, colgaduras y jarrones chinos, todo subido hasta la montaña desde la costa en el tren de cremallera que acaba de traer también a la delegación oficial y a los periodistas, entre los cuales se cuela de incógnito el fantasma del futuro.
Cuando se inaugura el instituto Yersin de Dalat, en 1935, Yersin tiene setenta y dos años. Han encontrado a algunos mois muy ancianos, de los que él conoció durante su exploración, cuando aquí no había más que hierba alta y animales de caza, y se les ha convocado. Yersin está incómodo en su traje negro ceñido por la banda rojo y oro del Dragón, un poco molesto también por no poder decir, delante del emperador Bao Dai y de las autoridades francesas y annamitas que le adulan, lo que en el fondo siente. Le gustaba más la meseta como era antes. El gran oleaje de hierba verde. Lamenta un poco haberla descubierto, o haberle indicado su posición a su amigo Doumer. Esa meseta habría que dejársela a los pueblos de las montañas.
Lee su discurso de agradecimiento ante el gobernador general y el emperador de pacotilla, pero en privado no es ni mucho menos eso lo que piensa. Así es Yersin, elogia el progreso cuando él es su instigador. Con la edad, la nostalgia le puede. Bajo los brillos de cristal, cerca del piano, el anciano ceñido por una banda rojo y oro posa sus ojos azules sobre las aguas azules del lago. Una visión fugaz de Morges y de la Casa de las Higueras. Vuelve a ver a Doumer, muerto por la política. A mitad de esos años treinta, Europa va de nuevo hacia la guerra. Aquí fingen ignorarlo. Aplauden y levantan las copas de champán en ese lugar de veraneo despreocupado y art déco bajo los pinares. Él se lo había escrito ya a Calmette: «He encontrado Dalat cambiada y camino de convertirse en una ciudad mundana. Usted me conoce lo bastante para saber que esas mejoras, por otra parte necesarias, no me han seducido».
Él prefiere el sitio de Dankia, una aldea moi situada a una docena de kilómetros, «en la que las protuberancias desnudas están cubiertas de hierba verde, con un horizonte de bosques sobre la cresta de las colinas más elevadas; ese espectáculo me recuerda singularmente la región de los pastos alpinos y jurásicos». Yersin recuerda como un sueño su primera travesía de la despoblada meseta de Lang Bian, su incesante marejada verde de hierbas altas y salvajes. No había cumplido treinta años. Y en definitiva, si hubiera muerto en aquel momento, él, que no había escrito las Iluminaciones, si hubiera muerto entonces bajo los golpes del bandolero Thouk, su vida se resumiría en la historia de la medicina y de la geografía a esto: haber descubierto la toxina diftérica, haber logrado en un conejo una tuberculosis experimental, haber trazado el camino desde Annam a Camboya y haber encontrado un lindo rincón en Asia donde levantar una ciudad balneario helvética.
El fantasma del futuro, el escriba del cuaderno de piel de topo que sigue a Yersin desde Morges, que se ha alojado en el Zur Sonne de Marburgo, en el Lutetia de París, en el Royal de Phnom Penh, en el Majestic de Saigón y ahora en el Lang Bian Palace de Dalat, se dice que en el fondo es bastante agradable seguir a ese hombre. Los establecimientos son de altos vuelos. Esta tarde, pasea al borde del lago. La ciudad está ahí desde los años treinta, surgida de la nada sobre una meseta verde. Dalat ha ido cambiando de dueño y de gente, no de decorado. Como Bagnoles-de-l’Orne, en Normandía, o Cambo-les-Bains, en el País Vasco francés. Por aquí los treinta años de guerras vietnamitas han pasado como agua sobre pluma de pato, muy lejos de los combates. El escriba toma notas en su cuaderno abierto sobre el mostrador de madera barnizada, en medio de los periodistas llegados en tren de Hanói y de Saigón para asistir a la inauguración del instituto. Nadie le conoce. Él dice ser enviado especial de Paris-Soir. Le preguntan por las nuevas de la metrópoli, sobre Jean Gabin y sobre Arletty, y si el Frente Popular ganará las elecciones del próximo año. Él se muestra evasivo.
El fantasma del futuro no comete ningún error. Su atuendo es suficientemente atemporal. Pantalón de tela y camisa blanca, corbata azul y zapatos ingleses de buen cuero. Conoce la actualidad como si hubiera leído en los archivos los periódicos de la víspera. Sabe de los avances científicos y técnicos, emplea la lengua francesa sin ningún neologismo. Es un buen agente infiltrado en el tiempo de los años treinta. Sin embargo, sacaría con gusto un Marlboro light de su bolsillo, pero sabe que esa marca todavía no existe. Y si, por exceso de confianza o por exceso de alcohol, ha olvidado apagar su teléfono móvil y éste establece comunicación…
De inmediato, una aglomeración en torno a su taburete en el bar, el tumulto, la llamada a la policía. Se le acusa de ser un espía al servicio del partido comunista indochino, fundado cinco años antes por Ho Chi Minh. Los guardaespaldas se acercan al emperador lacayo del imperialismo y lo rodean. El viejo explorador y su banda de Dragón son olvidados. En la comisaría es peor, el fantasma del futuro confiesa, explica, se hace un lío, profetiza, dice que la próxima guerra mundial será dentro de cuatro años, que llegarán los japoneses y que los franceses acabarán en campos de concentración. Profetiza al general Giap, jefe de los rebeldes, en una suite del Lang Bian Palace. Y la batalla de Dien Bien Phu y la victoria de Ho Chi Minh. La guerra del Vietnam y la derrota de los americanos. La llegada de los soviéticos. Le agarran, un pinchazo, la camisa de fuerza, muchacho, no creo que vuelvas a ver Pigalle…