LA LARGA MARCHA

Yersin tiene veintinueve años y quiere olvidar la ciencia, se acabaron la microbiología y la investigación, ha cambiado de vida, ha escogido el mar, ha conocido la dicha de los muelles y las grúas, de embarcar al alba, del movimiento de los navíos y el canto del atardecer sobre las olas suaves y amarillas de Asia. Pero lleva dos años de navegación y ya se aburre. Si bien es cierto que le gusta la precisión del lenguaje marinero y también esa excitación de los grandes puertos marinos, que será descrita por otro suizo, el escritor Blaise Cendrars, no se imagina a sí mismo envejeciendo sobre cubierta, como el bueno del capitán Flotte. Pide la excedencia en las Mensajerías Marítimas. Se la conceden. Ahí está, liberado a la vez del Instituto y de las Mensajerías.

En cualquier empresa le habrían acusado de inconstante. Tras de sí deja sus trabajos sobre la tuberculosis y la difteria. Es un sabio moldeado por Pasteur, un excelente médico de a bordo. Yersin ha conseguido al fin que no vengan a jorobarle demasiado.

Ahora que tiene tiempo libre, abandona Saigón para instalarse en Nha Trang. De entrada se hace construir una casucha de madera en la Punta de los Pescadores, Xom Con, y abre algo parecido a un consultorio. El doctor Nam es el primer médico occidental de la región. Desprovisto de ingresos, intenta sin demasiada convicción cobrar las consultas médicas a los notables del lugar que tengan recursos, mientras continúa atendiendo gratuitamente a los pobres, pero no consigue distinguir entre unos y otros, y vuelve a sus andadas.

Recorre cientos de kilómetros por las colinas, se aloja en las aldeas de los mois, estudia un poco los dialectos de su lengua, practica con ellos la caza y la medicina. Proyecta organizar un día campañas de vacunación, le enseñan a manejar la lanza y la ballesta, a cambio él les inicia en el hilarante uso de su navaja suiza multiusos, y de vez en cuando regresa a Nha Trang. «Mis enfermos annamitas vienen de todas partes cuando no estoy de excursión. Es cierto que son ellos los más beneficiados por mi ciencia, sobre todo cuando, para corresponderme, tienen la gentileza de llevarse mi monedero. Pero qué quieres que haga, tienen la idea de que robar a un francés es una buena acción. Por otro lado, ¿a qué vinieron los franceses a Indochina, sino a robar a los annamitas?»

Antes de que se evaporen sus pocos ahorros, Yersin los destina a la compra de material y monta su primera expedición de verdad. Después del mar y luego del bosque, quiere atravesar la jungla, escalar montañas cada vez más altas. A falta de una orden que le encomiende esa misión, obtiene el apoyo de los mois, que aceptan guiarle en las primeras etapas. Quiere partir de Nha Trang, del mar de China, para atravesar la cordillera y alcanzar al otro lado el río Mekong. No volverán a verle en un buen tiempo o puede que nunca. Se lleva consigo a un intérprete y cinco hombres para que abran camino. Su torso está abrazado por el cuero de los tahalíes en los que guarda su cronómetro de marino y el teodolito. A la espalda lleva un Winchester, con el que espera cazar algo. Compra algunos caballos y dos elefantes y toma el camino del noroeste. Las etapas serán de tres horas de marcha.

Esta vez sólo camina hacia delante, se ha prohibido dar media vuelta. El avance es mejor sobre las monturas, para evitar las sanguijuelas. Guían los caballos por los senderos y después los llevan por las bridas, cuando deja de haber senderos. A continuación, llega el bamboleo de los elefantes, para los que es necesario cortar a machetazos bambúes y matorrales. Hace mucho tiempo que los guerreros mois han vuelto sobre sus pasos. A su vestimenta se adhieren insectos cuya existencia incluso su padre ignoraba. De noche se permiten un poco de alcohol de arroz, a modo de cordial: encienden el fuego, cuelgan las mosquiteras, sacan las copas. Mañana, al aproximarse a una aldea y a diferencia de Mayrena, que se convirtió en Marie I a base de repartir plomo, ofrecerá pomadas y sus reservas de quinina. A partir de ese punto, los instrumentos y el material fotográfico son prudentemente embalados, protegidos de la lluvia por una tela impermeable. Apagan las brasas y cargan las albardas de los elefantes. Continúan siempre adelante, por territorios innombrados, hacia tribus violentas que no tienen violines ni alejandrinos. Yersin mantiene el rumbo con el compás marino. Todo esto se parece al fin a una vida verdaderamente libre y sin cargas. Abrir rutas, hacer camino en medio de lo desconocido, si no hacia Dios hacia uno mismo. El pequeño y risible enigma que él es. Ese que no supo resolver en las penumbras de un templo de su Vaud natal.