—No voy a quedarme por mucho tiempo, Wes —dijo Roger—. Sé que tienes toda una sala de espera llena de gente que quiere verte, pero tenía que dejarme caer y estrecharte la mano. Es fantástico. Enhorabuena. No estaría más contento si hubiera ganado yo.
—Pero es que has ganado tú —dijo el alcalde. Estaban los dos de pie en el salón y Wes hizo un gesto hacia el familiar sofá blanco—. Vamos, siéntate, quédate un poco.
—¿De verdad?
—Claro que sí. —Volvió a repetir el gesto—. He estado pensando en ti, toda la mañana.
—¿En mí? —dijo Roger mientras se sentaba—. ¿Y qué opinión merezco en este día especial?
Al principio Wes se limitó a sonreír, pero no de modo irónico. Su cara parecía cenicienta, a pesar del farisaico bronceado. Tenía profundas ojeras oscuras bajo los ojos, que estaban inyectados de sangre. Probablemente no dormía una noche entera desde hacía una semana, quizá dos, y la noche anterior debía de haberse acostado tardísimo, puesto que los datos del escrutinio no salieron hasta las cuatro de la madrugada. Había derrotado a André Fleet por menos de un punto.
Wes miró con aire pensativo por el gran ventanal situado detrás del sofá. Era un deprimente día de noviembre con nubes bajas y oscuras, niebla y un espantoso nivel de humedad que hacía que el tiempo pareciera caluroso un rato y frío y húmedo al siguiente. A continuación acercó su butaca, se sentó, sonrió un poco más y dijo:
—Supongo que Gladys o la señorita Beasley te habrán ofrecido algo de beber. Tenemos incluso champán. No volverás a ver champán por aquí, a menos que tú te presentes a alcalde.
Roger soltó una risotada, como si la idea fuera ridícula. En realidad, sólo la consideraba improbable.
—No, han sido muy hospitalarias. Pero no creo que pueda tomar champán a las once de la mañana.
El alcalde levantó la mano derecha como si sostuviera una copa.
—Pues entonces brindaré por ti, de abstemio a abstemio. Tú has sido el factor crucial, hermano.
—¿Yo?
—Por conseguir que asistiera a la rueda de prensa el cracker más retrógrado de toda la ciudad, Charlie Croker. Eso cambió la tendencia de voto.
—¿Estás de broma? Lo hemos hablado muchas veces, pero sigo sintiéndome fatal por lo que pasó. Estaba convencido de mi habilidad. Pensaba que teníamos a Croker justo donde queríamos. ¡Y entonces va y nos traiciona! Llega incluso a decir que Fareek es la clase de joven negro que piensa con la entrepierna y se dedica a desflorar dulces y jóvenes flores blancas entre la aristocracia del Club de Conductores de Piedmont. Francamente, estaba convencido de que había logrado echar a perder tu campaña.
—Al contrario —dijo Wes—. Ahora sabemos, por las encuestas a pie de urna, que todos los votantes, todos los votantes afroamericanos…
—¿Sigues pegado a lo de «afroamericano», incluso ahora que ya han pasado las elecciones?
—Sigo pegado a ello, hermano, sigo pegado a ello, sigo pegado a ello, sigo pegado a ello. En realidad, estoy pegado a ello.
—Perdona —dijo Roger—. No quería interrumpirte.
—Está bien. El caso es que sabemos que todos los votantes afroamericanos consideraron la actuación de Croker como una traición a Fareek. Era evidente que había aceptado acudir a la rueda de prensa para decir algo completamente diferente y luego, como una serpiente, hizo todo lo que pudo para destruir la reputación personal de Fareek. Lo llamó arrogante, odioso, impertinente y animal que agarra lo que quiere. Es probable que consiguiera más apoyo por eso que por todo lo demás que hice en la campaña. Pareció como si los intereses empresariales quisieran sabotearme. Por lo general, no caigo demasiado simpático, Roger. Oh, creo que la gente me ve con buenos ojos, pero les parezco un poco demasiado… seguro de mí mismo, o algo así.
—Vaya —dijo Roger—, no me lo explico. Por cierto, no sé si llegué a decírtelo, pero la frase ésa de la serpiente… Croker acababa de decir lo del Director, la comadreja y la serpiente… y tú le diste un codazo para sacarlo del micrófono y dijiste que no habías oído hablar al Director, de modo que tenía que haber sido la serpiente… ¿te acuerdas?
—Oh, sí.
—Bueno, fue genial, Wes. Es una de las mejores réplicas que he oído. Pero, por favor, ahora explícame una cosa. Habías pensado lograr que Croker apoyara a Fareek porque no querías perder el apoyo blanco defendiendo a Fareek en un caso de violación en el que estaba envuelta la hija de Armholster, pero, entonces, ¿qué pasó con el voto blanco?
—Perdí algo del voto blanco, de eso no hay duda, pero dos cosas amortiguaron el golpe. Primero, conseguí muchos más votos negros. Y la actuación de Croker fue descabellada… todo eso del Director y los dos elementos y lo preferible que es ser un mendigo sereno en la cuneta de la carretera que un plutócrata inquieto en Buckhead… ¡Dios todopoderoso!… ese día estaba sonado. Luego anuncia que regala todo lo que tiene… vamos, sonó tan descabellado que un montón de votantes blancos acabaron por no tener en cuenta todo lo que dijo, incluyendo su difamación de Fareek. ¡Decenas de miles de personas vieron esa rueda de prensa, porque trataba de temas de raza y sexo!
—¿Qué ha pasado con Croker? No he vuelto a oír hablar de él.
Wes sonrió de oreja a oreja.
—¿No lo sabes? Tienes que acercar más la oreja al suelo, hermano Roger. Croker anda por ahí pisando fuerte. Ha hecho exactamente lo que prometió que haría. Dijo: «De acuerdo, muchachos —Wes volvió las palmas hacia arriba y luego las levantó en un gesto que significaba “vacío”—, aquí está. Es todo vuestro. Pelearos por ello». Vamos, abandonó una corporación que valía cientos de millones. Claro que las deudas eran aún más grandes, un par de cientos de millones más o algo así, pero de todos modos… fue increíble. Ahora se ha hecho evangelista.
—¿Evangelista?
—Exacto… y al parecer le va bien.
—¡Oh… venga ya! Pero, en nombre de Dios, ¿qué predica?
—En nombre de Dios, nada. Va por ahí hablando del Director… de Él y Zeus. Al parecer, los dos nombres son intercambiables. Y está Epinosecuántos… No me acuerdo del nombre. Y el mensajero Connie, que pronto volverá a la Tierra de donde sea.
—¿Zeus?
—Ajá. Zeus y el Director… dice ser un estoico.
—¿Y por dónde anda metido?
—Empezó en el condado de Baker —respondió Wes— y ahora se ha ido a la franja occidental de Florida y el sur de Alabama. Al parecer, es dinamita, al menos entre los blancos que van a verlo. Es capaz de sacarte los calcetines y los billetes de la cartera, por lo que me han dicho. El hecho de que renunciara a todo, y tenía mucho, para trabajar para el Director le otorga una tremenda credibilidad. Está a punto de firmar un acuerdo de distribución con la cadena Fox.
—¿Con la cadena Fox?
—Eso es. Para un programa que va a llamarse La hora del estoico.
Roger se quedó con la boca medio abierta.
—Dios del cielo… El Director… Zeus… televisión nacional… La hora del estoico… Creo que me estoy volviendo loco, Wes.
El alcalde se echó a reír.
—Te voy a decir una cosa. Muchos blancos miran por encima del hombro la forma que tenemos de rezar. Piensan que somos demasiado emocionales y expresivos y esas cosas. Nuestros coros se balancean cuando cantan y aplauden siguiendo el compás. Nuestros predicadores no sólo predican, sino que sueltan discursos. Nuestros feligreses no se limitan a quedarse sentados mascullando palabras, sino que gritan: «¡Eso es!», «¡Aleluya!», «Bien dicho, hermano» y «Amén». Pero te voy a decir una cosa. Al menos nuestra gente no se vuelve… rara. Al menos no empiezan a rezar al Director y a Zeus y a decir que son estoicos en cuanto un viejo buey de voz grave aparece en la ciudad con una tienda. Vamos, por Dios.
—¿Y qué…?
—Perdona, no quiero interrumpirte —dijo el alcalde—, pero tengo que enseñarte este colofón a Croker, Zeus, el Director y todo eso. —Se levantó, entró en el pequeño despacho interior y salió con un pequeño recorte de periódico que entregó a Roger—. Mira este titular.
El titular rezaba: «TEMBLOR DIVINO».
—Es de un periódico de Oakland, de este verano. Bueno, como verás, habla de un joven llamado Hensley, un chico blanco. Se escapó de la cárcel en California durante el último terremoto de cuando fuera y resulta que se entregó en algún momento de julio. Cuando estaba a punto de ser sentenciado, el juez le preguntó si quería decir algo y el chico dijo: «A usted le corresponde hacer su papel, señor juez, y a mí me corresponde hacer el mío». Entonces el juez dijo: «Pareces de lo más relajado ante todo este asunto», y el chico contesta: «Estoy completamente sereno». Ésa fue la palabra que utilizó, «sereno». «Me siento completamente de acuerdo con la naturaleza», añadió. Y luego, aquí —Wes señaló el recorte— dice: «Mi cuerpo no es más que un cuenco de arcilla con un cuartillo de sangre, y además sólo es un préstamo. Pero Zeus nos ha dado a cada uno de nosotros una chispa de su divinidad, la capacidad de decir que sí a lo que es verdadero y no a lo que es falso, y eso nadie te lo puede quitar, ni siquiera la cárcel». Así que el juez le dice: «De modo que Zeus, ¿eh? Escaparse de un centro penitenciario es un delito grave, pero te voy a dar una oportunidad. Te condeno a dos años de libertad vigilada, bajo la custodia de Zeus». ¿A que no adivinas quién es el chico?
—Zeus. Debe de ser el hijo de Charlie Croker o algo así. ¿Quién es?
—Elihu Yale, el jefe de Policía, me envió el recorte la semana pasada. Parece ser que la primavera pasada la policía estatal de California, o quien fuera, pidió a nuestro Departamento de Policía que buscara a este chico que se había escapado de la cárcel, pues se creía que estaba en el área de Atlanta. El FBI había pinchado algunos teléfonos. El chico cumplía condena por agresión con agravantes. Cuando nuestro departamento encontró su pista, ya hacía tiempo que se había ido de Atlanta. Estuvo trabajando aquí para una empresa llamada Carter Home Care como una especie de ayudante para enfermos. Una de las personas para las que trabajó, ¿estás preparado?, fue Charlie Croker. No sé si lo recuerdas, pero era el chico que ayudaba a Croker en la rueda de prensa.
—¡Claro que lo recuerdo! —exclamó Roger—. También lo vi en la casa de Croker. Tenía unos antebrazos enormes. —Hizo un gesto sobre el antebrazo izquierdo con la mano derecha.
—Claro —dijo Wes—. Lo único que hacen en la cárcel es levantar pesas y fabricar matrículas. Pero ya ves lo que pasó. Croker convierte al pobre desgraciado a esa extraña religión suya de Zeus, y el chico va y le suelta el rollo de Zeus a algún juez californiano… ¡y funciona! ¿Te lo crees? Te digo lo de antes, puedes encontrar defectos en nuestra gente en lo que se refiere a la fe, si quieres, pero… no te volvemos raro. Qué titular tan bueno, ¿no? «Temblor divino». No sé cómo se les ocurren esas cosas. Bueno, lo siento, Roger, te he interrumpido.
Roger dijo:
—Sí, eh… ¿qué demonios iba a preguntarte? —dijo Roger—. Ah, sí. ¿Y la mujer de Croker? ¿Te acuerdas de aquel bombón?
—Cómo no —contestó el alcalde.
—¿También está metida con Croker en el circuito de los campamentos religiosos?
—Que yo sepa, no —respondió el alcalde—. No creo que la joven señora Croker sea muy espiritual. Creo que piensa que todo lo que es dulce en esta vida se acaba cuando morimos.
—¿No tenían un bebé?
—Una niñita —dijo Wes—. Se llama Kingsley Croker. Un nombre bastante estrafalario, ¿eh?
—Y supongo que está con su madre, ¿no?
—No te lo puedo decir —repuso Wes—. Ya sabes, cuando esas jóvenes vampiresas ardientes se casan con sus viejos ricachones, muchas veces tienen un hijo en cuanto pueden, como póliza de seguro. No quiero ni pensar qué sucede con el niño cuando no queda nada que asegurar.
—¿Qué pasó con todas sus propiedades?
—Ah, los acreedores… te acuerdas que dijo: «Las llaves están encima de la mesa, son vuestras, venid a buscarlo todo» o algo así, ¿no? Bueno, PlannersBanc y todos los demás acreedores estaban eufóricos al principio. Croker no iba a obstaculizarlos con el capítulo 11, cosa que habría alargado años el asunto. De modo que se lo quedaron todo… y ahora están ocupados demandándose entre sí, y eso seguramente se alargará décadas. Todo esto ha tenido una secuela divertida. Eres abogado, seguro que has oído hablar de entregar la «escritura en lugar de embargo».
Roger asintió en señal de que sabía de qué se trataba.
—Bueno, Croker entregó sus propiedades, incluyendo la escritura de la propiedad que lo arruinó, Croker Concourse. ¿Te acuerdas de Croker Concourse?
Roger volvió a asentir.
—Si te entregan la escritura en lugar de embargo, no tienes que hacer una subasta, pero sucedió que Croker y sus problemas financieros recibieron tanta publicidad después de la rueda de prensa, que toda clase de buitres y pescadores de río revuelto se interesaron por Croker Concourse, pensando que podrían conseguirlo barato. Así que empezaron a pujar entre sí, y al final PlannersBanc no tardó en encontrarse con una subasta en marcha. Sacaron ciento treinta millones de dólares. Lo compró un grupo de Dallas. Era mucho menos de lo que le habían prestado a Croker por él, pero al menos salvaron algo. En medio de todo el lío descubrieron que uno de sus directores de préstamos, un tipo llamado Peepgass, había formado en secreto un sindicato para comprarlo por cincuenta millones, y pensaba convencer a sus superiores de que aceptaran. Por supuesto, lo pusieron de patitas en la calle… pero eso no es lo interesante. ¡Lo interesante es que ese Peepgass se acaba de casar, el mes pasado, con la primera esposa de Charlie Croker! ¡Lo digo en serio! Y ahora vive en una mansión en Buckhead pagada por Croker, con una mujer que tiene los millones que Croker tuvo que darle de acuerdo con el contrato de divorcio. Al mismo tiempo, el tipo está involucrado en una demanda de paternidad interpuesta por una mujer en Decatur, aunque eso no pareció importarle mucho a la antigua señora Croker. —Wes sacudió la cabeza; luego sonrió con su mejor sonrisa irónica y añadió—: ¡Es una gran vida, si no le das muchas vueltas a la cabeza!
Roger rió y dijo:
—Wes, sigo sin entender cómo le ha dado la vuelta a la campaña el asunto éste de Croker, ¿o estabas exagerando?
Wes mantuvo la sonrisa irónica, pero luego miró a través del ventanal, como en dirección a los oscuros nubarrones. Permaneció así durante lo que pareció mucho tiempo. Luego se volvió hacia Roger, esbozó una sonrisa y dijo:
—¿Te acuerdas de la primera vez que viniste aquí y te pregunté si podíamos hablar como el hermano Wes y el hermano Roger? No me he arrepentido de eso, por cierto.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Podemos hacerlo otra vez, ser el hermano Wes y el hermano Roger?
—Por supuesto.
—Muy bien. ¿Y te acuerdas también de la vez en que te dije que cuando entras en una carrera electoral municipal, el primer mes aprendías el cien por ciento más de política de lo que sabías antes, y que en el segundo mes aprendías el doscientos por ciento, etcétera?
—Claro.
—A lo mejor me equivoco, pero pienso que al estar al corriente de mi campaña, como lo has estado, es probable que hayas aprendido un veinticinco por ciento más de lo que sabías. ¿Me acerco?
—No —respondió Roger—, porque estoy seguro de que ha sido mucho más.
—Bueno, pues ahora, hermano Roger, voy a decirte algo que debería aumentar tu CI político un poco más. La primera vez que viniste a verme, me dijiste lo furioso que estaba Inman Armholster y que visitaba a la gente del Tec diciendo que Fareek había violado a su hija. ¿Correcto?
—Correcto.
—Y te conté que Inman Armholster era quien estaba poniendo el dinero sacavotos de André Fleet.
—Correcto.
—Supe enseguida que se trataba de una información importante, pero al principio no se me ocurrió qué hacer con ella. La noticia de que Armholster quería la piel de Fareek se difundió con rapidez, pero nadie estaba dispuesto a publicar un artículo en un periódico, ni a decir nada en la televisión, acerca de un caso de violación en el que no se había presentado acusación alguna, sobre todo cuando el hombre y la mujer eran Fareek Fanón y la hija de Inman Armholster. Luego, como caídos del cielo, aparecen esos dos chiflados con su Cazar el dragón.
—¿Quiénes son, por cierto?
—Un par de colgados de Internet, en mi modesta opinión —contestó el alcalde—. Parecen dos fideos blancos con pelo. Te da urticaria sólo de estar en la misma habitación que ellos. Pero tienen una crónica de sociedad en Internet. Atlanta anda muy escasa de crónicas de sociedad. En Nueva York se cuelan toda clase de cosas personales sobre los famosos en las crónicas de sociedad, pero en Atlanta sólo tenemos a esos dos chiflados.
—Hablas como si los conocieras.
—Oh, claro —dijo Wes—. Después de su bombazo, empezaron a aparecer por el ayuntamiento como reporteros reclamando la debida deferencia.
—Por el amor de Dios.
—Bueno, durante una semana más o menos, Roger, tuvieron a la ciudad en plena actividad. Cuando publicaron su historia, y luego la publicaron los periódicos, supe lo que tenía que hacer.
—¿Que era qué cosa? —preguntó Roger.
—Convocar mi rueda de prensa sobre el estado de la ciudad. Me preocupaba de verdad que todo el asunto se convirtiera en algo bastante feo, y eso fue exactamente lo que le dije a Armholster cuando me reuní con él. Pero la rueda de prensa fue una especie de última llamada, a decir verdad. Fareek es una figura admirada en Atlanta Sur, pero no es lo que uno llamaría una figura estimada. Oh, la gente está con él, y todo el mundo se siente orgulloso de que uno de los suyos haya triunfado, y estoy convencido de que muchos adolescentes se identifican con él. Pero Fareek no es afectuoso, no es bueno, no es amable, no vuelve a la comunidad a hacer buenas obras, no es encantador… no lo es en absoluto. Nuestras encuestas nos decían que todos los afroamericanos de Atlanta creían que a Fareek lo estaban condenando de forma injusta, pero sin que hubiera una situación muy cargada de rabia general. Todo lo que tuvimos fueron unos semidisturbios, ya te lo conté. Pero tenía mi propia razón para convocar la rueda de prensa. Sería mi única oportunidad de hablar en nombre de tu cliente.
—¿Qué quieres decir?
—Ningún político puede ir por ahí tomando partido en casos sexuales, porque se corre el riesgo de que aparezcan los hechos y te estallen en la cara en cualquier momento. Pero cuando la cuestión no es la culpabilidad o la inocencia, sino la imparcialidad, la justicia, los derechos individuales y la paz y la calma de la ciudad… entonces puedes dar tu opinión, y yo me impliqué en favor de Fareek cuanto era posible hacerlo en ese contexto. Y luego cuando Croker se volvió contra Fareek… ¡pareció que me daba la razón! ¡Y resultó que yo era el único defensor de Fareek en la vida pública! ¡Estaba en la cresta de lo que se conoce como un «problema negro»! ¿Y dónde estaba a todo esto André Fleet? ¡André Fleet estaba en la tribuna chupándose el pulgar! Apenas abrió la boca en todo el asunto. ¿Qué podía decir? No podía apoyar a Elizabeth Armholster del modo en que yo había apoyado a Fareek, porque eso habría costado una sangría demasiado grande de votos en Atlanta Sur, unos votos que necesitaba. ¡Pero eso era justamente lo que Armholster quería! ¡Como mínimo esperaba que Fleet atacara a Fareek! Pero Fleet se quedó sentado con los brazos cruzados. ¡Armholster estaba hecho un basilisco, le cortó el dinero sacavotos! ¡Se quedó sin nada! ¡Zip! —Wes empezó a reír a mandíbula batiente, como Roger no lo había visto reír nunca—. ¡Ayer Fleet estaba en la calle con la boca abierta y la lengua colgando! ¡Se quedó sin dinero para comprar votos! ¡Sin dinero! —Más carcajadas, casi le brotaban las lágrimas—. Roger, cuando trajiste a Croker a esa rueda de prensa… ¡me hiciste ganar las elecciones!
Roger ni siquiera sonrió.
—Lo que ha pasado ha sido muy agradable para ti, Wes, pero no para Fareek. Su nombre ha sido arrastrado por el barro durante mucho tiempo.
—¿El barro? —dijo Wes bruscamente—. ¿Sabes lo que es el barro, hermano Roger? El barro no es cuando el escandaloso padre de una chica va por ahí diciendo que has violado a su hija. El barro es cuando te detienen, te toman las huellas, te meten en una celda, te ponen en libertad bajo fianza, compareces ante un tribunal, eres acusado y luego te sientas ante un tribunal, con tus cien kilos, la cabeza rapada y una corbata del tamaño de un tronco, intentando parecer inocente, mientras una atractiva chiquilla blanca cuenta entre sollozos cómo la mancillaste. ¡Eso es… el barro!
—De todos modos…
—Por el barro —continuó Wes sardónicamente—. Pero no es eso lo que ha sucedido, ¿verdad?
—No, pero…
—¡No me vengas con «no, pero», hermano Roger! En ningún momento se ha presentado una acusación, ¿verdad? ¿Y sabes por qué? Porque los Armholster sabían muy bien la clase de infierno que tendrían que atravesar si presentaban una acusación en toda regla.
—¿Lo sabes seguro?
—Bueno… no lo sé seguro, pero ¿qué otra explicación hay? Armholster es un fanfarrón, pero no es sólo un fanfarrón. Algo le hará a Fareek tarde o temprano. Dios sabe qué. Espero que no sea dentro de los límites de la ciudad y que no sea durante mi mandato. Pero no quiso hacerlo de esa manera, no con los medios de comunicación volviéndose locos con el asunto. O yo lo veo así. Lo que hice fue lo mejor para Fareek Fanón y lo mejor para la ciudad.
—Aun aceptando la parte de Fareek, cosa que no acepto —dijo Roger—, ¿por qué «lo mejor para la ciudad»?
—Porque Atlanta me necesita —respondió Wes. No había rastro de ironía en su expresión—. ¿Tienes alguna idea de la catástrofe que habría supuesto la elección de André Fleet? Habría hecho retroceder Atlanta dos generaciones. La suma total de conocimientos sobre estrategia de André Fleet aquí, en este fin de siglo, se reduce al elige, dame y vete, es un cavernícola.
Roger sonrió a regañadientes.
—Muy bien, de acuerdo que Fareek ha salido libre y limpio de todo el asunto. La verdad, ¿sabes una cosa?, no creo que haya perdido un instante de sueño por todo el lío, ni siquiera cuando las cosas estaban peor. Se cree que vive en el Olimpo, con los demás dioses.
—Igual que Zeus —apuntó Wes—. ¿Y cómo le va esta temporada?
Roger le dirigió otra sonrisa a regañadientes.
—Mejor incluso que el año pasado. Arrasa, estará otra vez entre los mejores. Ya están hablando de él como favorito para el trofeo Heisman.
—¿Lo ves? —dijo Wes—. ¿Y a ti qué? ¿Cómo te va? ¿Cómo van las cosas en Wringer Fleasom & Tick?
Roger le dirigió una sonrisa de capitulación, como diciendo: «De acuerdo, me has ganado».
—No tendría que darte esa satisfacción, pero supongo que tengo que decirte que obtuve un dividendo bastante apetecible al final del verano después del asunto Fareek.
—¿Dividendo?
—Bonos.
—¿Te dijeron por qué?
—No, pero no era difícil de adivinar. El caso Fanón les dio buena imagen. A un antiguo bufete de Atlanta le conviene contar con un par de abogados afroamericanos para salvar las apariencias. Es mejor eso que nada, aunque todo el mundo sabe que es pura fórmula. Sin embargo, participar con éxito en un caso afroamericano importante… eso sí que es otra cosa. Ya nadie puede ir por ahí diciendo que eres un bufete retrógrado, anticuado y sólo para blancos. El «anticuado» es lo que los asusta. A los abogados blancos de Wringer Fleasom les importan un comino los afroamericanos, juntos o por separado; pero en Atlanta ni siquiera los reaccionarios quieren parecer anticuados, y actuar como un reaccionario hace que parezcas anticuado. El socio general, Zandy Scott, tiene tema de conversación para rato con el caso Fanón. Seguramente ahora mismo está en algún lugar refiriéndose como si nada a Fareek, como si hubiera sido él quien planeó y organizó su defensa. Aunque eso no me preocupa.
—Sí, espera y verás —dijo el alcalde—. Dentro de nada no será sólo una cuestión de relaciones públicas. Hay muchas grandes corporaciones afroamericanas en Atlanta y muchos afroamericanos ricos dirigiéndolas; a Wringer Fleasom les va a empezar a gustar hacer negocios con ellos y van a empezar a trabajar con ellos, todo gracias a ti, hermano Roger.
Roger sonrió a pesar de sí mismo.
—Bueno… no puedo decir que no tengas razón. Acabamos de ser objeto de la consideración de la Dulce Auburn[48]… ¿conoces la cadena de restaurantes de Clarence Harrington?
—¿Lo ves?
—Lo que veo es que Booker T. siempre ha tenido razón —dijo Roger—, eso es lo que veo. Wringer Fleasom & Tick, el bufete blanco de abogados más solemne y tradicional de Atlanta, está encantado de hacer negocios con un exitoso emprendedor negro como Clarence Harrington.
—De manera que todo esto ha sido muy positivo para ti —dijo el alcalde sonriendo de nuevo—. Admítelo.
—Bueno, supongo que sí. —Roger hizo una pausa, abrió la boca, como para decir otra cosa, luego se lo pensó mejor. Abrió otra vez la boca y, por último, hizo acopio de valor y dijo—: Todavía seguimos siendo el hermano Wes y el hermano Roger, ¿verdad?
—Verdad.
—Y eso se aplica a lo que el hermano Roger le cuenta al hermano Wes, al igual que en la otra dirección, ¿verdad?
—Pierde cuidado, hermano Roger.
—Bueno, pues entonces te voy a contar algo que ni siquiera le he contado a Henrietta. Cuando entré en este caso lo hice con gran inquietud. Le caí mal a Fareek de entrada. Evidentemente, en lo que a él se refería, estaba claro que yo era Roger Blanco al Cuadrado. Después me preocupó que mi relación con Fareek me valiera el distanciamiento de la clientela blanca de Wringer Fleasom… y me había pasado años cayendo bien a los «intereses empresariales». Pero ocurrió algo gracioso. Empezó justo después de la rueda de prensa que tuvimos en la biblioteca de Wringer Fleasom. La gente de la calle, nuestra gente, afroamericanos, me reconocían, porque la rueda de prensa había salido por la televisión. Me sonreían y decían cosas como: «Bien hecho, hermano» y «Te estoy atrás». ¡Te estoy atrás! Gibley Berm… ¿conoces a Gibley Berm?
—Claro.
—Bueno, en la gran rueda de prensa… tu rueda de prensa, Gibley Berm se me acercó… y tienes que entenderlo, nunca había visto a ese hombre en mi vida, salvo en las fotos de los periódicos… y va y me dice: «¡Está haciendo un gran trabajo, abogado! ¡Te estoy atrás!». ¡Te estoy atrás! La gran confesión que tengo que hacer aquí, Wes, es que… ¡me gustó! ¡No te puedes imaginar lo que me gustó!
—Claro que sí —dijo el alcalde en voz baja—. Acababas de entrar en el mundo de la política. Es más embriagador que cualquier droga.
—Bueno, a lo mejor sí, pero me gustó el hecho de que ya no era un afroamericano que se había elevado muy por encima del nivel de su gente. Al fin estaba con mi gente.
—Bienvenido al club —dijo Wes sin levantar la voz—. La política también es eso.
Entonces Roger esbozó lo que se dio cuenta que era una sonrisa avergonzada.
—Hermano Wes, tengo incluso que confesarte que he albergado pensamiento de presentarme a algún cargo… algún día. No estoy seguro de a cuál. —Intentó hacer pasar sus palabras con una sonrisa más grande, más amplia e intrascendente posible.
—¡Ajá! No creas que no me he dado cuenta de que también has estado diciendo «afroamericano». En fin… serás bueno —dijo el alcalde con naturalidad—. Ahora tu nombre es conocido, gracias al caso Fanón. Eres un hombre de familia que vive en Atlanta Sur. No tienes por qué meter Niskey Lake en todo esto. Además, ¿quién demonios sabe que en Niskey Lake son todo mansiones?
—Bueno, en realidad no son mansiones…
—Bueno, en cualquier caso no importa —dijo Wes—. Y otra cosa. Contarás de inmediato con el apoyo de un antiguo alcalde de Atlanta.
—¿Quién?
—Yo. Como sabes, un alcalde de Atlanta sólo puede serlo durante dos mandatos consecutivos.
Wes había hecho que todo pareciera tan real, tan posible, que Roger se dio cuenta demasiado tarde de que había permitido que una sonrisa empalagosa y soñadora se le extendiera por la cara.
—No está mal, ¿eh, Roger?
Una oleada de incomodidad. ¿Por qué había revelado tanto de sí mismo? Se levantó abruptamente, sonrió y tendió la mano al alcalde Wesley Dobbs Jordan.
—¡No era mi intención venir y aburrirte con mis fantasías, hermano Wes! Enhorabuena. Estoy orgulloso de ti, y me siento afortunado de conocerte. No es broma. Eres un gran hombre de Morehouse, eres un gran alcalde y serás aún más grande en el futuro.
Wes se levantó, y se estrecharon la mano.
—Gracias, pero del futuro no sé nada —dijo Wes—. No hay ningún sitio al que pueda ir un alcalde negro de Atlanta. Cuando empiezas a hablar de ser gobernador o senador, la reticencia de los blancos a parecer anticuados parece evaporarse. Eso lo descubrió Andy.
—Bueno —dijo Roger—, ¿y el Congreso qué?
—Eso sería un paso hacia abajo —explicó Wes—. Ser alcalde de Atlanta es un trabajo mucho más importante que ser un representante del distrito quinto.
—Hagas lo que hagas, hermano Wes, eres el hombre más grande… —De pronto tuvo miedo de parecer demasiado tonto, así que sonrió y añadió—: El hombre más grande de cuyo tiempo he tenido la fortuna de abusar después de unas elecciones importantes.
—Tonterías, hermano Roger —dijo Wes—. No te olvides de una cosa. Tienes que empezar a hacer visitas y a estrechar manos. Las cenas de concesiones de premios, las cenas en honor a jubilaciones, las cenas de beneficencia, los actos para recaudar fondos, las reuniones comunitarias, las reuniones de la iglesia. Tienes que conocer a los ministros, como Ike Blakey, que ha envenenado su propia gallina de los huevos de oro, esa serpiente.
Roger se sintió como un idiota. Había hablado demasiado.
—Sólo estaba pensando en voz alta, hermano Wes.
—Así empezamos todos, hermanos Roger —apuntó el alcalde—. Pensamos en voz alta y esperamos que la gente adecuada nos esté escuchando.
El hermano Roger y el hermano Wes se abrazaron, y luego Roger se volvió para irse, pero se fijó en todas las espadas ceremoniales yoruba de marfil en las paredes de ébano. Hizo un gesto hacia ellas.
—Tengo que decírtelo, esas espadas son una maravilla. ¿Qué va a ser de ellas?
—Tendré que empezar a devolverlas, lo cual es una lástima. Cuando las conseguí eran un astuto elemento más de la campaña electoral; pero ahora también las encuentro magníficas. Raíces, hermano Roger, raíces.
Cuando Roger salió a la sala de espera, el lugar parecía un cóctel. Habría unos dieciséis o diecisiete hombres de pie, la mayoría con copas de champán en la mano, armando un gran barullo.
—¡Eh, Rodge!
Era Julián Salisbury, el único blanco de la habitación, además del policía de siempre. Julián estaba con Don Pickett, de modo que Roger se acercó, estrechó la mano a los dos y escuchó un par de batallitas del final de la campaña Fanón. Estaba a punto de irse cuando una voz grave dijo:
—¡Señor White!
Era Elihu Yale, el jefe de Policía. A Roger jamás se le había pasado por la cabeza que el jefe de Policía supiera su nombre, ¡pero lo sabía! Roger se acercó, le estrechó la mano, intercambió con él unas pocas observaciones sobre lo ajustado del resultado y se sintió un hombre de mundo.
Por último, ya casi había salido de verdad de las oficinas del alcalde cuando lo llamó una joven voz femenina:
—¡Señor White!
Roger se volvió, y allí estaba la señorita Beasley, que había estado ocupada sirviendo champán. Era realmente encantadora, hermosa; en realidad resplandecía a causa de la felicidad, el champán y la presencia de tantos hombres, que sin duda la encontraban tan guapa como él.
—¡No se puede marchar sin despedirse! —dijo.
—Ni se me ocurriría —repuso Roger—, y gracias por todo.
—¡Ahora ya sabe dónde estamos!
—Oh, no se preocupe —dijo el hombre de mundo—. Volveré.