Capítulo 52

—¡QUÉ has hecho, Emerson! ¡Pero qué has hecho!

—Salvarte la vida.

—Las normas…

—Como vuelvas a hablar de normas vas a acabar muerto de verdad porque seré yo la que te mate. Tú eres el único que las cumple y espero que no se te ocurra hacer ninguna tontería guiado por tu sentido del honor. —Mi corazón se, debatía entre abrazarlo y no soltarlo nunca más o abocar toda mi rabia en él por saber que iba a morir y escoger precisamente eso en lugar de evitarlo.

—¿Por qué has vuelto? Me ganó la rabia.

—¿Te has parado a pensar, por un segundo, cómo estaría yo después de perderte? ¿Tu madre, tu hermana? ¿Kaleb y toda la demás gente que se preocupa por ti?

—Lo he pensado constantemente.

—¡Y por qué lo has hecho!

—No tenía otra opción. Las cosas vinieron así. Una vez supe que volverías segura… —Hizo una pausa—. Con mi renuncia, estaba seguro de que tú estarías bien. Y no me equivoqué.

—Eso es lo que tú te crees. Miró hacia el techo.

—Cuando te vi, te estaban cuidando. Te estaban dando cariño.

—¿Quién me estaba cuidando? Me miró a los ojos.

—Kaleb.

Sacudí la cabeza.

—Así que yo ya sabía que tendrías un futuro. Y tuve que aceptar que yo no estaría en él.

—Quizá es que no quiero un futuro sin ti. —Me mojé los labios e intenté controlar los nervios. ¡¿Era idiota o qué?! Sacar a relucir mis sentimientos me daba más miedo que lo que estaba pasando detrás de la puerta—. ¿Lo has pensado?

—El momento de mi muerte era demasiado claro. No tuve tiempo para pensar, pero tú estabas ahí: al principio de la lista.

Me pregunté cómo es que había escalado tan rápidamente.

Una nueva explosión destrozó los cristales y nos obligó a alejarnos.

—Tenemos que salir de aquí —dijo, señalando hacia la puerta.

—Todavía no. Están pasando demasiadas cosas afuera. Esperamos hasta que se disperse el movimiento. Para matar un poco el tiempo. —Hice una pausa, arrepentida por haber escogido ese verbo—. Tengo que explicarte unas cuantas cosas antes de que volvamos. Todo ha cambiado bastante en las últimas veinticuatro horas.

—¿Tan poco has tardado en volver?

—A mí se me ha hecho muy largo, créeme. No sé si empezar por la noticia buena o por la mala. —Suspiré—. Bueno, primero: tenías razón. Jonathan Landers es el asesino.

—Ya lo sabía.

—Pero eso no es lo peor. Ha encontrado la manera de viajar y de acceder al puente que une nuestras habitaciones. Pensaba que era un bucle. Lo toqué para hacerlo desaparecer y acabé con un puñado de Blandí Blub.

Arrugó el labio.

—¿Por qué yo no lo veía?

—Supongo que ya se encargaba él de eso. Seguramente ha estado manipulando el puente y usándolo para ocultarse.

Michael inclinó la cabeza en dirección a la ventana, donde se podía ver perfectamente a Jack dando instrucciones a un coche de bomberos para que atravesara el terreno.

—¿Por qué no me explicaste nada de él?

Me subieron los colores. Era una pregunta muy difícil de responder.

¿Cómo le podía explicar que había preferido guardármelo para mí, tan adulador y atento como parecía? Me había creado la idea de que era un ángel de la guarda o algo parecido. Pero resulta que no. Era un asesino y había estado en mi casa. Me había observado mientras dormía y había sido tan tonta que le había creído cuando me dijo que me quería proteger.

—No le di mucha importancia al principio. Y entonces fue cuando se convirtió en una mentira, en algo que estaba ocultando. Tendría que haber caído en la cuenta de que era un error.

Se quedó pensativo.

—Los dos nos arrepentimos de cosas que no nos hemos dicho.

—En tu habitación, después de besarnos… —Me detuve—. Me dijiste que querías besarme más, pero que sabías que no ibas a volver. ¿Fue un beso de despedida?

—¿Tú qué crees?

Sabía que el cabreo me duraría bastante, pero mi pena se convirtió en una especie de alivio profundo que me entraba por los pies y salía por mi boca. Un impulso incontrolado.

—Si fue un beso de despedida, ahora nos toca un beso de bienvenida. —Mis dedos se pelearon con el nudo de mi bufanda y, por fin, la conseguí desatar—. Porque vamos. Básicamente te he rescatado de los muertos.

Michael me contempló por un momento, se acercó a mí y me sostuvo la cara con la mano. El tacto de su roce me estremeció.

—Fue un beso de despedida. Pensaba que no te volvería a ver y no quería morirme sin saber cómo saben tus besos. —Resopló—. Suena demasiado dramático.

—No es para menos. —Recordé el colapso de mi corazón cuando pensaba que lo había perdido para siempre—. Ha sido horroroso.

—Lo siento.

—Todavía no te he perdonado. —Me temblaban las piernas como preludio al llanto—. No sé cuánto tiempo voy a tardar en perdonarte, pero de momento estoy contentísima de que estés aquí otra vez.

—Emerson.

—No sé nada. Solo sé que, cuando pensaba que te habías ido, no podía ni respirar. Me faltaba la mitad del cuerpo. —Seguí balbuceando. No sabía si me arrepentiría, pero sabía que no podía parar—. Solo tengo diecisiete años. ¿Es normal sentir esto a los diecisiete?

—Em…

—Y, hablando de Ava o de Kaleb, no quiero que nadie en el mundo se interponga entre nosotros. Y…

—¡Emerson! —me gritó, impaciente.

—Qué.

—Deja de hablar, por favor. —Acercó sus labios, deteniéndolos justo enfrente de los míos—. No puedo besarte si no callas.

La euforia que corría por mis venas desbancó el dolor de haber estado a punto de perderlo. Reservé un segundo de mis pensamientos a la Emerson que se arrastraba por la hierba, golpeada por la angustia y la pérdida.

Entonces me abandoné a él, besándole completamente, dejándome caer sobre su cuerpo, tan grande y perfecto para mí.

Nos arrodillamos juntos, escudriñando por la pequeña abertura de la puerta para ver lo que estaba pasando en el patio. Las llamas se habían extinguido. Los vehículos estaban retrocediendo, hundiendo las ruedas fangosas en la hierba. El coordinador de los bomberos, cuya cara estaba recubierta de ceniza y hollín, dirigía el tráfico y su hálito se cristalizaba en el aire de la noche mientras vociferaba órdenes.

—Solo nos queda llegar a la oficina de Liam —dije—. Allí hay un puente que me ha abierto Cat.

—Déjame ir a mí primero. Levanté una ceja.

—… Ya sé que vas a ir con cuidado. Y yo también. —Volvió a mirar afuera, a derecha e izquierda, contemplando a Landers desde su posición—. Es solo por precaución. Conozco la casa y las personas que pueden haberse quedado dentro. Tú no.

—Entendido.

Contemplé la curva de sus labios, olvidándome del puente o de todo lo que nos quedaba por hacer. Solo Michael: lo contenta que estaba de que estuviese vivo; lo mucho que ansiaba tocarle. Cómo necesitaba que me tocase.

Seguía con la vista clavada en lo que estaba pasando afuera.

—Emerson, no me mires así. Ahora, no.

—¿Cómo te estoy mirando?

—Ya sabes. —Me sonrió. Lo oía en el eco de su voz. Me envolvió el cuello con el brazo y me atrajo suavemente hacia él—. Un momento. No me lo has explicado todo. ¿Qué más hay, aparte del hecho de que Jonathan Landers te ha estado acosando?

—Los bucles. Están cambiando. Los dos vimos al terceto de jazz en la inauguración de La Central, pero he visto más cosas desde entonces. Lo peor, justo antes de ir a rescatarte Todo este espacio se ha transformado. He mirado por la ventana y he visto una escena de al menos ciento cincuenta años.

—¿Qué? —resopló.

—No sé cómo explicarlo. Es como si hubiese viajado atrás en el tiempo.

—Parece más como si el tiempo hubiese viajado hacia ti. —Hizo una pausa para pensar—. Los bucles que yo veo también han aumentado en detalles, pero no han llegado a ser tan complejos. ¿Se lo has explicado a Liam?

Asentí.

—Está preocupado.

—Eso es decir mucho. ¿Ha encontrado explicación?

—No.

Se apartó suavemente y abrió la puerta otro centímetro.

—Parece que los bomberos están comentando algo con el coordinador.

—Todavía no podemos salir —protesté. Aunque la multitud se estuviera despejando, podían alertarse de nuestra presencia si aparecíamos de repente.

—Cat no puede tener el agujero de gusano abierto durante mucho tiempo. Está en territorio enemigo si la gente de La Esfera sigue siendo fiel a Landers.

—Un momentito.

—Solo un momentito. —Se levantó y me hizo poner de pie.

—Ya que estamos esperando… —le agarré del cuello de la chaqueta, me puse de puntillas y le besé en los labios. Tenía la piel fría, pero se calentó en el mismo instante en que nos rozamos. Su calor me contagió desde la cara hasta la punta de los pies y habría jurado que cada pelo de mi cuerpo se me había erizado, pero no tenía ganas de abrir los ojos para comprobarlo.

Se apretó contra mí, recorriendo mi mandíbula y mi cuello con su boca mientras yo me agarraba a su chaqueta y me aferraba más a él.

—Ya estoy preparado para salir —musitó en mi oreja—. Y llevarte a algún sitio donde te pueda besar mejor.

—Es imposible que me beses mejor. —Volví a temblar. ¿Qué pasaba con este chico, que me hacía temblar de ese modo?—. Y yo, ¿te podré coger mejor?

—Espero que sí. —Me besó desde la mejilla hasta los labios, deslizando la mano dentro de mi abrigo mientras los dedos se fundían con el tejido de mi camiseta. No paraba de pensar en cómo sería la caricia de sus manos contra mi cuerpo desnudo—. O no. Puedes hacer lo que quieras conmigo.

Quería estar con él. Solos.

—Y si volvemos directamente a mi apartamento…

Levantó la vista, con una expresión extraña. Se me escapó una risita nerviosa.

—Estaba pensando en voz alta.

—Me encantan tus pensamientos.

Pudimos llegar a la casa sin que nadie nos viera. La primera etapa fue fácil.

—No te he dado las gracias —me dijo mientras entrábamos en la oficina de Liam—. Muchas gracias por todo. —Levantó nuestras manos entrelazadas y me besó la muñeca.

—No tiene importancia. —Nada tenía importancia desde que había descubierto mis partes erógenas—. Nada.

Me dedicó una sonrisa.

Sin separar las manos, saltamos al velo.

Me concentré en la oficina de Liam. Las espirales plateadas volvían a consumirme y lo único que se escuchaba de vez en cuando era un eco ocasional o un fragmento distante de música.

Cuando alcanzamos el velo, Michael susurró.

—Quédate en el puente. Vengo en seguida; voy a comprobar que el camino está despejado.

—Date prisa.

Me estrechó la mano y desapareció.

Me quedé sola en el puente, esforzándome por quedarme quieta en lugar de caminar hacia delante o hacia atrás. Era tan diferente de viajar. Era como si me estuviesen empujando y tirando a la vez y mí vida entera dependía de la concentración de mantener el equilibrio. Los remolinos de agua avanzaban en el orden de las agujas del reloj y viceversa y aparecían rostros con bocas y ojos en movimiento que se difuminaban y volvían a enfocarse.

No me sentía bien.

¿Y dónde estaba Michael?

Cuanto más esperaba, más oprimida me sentía y más se acercaban las caras al puente. Empezaba a apreciar detalles, como las pestañas, cejas, hoyuelos, bigotes. Las caras crecían hasta la barrera en forma de olas y, aunque no las podía oír, parecía que vocalizaban mi nombre en gritos ahogados de advertencia.

Cerré los ojos. Seguí esperando tres minutos más con los ojos cerrados y la impronta de sus caras seguía clavada en la oscuridad.

Tenía que salir corriendo.

Salté del puente a través del velo y abrí los ojos. Para ver a Cat.

Que estaba apuntando con una pistola a Michael.