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feather

Mi maestro de inglés en Hamburgo estaba frente a la clase como un zorro en un gallinero que gustoso se relamiera en los últimos segundos antes de su gran acometida. Que Tyger se dio cuenta de mi cara de shock no lo dudé ni un segundo, pero mis condiscípulos no parece que lo notaran. De la generalizada irritación deduje que ellos lo habían esperado tan poco como yo.

Como hipnotizada, seguí la mirada de Tyger, quien se paseaba de un rostro a otro hasta que la dejó colgando en la última hilera. Yo estaba sentada con la espalda a la ventana, y vi que tenía en la mira a mi compañero que había sido vecina de asiento en la clase de historia y que llevaba aquella camiseta impresa. Tyger arqueó la ceja izquierda y sus labios formaron una diminuta sonrisa.

—¡Qué interesante recomendación! —comentó sobre lo escrito en la playera del joven—. No se te ocurra hablarme. Voy a cumplirte con gusto ese deseo, Pero ¿puedo en cambio conversar contigo?, ¿comunicarte algo?, ¿informarte?, ¿susurrarte algo?, ¿o GRITARTE?

Esta última palabra salió disparada como un tiro por toda el aula. El punk se sobrecogió como si Tyger lo hubiera golpeado con un objeto pesado, pero este ya tenía en los labios su sonrisa cortés de nuevo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó suavemente.

—Aaah… —el punk pareció como lo que más hubiera querido era desaparecer debajo de la mesa—… soy Randy.

—¿Ah, sí? —la sonrisa de Tyger se volvió radiante, y al momento siguiente comprendí por qué.

—Esto da pie para tocar mi tema preferido —dijo embelesado—. La sutil diferencia entre el inglés americano y el británico. En la tierra de ustedes «Randy» es un nombre de persona muy difundido. Si en Inglaterra alguien se presenta diciendo: «Hola, soy Randy», está diciendo nada menos que: «Hola, soy lascivo».

Tyger esperó hasta que la risa perpleja de los alumnos se hubiera calmado, y entonces le hizo una seña con la cabeza al punk y susurró:

—Hola, soy Morton Tyger, su nuevo profesor de inglés en este semestre. Y te comunico, Randy, que la decisión de si en el futuro puedo dirigirte la palabra o no dependerá de tu atención a mis lecciones. ¿Me he expresado lo bastante claro?

El punk asintió. Un mudo asombro había petrificado la clase.

Tyger me ignoró todo el tiempo, o mejor dicho, actuó como si yo fuera, como todos los demás, una adolescente norteamericana entre tantas, a la que veía por primera vez. Y cuál era su actitud frente a los adolescentes norteamericanos me lo había dejado claro, inequívocamente, en Alemania.

La razón de que hubiera venido a caer en América y más exactamente en Los Ángeles y más precisamente aún en la Pacific Palisades High School y, todavía más justamente, en mi clase se la guardó, de todas formas, para sí. Por mi parte, no estaba en condiciones de preguntarle al respecto.

Tyger sorbió de su taza de té, se puso tras la mesa y solicitó a una muchacha de la tercera hilera que afablemente le dijera qué tema habían venido tratando. La chica estaba tan nerviosa que saltó de la silla. Quizá tenía miedo que le preguntara cómo se llamaba, pero no lo hizo. Revolvió su taza, y luego sus resplandecientes ojos azules la miraron de hito en hito.

—Re… —tartamudeó la chica—… vemos re… rece… recesiones —lanzó un suspiro de alivio y se dejó caer de nuevo en su lugar.

—¡Sumamente interesante! —en el rostro de Tyger apareció de nuevo esa expresión de embeleso—. Cuénteme más al respecto… señorita… ¿cómo te llamas?

Tyger ladeó la cabeza y Suzy se dispuso a lanzar un desanimado resoplido que quedó ahogado en cuanto la mirada de Tyger apuntó hacia ella. Luego se dirigió de nuevo a la muchacha de la cola de caballo, que estaba a punto de saltar.

—Angie —masculló.

—Angie —sonrió satisfecho Tyger—, ¿no es dulce? Ahora bien, Angie, soy todo oídos. ¿Qué saben sobre crisis económicas?

—Yo… nosotros… quiero decir… nosotros. —Angie calló.

Un joven flaco, que estaba sentado a mi izquierda, con valor pidió permiso para hablar.

—Angie se equivocó. No quiso decir recesiones, sino recensiones. Sí, estamos haciendo recensiones.

—¡Re-cen-sio-nes! —Tyger inclinó la cabeza hacia delante, como si hubiera escuchado mal. Luego, se reclinó en la silla y cruzó los brazos—. Esto, naturalmente, le da un sentido por completo nuevo —dijo—. Entonces dime, junto con tu nombre, qué saben de recensiones. ¿Qué es una recensión exactamente?

Tenaz, el joven delgado se quedó mirando a los ojos de Tyger.

—Me llamo James, y por recensión… —el muchacho abrió su cuaderno y leyó—:… se entiende el juicio de una obra artística que ofrece un llamado crítico. Cuando se trata de libros, a esos especialistas se les denomina críticos literarios. Estos aquilatan el valor de una obra escrita y explican por qué es buena o mala. Una recensión favorable puede hacer que el precio o el renombre de una obra suba, mientras que una recensión negativa puede perjudicar y hasta arruinar un libro. Por eso, a una recensión negativa se la denomina también «crítica acerba».

—¡Amén! —los ojos azules de Tyger echaban chispas.

El hábil enjuto había dado en el clavo sin siquiera percatarse. Por primera vez, Tyger se dirigió hacia mí. Su sonrisa adoptó rasgos de crueldad.

—Señorita Wolff —dijo—. Como ha llegado a mis oídos, eres nueva en esta escuela. ¿Tienes acaso experiencia en este tema o, por casualidad has leído alguna vez la recensión, o acaso la crítica acerba de un crítico literario?

No supe qué estaba ocurriendo dentro de mí. No tuve que esforzarme. Las palabras salieron por sí solas.

—Por casualidad, sí —le contesté—. En la clase de mi antiguo profesor de inglés se nombró precisamente a un crítico literario. Su nombre era William Alec Reed. Era llamado el hombre de pluma mortífera porque sus recensiones eran declaradamente agudas. Leí una de ellas, y me enteré de que un escritor al que Reed atacaba se quitó la vida.

Traté de apagar los murmullos de mis compañeros y resistí la mirada de Tyger.

—Algunas personas —proseguí—, culpan a ese crítico literario del suicidio. En lo personal, creo que eso es ir demasiado lejos. Desde luego que las críticas acerbas pueden acarrear que el futuro de un escritor quede truncado, pero cuando alguien decide darse muerte, él solo es responsable en última instancia.

El ojo de Tyger comenzó a parpadear, mientras mis compañeros no cesaban de observarme. ¿Notarían que había aquí un duelo oculto, o adivinaron que ese antiguo profesor mío era justamente Morton Tyger que, como uno de esos diablos con un resorte o muelle salen disparados de una caja, había aparecido en mi nueva escuela en Estados Unidos?

Me daba igual, y Tyger procuró que no hubiera claridad en este punto.

—Mis más sinceras gracias por la filosófica explicación en materia de suicidios —contestó, escueto—. Pero, siguiendo —apartó la vista de mí y se dirigió a toda la clase—, ¿sabe un crítico literario, por principio de cuentas, si una obra de arte es buena o mala?

Suzy pidió permiso para hablar.

—Lo sabe porque ha estudiado literatura —expresó—. Tiene experiencia. Es… como se dice, objetivo.

La ceja de Tyger se levantó de la frente casi hasta arriba, casi totalmente.

—Objetivo. Más o menos… —de nuevo sorbió el té y, al dejar la taza, su mirada me tocó como la punta de una daga.

—Ahora, bien, vamos a elaborar más este argumento. Supongamos que en esta aula… —Tyger hizo un amplio movimiento de brazos—… hay treinta y cinco críticos literarios. Personas profesionales que han estudiado, experimentadas y objetivas.

La mirada de Tyger apuntó de nuevo hacia mí.

—Ahora les leeré un fragmento de la novela inconclusa de un escritor —continuó—. Su nombre es Ambrose Lovell, y su obra lleva por título El último visitante.

Tyger tomó un fajo de papeles de su portafolios de piel.

—Sobre su contenido no anticiparé mucho —aclaró—. Solo les leeré un par de líneas y deberán juzgar. De este modo, se familiarizarán con una de las cualidades más importantes de todo crítico literario. Esos profesionales objetivos consideran, en la mayoría de los casos, que no es necesario leer toda la obra de un autor. Un pequeño mariposeo les basta para juzgar el todo. Así que escuchen simplemente, y luego… —de nuevo la mirada de Tyger me rozó—, hagan las veces de Dios. El juicio de ustedes decidirá sobre el ensalzamiento o hundimiento del escritor. ¿Entendieron?

Un inseguro murmullo se extendió por el aula.

—Este tipo tiene algo de estrafalario —susurró Suzy, y se agazapó ante la mirada de Tyger.

Este sacó del bolsillo del chaleco su reloj de oro. Lo abrió. Su ojo izquierdo parpadeaba. Luego revolvió una pila de papeles, carraspeó y comenzó a leer:

El telón bajó silencioso y, durante un momento, la fastuosa sala del teatro cayó en un profundo silencio, enseguida estalló un aplauso atronador e inacabable. El telón se levantó de nuevo y los actores hicieron reverencia en el escenario.

Alan estaba sentado junto a Emma en el palco de honor. Las perlas de su vestido resplandecían a la luz de las arañas de luz, y sus ojos se iluminaron cuando ella volteó la cabeza hacia Alan: «Tus palabras —le susurró al oído— ahora toman vida».

Alan tomó la mano de Emma. La rodeó delicadamente y, mientras la sala explotaba de nuevo en una estruendosa ovación, Alan percibió en el interior de su pecho una tierna y al mismo tiempo firme atracción. Sintió como si dedos invisibles le hubieran arrancado un pelito de los entresijos de su corazón. Alan se estremeció y Emma lo miró desasosegada: «¿No te sientes bien?».

Alan respondió a su mirada con una sonrisa. No atribuyó ninguna importancia al incidente, e hizo lo que todo ser humano normal haría si le ocurriera algo que su inteligencia no lograra entender, pero que al mismo tiempo fuese comprendido en toda su magnitud por otra parte más oscura de su conciencia. Reprimió su peculiar sensación y, en vez de cualquier otra cosa, apretó la mano de Emma todavía más y dirigió la mirada de nuevo al escenario, donde acababa de haber sido estrenada una obra suya. Sí, sus palabras habían cobrado vida, y Emma estaba a su lado. Ninguna otra cosa en el mundo contaba.

En el momento en que Tyger dejaba el manuscrito sonó el timbre de la escuela. Nadie se movió. Los demás quizá lo atribuirían a la autoridad que este hombre irradiaba, pero yo tenía otro motivo: había sido herida.

—Bien —añadió Tyger alegremente—. Parece que tendremos que suspender esta tarea. Propongo que la hagan en sus casas. A quien este breve fragmento le baste para expresar un juicio objetivo de esta obra, no tendrá que esforzarse. Para el resto, —Tyger levantó de la mesa un cúmulo completo de papeles—, he copiado la obra inconclusa de Ambrose Lovell. Así pues, les deseo, damas y caballeros, una excelente tarde.

Tyger golpeó sobre la mesa con los nudillos, se inclinó ligeramente y se fue hacia la puerta.

Solo entonces desperté de mi aturdimiento. Me levanté con tanta vehemencia de mi silla que esta cayó al suelo, y me fui corriendo hacia Tyger, pero cuando llegué al corredor había desaparecido. Y por más que lo busqué por toda la escuela, fue como si la tierra se lo hubiera tragado.