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—Sofía, mira… —El andador avanzaba lentamente. Andrea podía mover las piernas, progresaba despacio, un paso después de otro, sosteniéndose con fuerza con los brazos, arrastrando las piernas a veces. Pero llegaba incluso a doblarlas—. ¿Lo has visto? ¡Es como si volviera a ser un niño pequeño! —Sonreía feliz. Su entusiasmo llenaba la casa, era como si hubiera una nueva luz, casi se podía tocar la energía de aquella nueva vida. Sofía lo miraba sin dejar de sonreír. Andrea se apartó del andador y se dejó caer en el sofá—. Basta, ya no puedo más.

—No ha pasado ni un mes. Tienen que pasar por lo menos seis para que seas independiente y puedas caminar un poco más sin apoyarte. Ya te lo dijeron.

Andrea estaba completamente sudado.

—De todos modos, para mí ha sido un milagro. Cuando me llegó aquel boletín electrónico y supe lo del profesor, lo de sus estudios sobre las estaminales, que las introducía en la médula ósea… vi que era mi historia, no me lo podía creer… ¡Esa es la grandeza de las redes de comunicación, de Internet! Lo critican mucho, pero nos permite estar informados continuamente.

Sofía le acarició el brazo.

—Sí… —Tenía las venas dilatadas por el esfuerzo—. ¿Quieres algo de comer?

—Sí, por favor.

Se levantó y fue a la cocina. Poco después, volvió con una botellita de Gatorade.

—Mientras tanto, tómate esto. Es como si cada vez que lo intentas jugaras un partido de fútbol sala.

Andrea sonrió.

—Y a lo mejor dentro de un año puedo jugarlo de verdad.

Seguidamente, le dio un largo trago a la botella. Justo en aquel momento, llamaron al interfono. Sofía se levantó y contestó.

—Sí, te abro. —Regresó al salón en seguida—. Es Stefano, ya sube.

Andrea intentó ponerse de pie apoyándose en los reposabrazos del sofá. Poco a poco, lo consiguió.

Sofía le acercó la silla de ruedas, la sujetó con fuerza, y Andrea pudo dejarse caer sobre ella.

—Ya está.

Después, Sofía cogió una toalla y se la pasó por la frente.

—Total, vas a seguir sudando… Llamaron a la puerta, ella fue a abrir.

—Hola.

Stefano estaba de buen humor.

—¿Está preparado nuestro campeón?

—¡Por supuesto!

Andrea empujó la silla de ruedas y se dirigió hacia la puerta, de manera que Stefano tuvo que apartarse rápidamente.

—¡Casi me pillas!

—Ya verás como antes o después lo conseguiré.

Entonces Stefano se dirigió a Sofía:

—Me ha dicho Lavinia que si os apetece venir a cenar el sábado a casa…

—Por qué no, tal vez la llame más tarde.

Luego cerró la puerta. Se quedó en el repentino silencio de aquella casa. Se sentó en la mesa y empezó a pensar. La vida y sus mil derroteros. Stefano se había ofrecido a acompañar a Andrea a fisioterapia todas las tardes. ¿Stefano el bueno o Stefano el que de alguna manera se sentía en deuda? Quizá el mérito se debiera a que la historia entre Lavinia y Fabio se había acabado. Lavinia y Stefano nunca habían hablado de aquella infidelidad, era como si no hubiera ocurrido. Habían hecho como si nada. La pareja seguía estando tan unida como antes, más que antes, felices como siempre. En el salón, Sofía miró a su alrededor. Vio algunas fotos de sus vacaciones, de su boda, y el andador. «¿Es así como quiero que sea mi vida? Esta segunda oportunidad que tiene Andrea, ¿significa algo diferente para mí?».

Se acordó de su madre, de cuando fue al parque con la maleta, encandilada, dispuesta a irse. ¿Y por qué no lo hizo? Porque él estaba casado y amaba a su mujer. Pero ¿es necesario estar siempre tan seguros, hay que tenerlo todo tan claro para atrevernos a abandonar lo que no nos gusta de nuestra vida, para tener una vida bella? Sí, una vida bella. Y ¿es la vida la que de repente decide ser bella para ti o eres tú el que puedes hacer que lo sea? Sin querer se acordó de las últimas palabras que había dicho Andrea, como de pasada. Acudieron a su mente, como un eco, resonaron en su cabeza como una nota disonante en toda aquella historia. «Cuando me llegó aquel boletín electrónico y supe lo del profesor…». Pero ¿cómo? Siempre había dicho que lo había encontrado él, que lo había descubierto navegando por Internet. Entonces Sofía cogió el ordenador. ¿Qué era aquello del boletín electrónico? Sólo había una persona que podía ayudarla.

—¿Qué quieres decir? ¿Que no damos clase pero tengo que ayudarte con esto?

Jacopo Betti, el chico de doce años obsesionado con la tecnología, miró a Sofía sorprendido.

—Sí, pero antes de la noche. Tengo que llevármelo a casa.

—De acuerdo… Lo haré. Como máximo dentro de dos horas estaré aquí.

Sofía continuó la clase con la joven Alessandra, una pequeña promesa con estilo propio. Al menos por saber hacer de la música clásica una verdadera moda.

—Me gustaría ser un poco como Giovanni Allevi.

—¿Qué quieres decir?

—Que es un genio, finge que no entiende nada y así puede dar las respuestas más incoherentes y, de paso, ganar un montón de dinero haciendo lo que más le gusta. Como dice mi hermano, «¡La ventaja de ser inteligente es que siempre puedes hacer el idiota!».

Sofía se rio.

—Pero ¿no crees que lo único que le ocurre es que siente una gran pasión por lo que hace?

Alessandra se encogió de hombros.

—Bueno, no lo sé. Cada vez hay menos gente que haga las cosas de manera sincera.

Sofía la miró con más atención. ¿Once años y ya estaba tan desencantada? ¿Cómo era ella a los once años? Amaba la música y punto; escuchaba discos de música clásica, los interpretaba al piano, intentaba desesperadamente repetir de oído conciertos imposibles. A los once años se divertía. A los once años era sincera.

Al rato, la clase terminó.

Sofía se había quedado sola en la habitación. Oyó que alguien llamaba. Abrió la puerta con curiosidad.

—Hola, quería despedirme. —Era Olja.

—¿Te vas a casa?

—Sí, pero a mi casa. Vuelvo a Rusia. —A Sofía se le encogió el corazón. Para ella había sido mucho más que una profesora. Se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar, le sucedía demasiado a menudo en los últimos tiempos. Olja le cogió la mano y se la estrechó—. No llores. Rusia está cerca. Hace poco inauguraron un nuevo tren. Por ahora se llama «17 18». Es como el viejo Orient Express. Yo me voy en él y tú podrás venir cuando quieras. Si decides insistir y te empeñas en volver a tocar, bueno, está claro que no seré yo quien te lo impida. Al revés, estaré encantada de ser…

—Mi maestra.

—Sí, tu maestra.

Y se sonrieron como dos amigas, sin que se notara la diferencia de edad, sólo un gran cariño.

Cuando Sofía se quedó sola, tocó algunos acordes al piano para matar el tiempo, pero al final advirtió que era tarde y se encaminó a la calle. Empezó a bajar la escalera cuando lo vio llegar corriendo.

—Eh, profe, perdona, pero no ha sido fácil. —Jacopo Betti estaba completamente sudado y llevaba su ordenador debajo del brazo—. ¡Toma! Está todo aquí. —Le pasó una hoja. Jacopo la miraba satisfecho—. ¡Martin Jay es el mejor hacker de toda Europa, para mí es el mejor del mundo! Si para él ha sido difícil, quiere decir que para cualquier otro habría sido imposible. Ha encontrado al que envió ese boletín electrónico; el nombre está escrito en ese papel. Si necesitas algo más, cuenta conmigo.

Le sonrió y se fue sin más, con los pantalones algo caídos. Aquel muchacho era una extraña mezcla entre rapero y hacker obligado por sus padres a enfrentarse con Chopin.

Sofía desplegó la hoja y, cuando vio el nombre, vaciló: «Nautilus». La sociedad que estaba en el mismo edificio que el despacho del abogado Guarneri.

Así que fueron ellos los que sugirieron la operación. Ellos enviaron el correo electrónico a la dirección de Andrea y quizá fueran ellos quienes pusieran el precio. Reunir cinco millones de euros habría sido imposible para cualquiera, pero, al mismo tiempo, habían encontrado su punto débil: sólo así cedería y sería posible comprarla. Pero ¿por qué le dijo Andrea que había encontrado la noticia navegando por Internet? ¿Por qué no le comentó que había recibido un boletín electrónico? ¿Era una distracción o era una mentira? ¿Era posible que Andrea también supiera algo? ¿Y, entonces, qué sabía? ¿Lo sabía todo y lo había aceptado? Pero si Sofía lo había hecho por amor hacia Andrea, él había fingido sólo por sí mismo y por sus piernas. A ella la habían comprado, pero había sido él quien la había vendido.

Se quedó desconcertada. Verdades escondidas, aparentes, todo y lo contrario de todo. En aquel momento ya nada estaba claro, sólo estaba segura de una cosa: quería vivir una vida bella.