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Sofía deambuló por la ciudad con aquella carpeta en la mano. La apretaba fuerte, como si tuviera miedo de perderla y, sobre todo, se preguntaba cómo lo haría, qué iba a decirle a Andrea cuando se la enseñara. Pero la pregunta que más la atormentaba era: ¿la creería? Aquello caía sobre ella con todo su peso. En todos los sentidos. Tal vez porque era la primera vez que se veía obligada a decir una mentira de aquellas proporciones. Sí, de hecho, últimamente habían ocurrido muchas cosas que la habían cambiado, pero aquello era distinto. Viajaría a otro país, fingiría que iba a tocar en cinco conciertos por los cuales le pagaban cinco millones de euros, y, por encima de todo, pasaría cinco días con un hombre desconocido que la haría suya.

Se sonrojó y, de repente, le entró calor. Notó que la embargaba una excitación increíble. Se detuvo en un pequeño bar, como una turista extranjera, y se sentó fuera, a una mesa. Dejó la carpeta con los contratos sobre ella y se quedó con los ojos cerrados, imaginando. Y entonces vio a Tancredi, después de tanto tiempo, sonreía, la invitaba a beber algo, charlaba, le contaba cosas, levantaba una ceja al ver su indecisión…

Tancredi. Era un hombre muy guapo, pero frío, cínico a veces, distante. Un hombre lleno de fascinación y misterio, un hombre impenetrable. Aquello era: un hombre que no quería amar. Casi sonrió ante aquella repentina imagen. ¿Qué le habría ocurrido en la vida? ¿Por qué era así? ¿Demasiado dinero? ¿Un amor fracasado? Se echó a reír. «Soy demasiado romántica».

Sencillamente debía de ser un hombre que se aburría.

—¿Puedo traerle algo?

Sofía abrió los ojos. Frente a ella había un chico joven que llevaba una bandeja con vasos sucios en la mano.

—Sí, gracias, un té.

—¿Lo quiere con leche o con limón?

—Con limón, gracias.

El chico desapareció dentro del bar y regresó al poco rato con una tetera caliente y, aparte, unos sobrecitos.

—Le he traído dos o tres: de melocotón, de arándanos y té negro inglés; así podrá elegir el que más le guste.

—Gracias. —Sofía pagó y dejó también una pequeña propina. Se quedó esperando tranquilamente a que el sobrecito de melocotón fuera tiñendo poco a poco el agua caliente de la taza. Luego le añadió una rodaja de limón y azúcar y empezó a bebérselo a pequeños sorbos. Tenía tiempo antes de la clase de música.

Sin poder evitarlo, volvió a sus pensamientos de antes. ¿Por qué era así aquel hombre? ¿Dónde pasarían los cinco días? ¿Qué iba a ocurrirle? ¿Y si ya no regresara, y si desapareciera para siempre? Empezó a preocuparse. Nadie conocía aquella historia. Entonces, mientras saboreaba el té, se le ocurrió una idea. Tenía que informar a alguien.

Pero ¿a quién? ¿A su amiga Lavinia? Impensable. ¿A Olja? No era justo que cargara con un peso tan grande y, además, ¿cómo la habría juzgado? ¿Qué pensaría de ella? Su relación era como la que tienen una abuela y una nieta. Olja la había visto crecer, siempre había tenido una excelente opinión de ella, la comprendió incluso cuando dejó de tocar. Pero en aquella ocasión no la entendería. ¿A sus padres? Todavía menos. Sería difícil de explicar, y su madre pensaría que al final ella tenía razón. Sonrió. Qué difícil es a veces meterse en la mente de los demás y hacer que entiendan tu punto de vista. Y de aquel modo se dio cuenta de que no tenía a nadie en quien confiar. La única solución era escribir toda aquella historia y enviársela a sí misma. Prepararía un sobre y se lo daría a Olja. Aquello no sería complicado. Le diría que se trataba de una sorpresa que quería darle a Andrea. Olja se lo creería. En caso de que no regresara, dos días después aquel sobre llegaría a su casa y descubriría todo lo que había pasado. Llevaría la fotocopia de los programas, de los billetes del viaje, la dirección del bufete, los números de teléfono que tenía y la historia de cómo habían ido las cosas desde el encuentro en la iglesia hasta aquel día. Sí, ya estaba más tranquila. Se acabó el té. Sacó la agenda del bolso y empezó a escribir. Una hora más tarde, entró en una copistería e hizo algunas fotocopias. Compró un sobre y lo metió todo dentro. Lo cerró, escribió su nombre y apellido y su dirección en el anverso. Se dirigió a toda prisa a la escuela y buscó a Olja.

—Tendrías que enviar este sobre el 28 de junio.

—¡Por supuesto! —Olja lo cogió y leyó el nombre del destinatario—. Pero si es para ti.

—Sí, es una broma que quiero gastarle a Andrea.

—Ah —sonrió, divertida—. Tú siempre tienes ganas de bromear… Claudio Porrini está abajo, en la sala.

—Es verdad. —Miró la hora—. Voy en seguida. —Se dirigió a la planta baja, donde solía dar clase, y encontró al niño que la estaba esperando.

—Perdóname.

—Oh, no pasa nada. Estaba jugando a la Nintendo DSI…

Entonces se encogió de hombros y la apagó.

—Empecemos.

Aquel día las clases le parecieron más llevaderas que de costumbre. Uno tras otro, sus alumnos se fueron sucediendo. Cuando Elena, una de las mejores, interpretó el Vals en la bemol mayor de Chopin, el famoso Gran vals brillante, Sofía la interrumpió en seguida. Se sentó en su sitio y empezó a tocar.

—Mira —dijo.

Como maestra, a menudo corregía a sus alumnos o recreaba con la mano un pasaje concreto para que entendieran mejor cómo tenían que hacerlo, pero nadie la había visto sentada al piano. Todavía fue más impactante el hecho de que Sofía no girara las páginas de la partitura. Había memorizado a la perfección todos los valses de Chopin. En cualquier caso, lo más impresionante fue su toque, el uso del pedal, el fraseo, en resumen, todo lo que hace que incluso los pasajes más fáciles de las piezas de Chopin sean complicadísimos. Sofía, con una clase innata, los interpretó al teclado como si fuera un juego de niños. A la octava de sol que cerraba el pasaje la siguió un silencio sobrecogedor. Los ojos se le humedecieron.

—Maestra, pero ¿por qué llora? ¡Ha sido increíble!

Sofía le acarició el pelo a Elena.

—¿Tú no te emocionas nunca? ¿Cuando, por ejemplo, habías perdido algo importante que te gustaba mucho, como unos pendientes que te habían regalado tus padres, y de pronto los encuentras?

—¡Sí, es verdad!

—A veces lloras porque estás contenta. Venga, vete de aquí, que ya se ha acabado la clase.

Un rato después, ya estaba en el coche, de regreso a casa. Acababa de contarle a Olja, tal como le había sugerido Guarneri, que el bufete la había vuelto a llamar para proponerle dar cinco conciertos en otro país por una cantidad que no había podido rechazar. Aquel dinero iba a servir para hacer realidad su único deseo: devolverle a Andrea el uso de las piernas.

—Un gran cirujano japonés está estudiando nuevas intervenciones que conllevan el uso de células estaminales. Parece que es capaz de hacer milagros. Naturalmente, es muy caro. Esa es la única razón por la que volveré a tocar, Olja. Con lo que gane Andrea tendrá la oportunidad de hacerse la operación.

—Sí. —Olja la miró con mucha ternura y le acarició la mejilla—. Te mereces todo lo que desees. —Vio que aquella vez ella no entraba en los planes, así que simplemente le dijo—: Pensaré en ti.

Sofía leyó en sus ojos el dolor por no poder asistir a su regreso a los escenarios. Con una sonrisa, Olja se limitó a dejar que se fuera, demostrando así que el verdadero amor sabe poner por delante a la persona amada.

Sofía deambuló por la ciudad antes de volver a casa. Estaba nerviosa. Quería tenerlo todo previsto para no equivocarse. Se preguntó: «¿Qué harías si de verdad tuvieras que dar esos conciertos? ¿Cómo te prepararías? Sólo será creíble si te muestras natural. —Entonces volvió atrás con la mente, borró todos los acontecimientos de la mañana e intentó vivir aquella situación de la manera más verdadera posible. Lo descubrió en seguida—: Estaría sorprendida, estaría contenta y entusiasmada. Volvería a creer en la vida y en sus infinitos recursos que, cuando menos te lo esperas, consiguen asombrarte». Y de aquella manera, pensó en todo lo que haría. Al final, se marchó a casa.

—¡Cariño! ¡Tengo una noticia increíble!

—¿Qué ha pasado?

Andrea estaba en el salón viendo la televisión.

—¡Lo he conseguido! ¿Te acuerdas de que te hablé de una importante organización que me quería a toda costa para un festival ruso? Bueno, hoy han vuelto a llamarme. Están en contacto con unos árabes que se han mostrado muy interesados. Yo me he mantenido firme en el precio y ellos han aceptado: daré cinco conciertos y me darán cinco millones de euros. Parece un sueño. Pero es verdad. Es todo verdad.

Se arrodilló delante de él, lo abrazó con fuerza, estrechándolo contra sí, y empezó a llorar. No estaba fingiendo, simplemente era ella misma. Era Sofía frente a un error cometido mucho tiempo atrás, feliz por haber encontrado la manera de ser perdonada. Y, sobre todo, de volver a vivir. Lo besó en los labios. Andrea le sonrió.

—Cariño, no llores.

—Soy demasiado feliz. —Se levantó del suelo, recogió el bolso y fue a coger la carpeta. Andrea, mientras tanto, apagó la tele—. Aquí está, mira. —Se lo pasó. Andrea lo abrió y empezó a leer atentamente. Mientras tanto, Sofía fue a la cocina. Andrea siguió leyendo al tiempo que oía el ruido de la nevera—. ¿No es increíble? —La voz de Sofía le hacía compañía desde la otra habitación—. Es lo que necesitábamos… —Entonces entró en el salón—. Y volveré a tocar, por ti, por nosotros… Por todo lo que vendrá después.

Andrea dejó las hojas encima de sus piernas. Permaneció un instante en silencio.

—No quiero que vayas.

—¿Cómo? —Sofía acercó una silla, se puso frente a él y le cogió las manos—. Pero ¿qué dices, amor mío, qué quieres decir?

Andrea la miró a los ojos.

—No puedo creer que vaya a volver a caminar.

—¿Por qué no, cariño? ¿Por qué no iba a ser así? ¿No te parece posible? Hemos leído mucho sobre ese médico; Stefano también nos ha hablado de él. Ha tenido éxito en todo lo que ha intentado, es un genio de la cirugía. ¿Por qué no iba a ser posible también contigo?

Cogió las hojas con la mano.

—Porque todo esto me parece una broma del destino, es como si se estuviera riendo de mí. En la otra punta del mundo aparece un médico que, por casualidad, se ocupa de mi problema y cobra un montón de dinero. Entonces llegan unos millonarios árabes que están dispuestos a pagar mucho dinero precisamente por ti, por una pianista que no toca desde hace más de ocho años. Y, fíjate tú, están dispuestos a desembolsar justamente cinco millones de euros, una cantidad imposible, sin querer desmerecer tus cualidades. ¿Por qué iba a creérmelo? ¿No te parece una burla, una broma de pésimo gusto?

Sofía se levantó y se puso de pie frente a él.

—¿Y por qué motivo no te lo puedes creer?

—No, Sofía, no es verosímil. Parece un plan perfecto…

—No puede ser que haya nadie tan malo, tan cínico para montar una cosa así, no es pos… —De repente se interrumpió, se quedó en silencio, como si en un instante lo hubiera visto todo con claridad. «¿Y si ese médico no existe? ¿Y si fuera todo un montaje sólo para pasar cinco días conmigo? No. No puede ser».

—¿En qué estás pensando? —Andrea la miró y empezó a escrutarla.

Sofía se percató entonces que aquella jugada era decisiva, tenía que apostar el todo por el todo. Ya pensaría más tarde si se trataba de una puesta en escena. No podía fallar, no en aquel momento.

—Sólo pienso en que hay que tener el valor de vivir.

Y se fue al dormitorio dando un portazo. Necesitaba tiempo, sólo un instante para recuperarse. Tenía la sensación de que se estaba precipitando hacia un abismo. Se dejó caer en el sillón y en seguida se puso las manos entre el pelo. «No. No puede ser. No puede haber llegado tan lejos. Si es así, lo denunciaré. O mejor aún, me marcharé con él y lo mataré…». Entonces oyó el chirrido de la puerta al abrirse lentamente.

—Cariño… —Apareció Andrea—. Perdóname, he sido muy insensible. Tú haces todo esto por mí, por nosotros, y yo no hago otra cosa que ponerlo en duda. Perdóname, por favor. —Sofía se le acercó y lo abrazó. Entonces era Andrea quien lloraba—. Es que no me parece verdad. Es un sueño. Tengo miedo de despertarme de un momento a otro.

—Chisss… Todo es verdad, cariño, y nosotros somos afortunados de tener esta oportunidad… Tal vez nos la hayamos ganado. —Ya no sabía qué pensar. Ya no estaba tan convencida de sus palabras—. Sólo tenemos que ver si ese médico es realmente capaz…

Andrea se alejó de ella. Ya tenía otra cara, otro entusiasmo.

—Sí, he hablado con médicos del hospital. Ellos también han oído hablar de él. —Sofía se acordó de aquella sala llena de chicos que trabajaban con el ordenador, de cómo habían borrado al vuelo la pulsera de su muñeca. Aquellas personas eran capaces de convertir cualquier cosa en verosímil. Andrea continuó—: No puede no ser cierto. Incluso han entrevistado a personas que se han sometido a la operación, está todo en Internet… Hace varios meses que se habla de ello. Si no fuera cierto, ya habría salido todo a la luz. —Sofía se tranquilizó. Aquel médico no era virtual. Besó a Andrea en los labios y le sonrió—. Que te hayan ofrecido esa cantidad me parece algo increíble…

—Sí, para mí también lo es. No sé qué decir. Cuando pasan estas cosas, se puede simplemente ser feliz. Ven… —Se fue al salón, seguida de Andrea—. La he comprado para celebrarlo. —Sacó una botella de champán—. Venga, ábrela… Vivamos todo esto como si estuviéramos soñando con los ojos abiertos. Tal vez sea un camino largo, quizá no sea fácil, puede que surjan dificultades, pero debemos tener paciencia para aceptarlas cuando no podamos hacer otra cosa y fuerza para superarlas cuando sea posible… Quizá esta vez sea una de ellas. —Andrea abrió la botella. El tapón saltó hacia el techo y rebotó. Cayó lejos—. Es una buena señal. —Sofía sonrió y le pasó las copas que había cogido de la cocina. Andrea empezó a servir el champán mientras ella abría un paquete—. También he comprado una mimosa en la pastelería Cavalletti. Hoy quiero celebrarlo y, si cojo dos quilos…, bueno, ¡ya los perderé!

Andrea le pasó la copa mirándola a los ojos. Sofía dejó el pastel y la levantó. Permanecieron en silencio, a la espera de que uno de los dos encontrara las palabras adecuadas. Entonces fue él quien habló:

—Por todo lo que has hecho por nosotros. Y por tu amor, que, por lo que parece…, es milagroso.

Estaba conmovido. Sofía también estaba a punto de llorar.

—Ya estamos otra vez, uff…

Andrea se echó a reír.

—¡No, es verdad, tenemos que estar alegres, incluso tenemos un pastel!

Y brindaron entrechocando las copas con fuerza, haciendo danzar el champán. Se lo bebieron todo de un trago, hasta el final. Entonces cortaron la mimosa.

—Mmm, está riquísima.

—Sí.

Andrea seguía mirándola. Parecía una niña: separaba su trozo de pastel con la cuchara y volvía a llenarla en seguida. Luego se la llevaba a la boca y, apenas había tenido tiempo de tragarse el contenido, cuando ya volvía a coger otro trozo. Entonces advirtió que él la estaba mirando.

—¿Qué pasa?

—Me gustaría que me comieran como a ese pastel…

Sofía sonrió con la boca todavía llena.

—Deja que me la termine y después verás lo que te hago… —Y ella siguió comiendo, y él mirándola—. Pero ¿me vas a dejar comer en paz?

—Sí. Es que tengo un poco de miedo.

Sofía se puso seria de golpe.

—¿De qué?

—No me gustaría que cambiara nada entre nosotros, soy feliz así.

—¿Por qué tendría que cambiar?

—Un cambio a veces comporta otros cambios…

Sofía lo miró.

—Es un riesgo que debes correr… En todos los sentidos. —Entonces sonrió, le quitó el plato de las manos y empezó a comerse su trozo de tarta.