32

Sofía se levantaba temprano por la mañana y se iba a correr al parque. Volvía, se metía en la ducha, desayunaba con Andrea y volvía a salir en seguida. Paseaba mucho, iba al centro, se divertía. Se sentía ligera en aquella nueva dimensión, como una persona que espera una cita importante a la que sabe que no puede faltar. De vez en cuando se paraba delante de las tiendas más elegantes, se quedaba mirando algún vestido del escaparate y al final entraba y se lo probaba. Desfilaba, se miraba en el espejo, preguntaba el precio. Siempre le parecían demasiado caros. Una vez le entraron ganas de reír.

«¿Caros? Pero si dentro de poco voy a tener cinco millones de euros…».

Aquel día también salió de la tienda sin comprar nada. Aquel dinero no era para ella. Por eso podía aceptarlo. Había mencionado el tema en casa para preparar el terreno:

—¿Te acuerdas de Olja, mi profesora?

—Sí, claro…

—Está contactando con las empresas internacionales más importantes para ver si puedo hacer una gira mundial de conciertos… —Andrea sonrió, dejó de teclear en el ordenador y la miró con ternura. Cinco millones de euros. ¿Cuántos conciertos tendría que dar para reunir aquella cifra? Sofía adivinó lo que estaba pensando—. Oye, que hace poco me hicieron una oferta muy importante en Rusia… Me daban un montón de dinero, pero la rechacé.

—¿Y por qué?

—Porque hice una promesa. Y, sobre todo, porque entonces no tenía ningún motivo para aceptarla…

Andrea la miró con amor.

—Decidas lo que decidas, estaré contento. Y si lo consiguieras… —inclinó la cabeza a un lado—, lo estaría más todavía. De todos modos, todo esto era imprevisible, yo ni siquiera podía esperármelo… —Buscó algo en el ordenador, como para distraerse. Después habló de nuevo, en voz más baja y sin mirarla—: Pero es soñar con los ojos abiertos, sólo pensar en volver a caminar… No me parece posible, me está prohibido incluso tener esa esperanza… —Entonces levantó la mirada—. No puedo ser paralítico por segunda vez.

Sofía se sintió morir. Se quitó la ropa, el sujetador y las bragas y se metió en la cama a su lado. Lo abrazó, quería amarlo y ser amada. Deslizó la pierna izquierda sobre su vientre, notó su piel y, lentamente, su deseo. Entonces salió de la cama, bajó un poco la persiana, le quitó el ordenador y apartó la mesita. Después, excitada, se le subió encima. Empezó a moverse con lentitud, libre, abandonada, sin preocupaciones ni expectativas, sin pensar en su cita, en el pasado o en el futuro, y así, poco a poco, alcanzó el orgasmo. Lo hizo gimiendo, suspirando cada vez con más fuerza, casi gritando. Al final cayó encima de él, sudada, con todo el pelo hacia delante, la boca entreabierta, con la respiración acelerada y los labios húmedos, mojados. Él se los besó.

—¿Cómo estás, cariño? ¿Todo bien?

—Sí… —Todavía jadeaba—. Ha sido precioso…

Andrea sonrió.

—Me lo imagino.

Entonces ella se echó a reír y lo besó de nuevo. Luego se sumergió bajo las sábanas, le bajó el pijama y le dio placer con la boca hasta que oyó que él también gemía.

Un poco después, se tumbó de nuevo a su lado y lo abrazó. Permanecieron así, quietos, inmóviles, mientras su respiración volvía a la normalidad poco a poco. Silencio. Silencio en la habitación. Sólo se oía el palpitar de sus corazones. Algún coche a lo lejos. Una alarma aún más distante. Fuegos artificiales de quién sabe qué fiesta, un eco fuera de tiempo y sin ningún motivo especial.

Andrea rompió la quietud del momento:

—Cariño, gracias por todo lo que haces por mí.

Sofía no dijo nada. Se quedó callada. Por las mejillas comenzaron a caerle unas lágrimas, calientes, saladas. Le habría gustado detenerlas, saber aguantar, tal vez incluso sonreír, ser feliz y no sentirse culpable. Pero no lo consiguió. Cerró los ojos. Le habría gustado encontrarse lejos, ser una niña; eso es, una niña a la que se ama y punto, sin preocupaciones, sin responsabilidades. Una niña que tenía que lavarse los dientes, irse a la cama y soñar con lo más bonito que pudiera imaginar… Pero aquello no le estaba permitido. Aquella época había pasado. Entonces lo abrazó más fuerte, lo estrechó contra sí, con la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de nada. Después se fue corriendo al baño. Y al día siguiente recibió la llamada.