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La secretaria la acompañó hasta la habitación y le abrió la puerta.

—Por favor, pase.

Sofía entró. La puerta se cerró a su espalda. Frente a ella estaba el abogado Guarneri. Sentado en un sofá lateral, había otro hombre al que ya conocía: Gregorio Savini.

Guarneri se levantó.

—Buenos días. —Dio la vuelta a la mesa—. Por favor, nos sentaremos aquí. —Le indicó un sillón situado delante de ella y él tomó asiento en el otro. Gregorio Savini estaba sentado entre los dos y, cuando Sofía Valentini pasó por delante de él, se levantó y le tendió la mano.

—Es un placer volver a verla.

Ella le devolvió el saludo:

—Gracias.

El abogado Guarneri llevaba un bloc y varias hojas de apuntes.

Gregorio Savini le sonreía. A saber en lo que estaba pensando. Tal vez en que, al final, al igual que las demás, ella también había aceptado. Sólo había sido una cuestión de dinero. Pero Sofía sabía que no era así. Aquel dinero serviría para empezar una nueva vida.

—Bien… —Guarneri tomó la palabra—, me alegro de que podamos llegar a un acuerdo.

Sofía precisó:

—Lo cierto es que es una petición no negociable.

Guarneri levantó una ceja.

—Sí, sí, claro… —Gregorio Savini bajó la mirada. Seguía sonriendo. El abogado cogió unas hojas y se las pasó a Sofía—. Pero me gustaría que leyera esto, es una formalidad para que quede todo claro.

Sofía permaneció inmóvil.

—Mire, todo esto me parece ridículo. Les he hecho una petición y ha sido aceptada. Cinco millones de euros a mi cuenta. Que ahora además haya un contrato me parece demasiado. Haré lo que quiera. No hay nada que discutir.

—Sí, pero…

Savini levantó la mano para detener su intervención. El abogado calló de inmediato y le cedió a él la palabra.

—Señora… —le dedicó una sonrisa—, es sólo para que no haya ningún tipo de problema, para que quede más claro.

Sofía, a su vez, sonrió.

—Paga por follar conmigo, no puede estar más claro. Y ese es mi precio.

—Me parece que no es exactamente así. Quiere cinco días. Un millón de euros por cada uno de ellos. Usted decide dónde, usted decide cuándo.

—Sí, pero ¿cómo lo hago yo para desaparecer cinco días? Resultará extraño.

—No se preocupe. Se le proporcionará una coartada completa. Habrá varios conciertos durante esos días. Aparecerán artículos y noticias que harán que todo sea creíble. Serán cinco conciertos grandiosos, tanto como para que se paguen con cinco millones de euros.

—Naturalmente, sólo iré cuando vea el dinero en la cuenta.

El abogado Guarneri intervino de nuevo:

—Sí, de hecho tiene que decirnos en qué cuenta lo quiere.

—En la mía. Me imagino que ya deben saber cuál es; y si aún no lo saben, sólo tardarán un segundo en averiguarlo. —Miró a Savini; después continuó—: Bien, creo que nos lo hemos dicho todo. Queda claro que después de esos cinco días yo ya no estaré obligada a nada. Ustedes no se pondrán en contacto conmigo y yo no volveré a verlo nunca más.

Savini le sonrió.

—A menos que usted quiera…

Sofía se quedó un instante en silencio. Era verdad, él no la había vuelto a buscar. Había sido ella quien lo había hecho. Por primera vez, Sofía también sonrió con sinceridad.

—Tiene razón. A menos que yo quiera.

Le dio la mano a Savini. Después saludó al abogado con un gesto y salió.

Guarneri volvió al escritorio.

—No ha firmado nada. ¿Y si luego decide cambiar de idea?

Savini se sirvió un poco de agua.

—Es una mujer de palabra.

—¿Y si te equivocas?

Savini lo miró con una expresión divertida.

—Tú dijiste que no iba a volver.

En cambio, él estaba seguro de lo contrario.

—Es verdad. Lo habéis hecho bien.

Savini terminó de beber.

—Yo encontré la noticia. Pero después él fue más lejos.