21

Sofía aparcó el coche, cogió el bolso y bajó del vehículo. Lo cerró con el mando a distancia y empezó a caminar de prisa hacia la Insalata Ricca. Metió el brazo por las asas del bolso y se lo deslizó hacia el hombro derecho. Dentro llevaba las partituras para sus niños. «Tengo ganas de saber qué novedades hay en su vida, si hará que vuelva a discutir con Andrea por alguna nueva ocurrencia… Al menos ha elegido un sitio cerca de donde doy clase, así cuando terminemos no tendré que coger el coche. Algo es algo».

Entró en el restaurante. Había mucha gente joven con libros sobre la mesa; probablemente se tratara de universitarios que irían a estudiar a alguna biblioteca cercana.

«Oh, Dios mío. —Le llegó otro pensamiento—. ¿No me habrá traído aquí para presentármelo? Le he dicho que no quería saber nada más de eso». Justo en aquel momento la vio. Estaba sola en una mesa al fondo del local. Lavinia también la vio y la saludó. Sofía fue sorteando las sillas, llegó hasta donde estaba su amiga y se sentó frente a ella.

—Hola. Durante un momento me he temido…

Lavinia sonrió. Luego cogió la carta.

—La verdad es que estaba muy indecisa respecto a si traerlo o no…

—Pero…

Lavinia la detuvo.

—Luego me acordé de que no tenías ninguna intención de conocerlo y de que no tengo que volver a meterte en líos… Así que no lo he traído.

Sofía también abrió la carta.

—Bien, y aclárame una curiosidad… —Se asomó por detrás de la carta del restaurante—: ¿Desde cuándo me haces caso?

—Desde que he comprendido que nuestra amistad podía correr peligro de verdad.

Sofía volvió a zambullirse en la carta y volvió a hablar:

—¡Muy bien! Oh, así me gusta. Atenta e inteligente, al contrario que en otras ocasiones… Dame otra buena noticia: ¿se han acabado los polvos locos con el chico?

—Ejem.

Sofía bajó de nuevo la carta y advirtió que el camarero estaba delante de ellas, con la libreta de los pedidos en la mano. Esperaba que no las hubiera oído. Aunque su sonrisa divertida indicaba lo contrario.

—Perdonen que las moleste. ¿Quieren pedir o vuelvo más tarde?

Sofía decidió quitarle importancia.

—Pedimos ahora. Para mí una ensalada César y después fruta. ¿Qué tienen?

—De todo… Uva, melocotón, sandía, melón…

—Muy bien, un melocotón; o no, mejor, ¿tienen macedonia?

—Sí.

—Pues una macedonia.

El chico lo apuntó en la libreta.

—¿Agua?

—Sin gas.

—De acuerdo.

Después añadió lo que le pidió Lavinia, que prefirió tonnarelli con queso y pimienta y un postre.

—Total, después tengo que ir al gimnasio… —se justificó con Sofía mientras le guiñaba un ojo—. Así lo quemo…

—Sí, me lo imagino. ¿Y entonces qué? ¿Lo has dejado o no?

—Es que de momento no estamos juntos, así que no puedo dejarlo.

—De acuerdo, ¿has dejado de verlo o no?

—No creo.

—Oye, entiendo que al principio todo te parezca fantástico…

—No es sólo eso, es que estoy realmente bien con él en cuanto a lo físico, es decir, nunca había tenido un sexo así… Gozo como no lo había hecho nunca en mi vida… —En aquel momento volvió el camarero. Dejó el agua en la mesa, la abrió y la sirvió en las copas. Las dos chicas permanecieron en silencio hasta que se marchó. Sofía cogió su copa. Lavinia siguió al camarero con la mirada—. Creo que nos ha tomado por dos maníacas. Pero bueno…, no está mal.

—¡Ahora también él! Pensará que venimos aquí a propósito, para buscar carne fresca.

—No entiendo por qué tienen que ser siempre los hombres los que se fijen en mujeres más jóvenes…

Sofía terminó de beber y volvió a llenarse la copa.

—¿Me has hecho venir hasta aquí para que me dé cuenta de lo que me estoy perdiendo?

—En cierto modo…

—Mira, he discutido con Andrea por tu culpa. Creo que hacía cinco años que no nos pasaba algo así; al día siguiente todavía estaba de morros… Y dime, ¿cómo fue la noche del aniversario?

—Ah, muy bien, pizza y cine. Después volvimos a casa e hicimos el amor de la manera más clásica, ¡en la cama! ¡Pero yo me esforcé al máximo para que me viera cálida y apasionada! Me inventé unos números…

—¡Lavinia!

—Al menos que piense que todavía me gusta follar con él… Es mejor si no sospecha nada, ¿no crees?

—Ah, claro, ¿y, según tú, no lo sabe? Yo creo que se dio cuenta de que no estuvimos juntas la otra noche…

—¿Por qué?

—Lo noté en cómo me miraba…

Llegaron la ensalada César y los tonnarelli con queso y pimienta.

—Aquí tienen. Te dejo el parmesano, por si lo quieres.

Se alejó.

—Gracias…

—¿Has visto? ¡Me ha tratado de tú!

—Pues sí.

—Se ve que todavía parezco una jovencita. La verdad es que tiene un buen culo…

—Te has vuelto loca.

—Venga, lo he dicho a propósito. De todos modos tendrías que haberme seguido el juego con Andrea, te has equivocado al «entregarme».

—Pero si la noche anterior había estado con él, ¿cómo iba a creerse que había salido contigo?

—Y yo qué sé. Podrías haberlo hecho de alguna manera. Cuando te conocí tenías mucha más fantasía, entonces te habrías inventado algo…

—Mira, ya está bien, abandono.

Sofía se lanzó sobre la ensalada y pinchó las hojas casi con rabia, una tras otra. Cogió un picatoste del fondo y, con el tenedor lleno, se lo llevó a la boca.

Lavinia vio que le salían hojas por la boca y se echó a reír.

—Eh, te vas a ahogar…

—Mmm —repuso ella sin conseguir hacerse entender.

—¿Qué has dicho?

Sofía acabó de masticar y se tragó el bocado.

—¡Que a ti te ahogaría yo!

—Gracias, buena amiga… Y yo que te pongo por delante de todo.

—Sí, y qué más… No me hagas decir lo que pones tú por delante de todo.

—Vale. ¿Sabes por qué te he invitado aquí?

—Espero que no sea para que te cubra.

—No. Ya me ha quedado claro: no volveré a ponerte en medio, no te preocupes.

—Oye, puede que no hayas entendido bien cómo sucedieron las cosas… —Sofía dejó de comer y puso los cubiertos en el plato—. Andrea se sintió culpable; pensó en Stefano, en todo lo que ha hecho y sigue haciendo por él, y en cómo se lo estaba pagando…

—¿Qué quieres decir?

—Al no decirle nada, él también se ha convertido en tu cómplice.

Lavinia inclinó la cabeza sobre el plato y empezó a juntar un poco de pasta.

—Andrea es un exagerado.

—Tal vez, pero tú no puedes decidir sobre los sentimientos que tienen los demás.

Lavinia dejó caer el tenedor en el plato.

—¡Y vosotros no podéis decidir sobre los míos!

Levantó tanto la voz que los chicos de la mesa de al lado se volvieron hacia ellas. Lavinia se dio cuenta y se tranquilizó. Sofía volvió a hablar en voz baja:

—Ya, sólo hay una diferencia: tú nos has metido en tus líos sin pedirnos permiso y, en el caso de que todavía no lo hayas entendido, nosotros no queríamos entrar en eso.

Su amiga se quedó callada. Aquella vez pareció que había comprendido el mensaje.

—De acuerdo, vamos a dejarlo. Ahora ya está hecho.

Siguieron comiendo. Aun así, Sofía decidió seguir con el tema:

—Puede que no lo sepas, pero Andrea quería contárselo todo a Stefano.

—¿Sí? Bueno, me habría hecho un favor. Antes o después tendré que decírselo yo.

—Eres libre de hacer lo que quieras. Yo te aconsejo que no le digas nada.

—Pero ¿qué sentido tiene? No te entiendo. Mi madre también me ha dicho lo mismo.

—¿Se lo has contado?

—Claro, confío en ella… —Permaneció un momento en silencio—. Y también en ti. Aunque las dos tenéis una visión burguesa del asunto.

—Tal vez sólo te estemos aconsejando con madurez. No me pareces una persona muy equilibrada últimamente…

—¿Por qué?

—Hace unos meses decidiste tener un hijo con Stefano. ¿Y ahora? Estás saliendo con otro.

—No estoy saliendo con otro, sólo me acuesto con él. Y es a no llamar las cosas por su nombre a lo que yo llamo visión burguesa.

—De acuerdo: ahora te follas a un tío y hace poco querías tener un hijo con tu marido. ¿Así está mejor?

—Bastante. Tal vez el hecho de que ese hijo no haya llegado sea una señal del destino. También el haber conocido a Fabio podría serlo. ¿Tú no crees en las señales?

—No.

—Pero sí crees en una promesa…

—Sí.

—Eso también es burgués.

—No.

Lavinia se limpió la boca.

—Envidio la fuerza que tienes.

Sofía suspiró.

—No. No soy tan fuerte. Es que no me quedó otro remedio. —Y en seguida añadió—: Pero ahora estoy bien. —Le sonrió—. No deberíamos discutir. Es que tu historia me ha trastornado…

Lavinia le dedicó una sonrisa.

—Pero yo sigo siendo la misma, tu amiga la liante… ¡Sólo que ahora follo un poco más!

—Ah.

Sofía estaba a punto de empezar a hablar de nuevo cuando Lavinia la detuvo:

—Venga, estaba bromeando. —Después le regaló una preciosa sonrisa—. En realidad te he invitado aquí porque tengo una sorpresa para ti. —Y sin darle tiempo a replicar, se sacó una entrada del bolsillo.

Sofía se quedó sin palabras.

—Los U2. ¡No me lo puedo creer!

Lavinia estaba muy contenta.

—¿Lo ves? Eres tú la que siempre quiere echarme la bronca…

—¡Porque te lo mereces! ¿Cuándo es el concierto?

—Esta noche.

—Ostras, me lo podrías haber dicho antes.

—Lo sé, pero no estaba segura de poder conseguirlas. ¡No sabes lo que he tenido que hacer!

—Podría haber avisado a Andrea, ¿a qué hora es?

—A las nueve. Es perfecto. Venga, te recojo en la iglesia y vamos al concierto como dos quinceañeras.

Entonces volvió el camarero.

—¿Y bien? ¿Cómo estaba todo? ¡Pero si no os lo habéis terminado!

—Se nos ha pasado el hambre. ¿Puedes traernos los postres, por favor?

—Como queráis.

Recogió los platos y se alejó.

Sofía buscó el móvil en el bolso y llamó a Andrea.

—Hola, ¿qué haces?

—Estaba trabajando con el ordenador, ¿todo bien?

—Sí, estoy comiendo con Lavinia…

Sofía, al darse cuenta de que Lavinia la estaba observando, se levantó y salió del local. Su amiga bebió un poco de agua y luego contempló a Sofía mientras esta caminaba arriba y abajo con el móvil puesto en la oreja. Le estaba explicando toda la historia a Andrea, o al menos la que ella creía saber. ¿Cómo iba a reaccionar cuando lo descubriera? Sólo esperaba que no se enfadara demasiado. Tal vez se hubiera equivocado, pero entonces ya era tarde, no podía hacer nada. En aquel mismo momento, Sofía entró y se sentó delante de ella. Era feliz.

—No hay problema. Andrea se organiza él solo. Pedirá una pizza, lo ha hecho otras veces.

Les llevaron la macedonia y el dulce. Las dos empezaron a comer.

—¿Cómo está? —preguntó Sofía señalando el tiramisú.

—Riquísimo… ¿Quieres?

—No debería… Pero hoy es un día especial… —Alargó el tenedor y cogió un trozo—. Mmm, qué bueno. Se come bien aquí.

—¡Sí! ¿Qué ha dicho Andrea? ¿Está contento de que vayas conmigo al concierto o no?

—Sí. Me he tenido que inventar que habíamos discutido un montón a causa de tu comportamiento, que te había amenazado con que no volvería a verte más y que tú hoy habías intentado arreglarlo con los U2…

—Es casi verdad…

—¿Y sabes qué más me ha dicho?

—¿Qué?

—¿No será que os cubrís la una a la otra? —Lavinia estuvo a punto de atragantarse. Bebió un poco de agua. Andrea no sabía lo cerca que había estado de acertar—. ¿Entiendes cómo me ve ahora? Tan culpable como tú… Con una pequeña diferencia.

—¿Cuál?

—¡Que tú follas con otro y yo no!

—Sí… —Lavinia quiso añadir algo más, pero pensó que era mejor no hacerlo.

—Los hombres que aman son celosos.

—Seguramente…

Sofía se comió el último trozo de melocotón.

—Sólo hay una cosa extraña.

Lavinia se quedó helada. «Oh, no —pensó—. ¿En qué me he equivocado? Lo sabía, lo sabía…».

—¿Qué? —preguntó intentando esconder al máximo su miedo.

—Los U2 son uno de los grupos de rock que más me gustan… Sólo que… Antes también lo he pensado… Nunca te lo había comentado, nunca hemos hablado de ello…

Lavinia no perdió el tiempo:

—Eso es que empiezas a perder facultades. Estábamos en tu casa, viendo una película en la tele los cuatro juntos, y emitieron el anuncio de su concierto: te pusiste como loca.

—Pero ¿cuándo?

Lavinia se comió otra cucharada de tiramisú fingiendo naturalidad.

—No sé… Hará dos o tres años.

—No me acuerdo.

—¿Quieres? —Lavinia le ofreció el último trozo de tiramisú en un intento por distraerla.

—No, no, gracias.

Entonces se lo comió ella con un suspiro. Se había convertido en una buenísima actriz.

Sofía miró el reloj.

—Es tardísimo… ¡Me voy corriendo! ¿Pagas tú? Ya te lo daré esta noche… ¿Vale?

—Sí, claro, no te preocupes.

Sofía cogió el bolso, pero antes de irse se volvió.

—¿Y cuál es mi cantante favorito, incluso más que los U2?

—¡No, eso no me lo has dicho nunca!

—¡Norah Jones! —y salió rápidamente.

Lavinia volvió a sentarse, estaba agotada. A saber cómo acabaría aquello. A lo mejor después de aquella noche Sofía conseguiría entender su historia con Fabio. O tal vez no comprendiera nada y la perdiera como amiga. Las cartas estaban echadas. Miró las dos localidades. De todos modos, había conseguido las dos entradas para los U2 gratis y, si todo salía como esperaba, también lograría que Sofía la cubriera. Cogió el móvil y empezó a escribir el mensaje. Miró la hora. Se lo había pedido explícitamente. Tenía que enviarlo justo al cabo de media hora.

Sofía fue corriendo hasta la iglesia donde se hallaba la escuela de música. No estaba en forma; tal vez debería hacer como Lavinia y apuntarse al gimnasio, pero no para entretenerse, sino para recuperar el aliento. Entonces, de repente, aflojó el paso. Delante de la escalinata vio a una mujer. La había visto antes en alguna parte, pero no recordaba dónde. Le sonreía mientras iba a su encuentro.

—Buenas tardes, soy Ekaterina Zacharova, ¿te acuerdas de mí? Estudiamos juntas en los primeros años de formación en el Conservatorio de Santa Cecilia.

¡Pues claro! ¿Cómo había podido no reconocerla?

—Por supuesto, ¿cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Sabes que Olga Vassilieva también me estuvo acompañando a mí durante un tiempo?

Lo recordaba perfectamente, había sentido muchos celos por aquel motivo. Pero no lo admitiría nunca. Ekaterina era mayor que ella, había empezado antes y era natural que en aquella época ganara más concursos que ella. Pero luego lo abandonó todo: se casó, tuvo hijos y Sofía la perdió de vista. Ahora que podía mirarla con más atención, se notaba la diferencia de edad que había entre ellas. Tenía arrugas en la cara y el cabello oscuro que entonces la hacía tan fascinante había perdido el brillo. Sofía sentía curiosidad, pero llegaba con mucho retraso. Tenía que encontrar el modo de cortar por lo sano con aquel encuentro.

—Bueno, ha sido una bonita sorpresa. ¿Qué haces por aquí? ¿Vives cerca?

—La verdad es que no. Vivo en Florencia. Enseño allí, pero hoy me han llamado para sustituirte.

Sofía se quedó sin palabras.

—¿Sustituirme?

—Sí. —Entonces se rio casi con embarazo—. Me han ofrecido tanto dinero que no he podido negarme. Es como un año de clases. —Ekaterina se acercó y le dijo casi al oído, en tono confidencial—: ¿Sabes? Estoy divorciada. He tenido muchos problemas últimamente; esto de hoy es la única cosa buena que me ha ocurrido en el último año… —La sustituta la miró con intensidad. No había previsto aquella reacción—. No te supondrá un problema, ¿verdad? Ya me han pagado.

—No, es que no sabía nada… Pero ¿quién ha sido?

—Ah, no lo sé… Vino a mi casa un señor muy elegante, de unos sesenta años; fue la semana pasada. Me organizó el viaje, me reservó el hotel y me pagó en metálico al momento. —Entonces Ekaterina vio que Sofía llevaba las partituras bajo el brazo—. ¿Puedo? —Sofía la dejó hacer, incapaz de reaccionar—. Ah, tú también usas el Hanon para los ejercicios de técnica… ¡A mí me encanta! Es ideal para dar los primeros pasos en piano. Yo también utilizo este método, ¿sabes? Mejor así… Ahora me voy, ya ha llegado uno de tus chicos. Ya verás cómo se encuentran cómodos conmigo. —Se dio cuenta de que Sofía se había quedado sin palabras e intentó ser amable—: No estés celosa. Es sólo por hoy. Cuando vuelvas estarán más contentos. Has sido siempre tan buena que debe de ser un honor aprender contigo.

Después subió aprisa la escalera.

Ekaterina Zacharova desapareció en el interior de la iglesia e, inesperadamente, un coche se detuvo en el otro extremo de la calle. Permaneció con el motor encendido, tenía los cristales oscuros. Sofía se preguntó si era una casualidad. Cuando la puerta se abrió, todo quedó claro.