14

La vio a través de la vidriera. No podía creerse lo que veían sus ojos.

—Eh, ¿qué ocurre?

Sofía entró en el pequeño local cercano al Panteón, el Caffé della Pace. Lo había escogido Lavinia, era un sitio donde servían toda clase de tés.

Lavinia la miró sorprendida.

—¿Por qué? ¿Qué quieres decir?

Sofía se sentó frente a ella y dejó el bolso en la silla que quedaba entre las dos.

—Por lo general nunca eres puntual, pero esta vez has llegado incluso antes que yo.

—La gente cambia…

Sonrió como si, además de a la puntualidad, quisiera referirse a algo más. Sin embargo, Sofía no le hizo caso y abrió la carta.

—¿Qué vas a tomar?

Lavinia le echó un vistazo a la que estaba abierta junto a ella, encima de la mesa.

—Oh, yo tomaré un té verde…

Sofía sacó la cabeza, sorprendida, de detrás de su carta.

—¿Y nada más?

—No.

Sacudió la cabeza.

—No vamos bien… No vamos nada bien.

Lavinia se echó a reír.

—Sencillamente es que estoy a dieta, como la mayor parte de la gente de nuestro país, mejor dicho, de nuestro planeta, que ya ha cumplido los treinta.

Sofía se dejó convencer.

—De acuerdo, tienes razón. Pero como faltan más de tres meses para que yo los cumpla, me voy a tomar una buena crep de frutas del bosque.

—¡Mmm, qué envidia!

—Pues no te prives, date el capricho… Ya irás a un par de clases más en el gimnasio. A propósito, ¿cómo te va?

—Estupendamente.

Sofía vislumbró a una chica que servía entre las mesas y le hizo una señal para que se acercara.

—Hola, queríamos un té verde y un té negro con el limón aparte, ¿no? —Miró a Lavinia para ver si era lo que deseaba. Ella asintió—. Y también tráiganos dos creps, una de frutas del bosque y otra de marrón glasé.

La chica lo apuntó todo en su libretita y se alejó. Lavinia la miró con disgusto.

—Marrón glasé… Qué mala eres.

—¿Por qué? —Sofía hizo como si nada.

—Sabes perfectamente por qué. Es mi sabor preferido y lo has hecho a propósito; me lo pondrás delante de las narices y esperarás a ver si puedo resistirme…

—¿Y vas a hacerlo?

Lavinia se echó a reír.

—Ni un segundo.

—Pues entonces he hecho bien. Hay deseos que son lícitos y te los puedes permitir, ¿no? Cómo lo diría… Son las tentaciones más dulces y también las menos peligrosas.

—Sí… —Lavinia asintió, pero se mostró ligeramente inquieta ante aquella frase—. Ya le explicarás tú esa teoría a la profesora de aeróbic.

—¡Claro! Pero es que, si te paras a pensarlo, es precisamente gracias a estas tentaciones por lo que personas como ella se convierten de pronto en necesarias.

Al cabo de un rato llegó la camarera con lo que habían pedido. Lavinia cogió con el tenedor un trocito de la crep de marrón glasé.

—De acuerdo, lo admito, no puedo resistirme.

Y se lo llevó a la boca. Se echaron a reír.

—Muy bien, así me gusta, eso ya está mejor.

Siguieron comiendo y charlando de todo un poco.

—A propósito. Gracias de nuevo por prestarme el coche el otro día. Me habría mojado con la lluvia.

—No es nada, y no tenías que haberme llenado el depósito.

—¡Era lo mínimo!

—Pero si estaba en el trabajo, no lo necesitaba. Sofía la miró con dulzura.

—Bueno, ayer ya fui a recoger el mío, todo arreglado…

—Mmm.

Lavinia bebió un poco de té. Después dejó la taza en la mesa haciendo el menor ruido posible. No quería estropear la atmósfera que se había creado. Estaban satisfechas, se habían reído y bromeado. Era el momento ideal para contárselo. Y, además, ¿por qué su mejor amiga no iba a entender su otra debilidad? La miró. Estaba cortando un pedazo de crep con el tenedor. Esperó a que empezara a comérselo. Sofía se llevó el tenedor a la boca y advirtió que Lavinia la estaba mirando. Entonces frunció el cejo con curiosidad. Lavinia decidió que aquel era el momento. Cuando menos, al tener la boca llena, necesitaría tomarse un tiempo antes de responder.

—Tengo una historia con alguien.

Sofía estuvo a punto de atragantarse. La crep se le fue por el otro lado e hizo que empezara a toser. Lavinia había previsto aquella reacción. Se levantó, corrió hasta situarse detrás de ella y empezó a darle golpecitos en la espalda.

—Mira hacia arriba… Mira el pajarito…

Después de haberlo dicho sin pensar, cayó en la cuenta y le entró la risa. Entonces Sofía bebió un poco de té, recuperó el aliento y se limpió la boca. Miró a Lavinia fijamente.

—Dime que estás bromeando.

—Por desgracia, no. —Lavinia se arrepintió de aquel «por desgracia», pero se le había escapado. En realidad se sentía feliz, estaba viviendo una historia preciosa. Sofía intentó ordenar sus ideas.

—¿Por qué me lo has dicho?

—Necesitaba contárselo a alguien.

—Pero ¿por qué precisamente a mí?

—Porque eres mi mejor amiga.

—Sí, pero Stefano es el psicoterapeuta de Andrea. Cuando venga a casa, ¿cómo voy a mirarlo? Soy tu cómplice, me sentiré culpable. Ya lo soy, me pondré colorada.

—Te lo ruego, Sofía, haz como si no te hubiera dicho nada. No quería ponerte en un aprieto.

—Ahora ya está hecho.

Bebió otro sorbo de té. Lavinia no dejaba de mirarla.

—¿Estás enfadada conmigo?

Sofía lo meditó un momento y después sacudió la cabeza. Su amiga le sonrió.

—Gracias. Es un momento precioso y si no se lo decía a alguien, si no lo compartía contigo, iba a volverme loca. Soy demasiado feliz.

—¿Y él quién es?

—Lo conocí en el gimnasio; es alto, moreno, con un cuerpo que quita el hipo…

Sofía escuchó la descripción de aquel hombre y, sin querer, le acudió a la cabeza el recuerdo del que había conocido ella. Más que conocido, se había cruzado con él a la salida de la iglesia. Durante un instante pensó: «¿Y si fuera él? No, no puede ser. Sería una coincidencia imposible». Interrumpió a Lavinia:

—¿De qué color tiene los ojos?

—Ya te lo he dicho, oscuros, de color avellana, creo. Pero ¿es que no me estás escuchando?

—Sí, sí, claro… —Exhaló un suspiro de alivio, porque, en cierto modo, la idea de que Lavinia estuviera con aquel hombre la había hecho sentirse algo celosa. Le pareció absurdo todo lo que había pensado en un instante. Continuó escuchando a su amiga, pero en su interior se avergonzó.

—Y, sobre todo, folla como Dios…

—¡Lavi!

—Venga, no te hagas la estrecha. Hacer el amor es bonito, ¿no? Pues eso, con él lo es todavía más.

—¿Cuántos años tiene?

—Dos más que yo; de todas maneras tiene novia.

—Ah.

Lavinia lo dijo como si aquella información sirviera para tranquilizarla, pero Sofía no entendía el motivo.

—Empezamos a bromear en el gimnasio; hacíamos los mismos ejercicios, claro que él con mucho más peso. Luego asistimos a una clase de aeróbic juntos y, al final, fueron pasando los días y era como si lo sintiera cada vez más cerca de mí…

—¿Más cerca? ¿Qué quieres decir?

—No lo sé, sólo sé que cuando iba al gimnasio y él no estaba lo echaba de menos. Estuvo una semana ausente por trabajo y creí que me iba a volver loca. Después, una noche, salimos.

—¿Y qué dijiste en casa?

—Que estaba contigo.

—¿Conmigo? ¿Sin decirme nada? ¿Y si por casualidad Stefano me hubiera llamado? ¿O si Andrea lo hubiera buscado porque lo necesitara y le hubiera dicho que yo estaba allí con él?

—Me arriesgué…

—Pero tú estás loca.

—Sí…

Lavinia bajó la mirada, cogió el tenedor y empezó a jugar con lo que se había dejado en el plato. Entonces levantó la cara.

—Aquella noche lo hicimos en el coche y fue maravilloso. Consiguió que me corriera dos veces.

Sofía ya no sabía qué hacer, aquella le parecía una situación absurda.

—Lavi, no sé qué decirte.

—Estoy bien con él, hace que me sienta importante, hablamos un montón, me escucha, nos reímos y después me da sexo.

—Pero ¿las cosas no iban bien con Stefano?

—Sí, pero… Siempre está fuera, y cuando vuelve a casa está cansado y no hablamos, no nos reímos. Resuelve los problemas de un montón de gente, pero no piensa en los suyos. —Al instante, Lavinia se dio cuenta de que entre los problemas de los que hablaba también se encontraba Andrea—. Perdona…

—No pasa nada. En este momento no tiene importancia.

—¿Qué piensas?

—Pienso que se te pasará.

—Pero yo no quiero que se me pase. Estoy enamorada. —Sofía se quedó sorprendida. La situación era más grave de lo que se imaginaba—. Me siento como si tuviera dieciséis años, te lo juro; le mando mensajitos por teléfono y, si no me contesta, me digo que soy una idiota…

«Bueno, no vas tan desencaminada», pensó Sofía. Pero también comprendió que su amiga estaba realmente contenta. Así que tampoco era necesario decírselo.

—Al igual que con la dieta, formas parte de una casuística bastante corriente en nuestro país… —Le sonrió—. O, como has dicho tú, de nuestro planeta. —Lavinia también sonrió y Sofía prosiguió—: Quisiera darte algún consejo, pero ni siquiera sé por dónde empezar… ¡no sé qué decirte! —Lavinia estaba desesperada. Esperaba que Sofía pudiera darle una solución—. Lo único que puedo aconsejarte es que no le digas nada a Stefano… —Sofía la observó preocupada. Su amiga había bajado la mirada y estaba en silencio—. ¿No lo has hecho, verdad?

Lavinia volvió a levantar el rostro.

—Estuve a punto de hacerlo… Una noche le dije «Tengo que hablar contigo…», pero justo en aquel momento sonó el teléfono. Era Andrea, se encontraba mal. No debería decírtelo, pero estuvieron hablando por teléfono una hora. Cuando Stefano volvió conmigo, no me atreví a contárselo.

Sofía pensó que Andrea la había salvado sin darse cuenta. Pero qué raro. Él no le había comentado nada de aquella llamada. Pensó que debía de ser normal, hay mil momentos difíciles durante la jornada para un hombre en sus condiciones.

Justo en aquel momento, volvió a pasar la chica que servía las mesas.

—¿Queréis algo más?

—No, gracias —contestó Sofía y, seguidamente, dijo en voz baja—: ¡En realidad me tomaría un vodka para rehacerme!

Lavinia recuperó la alegría.

—Pues tómatelo, ¿por qué resistirte a las tentaciones más dulces?

—Claro… Y así puedes justificar cualquier cosa… Yo sólo me refería a la comida.

—¡Y yo a la bebida!

—¡No, tú te referías al sexo!

Lavinia volvió a quedarse en silencio. Después, preguntó:

—¿La has tomado conmigo?

—Pero ¿qué dices? Qué va.

Entonces a Lavinia la asaltó una curiosidad.

—¿No será que a ti también te ha pasado y no me lo has contado?

Sofía la miró con la boca abierta.

—Hoy eres toda una revelación. Estoy conociendo a una Lavinia que nunca me habría podido imaginar… Si me lo dicen, no me lo creo.

—Sí, sí… Pero ahora te estás escabullendo. ¿Alguna vez le has sido infiel a Andrea?

—No.

—O sea, que en todos los años que han pasado desde el accidente, a pesar del hecho de que no podáis viajar, de que no pueda salir, ni ir al teatro, ni al cine, ni a una pizzería, ni al gimnasio… ¿nunca lo has engañado?

—Dejando a un lado el hecho de que no puedes engañar a tu pareja por el mero hecho de que no pueda hacer ciertas cosas… Creo que es mucho más importante la relación que mantienes con la persona, lo que sientes, y no si podéis ir juntos al gimnasio o no…

En realidad, por la manera de pensar que tenía Sofía, su situación le parecía una verdadera lata. Bebió un poco de té; estaba frío pero seguía sirviendo para quitarse la sed después de tanta charla. Justo en aquel momento, Lavinia le hizo otra pregunta totalmente inesperada:

—Entonces ¿nunca has engañado a Andrea ni siquiera con la imaginación?

Sofía se quedó sin palabras. Lavinia se había abierto a ella, había sido sincera. Y acababa de formularle aquella pregunta. No podía mentir, no era justo, no se lo merecía.

—Sí, lo engañé una vez.

—¡Oh! —Lavinia parecía entonces mucho más contenta—. ¿Ves como sí que me entiendes? Perdona… —Llamó a la camarera—: Dos vodkas, gracias.