8

—Búsqueda exhaustiva según pauta establecida completada hasta cuarenta mil millas, señor —informó el teniente Worf desde el terminal de navegación—. Resultados negativos.

Picard reprimió una mueca. En la primera búsqueda, habían cubierto cada milímetro cúbico dentro de las veinte mil millas a partir de la en apariencia nave abandonada, lo que ya era más del alcance máximo de los transportadores de la Enterprise. Sin embargo, no encontraron nada más grande ni más complejo que átomos de hidrógeno. Ninguna señal de escudos. Ninguna señal de dispositivos de camuflaje. Ninguna señal de formas de vida o restos desintegrados de formas de vida. Ninguna señal de nada.

Ahora acababan de terminar una búsqueda de cuarenta mil millas, y continuaba sin haber nada. Las especulaciones del ingeniero en jefe Argyle, respecto a que los transportadores de la nave abandonada podrían operar a través del subespacio en lugar del espacio normal, parecían más probables con cada hora que pasaba. O bien eso, o Data y LaForge habían sido transportados a una nave que poseía dispositivos de escudos o camuflaje mucho más avanzados que cualquier otro del repertorio tecnológico de la Flota Estelar. Aun en el caso de que la teórica nave hubiese partido de inmediato con energía de impulso o motores hiperespaciales, los sensores de la Enterprise habrían captado algo…, a menos que la teórica nave alienígena tuviera ese dichoso dispositivo de camuflaje que le proporcionaba una total impunidad…

—Alférez Carpelli —dijo Picard de improviso—, prepárese para transportar al ingeniero en jefe Argyle y el primer oficial Riker de vuelta a la Enterprise. Teniente Worf, acérquenos a la nave abandonada a una distancia de alcance de transportador. En cuanto Argyle y Riker estén a bordo, extienda la pauta de búsqueda a ochenta mil millas y desarróllela.

Picard se puso de pie y subió a grandes zancadas por la rampa hacia la puerta de su sala de reuniones. Detrás de él, Worf ya había ejecutado la orden que los llevaría dentro del radio de alcance del transportador.

En su sala de reuniones, Picard permaneció de pie y en silencio durante un momento mientras la puerta se deslizaba sibilando hasta cerrarse a sus espaldas. Entornó los párpados, respiró profundamente, obligando a sus músculos a abandonar la tensión que se había apoderado de él desde el momento en que desaparecieron los dos hombres. Cuando sus ojos se abrieron se posaron sobre los peces tigre que nadaban con indolencia en su acuario, y durante otro momento se imaginó a sí mismo, con envidia, haciendo lo mismo, haraganeando en cómodas aguas que lo acogieran y calmaran a la vez.

Un amago de sonrisa asomó en las comisuras de su boca. Al igual que los peces, él estaba permanentemente en exposición, mejor dicho expuesto ante los demás. La diferencia estribaba en que él era constantemente consciente de su deber y sus circunstancias, una nave cargada de gente pendiente de él, observándolo, y de la necesidad de presentar una imagen apropiada, de mantener sus debilidades e inseguridades ocultas tras una fachada de mando…, excepto en esos raros momentos en que se retiraba aquí, el único lugar de toda la Enterprise que podía ser del todo suyo, del todo privado.

Pero no podía darse ese lujo, más que durante esos pocos segundos que ya había robado. No hacía aún diez minutos, el ingeniero en jefe Argyle había informado de que estaba abierto el último compartimiento de la nave abandonada, y que su contenido no era en nada diferente al de las otras: un conjunto de circuitos, ninguno de los cuales podía ser activado sin la destrucción virtualmente instantánea de todos los circuitos vitales.

Pero esta vez, Riker había estado con Argyle. Y entre los dos, le dijo Riker, habían llegado a trazar un plan que tenían que discutir con él.

Un plan que podría, según había admitido Riker, destruir la totalidad de la nave abandonada, matando a todos los que tomaran parte en la ejecución del mismo.

Pero se trataba de un plan que tenía al menos una probabilidad de localizar a Data y LaForge, incluso de traerlos de vuelta, si no estaban ya muertos.

Cuando Riker y Argyle entraron en la sala de reuniones del capitán, apenas un minuto después de que Picard se retirara allí, el capitán les hizo un gesto en dirección a los asientos. Se sentaron, Argyle una pizca incómodo, y el propio Riker con una formalidad excesiva incluso en él.

—Según tengo entendido, señor Argyle —dijo Picard sin preámbulo—, su equipo no ha tenido éxito alguno en determinar la forma de desarmar los transportadores y permitir que se los active.

—Correcto, capitán.

—Y que sin activarlos, no existe manera de determinar su punto de destino.

—También eso es correcto, señor.

—¿Y cuál es ese plan que ustedes dos han trazado?

Argyle le lanzó una mirada a Riker, dejándole clara y respetuosamente al primer oficial el honor de hacer la exposición.

Riker se inclinó hacia delante.

—Sabemos que tanto el transportador de corto alcance de la «sala de control» como al menos uno de los otros ya han sido activados una vez, capitán, cuando «transmitieron» al comandante Data y al teniente LaForge adondequiera que fuese su destino final. También conocemos las coordenadas aproximadas en las que tuvo lugar la activación. Y, finalmente, tenemos una teoría respecto a por qué ocurrió dicha activación.

A Picard se le dibujó una acentuada arruga sobre el puente de la nariz cuando Riker hizo una pausa.

—¿Y bien, número uno?

Riker intercambió una mirada con Argyle y luego prosiguió:

—Utilizando las coordenadas sobre las que se fijaron nuestros transportadores, hemos podido determinar con total precisión el emplazamiento de Data y LaForge en el momento en que el primer transportador los recogió. No estaban en la plataforma del transportador. Se hallaban por lo menos a cinco metros de la misma, en la puerta del corredor. Con esa información como punto de partida, volvimos a mirar el diseño de la plataforma. Parece ser capaz de enfocar cualquier objeto…, cualquier objeto vivo, según sospechamos…, que se encuentre tanto dentro de esa sala como en la sala adyacente… y transmitirlo a cualquiera de los otros transportadores.

—Pero ¿por qué escogió ese momento preciso para fijarse sobre Data y LaForge? ¿Lo activaron ellos mismos por accidente? ¿O fueron los rayos transportadores de la Enterprise?

—No, señor. Lo que nosotros pensamos es que fue activado como consecuencia de la fuga de radiación del núcleo de antimateria. Creemos que la fuga de radiación disparó un sistema de evacuación automático, un sistema diseñado para desalojar a todos los que estuvieran en la sala, dentro o fuera de los receptáculos de hibernación… esperemos que a algún lugar más seguro. Cuál fue la exacta interacción entre ese transportador y los de las otras salas, no lo sé, puede que nunca lo sepa del todo. Pero estamos seguros de que el programa que lo dirige buscó entre todos los destinos posibles, escogió uno y envió allí a Data y LaForge.

—Pero no saben cuál de los otros cientos de transportadores se encargó de hacer la transmisión. O, incluso aunque lo supieran, no pueden determinar su destino sin ponerlo en uso, cosa que no pueden hacer sin provocar que se autodestruya. —Picard sacudió la cabeza—. No veo adonde nos lleva esto, caballeros.

Riker respiró profundamente.

—Lo que nosotros proponemos, señor, es que reproduzcamos la situación original… los niveles de radiación, básicamente… para ver si podemos engañar al sistema de evacuación para que envíe a alguien más al mismo lugar. Alguien mejor equipado, para enviar un mensaje a la Enterprise.

El fruncimiento del entrecejo de Picard se hizo más hondo.

—¡No me gusta, número uno!

—¡Tampoco a mí me gusta, señor —respondió Riker—, pero por lo que nos dice el ingeniero en jefe Argyle, podría ser la única posibilidad que tengamos!

—Pero ¿cuán buena es la posibilidad?

—Ése no es el asunto, capitán. El asunto es que se trata de la única. Estoy más que dispuesto a correr el riesgo.

—Yo podría ordenarle que no lo hiciera.

—Sé que podría, capitán.

Picard guardó silencio durante un largo momento, con los ojos fijos en los de Riker, buscando algún rastro de duda, algún indicio de temor.

Pero no había ninguno. Sólo percibía lo que siempre había visto en los ojos de su primer oficial cuando existían vidas que dependían de sus acciones: determinación.

Miró a Argyle.

—¿Y su evaluación?

—La misma que ha hecho el comandante Riker, señor. Existe una posibilidad de que tenga éxito, pero no sé cuán buena es esa posibilidad. No existe ninguna forma fiable de calcular las probabilidades.

—Creo que no hace falta decir que usted comprende los riesgos que entraña, número uno.

—Por supuesto, señor; y me aseguraré de que cualquiera que se ofrezca para acompañarme los entienda también.

Por fin, Picard se mostró conforme.

—Muy bien, número uno. Infórmeme cuando haya hecho los preparativos necesarios.

—Por supuesto, señor —repuso Riker, que giró rápidamente sobre sí y se encaminó hacia la puerta. Argyle, con una mirada final a Picard, dejó al capitán a solas con su decisión.

—¿Nos harán el honor de hablar con el Consejo de los Guardianes de la Paz y permitirán que les demos las gracias como es debido por nuestra salvación?

Shar-Lon, con un estado emocional (hasta donde Geordi podía interpretarlo) fluctuante entre extremos de un minuto a otro, se volvió para encararse con Geordi y Data al comenzar el ascensor su lenta separación de la ingravidez del centro.

—Constatar que los Regalos han sido utilizados con sabiduría es agradecimiento suficiente —dijo Geordi, casi sonrojándose por la pomposa frase hecha. Era aún peor que las otras cosas que se había sorprendido diciendo como respuesta a la altisonante retórica de Shar-Lon.

El propio Shar-Lon, cuyas facciones comenzaban a aflojarse una vez más a causa del incremento de la fuerza centrífuga al continuar el ascensor elevándose en dirección al fondo del cilindro, asintió con aire sabio, si bien un punto inquieto.

—Por supuesto que eso es verdad —contestó—, pero sé que mis compañeros Guardianes se sentirán gravemente decepcionados, en particular los del Consejo de Ancianos, los que sirvieron en el primer Consejo. Han aguardado más de cincuenta años para expresar su gratitud. Estoy seguro de que no van a negarles la oportunidad.

—Por supuesto que no —dijo Geordi, y agregó con firmeza—: No obstante, hasta que podamos estar más seguros de la recepción que nos dispensarán, creemos que será mejor… y menos peligroso… que el conocimiento de nuestra presencia se vea limitado al menor número posible de su gente.

Dio la impresión de que el anciano iba a continuar disintiendo, pero luego bajó los ojos con gesto de sumisión.

—Será como ustedes deseen. Su desconfianza es comprensible a la luz del ataque que ya han sufrido.

—Sí —respondió Geordi con calma—, lo es. Por lo tanto, le resultará sin duda también comprensible que deseemos regresar al Santuario lo antes posible para hacer nuestro informe. Nuestros superiores podrían estar bastante impacientes.

—¡Sin duda no pensarán en marcharse ya! Al menos no tan pronto, antes de que tengamos la posibilidad de…

—Por supuesto que no. El informe es meramente preliminar —dijo Geordi, y luego añadió amenazador—: Sin embargo, si no lo reciben en el plazo previsto, otros representantes… otros representantes menos comprensivos… podrían muy bien ser enviados para determinar la razón del retraso.

Shar-Lon casi tembló ante lo que tomó por una advertencia.

—Yo no haré nada para apartarlos de sus tareas —contestó en tono de disculpa—. Designaré a mis hombres de más confianza para que los escolten hasta el Santuario.

Geordi asintió con la cabeza.

—Gracias, Shar-Lon. Apreciamos su comprensión. No obstante, si fuera posible, hay una persona con la que nos gustaría hablar antes de hacer este informe preliminar.

—¡Cualquiera que deseen! Pero quién…

—Su hermano. Creo que ha dicho antes que su nombre era Shar-Tel.

El rostro de Shar-Lon se tensó durante un momento.

—Ojalá fuera posible —dijo al fin—, pero no lo es. Shar-Tel fue asesinado hace más de una década.

—¿Asesinado? ¿Cómo?

—Fue víctima de alguien que sufría del mismo desvarío que el que los atacó a ustedes.

—¿Ah, sí? Estos desvaríos, entonces, deben de ser más comunes de lo que usted ha sugerido.

—¡No! ¡Ciertamente que no! Es sólo que los que los sufren son propensos a actos irracionales como éstos. Los efectos están por lo tanto enormemente desproporcionados respecto al número de los mismos.

—Ya veo. ¿Y qué son exactamente esos desvaríos? ¿Por qué podrían hacer que alguien quisiera matarnos?

Una vez más, la imagen infrarroja de Shar-Lon indicó un conflicto interno.

—Espero que no se sentirán ofendidos si hablo con franqueza —dijo, obligando a sus ojos a alzarse hasta el rostro de Geordi y su enigmático visor.

—Por supuesto que no. Cuanta más franqueza, mejor.

—Existen esos pocos… y repito, son muy pocos… que, desde el principio mismo, han tomado a mal los Regalos de ustedes y el uso que hicimos de los mismos los Guardianes de la Paz. Me doy cuenta de que parece una locura, pero esos pocos dementes preferirían que sus naciones fueran libres para destruirse las unas a las otras… y al resto del mundo… antes que someterse a esas pocas limitaciones que son necesarias para que todos nosotros vivamos en paz. Nunca han sido capaces de adaptarse a las costumbres civilizadas que prevalecieron desde que los Regalos de ustedes nos permitieron librar al mundo del terror de la destrucción nuclear.

—Entonces, ¿no se trata tanto de un caso de desvarío como de un error de valoración?

—Ambos términos, me temo, son excesivamente generosos. —Una nueva y más genuina intensidad invadió las palabras de Shar-Lon—. En mi opinión, esas gentes son la esencia misma del mal que los Regalos de ustedes nos permitieron vencer. Resulta difícil entender cómo una persona puede sufrir un desvarío como el de ellos, pero que esos desvaríos se den aquí, en el propio mundo de los Guardianes de la Paz, es casi a todos los efectos inconcebible.

Geordi intentó adoptar un aire de comprensión. La retórica de Shar-Lon y sus cambiantes estados anímicos estaban poniéndolo más que nervioso. También se estaba convenciendo cada vez más de que su improvisada decisión de inventar a unos «superiores» de ficción que podían dejarse caer en cualquier momento para tomar venganza, había sido un acierto. Con alguien en apariencia tan inestable como Shar-Lon, la verdad —que él y Data estaban desamparados y no sabían nada en absoluto sobre los llamados Guardianes—, muy bien podría haberlos llevado a la muerte.

—Hay gente como ésa en todos los mundos —dijo Geordi—. Sin embargo, podremos hablar de esos asuntos más tarde. En este momento, es indispensable que regresemos al Santuario e informemos a nuestros superiores. A menos que —agregó, haciendo que sonara como una ocurrencia de última hora—, haya otros, como su hermano, que presenciaron el descubrimiento y primer uso por parte de usted de nuestros Regalos.

—No hay ninguno —se apresuró a decir Shar-Lon—. Y mi hermano en rigor sólo fue testigo de la señal. Sólo en una ocasión, poco antes de su muerte, entró en el Santuario.

—Muy bien —dijo Geordi, resistiendo el impulso de preguntar por qué había hecho sólo esa visita—. Entonces sólo tendremos que esperar a que haya localizado usted a alguien en quien pueda confiar para devolvernos sanos y salvos al Santuario. Y recuerde, nuestro tiempo es limitado.

A pesar de la creciente gravedad, ahora casi la normal de la Tierra, Shar-Lon se irguió en toda su estatura, como si acabara de llegar a una decisión.

—Los llevaré yo mismo —declaró, al tiempo que dirigía la mano hacia el tablero para invertir la dirección del ascensor y llevarlo hacia el eje y el hangar de las lanzaderas.

Pero antes de que sus dedos hubieran pulsado el código, las puertas del ascensor se abrieron en la misma extraña sala en la que habían estado antes.

Aunque esta vez había en ella media docena de hombres, todos al menos tan ancianos como Shar-Lon, sentados en el semicírculo de asientos, esperando. Un séptimo, apenas más joven, se hallaba de pie junto al ascensor bloqueando con las manos las puertas para impedir que se cerraran. Todos llevaban los ya conocidos uniformes ceñidos con cinturones, pero de un gris grave y sin el estilizado rostro. Tanto Geordi como Data se tensaron y tendieron las manos hacia las armas fásicas, pero detuvieron el movimiento al ver que ninguno de los hombres iba armado.

—Así que, Shar-Lon —dijo el que se encontraba en la puerta, bajando la cabeza con un gesto que era más un simple saludo que una reverencia—, es verdad que los Constructores han regresado.

—Sí, Ki-Tor, es verdad —replicó Shar-Lon con rigidez—. Pero yo no he convocado una reunión del Consejo de Ancianos.

—A pesar de eso, tienes una.

Los demás asintieron para manifestar su acuerdo, con cierta inseguridad.

—¡En este momento no! —le contestó Shar-Lon con brusquedad—. Los Constructores desean regresar al Santuario y…

—¡Esta vez no los mantendrás apartados de nosotros, Shar-Lon!

—No es ésa mi intención, Ki-Tor, te lo aseguro. Han venido para juzgar qué uso hemos hecho de sus Regalos, y ahora que ya lo han visto, tienen que hacer su informe. Para hacerlo, deben regresar al Santuario. Sin duda no te opondrás a sus deseos.

Ki-Tor se volvió a mirar a Geordi y Data.

—¿Son ésos sus deseos?

Geordi vaciló. Estos hombres eran obviamente contemporáneos de Shar-Lon, y posiblemente, por mucho que hubiese dicho Shar-Lon, podrían saber algo útil sobre la nave alienígena, el «Santuario».

—Es verdad que tenemos que hacer un informe para nuestros superiores —dijo Geordi—, pero si alguno de los presentes tuvo algo que ver directamente con el uso de nuestros Regalos, me gustaría hablar con él.

Ki-Tor frunció el ceño.

—Shar-Lon no ha permitido que nadie excepto él mismo los utilizara. No ha compartido los Regalos con nadie. Incluso ahora, cuando todos estamos llegando al final de nuestras vidas, se niega a compartir siquiera el más mínimo de ellos.

Así pues, pensó Geordi, decepcionado, Shar-Lon es la única carta que podemos jugar.

—En ese caso, sí; nuestro deseo es regresar al Santuario —dijo—. Sin embargo, estaremos muy interesados en reunirnos con todos ustedes en cuanto hayamos acabado de elaborar nuestro informe y recibido nuevas instrucciones de nuestros superiores.

Las palabras de Geordi parecieron ser todo el aliento que Shar-Lon necesitaba. Con gesto decidido tocó un punto de la hebilla del cinturón de su uniforme. Al cabo de segundos se abrió la puerta de la sala, y un hombre de cara aquilina y uniforme azul entró a paso vivo. Sus ojos destellaron al recorrer a los ancianos que se encontraban en la sala.

—-Ya conocéis a mi delegado Kel-Nar —declaró Shar-Lon—. Él os escoltará al exterior. Esta reunión no convocada del Consejo de Ancianos queda cerrada. Se os notificará cuándo los Constructores deseen volver a hablar con vosotros, si quieren hacerlo.

Al salir de mala gana el último de los ancianos, alguien de uniforme azul —ni Kel-Nar ni ninguno de los tres primeros, según advirtió Geordi al instante—, apareció en la puerta, miró a Geordi y Data y le hizo a Shar-Lon una señal para que se aproximara. Arrugando la nariz, el anciano obedeció y fue hacia su lado.

Al reunirse cerca de la puerta, el hombre más joven se puso a hablar con rapidez, los labios a pocos centímetros de la oreja de Shar-Lon, el tono demasiado bajo como para que los traductores captaran las palabras. Shar-Lon negó con la cabeza y se volvió para alejarse, pero el hombre lo cogió por un brazo y prosiguió hablando con tono apremiante. Finalmente, esbozando una mueca, Shar-Lon se volvió hacia Geordi y Data.

—Lo lamento, pero debo retrasar el regreso al Santuario por algunos momentos.

—¿Sucede algo malo? —preguntó Geordi mientras él y Data salían del ascensor.

—Eso es lo que tengo que averiguar. Volveré lo antes posible.

Y luego se marchó y la puerta se cerró en silencio a sus espaldas.

No sin recelo, Geordi se giró a mirar el ascensor que continuaba con la puerta abierta. Pasado un momento apagó su traductor y le hizo un gesto a Data para que lo imitase.

—¿Ya no vamos a fingir problemas de funcionamiento? —inquirió el androide mientras obedecía.

Geordi negó con la cabeza.

—Considerando la actuación que hemos estado llevando a cabo, no encajaría con el personaje.

Data meditó durante un instante y luego asintió.

—Ya veo. Si continuamos teniendo «problemas de funcionamiento», le quitaríamos verosimilitud a la «fachada» que usted ha creado.

Geordi sonrió nervioso.

—Correcto, Data. Sólo espero que esa «fachada» esté haciéndonos algún bien, no sólo metiéndonos en problemas más serios. Y si quiere que le diga la verdad, estoy comenzando a dudarlo. —Miró hacia la puerta por la que se habían marchado Shar-Lon y los demás—. De hecho, creo que será mejor que tengamos preparadas las pistolas fásicas, sólo por si acaso.

—¿Qué sospecha?

—Ojalá lo supiera. Me escama ese aviso a Shar-Lon de que hay algún problema. —Geordi sacudió la cabeza con el ceño fruncido—. Ése es el problema de tocar de oído. Uno nunca sabe que ha hecho algo mal hasta que es ya demasiado tarde.

—¿Tocar de oído?

—Es otra antigua expresión, Data. Simplemente significa que yo… que yo he estado inventando las cosas sobre la marcha. Reaccionando a lo que sucede de la forma que «parece correcta». Pero ahora mismo las cosas decididamente no «parecen correctas».

Data contempló a Geordi en silencio durante más de un segundo. Luego asintió con aire pensativo y su voz volvió a adquirir una leve calidad melancólica cuando habló.

—¿Es otra forma de intuición humana…, similar a esa que le hizo a hacer la referencia de Kansas?

—Algo así. O tal vez sea un signo de desorden mental. —Geordi volvió a sacudir la cabeza, sintiéndose desanimado—. La verdad es que aquí nos vendría bien la consejera Troi. Ella podría decirnos al menos si nos están mintiendo. Y quizá si este personaje, Shar-Lon, y sus amigos, son sólo raros o están lisa y llanamente locos. Yo puedo obtener lecturas de todo tipo sondeándolos en la porción infrarroja del espectro, pero eso no es mucho más fiable que mis «corazonadas». Hay sólo un par de cosas de las que sí estoy seguro… o casi seguro, en cualquier caso. Para empezar, no me fío de nadie que suelta discursos en lugar de hablar, de la forma en que Shar-Lon lo hace durante la mayor parte del tiempo. Y no vamos a encontrar ninguna respuesta real aquí, en el hábitat. Nuestra única posibilidad de salir de aquí es regresar al llamado Santuario. ¿Está de acuerdo?

—Lo estoy, Geordi —contestó Data, un poco aliviado por hallarse de vuelta en un terreno en el que la lógica parecía ser aplicable—. El Santuario parece ser otro artefacto abandonado por el mismo grupo que abandonó la nave que encontramos en el espacio profundo. Por lo tanto, independientemente de lo que nuestro estudio inicial del artefacto haya revelado, es el único lugar en el que sería posible hallar el equipo necesario para contactar con la nave abandonada o regresar a ella.

—Correcto. La tecnología de quienquiera que haya construido esos ingenios tiene que estar a la misma altura que la de la Federación…, o más avanzada, al menos en el campo de los transportadores. No hay forma alguna de que un transportador de la Federación pudiera habernos llevado hasta tan lejos como esto. Y lo que Shar-Lon estuvo describiendo, sus «señales», se parece mucho a lo que podría suceder si alguna clase de dispositivo de camuflaje estuviera desarticulándose.

—Sí. No sería sorprendente que un aparato de semejante antigüedad fallara.

Geordi dio un breve suspiro.

—La pregunta es, ¿qué más ha fallado? ¿Cuánto de lo que no pudimos encontrar allí no faltaba en realidad sino que simplemente no funcionaba? Los circuitos transmisores del transportador, en particular. ¿Y cuánto falta de verdad? Si pudiéramos averiguar qué estaba haciendo aquí el Santuario, en primer lugar, por qué estaba en órbita alrededor de este planeta, por no mencionar el porqué de que estuviera abandonado… o por qué fue abandonada la primera nave que encontramos, y qué estaba haciendo esa nave allí fuera en medio de ninguna parte…

Geordi sonrió con pesadumbre.

—Pero la única cosa importante es ir al interior del Santuario y conseguir encontrarle una utilidad a lo que haya allí dentro, sea lo que fuere. Y si Shar-Lon pudo aprender a manejar esos Regalos, al parecer con bastante rapidez, no hay razón para que nosotros no podamos hacer lo mismo.

—Si los controles de esos Regalos tienen alguna relación con el casco —dijo Data—, tendrá que ser usted quien aprenda a operarlos, Geordi. Se mostró decididamente inhospitalario cuando lo intenté yo.

—Lo sé. Eso debió de ser otra trampa. El casco sin duda tiene que analizar la configuración de las ondas cerebrales, o los parámetros metabólicos, o vaya uno a saber qué, y luego sólo acepta aquellos que encajan con las especificaciones que incluyó quienquiera que construyese estas cosas. E intenta matar a cualquiera que no se ajuste a ellas.

Geordi hizo una pausa, y movió la cabeza.

—Estaría dispuesto a apostar que los Constructores nunca pensaron en que alguien, excepto ellos, pudiera encajar con esos datos específicos, sean quienes fueren. Querían asegurarse de que nadie que no fuese ellos podría entrar jamás y hacerse con el mando de sus artefactos. Esa idea encajaría bien con el tipo de mente paranoica que se dedicaría a equipar un lugar con una bomba de antimateria que se puede disparar con sólo transportar a alguien a bordo.

—Sí —dijo Data cuando Geordi guardó silencio—. He estado considerando ese y otros aspectos tanto de ese objeto que Shar-Lon llama Santuario como de la nave abandonada desde la que fuimos transportados. Como resultado, he podido establecer algunas correlaciones provisionales a partir de cierta información de otras fuentes. Si…

—¿Tiene usted una teoría acerca de todo esto? —lo interrumpió Geordi, repentinamente entusiasmado—. ¿Algo que pueda sacarnos de aquí?

—No, Geordi, no veo nada en las correlaciones que pueda ayudamos en ningún sentido. No obstante, tal vez puedan ser de utilidad para su intuición.

—¡En ese caso, oigámoslas!

—Como quiera. Como usted ya sabe, el sector del espacio por el que estaba viajando la Enterprise está ampliamente inexplorado por la Federación. No obstante, en el pasado, los ferengi han permutado información con la Federación, y una pequeña parte de esa información recibida podría estar relacionada con este sector.

—He oído hablar de esa permuta —comentó Geordi, mientras todo su entusiasmo de un momento antes se desvanecía ya—, aunque también oí decir que nos habían timado en el cambio. No sé qué les entregó la Federación a los ferengi, pero tengo entendido que lo que nosotros recibimos fue información de segunda y tercera mano, en rigor poco más que rumores y leyendas, sólo fábulas que habían recogido entre las varias razas con las que comerciaron a lo largo de los siglos. Cuentos fantásticos, incluso, casi tan fiables como… como El mago de Oz.

—Es verdad, Geordi. Sin embargo, existen elementos que son comunes en muchas de las historias, y uno de esos elementos está relacionado con una nave que podría decirse que se parece mucho al Santuario.

—¿Ah, sí? ¿Y cuándo se supone que existieron esas naves? ¿Y a quién pertenecían?

—Todas las noticias dicen que, en algún momento indeterminado del pasado, en varios sistemas solares muy dispersos, se cuenta que fueron encontradas naves similares al Santuario girando en órbita alrededor de varios planetas de clase M. No obstante, no se habló de ninguna que funcionara, ni de ninguna que contuviera seres vivos.

—¿Decían algo esas noticias respecto al propósito de las naves?

—Nada. De todas formas, hay relatos que hablan de planetas de clase M cuyos habitantes estaban a punto para un programa espacial de largo alcance, pero se evitó que lo llevaran a término, algunos a causa de un indefinido «suceso catastrófico», otros por «invasores alienígenas». Si existe alguna correlación…

—¡Así que eso son! —dijo Geordi, sacudiendo la cabeza—. ¡Puestos de guardia!

—¿Puestos de guardia?

—¡Sí! ¿No lo ve? ¡Todo encaja! La nave abandonada era…, bueno, no sé con exactitud qué era, pero se trataba de alguna clase de cuartel general o algo parecido de esos puestos de guardia. Apostaría a que cada uno de los transportadores de la nave abandonada conectaba con un puesto de guardia diferente, en órbita alrededor de un planeta distinto. Ése es el motivo de que los transportadores operen en una sola dirección, con el fin de que si uno de los planetas conseguía de hecho llevar una nave al espacio y entrar en el puesto de guardia, nunca pudieran ir más allá. Jamás tendrían posibilidad ninguna de llegar al cuartel general o lo que fuese.

—Pero ¿por qué iban a tener puestos de guardia orbitando alrededor de estos planetas? Si fueran planetas prisión…

—No lo sé, no sobre seguro, pero apostaría a que su paranoia tuvo muchísimo que ver en el asunto. Apostaría… —Geordi se interrumpió, haciendo una mueca—. Desgraciadamente, nada de eso nos sirve para dilucidar cómo ponernos en contacto con la Enterprise. Si algo significa, es que nuestras probabilidades son peores que antes. Quiere decir que los transportadores fueron diseñados de forma específica para que sólo funcionaran en un sentido, diseñados para evitar que los intrusos, como nosotros, como Shar-Lon, pudieran acceder a la nave abandonada.

—¿Está usted diciendo, Geordi, que su intuición le indica que nunca regresaremos a la Enterprise?

Geordi negó con la cabeza.

—No, eso es lo que me dice la lógica. La intuición me dice que independientemente de lo que hallemos en el Santuario, todavía tenemos posibilidades de regresar, de una forma u otra. El capitán Picard no va a darse por vencido hasta que descubra cómo funcionan esos transportadores de la nave abandonada, y cuando lo haga buscará la manera de encontrarnos. El capitán no…

—Alguien se acerca —lo interrumpió Data, y Geordi se tensó, con los dedos de una mano casi tocando la pistola fásica mientras que la otra mano volvía a encender el traductor.

Pero era Shar-Lon, su entrecejo todavía más fruncido.

—¿Problemas? —preguntó Geordi.

—Sólo necedades —le espetó el anciano pero luego, como si de pronto se diera cuenta de con quién estaba hablando, su voz se suavizó—. Vengan —dijo al tiempo que hacía un gesto hacia el ascensor—. Los transportaré de inmediato al Santuario. Sólo puedo pedirles disculpas por la demora. Y por el imperdonable comportamiento de los Ancianos.

Geordi no hizo comentario alguno, y entonces él y Data entraron en el ascensor.

Las puertas se cerraron tras ellos y el ascensor comenzó a subir mientras Shar-Lon mantenía un silencio que irradiaba un deseo de disculparse. Cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, se hallaron prácticamente ingrávidos una vez más.

Shar-Lon los condujo a través de la misma serie de puertas que la vez anterior, y al cabo de minutos estaba una vez más pulsando el código que abría la misma lanzadera de antes.

De repente, una segunda puerta del hangar de las lanzaderas se abrió, y tres hombres que no portaban uniformes irrumpieron a través de la misma.

Los tres llevaban máscaras que les ocultaban la mitad inferior del rostro… y los tres empuñaban pistolas con las que ya apuntaban hacia las proximidades de la lanzadera, como si los intrusos hubiesen sabido cuál sería el emplazamiento aproximado de sus objetivos antes de que se abriera la puerta.

Antes de que ni siquiera Data pudiese reaccionar, tres disparadores fueron pulsados.