5

Al cabo de una hora, el primero de los escudos del núcleo de antimateria de la nave abandonada estuvo reparado, cosa que hizo descender la fuga de radiación a un nivel tolerable en las zonas más externas de la nave. Durante esa misma hora, los circuitos de control que el ingeniero en jefe Argyle había temido que hubiesen resultado dañados por el disparo fásico, parecieron recobrarse. O no habían sido dañados y las fluctuaciones fueron debidas a su actividad habitual, o bien la nave abandonada incluía un mecanismo de autorreparación de una extraordinaria complejidad y rapidez.

Pero en cualquier caso, sólo pasaron cinco minutos más antes de que Riker, Yar y Worf fueran transportados a las coordenadas que el alférez Carpelli grabó durante los breves momentos en que los transportadores se centraron sobre las coordenadas de los dos hombres desaparecidos.

—Doce instalaciones de hibernación, capitán —informó Riker instantes más tarde—, ninguna en uso. Una de ellas está abierta y vacía. Las demás también están vacías.

—¿Puede ver el interior de todas ellas, número uno?

—No, señor, pero los tricorders…

—Encuentre una manera de ver el interior, número uno. Todo este asunto es imposible, así que una imposibilidad más… que Data y LaForge se encuentren dentro de uno de esos aparatos a pesar de que sus tricorders no los registren, no está fuera de lo concebible.

—No, señor, pero aquí hay virtualmente todo un banco de controles. Si alguno de ellos está conectado con las instalaciones de hibernación, lo ignoro. Y antes de que comencemos a pulsar teclas, recomendaría muy en serio que el ingeniero en jefe Argyle y un grupo de especialistas en tecnología alienígena fueran transportados hasta aquí y realizaran un análisis tan exhaustivo como fuera posible. Considerando lo que ya ha sucedido, capitán, es prácticamente una apuesta segura que este lugar tiene muchísimas más sorpresas esperando.

Riker pudo oír el suspiro de frustración no del todo reprimido de Picard, pero sabía que el capitán no iba a dejar que su impaciencia anulara su buen sentido.

—¡Data! —casi gritó Geordi al lanzarse hacia el androide para coger el casco.

Pero llegó demasiado tarde. Antes de que sus manos pudieran apoderarse del casco, el cuerpo de Data se estremeció violentamente. Pese al campo magnético del parcialmente reactivado traje de efecto-campo, Data se elevó del suelo describiendo círculos en el aire. Sus manos se crisparon, moviéndose de forma espasmódica hacia el casco, pero no pudieron llegar a él. Sus dorados ojos, abiertos de par en par con una repentina súplica, se posaron sobre Geordi por un instante, antes de cerrarse como un par de obturadores de cámara, y todo su cuerpo quedó laxo, como si todos los músculos se le hubieran transformado en agua.

El aura distintiva de Data desapareció.

Desesperado, Geordi saltó, lanzándose por el aire, y de alguna forma consiguió agarrar uno de los brazos de Data. Al instante siguiente, aferró el casco y lo arrancó bruscamente de la cabeza del androide. Lo arrojó tras de sí, sujetó a Data por el otro brazo, y los dos giraron juntos, las piernas de Geordi agitándose en el aire, hasta que chocaron contra el techo y el joven teniente pudo anclar sus botas al metal. Con cuidado, hizo girar el cuerpo de Data en sus brazos hasta que las botas del androide también se pegaron al metal:

—¡Data! —Sintiéndose impotente, cogió los hombros del androide, como si pudiera obligar a que la vida regresara a su interior—. ¡Data! ¡Despierte!

Durante segundos, el androide permaneció flojo como una muñeca de trapo, sin siquiera respirar; el corazón de Geordi latía a una velocidad incontrolable.

Pero luego, finalmente, Geordi pudo sentir que los músculos de los brazos del androide recobraban el tono con lentitud, como si las conexiones nerviosas entre éstos y su cerebro estuvieran siendo restablecidas poco a poco. El aura característica de Data, débil al principio, reapareció y se hizo más potente.

De repente, los dorados ojos se abrieron. Después parpadearon una vez, como si Data estuviera realimentándose automáticamente.

—¡Data! —casi gritó Geordi, mientras resistía dos impulsos concurrentes: sacudir al androide por los hombros para que acelerara el proceso de despertar, y rodearlo con los brazos en un gigantesco abrazo—. ¡Casi me mata del susto! ¿Qué ha sucedido?

Durante un largo momento Data guardó silencio, como si realizara una comprobación interna, cosa que, según se dio cuenta Geordi, era exactamente lo que estaba haciendo.

Por fin, en un tono que reflejaba sólo la normal extrañeza flemática con la que invariablemente reaccionaba ante experiencias y observaciones nuevas, Data dijo:

—No lo sé, Geordi. Nunca antes había sentido nada así. No obstante, estoy casi seguro de que si usted no me hubiera quitado el casco cuando lo hizo, yo habría resultado… —Hizo una pausa, como si buscara la palabra adecuada. Luego, volviendo a agrandar los ojos de forma casi imperceptible, concluyó—: Hubiera resultado desactivado de forma permanente.

—¿Pero ahora se encuentra bien?

—Mi autocomprobación no revela fallo ninguno, aunque me resulta imposible estar seguro del todo. Necesitaría una revisión completa por parte de técnicos cualificados…

De improviso, Data guardó silencio, y por un instante Geordi temió que el androide hubiese sufrido una recaída.

Pero luego oyó algo, un sonido metálico muy amortiguado, y comprendió que el silencio de Data sólo indicaba que lo había oído antes que él. Y provenía de las inmediaciones de la cámara de descompresión.

Cuando Geordi aún estaba volviéndose, el androide ya examinaba las lecturas de su tricorder.

—Tres formas de vida humanoide —dijo Data un momento más tarde—, a unos veinte metros…, en esa dirección. —Señaló directamente hacia la falsa cámara de presión.

De pronto, Geordi sacó su propio tricorder mientras se preguntaba por qué, durante todo el tiempo que habían estado encerrados allí, no se les ocurrió pensar en hacer comprobaciones en busca de formas de vida. El solo hecho de que no hubiese habido ninguna en la nave abandonada no significaba que…

Las lecturas del tricorder detuvieron momentáneamente en seco sus pensamientos.

Había, en efecto, tres formas de vida humanoides a unos veinte metros de distancia, inmóviles, pero a varias millas más allá de esas tres, dispersas por un volumen de casi una milla cúbica…

—¡Data! ¡Hay centenares ahí fuera! ¡Centenares de formas de vida humanoides!

—Sí, Geordi, pero sólo tres están en las proximidades y acercándose.

Lo cual era correcto… y lógico, por supuesto. Tras dejar a un lado los centenares de formas de vida distantes y concentrarse en las tres inmediatas, Geordi se dio cuenta de que la inmovilidad había sido transitoria. Una vez más estaban aproximándose. Los tendrían llamando a la puerta —o a la pared, puesto que continuaba sin verse rastro alguno de puerta—, en cualquier momento.

Pero entonces se detuvieron, y los sonidos amortiguados de antes se repitieron.

—Geordi —dijo Data, que seguía observando sus lecturas—, sospecho que hay una continuación de la cámara de descompresión al otro lado, y que las formas de vida acaban de entrar en ella y están cerrando la compuerta exterior. Los sonidos que hacen, aunque muy atenuados por las propiedades aparentemente insonorizadoras de la pared, son bastante similares a los que hicimos al abrir y cerrar esta compuerta.

Los ruidos eran demasiado débiles como para que Geordi pudiera distinguir si se parecían o no, pero sin perder un segundo dio por sentado que Data estaba en lo correcto. Al fin y al cabo, el tener una cámara de descompresión en la parte exterior tenía tanto sentido como el tener una en la interior. Hacía que las cosas fueran simétricas, si no otra cosa.

Sacudiendo la cabeza, Geordi alternó su atención entre la cámara y las lecturas del tricorder, y aguardó.

Y se planteó interrogantes. ¿Eran un comité de bienvenida?

¿O el equivalente de una patrulla de policía que acudía a ver quién había disparado la alarma antirrobo?

¿O, peor aún, tramperos que iban a ver a quién habían cazado esta vez?

Con renuencia, Geordi sacó su pistola fásica del cinturón y la programó para paralizar.

—Data —comentó en un susurro—, quienquiera o lo que quiera que sea esa gente, podrían ser amistosos u hostiles, o cualquier cosa entre esas dos, así que tal vez sería una buena idea que uno de los dos estuviese fuera de la vista cuando entren, si entran. Y dado que su tiempo de reacción es unas diez veces más veloz que el mío, usted es el candidato lógico.

Data pareció quedarse en blanco durante un momento, y luego asintió con la cabeza.

—Ya veo. Usted desea que yo lo cubra.

—Algo así, sí.

Tras programar su propia pistola fásica para paralizar, Data avanzó sin vacilar hasta la pared más cercana y se agachó detrás del compartimiento de hibernación. Geordi siguió a Data pero tomó posición a unos dos metros delante de la cámara.

Y esperaron.

Detrás de la pared, las tres formas de vida se dispusieron en una línea, hombro con hombro y…

Luego, el visor de Geordi captó la actividad de un circuito de transportador.

Por supuesto, pensó. ¿De qué otra forma iban a entrar? Pero ¿por qué las cámaras de descompresión falsas?

Durante al menos un minuto, sólo les llegó el silencio de la cámara interior.

Por fin, según el tricorder, uno de los tres visitantes ocupó la posición directamente en frente de la compuerta de la cámara, mientras que los otros dos se desplazaban a los lados, uno a la izquierda y el otro a la derecha. En el momento en que se abriera la cámara, esos dos quedarían ocultos a la vista. Sólo el que estaba justo delante de la compuerta sería visible.

Los dedos de Geordi se tensaron sobre la pistola fásica, pero él continuó dirigiéndola hacia el suelo para que no pareciese amenazante. Quienquiera que estuviese allí fuera, parecía actuar al menos con tanta cautela como él y Data; y cuanto menos amenazadora pareciese la situación cuando abrieran la compuerta, menos probabilidades habría de que el pánico hiciera presa en ellos y se pusieran a disparar.

Eso esperaba.

El mecanismo de cierre de la compuerta comenzó a girar lenta y ruidosamente.

Cuando acabó el giro, transcurrió otro medio minuto en total silencio.

Por fin, sobre unos goznes rechinantes, la puerta se abrió con lentitud hacia un lado.

El ser que se encontraba de pie frente a Geordi, con sus botas a todas luces magnéticas pegadas a la superficie de la sala, no llevaba traje espacial de ninguna clase. Parecía al menos tan humano como Geordi o Data. Su cabello oscuro estaba cortado al estilo militar, y su delgada estructura resplandecía en un uniforme azul claro de una pieza que portaba un estilizado rostro humano en el pecho. Lo que parecía una anticuada arma de proyectiles —contra la cual un traje de expedición apenas proporcionaría protección alguna— le colgaba del cinturón que ceñía el uniforme.

Y, tal y como había esperado Geordi, el hombre parecía estar muy nervioso.

Durante un largo momento sólo hubo silencio. Data, aguardando y atento, permanecía agachado y mudo detrás del cubículo de hibernación. Los ojos del alienígena, ya muy abiertos, se abrieron de par en par al contemplar la apariencia de Geordi, pero también él permaneció inmóvil, sin hacer gesto alguno hacia su arma.

Finalmente, al parecer satisfecho de que Geordi no estuviera a punto de atacar, el alienígena hizo un nervioso gesto a ambos lados y los otros dos aparecieron vacilantes. Los uniformes de éstos eran de un tono azul más oscuro, y un arma de proyectiles similar a la primera colgaba del cinturón de cada uno de ellos. Los ojos de los dos, al igual que los del primer alienígena, se abrieron de par en par al posarse sobre Geordi y su visor, pero permanecieron quietos y no articularon sonido alguno.

Con lentitud, sin hacer ningún movimiento brusco, Geordi devolvió la pistola fásica a su cinturón y le hizo a Data un gesto para que saliera de su escondite.

Las manos se crisparon en dirección a las armas al aparecer Data, pero el movimiento que hubiera desencadenado la tragedia no se produjo.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Geordi, suavemente, animado por la esperanza de que cualquier cosa que dijera haría que los otros hablaran y los traductores universales tuvieran algo con lo que trabajar.

Le llevó sólo un momento darse cuenta de que había tenido un éxito que superaba sus más descabellados sueños. Casi en el instante en que las palabras salieron de su boca, el alienígena del centro comenzó a hablar, de forma rápida aunque tensa, vacilando y repitiéndose ocasionalmente, como si fuera un escolar medroso que intentara repetir un discurso mal memorizado.

Al cabo de menos de dos minutos, cuando los traductores universales entraron en actividad y comenzaron a emitir palabras y frases inconexas, el orador se puso todavía más nervioso; sus ojos lanzaban miradas de temor hacia los diminutos artilugios cilíndricos. Al hacerse las frases más coherentes, Geordi se dio cuenta de que el alienígena estaba de veras pronunciando un discurso.

Un discurso de bienvenida.

—Esperamos con la mayor cordialidad —estaba diciendo el inseguro alienígena cuando el traductor comenzó a emitir frases completas y plenas de sentido—, que aprobarán el uso que hemos dado a los maravillosos regalos que nos entregaron.

—¿A qué regalos se…? —comenzó a preguntar Data inocentemente cuando el alienígena se interrumpió como si tropezara con las palabras, los ojos fijos en el traductor, pero Geordi, rápido de reflejos, supo interrumpir al androide sin que los visitantes lo advirtieran.

—Estoy seguro de que así será —dijo, haciéndole un discreto gesto a Data y alzando la voz para ahogar la aún ligeramente retardada traducción de la abortada pregunta del androide. Cuando, un momento más tarde, emergieron las palabras del traductor de Geordi, el alienígena del centro dio un respingo, casi como si lo hubieran abofeteado, y sus ojos pasaron como un rayo de uno a otro de sus compañeros—. Es sólo un aparato de traducción —continuó Geordi—, para que podamos entendernos el uno al otro.

Durante un momento, los tres sólo los miraron de hito en hito pero luego, el de la izquierda, más bajo y robusto y aún más nervioso que los otros, preguntó de forma ligeramente atropellada:

—¿Son ustedes los Constructores?

No obstante, antes de que Geordi o Data tuvieran que encontrar una respuesta, el alienígena que en apariencia era el líder de los tres le hizo un gesto brusco al que acababa de hablar, luego se irguió y miró directamente al resplandeciente visor plateado de Geordi.

—Vengan —les dijo con rigidez, tal vez con miedo—. Nos sentiríamos muy profundamente honrados si nos permitieran conducirlos ante la presencia de nuestro líder. El deseo de su vida ha sido que se le concediera la oportunidad, antes de morir, de conocer a aquéllos que le dieron la posibilidad de evitar la destrucción de nuestro mundo.

—Y nosotros nos sentiremos muy complacidos de reunirnos con el que ha conseguido llevar a cabo una proeza semejante —improvisó Geordi, mientras intentaba imaginar qué haría el capitán Picard en una situación como ésta—. ¿No es cierto, Data? —agregó en un veloz susurro que sólo los sensibles oídos del androide podían detectar.

Una expresión de sobrentendido relumbró en los dorados ojos de Data.

—Sí —dijo—, estamos tremendamente interesados en hablar con su estimado líder. —Y luego, mientras se acercaba por detrás de Geordi, articuló un susurro manteniendo los labios cerrados que habría constituido el orgullo de un ventrílocuo—. Mi experiencia en cuestiones que requieren engaño es bastante limitada, Geordi, pero le seguiré la corriente.

—Por favor, vengan con nosotros —les pidió el que hacía las veces de portavoz, y los tres se apartaron de la compuerta.

Desplegando una confianza que no sentía, Geordi traspuso la entrada, seguido de cerca por Data. Moviéndose aún con rigidez, los tres alienígenas entraron; el que en apariencia dirigía el grupo tiró de la compuerta, y una vez pasado el grupo la selló.

Extrañamente, dentro de la cámara no había luces, por lo que quedaron en una total oscuridad, aunque el espectro infrarrojo le proporcionaba a Geordi unas imágenes de perfecta claridad. Mientras los observaba a los tres, aguardó a que ellos hicieran algo para activar el transportador.

Pero ninguno de ellos lo hizo. El que daba la impresión de dirigir el grupo recorrió el camino a ciegas hasta la puerta en apariencia bloqueada, y empujó a Geordi y Data que tuvieron que avanzar a tientas.

Entonces, sin que nadie hubiera tocado un solo instrumento, el transportador se activó. Geordi se preparó al ver las energías que se condensaban en torno a él, eclipsando casi las imágenes de los otros.

Sin embargo, aquellas energías eran registradas por su visor como aún más mortecinas y apagadas que las de la nave abandonada, y él se preguntó si la segunda etapa —si es que había una segunda etapa esta vez— sería aún más cegadora que la que los había llevado hasta allí.

Pero no hubo ninguna segunda etapa.

Al desvanecerse las energías, vio que estaban en la hipotética, ahora ya no, segunda cámara, esencialmente idéntica a la otra.

El portavoz del trío alargó la mano hacia el mecanismo de cierre de la segunda compuerta, palpando a ciegas en la oscuridad.

Pero incluso en la oscuridad, uno de los otros dos —el excesivamente nervioso, el que había preguntado si Data y Geordi eran los Constructores—, descansó una mano lenta y cautelosamente sobre el arma que le colgaba del cinturón.

Cuidando de no provocar un sonido que lo delatara, la sacó de la funda, y al salir ésta, Geordi vio que el ingenio carecía de programación no letal.

Por el espectro infrarrojo de la piel del hombre y por la temblorosa intensidad con que sujetaba el arma, a Geordi le resultó obvio que planeaba disparar en cuanto hubiera la luz suficiente como para hacer blanco.

A cubierto de lo que para los demás era una absoluta oscuridad, Geordi sacó su pistola fásica y disparó.

Antes de que se extinguiera la luz del rayo fásico, él ya estaba volviéndose hacia los otros dos, con el dedo tenso y presto otra vez sobre el disparador.

Pero antes de que pudiera efectuar otra descarga, apareció una nueva aura de luz que lo inmovilizó en el sitio. Por un instante, él pensó que era la característica aura preliminar de una transportación, pero casi en el mismo instante advirtió que el aura se parecía más a la producida por los rayos fásicos de la nave.

Luego su consciencia se desvaneció, sus músculos se aflojaron y él quedó flotando como una muñeca de trapo en la gravedad cero de la cámara.