El alivio se apoderó de Geordi LaForge cuando notó que el hormigueo producido por el transportador se apoderaba de él. Su visor fue inundado por la familiar envoltura caleidoscópica de las energías desmaterializadoras que se condensaban sobre él, cambiando y agitándose tan deprisa que no podía centrar su visión en nada.
Pero incluso mientras esas fuerzas se arremolinaban, se dio cuenta de que había algo diferente, las energías eran algo más mortecinas, menos intensas. Aunque nunca eran del todo las mismas, se dijo. Al igual que los copos de nieve, no había dos viajes a través del transportador que fueran idénticos. Lo importante del caso era que el capitán Picard había llegado hasta ellos…, como Geordi sabía que haría. Cuando el halo los dejara en libertad, él y Data se encontrarían a salvo, de vuelta en la sala del transportador de la Enterprise.
Durante un instante sólo hubo la nada, luego un nimbo de caóticos impulsos, casi una imagen en negativo de lo que había visto un momento antes.
Pero después, antes de que las relumbrantes energías se desvanecieran, antes de que el mundo pudiera formarse de nuevo en tomo a él, volvió a comenzar todo desde el principio.
Y esta vez la diferencia fue espectacular, atemorizadora.
Si las energías habían sido más mortecinas, menos intensas en la primera ocasión, ahora la intensidad de las mismas resultaba casi cegadora.
Y se extendían hasta frecuencias y longitudes de onda que Geordi jamás había experimentado durante un transporte, tal vez nunca bajo ninguna circunstancia. Arremolinándose y relumbrando, atacando a sus sentidos, se enroscaban en dibujos aparentemente imposibles que retorcían su mente, dibujos que, al persistir e intensificarse aún más a cada instante, lo hacían desear arrancarse el visor del rostro.
Sin embargo, inmovilizado por el halo del transportador, no podía moverse.
De pronto, aterrorizado, se preguntó: ¿Habría interferido la radiación de antimateria con la operación del transportador? ¿Se habría hecho tan intensa la radiación en el momento del transporte que se habría entremezclado con las energías en las que su propio cuerpo estaba convertido? ¿Al intentar rematerializarlo en la plataforma de la Enterprise, había sido la maquinaria del transportador incapaz de separar las dos formas de energía? ¿Estaba ahora la radiación de antimateria siendo de alguna forma incorporada a su propio cuerpo? ¿Era ésa la causa de esos dibujos que destrozaban la mente?
Pero mientras el pensamiento se formulaba en su cabeza, sintió la repentina liberación, la nada que acompañaba al momento del transporte, y luego el remolino de energías se retiró de él como una bajamar.
Y, finalmente, el mundo volvió a formarse en torno a él.
Sin vigor, comenzó a absorber la información que afluía a sus sentidos.
Lo primero que advirtió fue que, como era de esperar, el violento y frío brillo deslumbrante de la radiación de antimateria, tan intenso durante los últimos momentos pasados en la nave abandonada, había desaparecido.
Y la silueta de pálido fulgor, claramente no humana, que era Data, continuaba delante de él, donde había estado cuando el halo del transportador se apoderó de ambos.
Pero más allá del androide…
Su mente consciente no lograba dar sentido alguno al caos de ondas luminosas que lo acometían. El intento de hacer coincidir las formas y los colores con los de la sala del transportador de la Enterprise sólo distorsionaba sus percepciones, sometiéndolo momentáneamente a una mareante desorientación, lo que sólo conseguía aumentar la debilidad física que ya le había provocado este extraño viaje sin precedentes a través del transportador.
Entonces, de pronto, sintió las poderosas manos de Data sobre sus hombros, equilibrándolo, y el rostro del androide contemplaba el suyo con expresión preocupada.
—Geordi, ¿se encuentra bien?
Alargó sus manos y aferraron la solidez de los brazos de Data, extrayendo de ellos fuerza y estabilidad.
Por un momento, se concentró sólo en la silueta de Data, dejando que el resto del escenario circundante se conformara en los modelos que quisiera.
Y al hacerlo, al aclararse y estabilizarse las formas, se dio cuenta con un incrédulo sobresalto que eran configuraciones desconocidas.
Sólo entonces penetró en su mente el hecho de que aún no pesaba. Y fue eso, más que el entorno en apariencia desconocido, lo que le hizo entender que, estuvieran donde estuviesen, no se trataba de la Enterprise.
Tampoco se hallaban en ningún punto de la nave abandonada. A pesar de que continuaba sin haber gravedad, no podían estar allí. No había ni rastro del duro resplandor de la radiación de antimateria que casi había abrumado su percepción visual durante los últimos momentos pasados a bordo.
Pero ¿dónde podían estar?
Soltándose de Data, dio una vuelta completa, para captar a través de su visor todo lo que les circundaba.
Él y Data se hallaban en una desconocida plataforma de transportador, emplazada en medio de una sala muy sencilla. La parte superior de una pared era una pantalla, ante la cual había una silla, de aspecto severo, anguloso y funcional, con posabrazos planos. No se veían terminales por parte alguna.
Pero suspendido de un soporte invisible e inmediatamente debajo de la pantalla había lo que podía ser descrito sólo como el armazón de un casco…, una pequeña esfera plateada encima de cinco tiras curvadas hacia adentro, como dedos dispuestos a agarrarse a la cabeza de quien se lo encasquetara.
A un metro de otra pared había un solo receptáculo de hibernación, idéntico a los que estaban en la nave abandonada, abierto y vacío.
Sobresaliendo de la pared opuesta a la pantalla había la única cosa que no encajaba con la espartana sencillez de la habitación: una primitiva cámara de descompresión y tránsito que se parecía mucho a un artefacto de la Tierra de finales del siglo XX o principios del XXI como máximo. El material, le dijo a Geordi su visor, era una mera aleación de acero, nada parecido a las complejas e inmensamente más duraderas aleaciones de que estaban hechas todas las superficies, incluida la silla. De unos buenos tres metros de altura y un ancho algo mayor, la cámara de descompresión se alzaba hasta más de la mitad de la pared y se prolongaba a lo ancho de unos buenos dos metros.
—¿Geordi? —Era Data, la preocupación reflejada en su voz normalmente inexpresiva—. No detecto ningún problema físico en usted, pero su comportamiento…
—Estoy bien, Data —contestó él de forma brusca al tiempo que se volvía hacia el androide. Y entonces, con una risa nerviosa dijo—: Sólo me ha llevado un minuto darme cuenta de que ya no estamos en Kansas.
—¿Kansas? —Data lo miró con interrogativa preocupación—. Yo nunca he estado en Kansas, Geordi. ¿Está seguro de que sus facultades no se han visto afectadas negativamente por la experiencia que acabamos de pasar?
—Hasta dónde puedo afirmarlo, estoy bien Data —respondió él forzando una sonrisa—. Sólo estaba haciendo un chiste malo. Y también oscuro a partir de El mago de Oz. Alégrese de que no lo haya llamado Toto a usted.
—¿Toto? Pero ¿por qué tendría que…? —Data se interrumpió en medio de la frase y Geordi casi pudo ver las conexiones que se establecían detrás de los dorados ojos—. Ah, sí, ahora comprendo las referencias, incluyendo lo que creo que tenía intención de ser un juego de palabras con mi nombre… pero debo admitir que el proceso mental por el que llegó a ellas se me escapa.
—Me temo que no fueron el resultado de nada tan lógico como un proceso mental, Data. Cuando estoy asustado, las cosas de ese tipo simplemente… salen. Es difícil de explicar.
—Eso mismo sospechaba —comentó Data, con un leve deje de tristeza—. Me temo que comoquiera que sea el proceso, continúa siendo uno de los misterios del ser humano que aún no he comprendido en su totalidad.
—Si alguna vez llego a dilucidarlo yo, se lo haré saber —le aseguró Geordi al tiempo que se erguía y exploraba con su visor la habitación una vez más—. En el entretanto, tenemos algunos misterios más importantes que la naturaleza humana en los que trabajar. Como dónde estamos y cómo vamos a regresar.
Sin transición, pulsó su insignia-comunicador.
—Enterprise, aquí el teniente LaForge. Adelante.
Pero no hubo respuesta, ni a su primer intento ni al décimo, y Data no tuvo mejor suerte. Ni siquiera después de determinar que el aire podía respirarse sin peligros y apagar los trajes de efecto-campo, para eliminar la más ligera interferencia que los campos creados por estos trajes pudieran generar, no hubo ni un asomo de respuesta. Dondequiera que estuviesen, concluyeron, tenían que hallarse rodeados por otros escudos que interferían los comunicadores de la misma forma que los de la nave abandonada los habían bloqueado durante los últimos minutos.
O estaban fuera del radio de alcance, pensó Geordi, pero descartó la idea casi de inmediato. Considerando el hecho de que habían sido llevados hasta allí por un transportador —uno sin duda alguna peculiar y de gran potencia, pero un transportador de todas formas—, resultaba poco menos que imposible estar fuera del radio de comunicación. Incluso contando con las diferencias de una tecnología alienígena, el alcance de un transportador no podía ser tan enorme.
Por lo tanto, estaban impedidos por unos escudos. Si se libraban de ellos, podrían contactar con la Enterprise. Pero antes tenían que encontrar qué estaba generando los escudos.
—¿Desaparecidos? —Picard arrugó el entrecejo, mientras su estómago se crispaba ante las palabras de Carpelli—. ¡No pueden haber desaparecido!
—¡Pero lo han hecho, capitán! —reiteró Carpelli—. Yo no lo entiendo mejor que usted, pero han desaparecido. Al menos ahora no están. Creo que se encontraban allí cuando los escudos de la nave abandonada acababan de bajar, pero…
—¡Carpelli! ¿Qué demonios está tratando de decir?
—Según lo ordenado —dijo Carpelli a la defensiva—, tenía los transportadores programados para que se centraran automáticamente sobre sus comunicadores en el instante en que bajaran los escudos, independientemente de en qué zona de la nave abandonada estuvieran. Y lo hicieron. Al parecer, Data y LaForge se habían desplazado alrededor de treinta metros respecto a la posición que ocupaban cuando los escudos nos bloquearon, pero no hubo problemas para centrarse sobre ellos. Sin embargo, antes de que pudiéramos activar…, no puede haber pasado más de un segundo…, antes de que pudiéramos activar, se desvanecieron, así de simple. Ya no registrábamos sus comunicadores. No registrábamos nada.
—¡Sus comunicadores tuvieron que estropearse a causa de la radiación! —le espetó Picard—. ¡Pero aun así podría haberlos recogido en las coordenadas sobre las que ya estaba enfocado!
—¡Lo intenté, señor! ¡Lo activé de inmediato, pero no había nadie a quien recoger! ¡Nadie! ¡Nada!
—Señor —intervino el teniente Worf desde el terminal científico—, las lecturas que acabo de analizar indican que otro transportador, al parecer emplazado dentro de la misma nave, ya estaba comenzando a operar en el momento en que cayeron los escudos.
Picard se volvió en redondo hacia el klingon.
—¿Está operando todavía?
—Negativo, señor.
—¿Puede determinar su emplazamiento?
—No, señor, pero tiene que ser uno de los aparatos que detectamos con anterioridad, uno de esos que estaban en una especie de estado de espera. Al parecer, al menos uno pasó de la condición de espera a la plenamente operacional en algún momento cuando los escudos se bajaron. Debió activarse de forma automática.
—¿Y enviarlos a qué destino? ¿Qué detectan los sensores dentro del alcance de un transportador?
—Nada, señor. Exceptuando la nave alienígena y la propia Enterprise, los sensores no recogen dentro de su radio objetos materiales más grandes que granos de polvo estelar.
—¿Entonces dónde…? Sondee en busca de formas de vida en cualquier punto al alcance de los sensores.
—Ya lo he hecho, señor. No hay ninguna excepto las de a bordo de la Enterprise.
Bruscamente, Picard pulsó su insignia-comunicador.
—¡Data! ¡LaForge! ¡Respondan!
Pero no hubo respuesta.
—¡Computadora! —exclamó Picard con aspereza—. ¿Están a bordo el comandante Data y el teniente LaForge? ¿Podría el transportador alienígena haberlos desplazado a bordo, reintegrarlos en alguna parte de la nave que no fuera una de las salas de transportador?
—No, capitán —respondió la voz de la computadora un momento después—, ninguno de los dos se encuentra a bordo.
Picard contuvo una maldición. Su mente empezó a funcionar a toda velocidad. ¿Dónde podían hallarse?
Había estado dispuesto, cuando ya estuvieran a salvo en la Enterprise, a retirarse y dejar que la nave hiciera lo que le viniera en gana, que se autodestruyera o no.
Pero ahora no se atrevía.
Dondequiera que los hubieran trasladado, tanto si había sido mediante transportador como sugerían los instrumentos de Worf, como mediante algún otro método desconocido, era algo llevado a cabo por algo que había en aquella maldita nave, que a cada minuto que pasaba se parecía más a una trampa que a un artefacto abandonado.
Y sin la nave, sin examinar los equipos de la misma que aún funcionaban, no había manera de averiguar adonde —ni cómo— los habían trasladado.
No existía modo de traerlos de vuelta.
—Teniente Worf, ¿en qué situación se encuentra el núcleo de antimateria de la nave abandonada? ¿Está en peligro inmediato de sobrecarga?
—No en peligro inmediato, señor, pero está inestable y virtualmente sin escudos protectores. Nuestro disparo fásico parece haber eliminado todo menos una fracción de la capa de protección interna, y podría haber dañado los circuitos de control de la energía central.
—¡Ingeniería! —gritó Picard—. Supongo que han estado observando la situación. Necesito saber si la fuente energética de la nave puede ser… —Se interrumpió, sacudiendo la cabeza con contenida violencia—. ¡Necesito saber con qué rapidez puede estabilizarse la fuente energética de la nave!
—Sí, señor —contestó un instante más tarde la voz ronca del ingeniero en jefe Argyle—, hemos estado siguiéndolo lo mejor que hemos podido pese a la distancia, pero no hay modo de determinar exactamente los daños causados sin echar una mirada desde mucho más cerca. E incluso entonces, existe el problema de que la tecnología alienígena…
—¡Señor Argyle, no quiero saber qué no puede hacer! ¡Quiero saber lo que sí puede!
—Lo siento, capitán, pero nadie puede hacer promesas… al menos no con base… en estas condiciones. Lo único que puedo prometerle es que haremos todo lo que podamos. Y que nada puede hacerse respecto a la reparación de los controles alienígenas de energía, por mucho que averigüemos, hasta que los escudos del núcleo hayan sido devueltos a su correcto funcionamiento. Por las lecturas que estamos obteniendo en este momento, ni siquiera nuestros trajes antirradiación más reforzados podrían acercarse lo bastante al núcleo como para apretar un tornillo, y mucho menos para realizar complejas reparaciones. Lo primero que tenemos que hacer es enviar una de nuestras unidades de reparación de control remoto, junto con una protección satisfactoria, para reemplazar el queso suizo en el que su gente ha estado haciendo agujeros.
—Muy bien, Argyle —respondió Picard, al darse cuenta, de mala gana que, el ingeniero en jefe tenía razón—. Hágalo.
—De inmediato, capitán. Mi ayudante va de camino al almacén para preparar una de las unidades de control remoto.
No pasaron más de cinco minutos antes de que la primera unidad de control se transportara hasta las letales radiaciones, pero para Picard y la mayoría de su tripulación, tensamente atentos a la irregular actividad del núcleo y el nivel de la radiación circundante, parecieron horas.
Geordi y Data buscaron en vano las pruebas de los escudos, que Geordi estaba convencido, bloqueaban los comunicadores; no encontraron nada, ni el más ligero rastro de lecturas de tricorder que confirmara la sospecha, independientemente de cómo los manipularan.
Finalmente, más perplejos que desanimados, volvieron su atención hacia la sala en la que se encontraban.
Y su primer descubrimiento no hizo más que aumentar la perplejidad de ambos. La cámara de descompresión y tránsito se abrió con bastante facilidad. Un somero examen con los tricorders indicó que la segunda compuerta no funcionaba, que el tablero de mandos parecía estar obturado y que no había nada más al otro lado de las macizas paredes de la sala.
Y tampoco se veía ninguna otra puerta, ninguna abertura en ningún punto de la habitación. En ese aspecto, era igual que la nave abandonada original. La única manera de entrar o salir era mediante transportador.
Como activados por un resorte se centraron en el problema del transportador mismo y la total ausencia de controles. A menos que estuviera automatizado por completo —o que se encontraran en el equivalente de una prisión—, tenía que haberlos. Estaba, por supuesto, el casco, lo que sugería que quizá los controles existentes, de haberlos, se activaban mentalmente. Ninguno de los dos estaba todavía dispuesto a ponerse el casco, a pesar de que los tricorders no indicaban ningún peligro.
Dirigieron los tricorders hacia el transportador con la suposición —la esperanza— de que contuviera unos circuitos no del todo diferentes a los utilizados por los transportadores de la Federación. Con mucha suerte, el transportador se encontraría en espera y no apagado. De ser así, las minúsculas cantidades de energía que fluían por los circuitos configurarían un modelo de funcionamiento que los tricorders podrían detectar y reconocer. Con un poco más de suerte todavía, podrían tener la posibilidad de localizar —y luego manipular— los circuitos que permitían al transportador cambiar su función receptora por la transmisora.
Pero a pesar de que en los circuitos fluía la energía suficiente como para que se registrara débilmente en los tricorders, Geordi y Data descubrieron al poco que los circuitos que habían abrigado la esperanza de encontrar, no existían. O, si existían, estaban o bien averiados o completamente apagados, no en espera.
Este transportador no podía enviar. Sólo recibir.
—¡Esto es una locura, Data! —gritó Geordi, con un estallido de frustración casi impropio de él, tras volver a comprobar las lecturas que ya había tomado media docena de veces.
—¡Lisa y llanamente una locura! ¿De qué sirve un transportador que sólo puede recibir?
—Funciona muy bien como receptor —señaló Data ecuánime—, que es lo único para lo que lo diseñaron y construyeron, en apariencia. En eso es notable, considerando su antigüedad.
—¡Lo último que yo necesito —le espetó Geordi— es un certificado de la soberbia habilidad de quienquiera que haya construido esta… esta trampa para ratas! ¡Estaríamos mucho mejor si fuese un poco menos notable!
Data miró a Geordi, sus ojos se abrían con leve perplejidad ante aquel estallido.
—Yo estaba haciendo una mera observación, Geordi. ¿Hay algo…? —Calló, como si acabara de ocurrírsele una idea.
»Ah, ya veo —continuó pasado un momento—. Si no estoy errado, hay un término en la psicología humana que es aplicable a su presente estado de ánimo: “transferencia de hostilidad”. Con lo que usted está realmente irritado es con la difícil situación en la que nos encontramos, tal vez con los aparatos que nos trajeron hasta aquí, o incluso con usted mismo por haber permitido que nos capturaran, pero usted ha transmitido esa irritación a un objeto que…
—¡Data!
—¿Sí, Geordi?
—¡Otra cosa que no necesito es una conferencia sobre psicología humana! —dijo de malhumor. Pero luego, al advertir que los ojos de Data miraban directamente a los suyos, inspiró y bajó la cabeza, avergonzado—. En especial cuando con toda probabilidad ha dado directamente en el blanco. Lamento haberle hablado en esos términos.
—No hay ningún problema, Geordi. Siempre estoy interesado en observar las peculiaridades de la mente humana.
Geordi se echó a reír.
—Y muy peculiar que resulta a veces —dijo, pero luego, de improviso, se puso serio.
Y se volvió hacia la pantalla y el casco.
—Creo que ya no podemos retrasarlo por más tiempo.
Inspirando otra vez, alargó la mano hacia el casco plateado. «Al fin y al cabo —se dijo—, es la única cosa lógica de hacer a estas alturas». Hiciera lo que hiciere el casco, no podía transformar su situación en otra peor.
Al cerrarse su mano en torno a una de las púas dactiliformes, lo que sujetaba el casco a la pared, fuera lo que fuere, lo soltó. Con cuidado, lo examinó, primero a través de su visión espectroscópica y luego con la microscópica, después con el tricorder; sin embargo, su examen sólo le dijo que algo estaba sucediendo dentro de la esfera y las cinco púas plateadas. Pequeñas cantidades de energía fluían en complejas tramas, pero ni él ni Data pudieron adivinar qué significaban.
Por fin, con cuidado, Geordi se lo colocó sobre la cabeza, desviando dos de las púas para evitar que tocaran su visor. Data, manteniendo una vigilancia constante tanto sobre Geordi como sobre el tricorder, permanecía cerca, preparado ante cualquier eventualidad.
Pero nada sucedió, excepto un regular y casi imperceptible fulgor que surgía de la esfera plateada de lo alto del casco.
Durante varios segundos, Geordi permaneció inmóvil, excepto por el balanceo debido a la gravedad cero.
No sintió nada.
Hasta que…
En lo profundo de su mente algo le provocó un hormigueo.
Sus manos se crisparon y las llevó hacia el casco, pero resistió el impulso momentáneo de arrancárselo.
El hormigueo aumentó, transformándose en un estremecimiento apenas detectable al recorrer todo su cuerpo. Ante su visor, apareció un leve resplandor que todo lo cubría y que le recordó los efectos de un sondeo de sensor, aunque éste era algo más apagado. A continuación desapareció.
Y la pantalla despertó a la vida, llena durante esos primeros momentos sólo con un arremolinado arco iris que abarcaba todo el espectro visible para el ojo humano y unos pocos angstroms[4] más a ambos lados de aquél.
¿Una prueba de imagen?, se preguntó Geordi, pero antes de que pudiera captar una imagen inteligible, desapareció.
Y fue sustituida por un planeta que ocupaba la casi totalidad de la pantalla. Por un instante, sólo un instante, lo olvidó todo, presa de un estado exultante.
«¡La Tierra! ¡Estaban en órbita alrededor de la Tierra!»
Luego el instante pasó y él vio que, a pesar de que los remolinos de nubes, el azul de los océanos e incluso las sólidas masas blancas de los polos, podrían haber pertenecido a la Tierra, las masas continentales, no.
Obviamente se trataba de un planeta de clase M, pero era claro que no se trataba de la Tierra.
De súbito, la momentánea euforia se desvaneció y fue reemplazada por un escalofrío de recelo. Dondequiera que estuviesen, habían sido llevados en contra de sus voluntades, con toda probabilidad por los habitantes de ese planeta, que tal vez en ese mismo instante iban de camino a capturarlos o matarlos…
Pero el planeta no era real, se dijo con determinación. La computadora —o lo que fuera que hubiese despertado la acción de ponerse el casco—, había recogido una imagen de la Tierra de la mente de él, y luego había buscado lo más parecido que tenía en su memoria. Lo único real era la posibilidad de que se hallaran fuera del radio de alcance de comunicación con la Enterprise.
La nave abandonada, después de todo, se encontraba a casi un pársec de distancia de la estrella más cercana, se repitió una vez más.
Los habían llevado desde la nave abandonada hasta allí a través de un transportador. Los campos energéticos que se habían arremolinado en torno a él durante el proceso, por insólitos y enérgicos que fueran, lo evidenciaban.
Y el alcance de un transportador, incluso el de un transportador alienígena, tenía que ser medido en decenas de miles de millas, no en decenas de trillones.
Y sin embargo…
A modo experimental, evocó una visión de Saturno y sus anillos, esperando una imagen similar aunque no idéntica en la pantalla.
Pero su intento no produjo cambio ninguno.
Paseó su visión por cada uno de los objetos de la habitación.
—Data —preguntó—, ¿detecta su tricorder alguna lectura nueva desde que me puse esta cosa?
—Muchos circuitos internos de la pared que hay detrás de la pantalla están ahora activos, pero sus funciones no pueden ser determinadas.
Geordi centró su atención en el círculo del transportador.
—¿Pero no sucede nada dentro del transportador? ¿No han entrado en actividad algunos circuitos de allí?
—Ninguno, Geordi.
Geordi sacudió la cabeza con renovada frustración. Estaba claro que el ponerse el casco había puesto en marcha algo, aunque no fuera recogido por el tricorder. Y en todo caso no había puesto en funcionamiento lo que él deseaba, cosa que probablemente era imposible. Si no existían circuitos de transmisión, él no podía crearlos, desde luego.
Pero como sí existieran…
Arrugando el ceño, Geordi imaginó los circuitos, la energía que fluía por el interior de los mismos incluida.
Pero continuaba sin aparecer prueba alguna de dichos circuitos, ni en su tricorder ni en el de Data.
Sin dilación, se quitó el casco y se lo ofreció a Data.
—Tenga, haga la prueba usted —dijo, y explicó escuetamente lo que había estado intentando hacer—. En alguna parte de su memoria tiene que haber una representación de un circuito de transportador más exacta que la imagen que yo tengo en la mía —acabó—, así que quizá tenga usted mejor suerte.
—Lo intentaré, por supuesto, Geordi, si usted cree que puede servir de ayuda.
Geordi sacudió la cabeza.
—No tengo ni la más remota idea de si servirá o no, Data, pero de momento no se me ocurre nada más que podamos intentar. Si puede, le invito a algo.
—Humm… ya —comentó Data, asintiendo con la cabeza mientras cogía el casco—. Creo que lo que se propone se llama «un tiro a ciegas», ¿no es cierto?
Geordi sonrió débilmente mientras Data se ponía el casco en la cabeza.
—Puede llamarlo así. Pero comoquiera que…
De golpe, Geordi quedó en silencio, su atención fija en el casco. Cuando la primera de las púas tocó la frente de Data, la esfera plateada de la parte superior del casco comenzó a brillar, no emitiendo el casi indetectable fulgor que había despedido cuando se lo puso Geordi, sino con una acentuada luminosidad.
—¡Data! ¡Quíteselo! ¡Está sucediendo algo!
—No se preocupe, Geordi —contestó Data con calma mientras bajaba las manos del casco—. Percibo la brillantez de la luz, pero hasta ahora no siento ningún efecto perjudicial. De hecho, no siento nada excepto el peso del aparato.
Pero mientras él hablaba, el fulgor se hizo aún más brillante y comenzó a palpitar, cada vez más.
—No actuó de esa manera cuando yo lo tenía puesto —dijo Geordi, aún intranquilo.
—Tal vez se deba a que yo también soy una máquina y por lo tanto más compatible con el aparato.
—Tal vez sí y tal vez no. Cuando lo tenía puesto, sentí algo así como un hormigueo, en alguna parte del fondo de la mente, y luego una especie de vibración que se esparcía por todo mi cuerpo. ¿Está seguro de no sentir nada?
—Todavía no, Geordi. —Data hizo una pausa y volvió los ojos hacia arriba al hacerse las palpitaciones del fulgor más violentas y rápidas—. De todas formas, si su intuición humana está haciendo que usted se alarme, quizá debería…
De repente, Data quedó congelado, como convertido en piedra, y nuevas y potentes lecturas comenzaron a aparecer por la diminuta pantalla del tricorder de Geordi.