—¿Deflectores? —La voz de Picard no podía expresar mayor incredulidad y cólera—. ¡Gawelski! —le espetó al joven alférez chupado de cara que había ocupado el puesto de LaForge en los controles de navegación—. ¡Llévenos hasta una distancia de visión directa, ahora!
Los dedos de Gawelski reaccionaron con una rapidez casi igual a la que habrían desarrollado los de Geordi, y la Enterprise saltó hacia delante, cubriendo las nueve mil millas en cuestión de segundos.
—¡Data! ¡LaForge! —dijo Picard repentinamente—. ¿Pueden oírme?
—Bastante bien, señor —le contestó el imperturbable tono de Data—. No parece que de momento estemos en ninguna dificultad aunque algo hace vibrar la nave a una frecuencia de veinte coma cuarenta y ocho ciclos por segundo. Nuestros tricorders indican también que el núcleo de antimateria ha aumentado de forma considerable su emisión de energía.
—La fuga —agregó Geordi— no resulta peligrosa a esta distancia del centro… todavía no… pero apreciaré cualquier cosa que pueda hacer para sacarnos de aquí, señor.
—Estamos haciendo todo lo posible, teniente —le aseguró Picard.
—Analizado el campo deflector, señor —informó Worf—. Parece diseñado específicamente para bloquear las operaciones del transportador. Su resistencia a los disparos fásicos será mínima. Sugiero un disparo preciso de rayos fásicos directamente a los generadores.
—¿Puede localizar los generadores, teniente? —preguntó Picard.
—Ahora que han sido activados, sí, señor. —Worf a continuación pulsó una orden—. Entradas las coordenadas en el terminal, señor.
El teniente Brindle, que ocupaba el puesto de seguridad, miró interrogativamente a Picard.
—No disparen todavía, caballeros —dijo el capitán—. ¿Señor Data? ¿Teniente LaForge? Nuestros sensores indican que no corren ustedes un peligro inmediato a causa de la radiación. ¿Su valoración es la misma?
—Con el nivel actual —respondió Data—, yo no corro ningún peligro en absoluto. Sin embargo, comenzará a tener efectos adversos sobre Geordi en aproximadamente veintisiete horas.
—Muy bien —respondió Picard—. Teniente Brindle, dirija los rayos fásicos hacia las coordenadas que le ha suministrado el teniente Worf. No dispare, pero manténgase preparado.
—Rayos fásicos sobre el blanco, señor, listos para disparar.
Un momento después, Riker y Yar entraron en el puente. Brindle se apartó a un lado y Yar se apresuró a ocupar el terminal de seguridad e hizo un repaso rápido de los controles.
—Lo que quiero, caballeros —comenzó Picard—, es toda la información que podamos conseguir. En concreto, quiero tener la seguridad de que si disparamos contra los generadores de los escudos de la nave, no se nos obsequiará con otra sorpresa, una aun más peligrosa que esas a las que ya nos hemos visto sometidos. Y esto los incluye a ustedes, tenientes Data y LaForge. Saquen provecho de su situación y averigüen lo que puedan… pero con cautela.
—Por supuesto, señor —respondió Data—. Procuraremos encontrar el centro de control. Nuestros tricorders, según creo…
—¡El nivel de radiación está aumentando otra vez! —interrumpió Geordi—. Puedo verlo.
—Esté a punto para disparar a los generadores de los escudos, teniente Yar —exclamó Picard.
—A punto, señor.
—¿Cuánto ha aumentado el nivel de radiación, teniente Worf?
—Aproximadamente un diez por ciento, señor —contestó Worf—. Al parecer es resultado de un incremento de la emisión energética; no se ha producido mayor deterioro de la protección contra las radiaciones.
—¿Y adónde va a parar esta nueva energía, teniente? ¿Registra algún arma nueva hasta el momento?
—Ningún arma, señor, pero otra sección ha comenzado a funcionar. —Worf hizo una pausa, mientras estudiaba las lecturas del terminal científico—. Parece ser una unidad de hibernación, aunque el área en sí está protegida por unos escudos tan poco permeables al sensor, que las lecturas no pueden ser consideradas fiables.
En la nave abandonada que en apariencia despertaba a la vida, los luminosos ojos dorados de Data se abrieron de par en par al levantarlos del tricorder.
—Capitán —dijo—, si no estoy equivocado, estamos a menos de treinta metros de la sección que acaba de ponerse en funcionamiento descrita por el teniente Worf. Con su permiso, investigaremos.
—Concedido, señor Data. No hace falta que les diga que tengan cuidado.
—No, señor. Gracias. Geordi… —Se interrumpió, mirando otra vez el tricorder—. Creo que está volviendo a haber atmósfera, señor.
—Tiene razón, señor —intervino Worf al instante—. Treinta por ciento de oxígeno, el resto gases inertes. Al ritmo actual, podría llegar al nivel terrícola en menos de cinco minutos.
—Cuatro coma sesenta y ocho minutos —apuntó Data, atento a su tricorder.
—A buen seguro que está todo relacionado con lo que haya en la unidad de hibernación, sea lo que fuere —dijo Geordi de pronto—. La nave lo está despertando y preparando el ambiente para él. Si nos ponemos en marcha, podríamos llegar allí antes de que despertara del todo, sería el momento menos peligroso.
—Señor Data, tenga… —comenzó a decir la voz de Picard, pero se interrumpió en seco.
—¿Capitán? —Data miró a Geordi y luego pulsó su insignia—. ¿Capitán? —repitió, pero continuó sin obtener respuesta.
Geordi lo cogió por un codo.
—Vamos, Data —dijo—, pongámonos en marcha. Al parecer, ahora están bloqueando también nuestros comunicadores, y ésa es una razón más para llegar allí antes de que eso, lo que sea, despierte.
Resistiendo el impulso de lanzarse de cabeza por los corredores faltos de gravedad —¿qué sucedería si ésta volvía de pronto, como lo estaba haciendo la atmósfera?—, Geordi avanzó arrastrando torpemente los pies detrás de Data. El androide, que seguía las lecturas de su tricorder, conseguía desplazarse si no gracilmente, al menos con efectividad. Al mirar su propio tricorder, Geordi vio que la presión del aire continuaba aumentando. El porcentaje de oxígeno, sin embargo, comenzó a decaer, estabilizándose finalmente en un veinticuatro por ciento.
—El nivel de radiación continúa aumentando —comentó Geordi al girar en un recodo del corredor—. ¿Cuál es ahora mi límite de tiempo, Data?
—Aproximadamente doce horas a este nivel antes de que le afecte la radiación, Geordi. Pero estoy seguro de que el capitán nos habrá sacado de aquí mucho antes.
—Así lo espero, pero por el modo en que han estado funcionando las cosas últimamente…
Calló al detenerse los dos ante una puerta maciza. Era el doble de ancha que los otros, la primera cosa que habían visto que justificaría el término «puerta», pero era tan carente de rasgos característicos como todas las demás. Geordi sacudió la cabeza.
—Sean lo que fueren esta gente, no hay duda de que no creen que sea conveniente poner números en las habitaciones —bromeó LaForge.
—¿Resultaría beneficiosa la asignación de números? —quiso saber Data, que ya estaba pasando el escáner de su tricorder con suavidad arriba y abajo de la puerta.
Geordi rió mientras comprobaba su propio tricorder.
—No, Data, dudo de que lo fuera. Pero para el caso de que no lo haya advertido, la presión del aire se ha estabilizado, aproximadamente en un setenta por ciento de la normal de la Tierra.
Sin previo aviso, los paneles del techo despertaron a la vida con una pulsación, adquiriendo un pálido fulgor amarillento, mortecino para los ojos humanos pero no para los del androide. Un momento más tarde, la puerta se estremeció y corrió, desapareciendo en la jamba metálica. Detrás de la abertura había una docena de plataformas altas hasta la cintura de un humano, y coronadas por unas formas rectangulares que guardaban un vago parecido con ataúdes.
—Parece que sólo estaban esperando a que llamáramos, Data —comentó Geordi, intranquilo.
—O que la presión del aire alcanzara el nivel necesario —dijo Data, dirigiendo su atención alternativamente a la habitación y las lecturas del tricorder—. Sin duda, ésas son las unidades de hibernación detectadas por los instrumentos del teniente Worf. No obstante, continúa sin haber lecturas de formas de vida.
—¿Ha muerto lo que contenían?
—Tal vez, pero incluso a esta distancia, debería haber bastantes residuos de materia orgánica…
De la misma forma repentina con que la puerta se había deslizado dentro de su jamba, el lado más próximo de una de las estructuras que recordaban un ataúd descendió, dejando a la vista un compartimento acolchado de color oscuro, de un tamaño más que suficiente para contener un cuerpo humano.
Sin embargo, no contenía nada excepto un manojo de una media docena de cables y tubos colgantes.
Los ojos de Data se agrandaron de forma imperceptible.
—Curioso —dijo—. A pesar de que el ocupante ya no se halla presente, la maquinaria ha continuado realizando las funciones para las que estaba destinada.
A Geordi le recorrió un escalofrío.
—Así son las máquinas —comentó, pero al darse cuenta de cómo podrían haber sido interpretadas sus palabras, se apresuró a agregar—: Exceptuando la compañía presente, por supuesto.
Data permaneció inmóvil por un instante, como si estuviera procesando la frase.
—Ah, sí, ya entiendo. Su segunda observación intentaba ser una disculpa, por si acaso yo había decidido sentirme ofendido por la primera.
Geordi sonrió con timidez.
—Pero lo único que ha conseguido en realidad es llamar la atención sobre la primera. Lo siento.
Lo que podría haber sido un amago de sonrisa tiró de las comisuras de los labios de Data.
—No es necesaria ninguna disculpa, Geordi. Así son los seres humanos.
De repente, Geordi se echó a reír, mientras desaparecía la mayor parte de su incomodidad.
—¡Cuánta razón tiene, Data! ¿Está seguro de querer emularnos tanto como dice? Tenemos la tendencia de meter la pata con demasiada frecuencia como para que resulte cómodo[3].
Data pasó por otro instante de concentración y luego dijo:
—Supongo que eso es sólo otra expresión figurada del habla humana, dado que la posibilidad de que entre ustedes haya algunos lo bastante violentos como para arrancarle las extremidades a quien los ha ofendido parece…
—No es más que una expresión figurada, Data. Pero antes de que se vaya por las ramas…, otra expresión figurada…, tal vez deberíamos revisar el resto de estas cosas. —Hizo un gesto hacia los presumibles receptáculos de hibernación.
Data consultó con rapidez su tricorder.
—No hay actividad ni lecturas de vida —anunció. Hizo una pausa, volviéndose hacia una puerta que se hallaba en una pared que por lo demás carecía de rasgos distintivos—. No obstante, allí está teniendo lugar una actividad eléctrica considerable…
De manera análoga a la puerta del corredor, ésta, más pequeña, se deslizó de pronto hacia arriba, y dejó a la vista una sala más pequeña.
Pero esta sala, a diferencia de todo lo demás que habían visto en la nave, estaba lejos de carecer de rasgos distintivos.
—¡Eureka! —dijo Geordi, con una sonrisa casi tan ancha como su visor iluminándole el rostro de ébano.
Había una especie de pantalla que ocupaba la mitad superior de la pared enfrente de ellos. Debajo de ésta corría una doble hilera de controles, cada uno con un indescifrable cometido, a diferencia de los teclados programables de la Enterprise.
Y en el medio de la hilera superior, una luz ámbar parpadeaba con urgencia. Mientras observaba, un plano apareció en la pantalla…, un plano en apariencia perteneciente a la nave en que se encontraban.
En el centro del plano, un punto que Geordi supuso coincidía con el núcleo de antimateria, apareció un brillante círculo verde, que se encendía y apagaba al mismo ritmo que la luz ámbar. Una sarta de símbolos, obviamente algún tipo de mensaje, adquirió forma inmediata debajo del círculo verde.
—¡La fuga de radiación! —exclamó Geordi, con la mente acelerada al encajar los acontecimientos de los últimos minutos—. ¡A eso se debe todo esto! ¡Nosotros debilitamos la protección al transportar la bomba al exterior! Aquí tiene que haber una computadora que todavía vigila las cosas, y ha detectado el aumento de radiación, así que decidió levantar los escudos para mantener alejada a la gente. Y ahora está intentando despertar al cuidador para que pueda reparar el desperfecto. Sólo que el cuidador ha desaparecido desde hace diez mil años, y nadie se ocupó jamás de contárselo a la computadora. —Sacudió la cabeza—. Data, ¿hay alguna probabilidad de que usted pueda dilucidar cómo responderle a esta cosa?
—Es altamente dudoso, Geordi. Las respuestas, aunque no infinitas, son imposibles de calcular con rapidez incluso para mí. A menos que haya alguna manera de conectarla con la computadora de la Enterprise… —Negó con la cabeza.
Geordi suspiró.
—Temía que fuera a decirme eso. Si al menos hubiera un modo de decodificar todo esto, a lo mejor podríamos convencerla para que baje los escudos antes de que acabemos fritos.
Por probar, pulsó su comunicador pero no obtuvo respuesta.
—Continuamos incomunicados. Y supongo que los escudos que han bloqueado nuestras transmisiones también lo han hecho con las armas fásicas de la Enterprise. En caso contrario, el capitán habría fulminado los generadores de los escudos y ya nos tendría fuera de aquí. Oí a Worf que transfería las coordenadas al terminal de seguridad antes de que se cortaran las comunicaciones, y Tasha estaba preparada para disparar.
—Yo también había hecho las mismas deducciones, Geordi. No obstante, ya que estamos en la nave, tal vez nosotros mismos podríamos poner fuera de uso los generadores.
Geordi asintió con la cabeza.
—Es exactamente lo mismo que estaba a punto de decir. —Estudió con brevedad su tricorder y luego alzó la cabeza—. Por aquí, creo —dijo, señalando hacia el centro de la nave al tiempo que comenzaba a arrastrar los pies para salir de la sala.
Antes de que llegara a la salida, una mano de Data le cayó sobre el hombro; la presa del androide no era violenta pero sí firme.
—Iré yo, Geordi —afirmó—. Como acaba de indicar, parece que los generadores están muy cerca del núcleo de antimateria, donde la radiación es más fuerte. —Echó una rápida mirada a su propio tricorder—. Y ha vuelto a acelerarse hace unos cuarenta y cinco segundos, aproximadamente. Mientras que a esta distancia estará usted a salvo durante varios minutos, las radiaciones cerca de núcleo están alcanzando niveles demasiado altos como para que pueda resistirlas sin un traje antirradiación reforzado. En cambio, yo no sólo puedo moverme con mayor rapidez que usted sino que soy capaz de tolerar niveles de radiación mucho más altos sin sufrir daños sustanciales.
—Data…
—No sería lógico que usted me acompañara, Geordi —insistió Data sin soltar el hombro del joven teniente.
—Lo sé, Data, pero…
—¿Pero es humano el desear hacerlo a pesar de que sepa que es arriesgado?
Geordi guardó un momentáneo silencio y luego se mostró conforme.
—Supongo que es algo que hay en nuestra jodida psique colectiva. —Inspiró—. Póngase en marcha, antes de que se caliente demasiado incluso para un androide.
—Lo intentaré —replicó Data, apartando la mano que retenía a Geordi por el hombro.
Al volverse para salir, una segunda luz, ésta amarillo brillante, comenzó a parpadear en el panel.
En la pantalla, el círculo verde se hizo momentáneamente más brillante y luego desapareció. En rápida sucesión, todo en cuestión de un segundo o menos, un centenar de otros círculos, todos amarillo brillante como la luz, despertaron a la vida y acto seguido se desvanecieron.
Todos menos uno.
Luego el plano mismo se borró y, por un instante, apareció una imagen de la Enterprise; luego también ésta se apagó.
Docenas de otras luces, dispersas por todo el panel, comenzaron a brillar de forma intermitente, al azar, hasta donde Geordi podía discernir.
De pronto, la sala se vio bañada en luz, y ambos sintieron la paralizante acción de un transportador.
—¡Teniente Data! ¡Teniente LaForge! —Picard dio una palmada de impotencia a su comunicador, incapaz de restablecer la línea con la nave abandonada.
—Ahora los escudos alrededor de la nave están a plena potencia, señor —tronó la voz de Worf—. No es posible el contacto.
—¿Pueden penetrarlos nuestros rayos fásicos?
—Con tiempo o potencia suficientes, sí, pero a buen seguro la nave aumentaría su emisión energética para reforzar los escudos. El incremento de los niveles de radiación resultante…
—¡Puede que no tengamos elección! —le contestó Picard con aspereza—. Teniente Yar, mantenga los rayos fásicos enfocados sobre las coordenadas de los generadores de los escudos. Doctora Crusher, preséntese de inmediato en la sala del transportador con todo lo necesario para tratar casos de grave radiación de antimateria.
—Al instante, capitán —contestó la voz de Beverly Crusher desde su escritorio en la enfermería.
—¿Número uno? ¿Teniente Yar? Ustedes estuvieron allí. ¿Hay algo que recuerden, cualquier detalle por pequeño que sea, qué pueda servirnos de ayuda?
—Lo siento, señor —respondió Riker, negando con la cabeza—. Sólo había pasillos y puertas; ni controles ni letreros de ninguna clase, los tricorders no registraron nada que no supiéramos ya por los sensores de la Enterprise.
—Nada, señor —coincidió Yar—. En cualquier caso, si llegamos al punto de usar los rayos fásicos, yo haría dos sugerencias. Primero, acercarnos todo lo posible antes de disparar, justo hasta la distancia de seguridad de los escudos. Y segundo, apuntar todos los cañones fásicos hacia las coordenadas de los generadores, ajustarlos a máxima potencia y mínima dispersión, y dispararlos todos simultáneamente.
—Hágalo así, teniente —contestó Picard, moviendo la cabeza a modo de ceñudo asentimiento—. Si eso resulta, si puede usted atravesar los escudos con la celeridad suficiente, el incremento de la radiación de antimateria resultante será extremadamente rápido pero también muy breve. Alférez Carpelli, esté preparado para enfocar a los tenientes Data y LaForge en el instante en que bajen los escudos. ¡Sáquelos de ahí, rápido!
—¡Preparado, señor!
—Teniente Worf, el radio de los escudos.
—Uno coma tres kilómetros, señor.
—Alférez Gawelski, llévenos hasta uno coma cuatro kilómetros.
—Sí, señor.
—Teniente Yar, compruebe esas coordenadas.
—Sí, señor. El halo de los escudos es esférico, y las coordenadas coinciden con toda precisión con el centro de ese halo, aproximadamente a unos diez metros del núcleo de antimateria.
Picard hizo una mueca.
—La dispersión de los rayos fásicos…
—A esta distancia podemos reducirla a menos de un metro, incluso con todos los cañones disparando de modo simultáneo.
—Doctora Crusher, ¿está preparada?
—No del todo, señor; las unidades de descontaminación son voluminosas, y quiero que estén a punto, que estén preparadas para recibir a los hombres en el instante en que lleguen. Para Geordi, en especial, los segundos podrían ser vitales.
—Soy muy consciente de eso, doctora —replicó vivamente Picard.
—Estoy segura de que sí, capitán, pero también tenga en cuenta que no será el tiempo transcurrido entre este momento y el ataque lo que determinará los daños que sufra. Hasta que sus cañones fásicos se pongan en funcionamiento, el nivel de radiación, aunque alto, sin duda será tolerable mientras Geordi y Data se mantengan apartados del núcleo. ¡Será la radiación durante los segundos entre los disparos fásicos y el momento en que sean transportados fuera de allí la que resultará crítica!
Picard guardó silencio durante un momento, y luego asintió con la cabeza, aunque no había conexión visual con la enfermería.
—Tiene usted razón, doctora —repuso—. Avíseme cuando esté preparada.
Se paseó, tenso, mirando alternativamente la imagen de la pantalla, las implacables facciones de Worf y las igualmente tensas de Yar. Esperar siempre le había resultado duro pero ahora, cuando se sentía responsable por lo sucedido, por dejar que los cuatro regresaran a la nave abandonada, por no reaccionar con la suficiente rapidez ante los primeros signos de peligro, era algo especialmente difícil. Aunque no tenía elección. Si se hubiera tomado un segundo más para sopesar aquellas primeras decisiones, si no hubiera permitido que su propia curiosidad, su propia impaciencia obnubilaran su capacidad de juicio…
—Preparada, capitán —le informó la voz de Beverly Crusher.
La tensión de su cuerpo aumentó un punto y luego se aflojó al asentir la teniente Yar para indicar que también estaba preparada.
—Alférez Carpelli.
—Preparado, señor —contestó la voz de Carpelli desde la sala del transportador.
—Teniente Yar, cuando usted esté lista.
Otro momento de silencio y luego:
—Disparos efectuados, señor.
Durante menos de un segundo, el espacio que rodeaba la nave abandonada resplandeció emitiendo una luz cegadora.
Luego desapareció, y la nave, indefensa, se mostró en su plenitud en la pantalla.
—Escudos bajos, señor —informó Yar trasluciendo un deje enérgico; las breves palabras estaban cargadas de triunfante satisfacción.
—La radiación continúa intensificándose, capitán —retumbó la voz de Worf—. Si continúa tendremos que levantar nuestros propios escudos.
—¿Los tiene, señor Carpelli? —preguntó el capitán con tono terminante.
Pero sólo le llegó silencio de la sala del transportador.
—¡Carpelli! ¿Me oye?
Otro momento de silencio y luego:
—¡No están allí, señor! ¡Han desaparecido!