18

Cólera, pasmo, incredulidad…, todos estos sentimientos cruzaron el rostro repentinamente ceniciento de Shar-Tel.

—¡Esto es una locura! —dijo con voz temblorosa—. ¡Aquí hay casi un millar de personas, entre hombres, mujeres y niños! ¡Si queréis a Kel-Nar, podéis quedaros con él! ¡Si me queréis a mí, podéis quedaros conmigo! ¡Pero todos los otros…!

—Después de cincuenta años de tiranía —se oyó decir a la voz de Lyn-Pron, sofocando a la de Shar-Tel—, la gente ya no hace distinciones. Excepto para mí y unos pocos que hemos llegado a conoceros a lo largo de los últimos años, sois todos Guardianes de la Paz. Sois los que destruisteis la flota de lanzaderas. Sois los que, con vuestros Regalos, nos obligasteis a pagar tributo, a permitiros que nos robarais todo lo que necesitabais para que vuestro mundo continuara funcionando. Sois los que habéis destruido todas las naves que intentamos lanzar durante más de dos décadas. Sois los que se han negado a compartir con nosotros la más mínima fracción de la ciencia alienígena a la que teníais acceso. ¡Sois los que han mantenido prisionero a todo nuestro mundo durante cincuenta años! Sois…

De pronto, Lyn-Pron calló, y todos los del puente pudieron oír su respiración agitada. Por fin, en voz baja, prosiguió.

—Lo siento, viejo amigo, pero así es como nos sentimos prácticamente todos nosotros, incluso entre los que hemos trabajado con vosotros durante todos estos años. No hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo, nada.

—Entonces, ¿por qué estás contándome esto? —estalló Shar-Tel a la par que le subían los colores de furia—. ¿Para torturarnos? ¿De forma que no sólo vayamos a morir sino que sepamos que vamos a morir?

Se oyó una amarga carcajada de Lyn-Pron.

—Los hay a los que nada les gustaría más, excepto el torturaros a cada uno de forma individual durante el resto de vuestras vidas. Pero no, estoy haciendo esto… y arriesgando mi propia vida al hacerlo, porque si alguien me sorprendiera hablando ahora contigo creo que volverían sus armas contra mi nave antes incluso de atacaros a vosotros… estoy haciéndolo porque no podría vivir conmigo mismo si no fuera honrado contigo. Y porque no consigo convencerme de renunciar a la esperanza, ni siquiera ahora.

—¡Pero acabas de decir que ya has renunciado!

—He usado todos los argumentos una docena de veces, pero… Queda una hora hasta nuestra llegada, una hora hasta que le abramos un millar de agujeros a vuestro mundo de los Guardianes de la Paz. Continuaré discutiendo durante cada segundo, pero también dejaré abierto el canal principal de nuestras naves, para vosotros, para cualquier cosa que podáis decir o demostrarnos, cualquier cosa por pequeña que sea.

—Pero si hacemos eso, los otros se darán cuenta de que nos has contado…

—Lo sé, pero no importa. Si esto fracasa…, como mucho me temo que ocurrirá…, no creo que quiera vivir más tiempo en cualquier caso, no con vuestra muerte, con la muerte de vuestro mundo sobre mi conciencia. Buena suerte, viejo amigo.

La conexión quedó interrumpida. Shar-Tel se volvió hacia Picard.

—Devuélvame a la lanzadera, rápido. Me gustaría pasar al menos unos pocos minutos en el mundo de los Guardianes de la Paz antes de que…

—No —casi gritó la consejera Deanna Troi, que había estado escuchando con dolor la conversación—. ¡No podemos permitir que esto suceda, capitán! ¡Tenemos que hacer algo!

—Estoy de acuerdo, consejera —repuso Picard—, y estoy abierto a sugerencias. —Recorrió el puente con la mirada—. En efecto, parece que una parte de la responsabilidad es nuestra, si bien no por la situación en sí, al menos por haber precipitado la crisis. Estoy abierto a sugerencias, cualquier cosa que salvaguarde la Primera Directriz.

—Señor —dijo Data casi de inmediato—, he encontrado correlaciones adicionales, posiblemente muy significativas, en la información suministrada por los ferengi. Extrapolando ésas, y otras correlaciones para determinar si tenían alguna relevancia en la situación presente…

—Continúe, Data —lo instó Picard con impaciencia.

—Creo que las correlaciones poseen, en efecto, cierta relevancia, señor. De hecho, sugieren una posible solución para este problema.

No fue la ingravidez lo que hizo que el estómago de Lyn-Pron se revolviera cuando la órbita de transferencia que su nave había estado siguiendo se acercó al final, y el mundo de los Guardianes de la Paz se hizo más grande en la pantalla del radar que tenía delante.

Fue la frustración. Y el sentimiento de culpa.

Frustración por no ser capaz de convencer a los otros de que al menos retrasaran su asalto, mucho menos de que lo cancelaran. Finalmente, les había hablado de su conversación con Shar-Tel y de su afirmación de que el Santuario había sido destruido. Pero aun así no logró conmoverlos, y durante un momento llegó a tener verdadero miedo de que volvieran sus armas contra él. Incluso cuando, minutos antes, había resultado obvio por las pantallas de los radares que el Santuario ya no estaba en el lugar que había ocupado durante las últimas cinco décadas, los otros rechazaron el hecho.

—No es más que otro truco —gruñó uno de los pilotos—. Con esos malditos Regalos suyos, Shar-Lon puede hacer lo que quiera.

Pero el sentimiento de culpa que sentía Lyn-Pron era aún más intenso que su frustración. Durante casi una década le había mentido a un hombre que, a pesar de los constantes esfuerzos que él había hecho para resistirse, para continuar siendo «objetivo», se había convertido en amigo suyo. Las naves mismas, en vez de ser capaces de transportar veintenas de hombres cada una, tenían espacio para uno solo… y veintenas de misiles. Su propósito nunca había sido otro que la destrucción, no sólo del Santuario sino del propio mundo de los Guardianes de la Paz. No podía convencer a sus aliados de que la destrucción sería unos ignominiosos cimientos para construir el mundo pacífico que tanto deseaban.

Y ahora, en menos de un cuarto de hora, Lyn-Pron tendría que contemplar esa destrucción, incapaz de levantar un sólo dedo para evitarla.

De improviso, la pantalla de encima del panel de controles destelló generando caóticas imágenes.

Sobresaltado, levantó la mirada. Había dejado abierta la conexión de audio, pero esto…

—¡Lyn-Pron! —dijo, desde una de las naves, una acusadora y áspera voz a través de la conexión de audio—. ¿Es éste otro plan para salvar a tus amigos?

Pero antes de que pudiera negarlo, antes de que pudiera hacer más que preguntarse si, de alguna forma, Shar-Tel era el responsable… emergió una imagen del caos.

¡Era Shar-Tel!

Pero no estaba en ninguna parte del mundo de los Guardianes de la Paz cuya existencia hubiera sospechado nunca Lyn-Pron, ni en el Santuario, a menos que las descripciones de Shar-Tel hubieran sido lisa y llanamente mentiras. En la mortecina luz, el perfecto negro y el naranja oscuro eran los únicos colores visibles, excepto por lo que hacía al propio Shar-Tel y sus ropas. El aire estaba impregnado por una calina humosa que reducía aún más la visibilidad, confiriéndole a Shar-Tel un aspecto amenazador. Detrás de él había hileras de paneles, no con controles o pantallas reconocibles, sino con configuraciones de luces de formas raras.

—¡Shar-Tel! —dijo Lyn-Pron con un grito ahogado—. ¿Qué es esto?

—Lo lamento, Lyn-Pron —le contestó el anciano, pero su voz, rígida y sin expresión, resultaba prácticamente irreconocible—, pero vosotros ibais a…

De súbito, fue interrumpido cuando una mano enorme, cuyos dedos entre negros y grisáceos se extendían como garras desde un mitón tachonado que se encontraba al final de una manga de algo parecido al cuero con tachas similares, lo aferró por un hombro y arrojó con rudeza a un lado.

Lyn-Pron profirió un grito ahogado cuando la criatura llenó de pronto la pantalla. De por lo menos treinta centímetros más de estatura, y casi lo mismo más ancho que Shar-Tel, iba vestido con pesadas pieles de un brillo casi metálico, como un atuendo de batalla bárbaro. Suspendida de una enorme cadena que le rodeaba el cuello, tenía lo que podría haber sido una escultura o, según sospechó Lyn-Pron, la cabeza conservada de algún animal de asesinos colmillos.

Pero la cara y cabeza de la criatura… Era humanoide, pero estaba lejos de ser humano. Aunque era oscuro, de color carne en estado de putrefacción, su boca y mentón barbado tenían una forma casi humana, y encima de los penetrantes ojos y los poderosos senos frontales, una prominente cresta ósea se extendía desde lo alto de la nariz, le cruzaba la frente y continuaba hasta casi la mitad de la coronilla, donde se encontraba con una melena de pelo negro azabache que caía sobre sus orejas deformes y sus enormes hombros.

—Vosotros sois los necios que soñáis con destruirme —dijo, su voz un retumbar bajo, la boca torcida en una sonrisa burlona.

Desde una de las otras naves, alguien consiguió preguntar:

—¿Quién eres?

La figura se echó a reír, un sonido tan profundo y retumbante como su voz, tan amenazador como su apariencia.

—Entre mis iguales… y son pocos… soy conocido como Worf. Para vosotros, soy el dueño de lo que vosotros, criaturas, habéis creído apropiado llamar el Santuario. ¿No pensasteis que podría tomarme a mal vuestros débiles intentos de dañarlo?

—Yo no los llamaría precisamente débiles —dijo otro piloto, cuya voz vaciló al intentar que sonara desafiante—. Nosotros vimos la explosión que lo destruyó.

—¿Qué lo destruyó? ¿Tiene aspecto de haber sido destruido? No, yo no permito que mis propiedades sean destruidas con tanta facilidad.

—¡No sabíamos que era suyo! —dijo una tercera voz, esta con una nota aguda de miedo—. ¡Lo habían abandonado! Nosotros sólo…

—¡Yo no abandono mis propiedades, criatura!

—¡Entonces, llévatelo! ¡No nos importa si está destruido, mientras nos libremos de él!

El otro volvió a reír.

—Vosotros no lo entendéis, criaturas. Aquí tengo muchos objetos que me pertenecen, y además no siento ningún deseo de renunciar a ninguno de vosotros.

—¿Ninguno de nosotros? —estalló Lyn-Pron—. ¿Qué locura es ésta? ¡Nosotros no te pertenecemos!

—¿Vosotros pensáis que no? —La figura agitó su mano izquierda con gesto imperioso.

Y de repente, Lyn-Pron sintió un hormigueo por todo el cuerpo. El aire que lo rodeaba se llenó con listas de luz, y de las otras naves le llegaron exclamaciones ahogadas y al menos un grito.

Durante un instante quedó paralizado, incapaz de acabar la inspiración que había comenzado un momento antes, seguro de que incluso su corazón se había parado en medio de un latido.

Y el estrecho compartimiento de la nave se desvaneció entorno a él.

Por un momento no hubo nada más que la áspera intensidad de las bandas de luz, que ahora lo envolvían como si quisieran cubrirlo.

Y se encontró en el lugar que, segundos antes, había sido sólo una imagen en la pantalla. La criatura que se había llamado a sí misma Worf se hallaba de pie ante él, encumbrándose como un coloso demoníaco. A un lado, Shar-Tel permanecía también de pie, rígido, inmóvil, sin parpadear. En torno a ellos, envolviéndolos, estaba la calina ocre, amorteciendo los dibujos de luces de los paneles que cubrían la pared de detrás de la criatura. El calor era sofocante, el aire completamente impregnado de un olor desconocido pero acre y desagradable.

Y no podía moverse ni adelante ni atrás. Podía volver la cabeza, mover los brazos, pero sus pies parecían arraigados en el suelo.

Una exclamación ahogada, luego otra, llegaron desde detrás de Lyn-Pron. Girándose, vio a los hombres de las otras cinco naves, con los ojos abiertos de par en par a causa del pasmo. Detrás de ellos había más paneles desdibujados por la calina. Por ninguna parte se veía rastro alguno de puerta o abertura de ninguna clase.

—¡Bienvenidas a mi guarida, criaturas! —tronó la voz de bajo—. ¿Hay alguna cosa que os gustaría ver?

Haciendo una pausa, Worf los miró uno por uno con atención burlona, luego sonrió, y por un momento dio la impresión de que la pequeña cabeza que colgaba de la cadena que llevaba en torno al cuello, enseñaba los colmillos en una grotesca parodia de sonrisa.

—¿No? En ese caso, dejadme que os enseñe algo de mi propia elección.

Otro gesto, y uno de las formas cúbicas de luz de los paneles que había detrás de la criatura, parpadeó y cambió.

Y en el aire calinoso apareció una imagen de la nave de Lyn-Pron, en tres dimensiones y de apariencia lo bastante sólida como para poder tocarla.

Otro gesto, éste apenas más que el agitarse de un dedo, y un relumbrante rayo de luz alcanzó a la nave. Un momento más tarde la nave misma comenzó a relumbrar, luego ardió y desapareció.

—Quizás os permita conservar las otras —dijo la criatura, riendo—, si no os mostráis demasiado fastidiosos.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Lyn-Pron, el único que parecía haber recobrado la capacidad del habla—. ¿Por qué estás aquí?

—He venido porque habéis tenido la desgracia de invadir lo que era mío. Me he quedado porque vuestras antiguallas me divierten. —Otra risa salió tronando de las profundidades del pecho de Worf—. El que se llamaba a sí mismo Shar-Lon era una interminable fuente de diversión, en particular por sus egocéntricos desvaríos a propósito de que estaba actuando según su libre albedrío.

—¡Entonces estaba poseído!

—Por supuesto… aunque él lo llamaba ser «elegido». Sus desvaríos eran casi tan divertidos como vuestros frenéticos intentos de eludir su acción.

—Pero ¿por qué te has mostrado ante nosotros ahora? Después de cincuenta años…

—Después de cincuenta años, estabais comenzando a aburrirme, incluso a irritarme con vuestras despreciables conspiraciones. Por lo tanto, he decidido tomar el control directo en lugar de actuar secretamente a través de uno de vosotros. Por vuestro bien, espero no acabar decepcionado con los resultados. ¡No todos son tan privilegiados como para disponer de una segunda oportunidad! Agradeced que, durante esos primeros años, llegasteis a divertirme tanto como lo hicisteis. En caso contrario, puede que simplemente hubiese partido para no regresar nunca.

—¡Hazlo, entonces! —casi le gritó Shar-Tel.

Worf bajó la mirada hacia Shar-Tel durante un momento, con un destello divertido en sus encapotados ojos. Luego retrocedió y se sentó en una silla semejante a un trono, cuyos brazos estaban cubiertos con versiones en miniatura de los dibujos de luces que se veían en los paneles de la pared.

—Puede que lo haga —dijo—, si os volvéis demasiado aburridos o demasiado fastidiosos. Sin embargo, no creo que fuerais a estar contentos con los resultados. —Hizo una pausa, y sus ojos se posaron brevemente sobre cada uno de los seis—. Recordad —terminó con una sonrisa reflejándose en la diminuta cabeza que descansaba sobre su pecho—. Yo no abandono lo que me pertenece.

—¿Nos matarás? —preguntó Lyn-Pron con horror.

—En su momento, tal vez, a menos que, sin ayuda ninguna por mi parte, os matéis vosotros mismos. Eso, por supuesto, podría mantener mi interés en vuestro pequeño mundo durante algún tiempo más. El suicidio planetario es, en efecto, un fenómeno que me intriga, y yo…

—Entonces, ¿por qué destruyó nuestros misiles hace cincuenta años? ¿Por qué…?

En los hombros de Worf se apreció un asomo de encogimiento cuando dijo:

—En aquel momento me pareció una buena idea. Y la verdad es que me proporcionó décadas de diversión que no habría obtenido si os hubiese permitido que simplemente convirtierais vuestro mundo en cenizas. Así que, independientemente de lo que penséis de mis métodos o motivos, al menos podríais darme las gracias por varios años de existencia planetaria que en caso contrario podríais no haber tenido. —Volvió a reír—. Tal vez podáis demostrarme vuestra gratitud llevando a cabo vuestra autodestrucción de la forma más interesante posible. Podría disponer que algunos de los Regalos más refinadamente destructivos fuesen distribuidos entre ciertos líderes vuestros…

—¡Maldito! —estalló Lyn-Pron—. ¡Es nuestro mundo del que está hablando! No tenemos ningún interés en destruirlo, ni con sus Regalos ni con nuestras propias armas, ni con nada. ¡Actúas como si esto fuese un juego!

—Pero si lo es, pequeña criatura, lo es. ¿No tenéis vosotros juegos similares en vuestro mundo? Creo que los he visto, juegos en los que criaturas inferiores son enfrentadas la una contra la otra, y vosotros las vitoreáis, instándolas a matarse la una a la otra.

—¡Sólo unos pocos enfermos disfrutan con cosas semejantes! No todos…

—¿Quién tiene derecho de decir quién está enfermo? Tal vez es algo mucho más propagado de lo que tú crees. Tal vez vosotros, que salisteis con el propósito de asesinar a más de un millar de vuestros propios congéneres, compartís esta llamada enfermedad.

Worf agitó una mano con desdén.

—Pero estoy aburrido de esto. Os devolveré a vuestras naves… a los de vosotros que aún tenéis una nave a la que regresar. En cuanto a ti… —Sus ojos inmovilizaron a Lyn-Pron—. A ti, puede que te retenga durante algún tiempo. Pareces tener más brío que los otros.

Lyn-Pron se estremeció ligeramente pero no se acobardó.

Luego, un momento después, reprimió un respingo. Algo estaba formándose en la calina detrás de la enorme silla de Worf. Al principio, fue como si la neblina misma estuviera espesándose, pero luego vio que era algo independiente. Era algo pálido, casi tan blanco como el papel, y se hacía gradualmente más definido.

Hasta que, de pronto, se volvió nítida.

¡De casi un metro de altura, suspendida a dos metros por encima de la cubierta, estaba la cara de Shar-Lon!

Y, a pesar de que Lyn-Pron había conseguido impedir que su propio rostro delatara la presencia de la imagen, los otros no habían tenido tanto éxito. Worf se removió inquieto en su asiento.

Durante un instante apenas pareció sobresaltarse, y luego se echó a reír.

—Eres más persistente de lo que yo pensaba, oh, elegido. ¿Qué tienes que decir?

—Lyn-Pron —dijo el fantasmagórico rostro—, si estás viendo y oyendo esto, yo he tenido éxito. Ahora depende de ti, de Shar-Tel y de los otros, y tenéis que daros prisa. Debéis hacer caso a Shar-Tel. Este monstruo puede ser vencido.

—¡Eso será suficiente! —gruñó Worf, levantándose y pasando a grandes zancadas a través de la cara de Shar-Lon como para demostrar que no existía.

Pero incluso mientras la atravesaba, la voz de Shar-Lon continuó.

—Esta criatura no es invencible. Se trata de un delincuente, un proscrito incluso entre los de su propia especie. Pudo atraparme a mí con sus Regalos porque yo era un ingenuo. Fue capaz de controlarme porque yo estaba solo. Pero aun así, yo no he quedado impotente del todo. Conseguí, antes de mi muerte…

En los paneles del fondo de la habitación, Worf le propinó un rudo golpe a uno de los diseños de luces con la mano enguantada en el mitón tachonado. Pero el rostro, aunque quedó inmóvil de pronto, no desapareció.

Y, un momento después, comenzó nuevamente con sus palabras, desde el principio.

—¡Ya basta! —casi gritó Worf, pero en el mismo instante Shar-Tel retrocedió dando un traspié, como si se hubiese liberado de lo que lo sujetaba.

—¡Lyn-Pron! —dijo con voz ronca—. ¡Ésta es nuestra única oportunidad! ¡La única oportunidad de nuestro mundo! ¡Tienes que…!

—¡Salvajes estúpidos! —Las palabras estallaron en los labios de Worf al tiempo que él cogía una pequeña arma de filo dentado que llevaba envainada a la cintura. Al sacarla, creció como por arte de magia hasta transformarse en una cimitarra de un metro de largo. Cortó de través el gigantesco rostro de Shar-Lon, pero sólo agitó la calina que aún impreganaba el aire.

Un instante más tarde, se volvió hacia Shar-Tel, y su rugido ahogó la incorpórea voz de Shar-Lon.

Y Lyn-Pron quedó en libertad.

Lo que fuera que había estado reteniéndolo en la inmovilidad, lo dejó libre de forma repentina.

Lanzándose hacia delante, saltó sobre la espalda de Worf y sus manos aferraron la que sujetaba la cimitarra.

Y luego otro quedó libre, y otro, y luego los cinco estaban lanzándose hacia delante, sujetando a Worf, aferrándose a él con desesperación mientras, juntos, obligando al arma a retroceder hasta que su rutilante filo tocó el rostro del gigante contorsionado por una mueca.

Un desafiante rugido salió como una explosión de la garganta de Worf, y luego éste cayó al suelo.

Y se desvaneció en un crepitante despliegue de energías de transportador. Lyn-Pron y los cinco se desplomaron los unos sobre los otros.

—¡Ha desaparecido! —fue la ahogada exclamación de Shar-Tel—. ¡Hemos ganado! Ahora, deprisa, debemos hacer un último uso de los Regalos para devolveros a vuestras naves. ¡Dentro de pocos minutos, ahora que la criatura y su control han desaparecido, el Santuario se destruirá de verdad! Ésa es otra de las cosas que mi hermano fue capaz de conseguir.

Sin aguardar una respuesta, sin aguardar siquiera a que los seis se desenredaran e incorporasen, Shar-Tel pulsó con fuerza algo en uno de los paneles.

El rostro de Shar-Lon, que aún hablaba, se desvaneció.

Un momento después, Lyn-Pron sintió un hormigueo y fue envuelto, junto con los otros cinco, en las energías del sistema transportador de la Enterprise.

Shar-Tel, mientras desaparecían, profirió un gigantesco suspiro de alivio y luego se volvió y esperó a que la imitación de Santuario —en realidad una mezcla de imágenes de media docena de fuentes, incluido el puente de un acorazado klingon de un siglo de antigüedad— desapareciera y se abriesen las puertas del simulador.

Salió a los corredores de la Enterprise, dejando atrás el pasado de su mundo —un mundo de dictaduras y despreciables celos, de guerra y constante lucha—, y avanzó hacia un futuro lleno de esperanza. La paz llegaría a su mundo, no a través del poder conferido por un armamento superior, ni una mágica intercesión desde lo alto, sino a través de la cooperación de todas las naciones y pueblos.

Dos minutos más tarde y a diez mil millas de distancia, donde habría estado el Santuario si no hubiese sido ya destruido, un torpedo de fotones detonó para que lo viera todo el mundo…, incluso las cinco naves que quedaban.

Desde la seguridad de una distancia indetectable, la Enterprise contemplaba cómo las cinco naves se aproximaban al hábitat.

—¡Demasiado melodramático! —había protestado Picard, casi gimiendo mientras contemplaba la representación—. ¡Nunca creerán una patochada como ésta!

Incluso Worf, aunque era obvio que había disfrutado de su primera «improvisación dramática», tenía sus dudas respecto a la efectividad de la misma.

—Ningún klingon sería jamás lo bastante estúpido como para volverles la espalda a seis enemigos, por muy bien sujetos que se supusiera que están —fue la queja de Worf, pronunciada como si refunfuñara, mientras se quitaba su atuendo de batalla klingon y se ponía el uniforme de la Flota Estelar con su simbólica banda—. Mi «derrota» resultó absolutamente inverosímil.

Troi, que había controlado el estado emocional de los seis pilotos y transmitido de forma constante los resultados a Worf para guiarlo en su improvisación, era la única que había parecido tener confianza en los resultados.

—Independientemente de lo que digan, Jean-Luc, ellos quieren creerlo —aseguró ella—. Por muchos que sean los agravios que hayan sufrido a manos de Shar-Lon y los Guardianes de la Paz, en el fondo no les complace la idea de asesinar a un millar de personas indefensas.

Y con cada minuto que pasaba, con cada nueva transmisión que interceptaba Yar, más parecía que Troi estaba en lo cierto. El «fallecimiento» de Worf y la «final destrucción» del Santuario habían sido aceptados casi sin cuestionamiento.

Todos los habitantes del mundo de los Guardianes de la Paz —con la posible excepción de Kel-Nar y su círculo más íntimo, los cuales, al despertar, se había encontrado encerrados y bajo guardia—, estaban siendo considerados ellos mismos como víctimas de los Constructores, no como los tiranos elitistas que habían parecido durante décadas. Ya se hablaba de que, en algún día muy próximo, el hábitat mismo se convertiría en aquello que, cuando lo diseñaron, muchos habían pensado que sería: el primer gran paso del programa espacial del planeta.

Finalmente, las cinco naves aterrizaron y sus pilotos salieron. Lyn-Pron, dado que su nave había sido destruida, fue transportado al hábitat junto con Shar-Tel, y ahora ambos salieron de la cámara de descompresión para recibir a los cinco de forma ceremoniosa.

Picard, que al parecer estaba por fin satisfecho de que la situación se encontrase de veras bajo control, se sentó en su sillón.

—Parece que hemos conseguido deshacer los resultados de nuestra no planeada interferencia… y devolver al planeta a su curso normal de evolución —dijo.

—Sí, señor —repuso Riker al tiempo que asentía con la cabeza—. Espero que se aventurarán en el espacio con bastante prontitud… en su momento y manera. Tal vez volvamos a encontrarnos con ellos.

—Tal vez sí —asintió Picard—. Sin la necesidad de ser nada más que nosotros mismos… ¿correcto, señor LaForge?

—Sí, señor —dijo Geordi, y se volvió en su asiento para encararse con el capitán.

Picard ya le había dejado muy claro lo importante que era tener presente la Primera Directriz cuando uno trataba con culturas emergentes. A pesar de que él había basado todas sus decisiones en el solo deseo de salvar vidas, su decisión de encarnar a los Constructores fue la raíz de todas las complicaciones posteriores. Esta vez todo había resultado ser para mejor. La próxima…

Sacudió la cabeza. La Primera Directriz era una cosa complicada.

Picard sonrió.

—Reanude el curso hacia la Base Estelar cincuenta y cuatro, señor LaForge.

—Curso entrado, señor.

—Adelante.

Y el mundo de los Guardianes de la Paz desapareció detrás de ellos.

Pocos minutos más tarde, cuando Picard se había retirado a su sala para meditar sobre el informe que tendría que hacer para la Flota Estelar, Geordi se volvió a mirar a Data, que se encontraba ante su terminal de observación.

—El comandante Riker me ha contado que fue a usted a quien se le ocurrió la excelente idea que nos ha salvado, Data.

—Yo sólo sugerí la estructura básica de la idea. Fueron los otros, en particular la teniente Yar, quienes la desarrollaron hasta obtener una solución factible.

—De todas formas, Data, la idea original fue suya. —Sonrió y se inclinó más hacia el otro, como si fuera a contarle un secreto—. No quiero molestarlo, pero esa idea se parece terriblemente a la simple y vieja intuición.

Data negó con la cabeza con aire triste.

—Gracias, Geordi, pero me temo que fue simple extrapolación lógica. Entre las historias recopiladas por los ferengi había no menos de tres en las que gigantescas explosiones ocurridas en el espacio —presumiblemente estaciones orbitales que se autodestruyeron—, produjeron unos resultados positivos a largo plazo virtualmente idénticos. Los pueblos de cada uno de esos planetas, aunque ninguno había desarrollado todavía un programa espacial, estaban guerreando de forma constante entre sí, agotando los limitados recursos de sus planetas para fabricar armamento. Pero las explosiones del espacio, acompañadas de los efectos de la radiación sobre la superficie del planeta, hicieron que advirtieran que ahí fuera había algo…, algo que los hizo darse cuenta de lo insignificantes que eran sus propias diferencias. La presente situación parecía similar… De hecho, los pueblos del mundo de Shar-Lon parecían más que dispuestos a instituir un gobierno mundial, a librarse de su nacionalismo autodestructivo y los arsenales que éste había engendrado, una vez que hubiesen eliminado a los Guardianes de la Paz. Así que la solución parecía obvia: para volver a unir a los Guardianes de la Paz y el resto de la población, hacía falta un enemigo. Y puesto que ya nos habían dicho que existían quienes desde el principio creyeron que Shar-Lon había sido «poseído», era lógico utilizar esa creencia en la solución. En realidad, por lo que se dice, Shar-Lon estaba de verdad influenciado por algunos aspectos de los Constructores, por algo que era inherente al dispositivo de control mental del Santuario. En un cierto sentido, por lo tanto, nosotros sólo estábamos informándolos, de una forma algo distorsionada y melodramática, de qué le había sucedido en realidad a Shar-Lon.

—Lo sé —dijo Geordi, entre carcajadas—. Está perfectamente claro y todo cuadra, mirado en la distancia. Pero por otra parte, así funciona también la intuición. Siempre que a alguien se le ocurre una idea brillante, alguna otra persona siempre dice: «¿Por qué no he pensado en eso?».

Hizo una pausa, sacudiendo la cabeza.

—Tal vez la única diferencia sea que, para los meros humanos, la «intuición» tiene lugar en nuestro subconsciente, donde no podemos ver qué sucede en realidad, así que lo llamamos una corazonada y lo dejamos así. Pero usted no tiene un subconsciente, así que el proceso tiene lugar donde usted puede captar su desarrollo.

Data se animó, pero miró a Geordi con aire interrogativo.

—¿Cree de verdad que eso es posible? ¿Que yo posea una forma de «intuición»?

—Lo creo, Data —repuso Geordi, al tiempo que asentía con la cabeza y sonreía—. Pero por otro lado, sólo es una corazonada.