Con lentitud, de forma inexorable, Shar-Lon fue arrastrado de vuelta a la conciencia.
Al principio se resistió, su ofuscada mente no lo aceptaba, temía el dolor que se hacía más intenso con cada paso que avanzaba hacia la vigilia, incapaz de enfrentarse con el absoluto agotamiento físico que convertía en una tortura el solo pensar en el más leve movimiento físico.
Pero entonces, al comenzar a aclarársele la mente, se dio cuenta: «Los Regalos están haciendo esto. Los Regalos están despertándome».
Entonces, de una forma inmediata, repentina, despertó. Más allá del agotamiento y el dolor que parecía ser todo lo que quedaba de la mitad izquierda de su cuerpo, sintió una presión contra la espalda, un dolor punzante en la otra pierna. La cámara del Consejo de los Ancianos adquirió perfiles nítidos en torno a él.
Y al suceder esto, advirtió que yacía, no en uno de los sofás en los que solía descansar con frecuencia antes de una reunión del Consejo, sino sobre el suelo, con una pierna dolorosamente doblada debajo del cuerpo.
De forma brusca, el atroz recuerdo de aquellos últimos segundos, de la traición de Kel-Nar, de su propio fallo, regresó a su mente.
Y con ese recuerdo cobró conciencia de que, de alguna forma que no podía entender, estaban dándole una segunda oportunidad.
A todos ellos —a su hermano, a los de su planeta y, más que ninguno, a los Guardianes de la Paz—, se les estaba dando una segunda oportunidad. Una oportunidad para escoger el camino correcto…, el camino de la verdadera paz.
Los Regalos estaban dándole…, obligándolo a aceptar…, esa segunda oportunidad.
Si él tenía la fortaleza… la voluntad… de utilizarla.
Sin atreverse a cerrar los ojos por temor a no tener la fuerza suficiente como para volver a abrirlos, se obligó a concentrarse, a pensar. No había forma de que pudiera arrebatarle el control de los Regalos a Kel-Nar, que sin duda tenía que hallarse ahora dentro del Santuario.
Existía sólo una acción que aún quedaba, si bien remota, dentro de sus capacidades. La misma acción que ya había intentado —y en la que había fracasado— en el momento en que su consciencia oscilaba y moría.
Pero ahora que los Regalos atravesaban el espacio para darle una segunda y última oportunidad…
Reuniendo las últimas gotas de la fuerza que le conferían los Regalos, Shar-Lon se concentró en los mismos y sintió que el vínculo se fortalecía. Incluso tuvo la ilusión, durante un breve momento, de que su cuerpo, hacía un rato moribundo, estaba haciéndose más fuerte.
Con una mezcla de triunfo y pesar, dio la serie de órdenes que les acarrearían la destrucción de los Regalos.
Al desvanecerse su consciencia por última vez, captó la respuesta confirmatoria por parte de los Regalos. Paradójicamente, sus últimos momentos fueron los primeros de verdadera y total paz que había experimentado en cinco décadas.
Todos los del puente, incluso Data y Worf, quedaron de momento congelados por la imagen que había aparecido sin previo aviso, sin ni siquiera las distorsiones espaciales que normalmente presagiaban el emerger de una nave estelar del hiperespacio.
De un destellante azul metálico, la nave alienígena empequeñecía a la Enterprise. Cualquiera de sus tres segmentos redondeados parecidos a fortalezas podría haber contenido a la Enterprise. Alas cortas y anchas se extendían a ambos lados del segmento delantero, rematadas con lo que podrían haber sido unidades de motores o armas, cada una tan grande como una nave estelar de clase mediana. Como una montaña que viajara por el espacio, transmitía una impresión de energía descomunal. Data fue el primero en recobrarse.
—Capitán —dijo al punto—, la aparición de una nave similar a ésta es otro de los fenómenos que figuran con frecuencia en la información suministrada por los ferengi; en particular, en las historias que supuestamente se originaron entre las civilizaciones viajeras del espacio más que entre las que no habían abandonado sus planetas. En todos los casos, se dice que este fenómeno fue seguido, al cabo de un período sin especificar pero no largo, por explosiones del tipo de las que ya hemos comentado.
—¿Esto es lo que destruyó los otros puestos de guardia? —exclamó Picard—. Tal vez esos Constructores de ustedes tenían justificación para su paranoia. Para que una nave de este tamaño viaje, como parece haberlo hecho ésta, mediante un transportador en lugar de motor hiperespacial…
—No ha viajado mediante un transportador, señor —anunció Worf—. Ni siquiera existe.
Picard se volvió bruscamente hacia el klingon.
—¡Explíquese!
—Los sondeos de los sensores muestran que los escudos del Santuario se han expandido. Sus dimensiones, de hecho, coinciden ahora con las dimensiones de la nave que ve en la pantalla, y están produciendo la radiación electromagnética que crea la imagen.
—¿Una ilusión?
—En el mismo sentido que son ilusiones las imágenes que crea nuestro simulador, señor. Los escudos, de hecho, han alterado su naturaleza de forma que ahora incluyen una versión algo primitiva de los campos de fuerza que confieren solidez a las imágenes del simulador. Al parecer, es para lo que está utilizándose la energía.
Con el ceño fruncido, Picard se volvió hacia el terminal de seguridad.
—¿Señor Brindle?
—Una ilusión, señor —asintió el interpelado—, pero sólida. Para unas sondas sensoras menos sofisticadas que las nuestras…, unas sondas que utilizaran sólo el espectro electromagnético estándar…, parecería completamente real.
—Entonces las explosiones que, según el señor Data, siguen a la aparición de una nave como ésta…
—¡Tienen que ser causadas por los dispositivos de autodestrucción! —acabó Riker el pensamiento de Picard. Cuando el capitán calló enmudeció de pronto, al tiempo que sus ojos regresaban a toda velocidad a la imagen de la pantalla—. Y tanto la ilusión como la autodestrucción pueden ser provocados por la aproximación de una nave estelar, de la misma forma que el dispositivo autodestructor de la nave abandonada se disparó cuando nos transportamos a bordo. La ilusión de la nave de guerra gigantesca debe ser el esfuerzo último destinado a espantar al posible atacante, y si eso no funciona, se activa la secuencia de autodestrucción.
—Teniente Worf —dijo Picard con urgencia—, ¿qué potencia tienen ahora los escudos de la nave alienígena? ¿Podemos atravesarlos con nuestros transportadores? ¿Y sacar de allí al teniente LaForge?
—No, señor. Los rayos fásicos, sin embargo, los atravesarían con facilidad.
Picard negó con la cabeza.
—¡Con el teniente LaForge ahí dentro, no! ¿Qué me dice de los objetos físicos? Si esos escudos han sido alterados y son similares a los campos de fuerza de nuestro simulador…
—Es posible, señor.
—¿Podríamos llevar a la propia Enterprise al interior de la ilusión?
—Sí, señor, creo que podríamos. Sin embargo, para hacerlo tendríamos que bajar nuestros escudos. La interacción entre los dos tipos de escudos…
—Y una vez dentro, ¿podremos transportar al teniente LaForge a bordo?
—Si las condiciones que existen ahora no cambian, sí, señor.
Picard se volvió sin tardanza hacia el terminal de navegación.
—Señor Gawelski, llévenos al interior de la imagen, sea lo que fuere. Señor Brindle, baje los escudos sólo el tiempo suficiente para permitirnos atravesarla. Y, señor Carpelli, preparado para fijar el transportador sobre el comunicador del teniente LaForge y traerlo a bordo. Traiga también a los otros tres, si el tiempo y las circunstancias lo permiten. Teniente Yar, doctora Crusher, destacamentos de seguridad y médicos a la sala del transportador, inmediatamente.
La imagen parecida a una fortaleza aumentó de tamaño rápidamente hasta que sólo se vio una cúpula en la pantalla.
—Preparado para intentar la entrada, señor —informó Gawelski.
—Baje los escudos, Brindle —ordenó Picard.
El único indicio de esto que se vio en la pantalla fue un débil reflejo oscilante.
—Atravesando con potencia de impulso —informó Gawelski.
La imagen creció aún más, y comenzó a perder consistencia en los últimos segundos. Lo que desde lejos habían parecido líneas horizontales geométricamente rectas bajo la cúpula, quedaron de pronto borrosas y con los bordes irregulares, como una pintura vista al microscopio, donde las pinceladas en apariencia lisas se convierten en surcos y ondulaciones.
Y luego desapareció, y el Santuario quedó flotando ante ellos en el espacio.
Pero en el mismo instante, todos los del puente retrocedieron tambaleándose cuando una presión, como un viento fuerte y sostenido, los empujó durante unos segundos.
—Estamos pasando a través de los campos de fuerza, señor —tronó Worf a modo de explicación desde el terminal científico—. Ya estamos dentro. Hay…
El klingon quedó sin habla de golpe mientras sus dedos recorrían los controles del terminal científico y sus ojos registraban las lecturas recién aparecidas.
—Escudos del Santuario regresando a su configuración anterior, señor, y contrayéndose.
—Alférez Carpelli…
—Fijando ahora, señor.
—Brindle, dirija los rayos fásicos hacia la fuente energética del Santuario. Listo para disparar en cuanto el teniente LaForge esté a bordo.
—Activando ahora, señor —informó Carpelli.
—¿Los cuatro, señor Carpelli?
—Los cuatro, señor.
—Teniente Worf, ¿aún están inconscientes?
—Aún inconscientes, señor.
—Ya los tengo, capitán —informó Carpelli.
—¡Levante los escudos, Brindle! ¡Preparado para disparar rayos fásicos!
—Escudos levantados, señor. Preparado para…
—Los escudos del Santuario vuelven a estar en su sitio, capitán, lo rodean, pero aún están alimentados con energía aumentada. Los rayos fásicos no los traspasarán.
—No dispare, Brindle. Teniente Worf, ¿qué…?
—Está comenzando una nueva secuencia en la fuente energética de antimateria del Santuario, señor —lo interrumpió Worf—, probablemente una de autodestrucción por detonación simultánea de toda la antimateria.
—¡Sáquenos de aquí, Gawelski!
—¡Espere, señor! —advirtió Riker con brusquedad—. ¡Está demasiado cerca! ¡El hábitat será destruido! Hay miles de personas…
—¡Brindle, el rayo tractor! —ordenó Picard sin perder un instante—. ¿Cuánto tiempo nos queda, teniente Worf?
—Menos de un minuto al ritmo actual, señor.
—Más que suficiente, si el rayo tractor resiste. Gawelski, aléjenos a toda velocidad de impulso del planeta en el instante en que el rayo tractor alcance al satélite. Si las historias ferengi del señor Data son ciertas, esto podría ser peligroso para el planeta además de para el hábitat.
Un tenso silencio y luego:
—Rayo tractor activado y fijado sobre el satélite, señor.
—Gawelski, máxima potencia de impulso.
En la pantalla, ahora enfocada sobre el planeta que tenían debajo, la imagen se contrajo rápidamente. En primer término, el punto que era el Santuario permanecía constante.
Desde el terminal científico, Worf comenzó la cuenta atrás a partir de veinte segundos.
A los diez, la Enterprise y la carga que la seguía estaban a casi ciento cincuenta mil kilómetros de distancia.
—Desactive rayo tractor —ordenó Picard con tono terminante—. Gawelski, invierta el curso, de regreso al hábitat. Manténganos entre el hábitat y el Santuario. Podrían necesitar la protección de nuestros escudos.
El Santuario, librado a su curso, continuó alejándose, entorpecido sólo levemente por el distante efecto de la ahora lejana gravedad del planeta.
Estaba a casi trescientas mil millas de distancia cuando se autodestruyó.
Por un instante rivalizó con un sol, incluso pese a haber gran distancia, y los sensores de la Enterprise captaron una nevisca de radiación mortal. El hábitat, en la protectora sombra de la Enterprise y sus escudos, no recibiría casi nada de la misma, y el planeta, protegido por su propia atmósfera, quedaría intacto.
La luz deslumbradora se extinguió, la radiación descendió, y todo estuvo concluido.
—Doctora Crusher —dijo Picard—, informe del estado de nuestros pacientes, en particular del teniente LaForge.
—El examen preliminar muestra que goza de su habitual buena salud, capitán. Pero me sentiré un poco más segura cuando haya despertado y pueda hablar con él.
—Igual que yo, doctora, igual que yo. ¿Y los otros tres? ¿Existe alguna razón por la que no puedan ser transportados de vuelta a la lanzadera?
—Ninguna razón relacionada con la salud, señor. Según los exámenes, están tan bien como el teniente LaForge.
—Hágalo, señor Carpelli. Cuanta menos gente de este planeta tenga noticia de la existencia de la Enterprise, más cerca estaremos de no faltar a la Primera Directriz.
—Tendrá que ser la otra lanzadera, capitán —comentó Brindle—. La que ellos utilizaron estaba acoplada al Santuario.
—Entonces, que sea a la otra lanzadera. Teniente Worf, ¿está todavía en condiciones de funcionamiento?
—Según las lecturas de los sensores, sí, señor.
Aliviado, Picard le transmitió la información a Carpelli y se volvió a mirar a Shar-Tel.
—Confío en que no tenga usted objeciones en que lo devolvamos de la misma forma. Con la desaparición del Santuario, aunque no debida a ninguna acción por parte de nosotros, y con las naves de su grupo en camino, parece estar usted…
—¡Capitán! —interrumpió la teniente Yar que había vuelto a su terminal de seguridad—. Es el amigo de Shar-Tel, Le-Dron, que intenta comunicar con él.
Picard le hizo un gesto a Shar-Tel en dirección al terminal de seguridad.
Shar-Tel, tragando saliva de forma audible antes de hablar, dijo:
—¿Sí, Le-Dron, qué has encontrado?
—Lo siento, Shar-Tel. Llegamos demasiado tarde.
Shar-Tel se encorvó pero, rápido, volvió a erguirse.
—¿Mi hermano está muerto?
—Debe haber muerto sólo minutos antes de nuestra llegada, pero aunque hubiéramos llegado antes, estoy seguro de que no había ya nada que pudiéramos hacer. La bala…
—No hace falta que entres en detalles —le espetó Shar-Tel—. ¿Qué hay de los hombres de Kel-Nar? ¿Todavía están intentando detener a todo el mundo?
—Algunos sí, pero cuando se enteraron de lo que le hizo a tu hermano…
—Diles que Kel-Nar es mi prisionero. Diles que intentó hacerse con el control del Santuario pero fracasó. Diles que el Santuario ha sido destruido.
Durante un largo momento sólo hubo silencio.
—Entonces hemos ganado —dijo Le-Dron en voz baja.
Shar-Tel cerró los ojos por un instante, y luego dejó escapar el aliento en un débil suspiro.
—Sí, parece que hemos ganado. Regresaré dentro de poco, y llevaré conmigo a Kel-Nar y los que lo acompañaron al Santuario.
Otro breve silencio, y luego Le-Dron dijo:
—Como quieras. Aunque nadie te culparía si se supiera que Kel-Nar ya no está entre tus prisioneros cuando regreses.
Shar-Tel negó con la cabeza.
—Lo llevaré.
Antes de que pudiera hacer algo más que apartarse del terminal de seguridad, Yar estaba alzando una mano para hacerle una seña.
—Una de sus naves está respondiendo por fin a su mensaje —dijo la muchacha.
Picard sonrió.
—Shar-Tel, ¿le importaría explicarles la situación a sus camaradas antes de marcharse? Sin mencionar a la Enterprise, por supuesto.
Shar-Tel dudó, inquieto de pronto al recordar su anterior conversación con Yar respecto a los posibles motivos de esas naves que se acercaban.
—Están intentándolo otra vez, señor —dijo Yar, al tiempo que sus ojos se encontraban con los de Shar-Tel tras lanzarle una breve mirada a Picard.
—Como usted quiera, capitán —contestó Shar-Tel, mientras erguía los hombros y se volvía otra vez hacia el terminal de seguridad.
—Aquí Shar-Tel —comenzó el anciano—. ¿Quién es?
—Aquí Lyn-Pron —dijo la voz, ahora aumentada para que todo el puente la oyera.
La tensión se aflojó en el interior de Shar-Tel, y éste se hundió con alivio.
De toda la gente que podría haber liderado a las naves en esta misión, Lyn-Pron era ese cuya presencia más esperanzas le daba. Lyn-Pron era el hombre con el que Shar-Tel había tratado más, el hombre con el que había trazado un millar de planes. El hombre con quien, a lo largo de casi dos décadas, se habían convertido en amigos…, o al menos en algo tan próximo a amigos como podían hacerse las voces sin rostro y con sueños compartidos.
—¿Habéis recibido el mensaje? —preguntó Shar-Tel.
—Lo hemos recibido, viejo amigo, pero…
—Podéis pasarlo por alto —lo interrumpió Shar-Tel—. Todo vuelve a estar bajo control. Nuestra meta se ha cumplido. El Santuario ha sido destruido. La explosión que sin duda habéis visto hace apenas unos momentos ha marcado su final.
—¿Se trata de un truco, viejo amigo? —De pronto, había desconfianza en la voz de Lyn-Pron—. En verdad hemos visto la explosión, pero no se produjo en ninguna parte cercana al Santuario.
—Es una larga historia, y yo no conozco ni con mucho la totalidad de ella. Kel-Nar intentó hacerse con el control del Santuario… asesinó a mi hermano… pero algo sucedió. El propio Kel-Nar fue reducido a la inconsciencia y expulsado del Santuario… —El anciano hizo una pausa en su improvisación y le echó una mirada a Picard que lo observaba con atención—… y de alguna forma el Santuario mismo se alejó hasta el lugar en el que visteis la explosión. Si no lo hubiera hecho, habríamos resultado todos muertos, y el planeta podría haber sufrido daños a causa de la radiación. Como he dicho, estoy seguro de que mi hermano…
—Pero el Santuario no tenían ningún sistema de propulsión, o eso me has dicho tú con bastante frecuencia.
—Si Shar-Lon pudo hacer que buscara todos los misiles de la superficie del planeta y los arrojara a todos a centenares de miles de millas de distancia en el espacio antes de detonarlos —replicó Shar-Tel, dejando que su voz manifestara un poco de exasperación—, estoy seguro de que podía hacerlo lanzarse hacia el espacio de la misma manera. Él era el único que conocía y utilizaba los Regalos, pero él…
—Te creo, viejo amigo —dijo Lyn-Pron, y de pronto su voz traslució, no suspicacia sino tristeza—. Casi desearía no hacerlo.
Shar-Tel frunció el entrecejo.
—¿Que desearía no hacerlo? ¿Qué…?
—Lo que tengo que decirte sería más fácil si no te creyera, si pensara que estás intentando engañarme, si pensara que te has puesto de parte de Kel-Nar o has sido seducido tú mismo por el poder de los Regalos, pero…
Bruscamente, la voz de Lyn-Pron se interrumpió, y durante un momento sólo hubo silencio.
Por fin, volvió a hablar.
—Los otros no saben que he contactado contigo —dijo Lyn-Pron—. Lo prohibieron, después de tu último mensaje.
—Pero ¿por qué? Yo intenté avisaros…
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero ellos no te creyeron. Temían que se tratara de un truco.
—¿Un truco? ¿Para salvaros de Kel-Nar?
—Un truco para demorarnos, para darle tiempo a Kel-Nar…, el tiempo que necesitaba para dominar los Regalos y poder destruir nuestras naves, de la misma forma en que tu hermano destruyó los misiles que lanzaron contra él hace cincuenta años.
—¡Eso es una locura! ¿Por qué…?
—Ya lo sé, viejo amigo, ya lo sé. Pero yo soy sólo uno entre muchos. Intenté convencerlos de que no había ningún truco. Créeme, lo intenté, pero no quisieron escucharme.
—Pero seguramente ahora que el Santuario ha sido destruido y Kel-Nar es mi prisionero…
—Lo lamento, Shar-Tel, pero eso no implicará ninguna diferencia para los otros. Ésta nunca ha sido una misión para ayudarte contra Kel-Nar ni para intentar destruir el Santuario. Ha sido una misión contra todos vosotros.
Los ojos de Shar-Tel se encontraron con los de Yar durante una fracción de segundo, y él vio la tristeza que había en ellos, la tristeza por el hecho de que, en su cinismo, ella había tenido razón.
—Entonces, ¿cuáles son vuestros planes? —preguntó Shar-Tel con una voz ahora inexpresiva y resignada—. ¿Vais a invadir y apoderaros de nuestro mundo?
Lyn-Pron suspiró, casi estremecido.
—Ojalá fuera así, pero no lo haremos.
—¿Qué, entonces?
—Destrucción. Es lo único con lo que se contentarán, la total destrucción de los Guardianes de la Paz y su mundo.