16

Acercándose al sistema casi directamente por encima del plano eclíptico, los sensores de la Enterprise sondearon el espacio.

—Masas solares de uno coma cero cuatro, señor —anunció Worf—. Seis planetas; el segundo, exterior, se inscribe a la perfección en la clase M. No hay satélites naturales, sino uno artificial de una masa varias veces superior a la de la Enterprise. Ningún otro detectable a esta distancia.

Picard, que había estado conteniendo la respiración mientras Worf leía los datos que suministraba su terminal científico, dejó escapar los comienzos de un sonoro suspiro de alivio antes de sorprenderse y retener el resto de la exhalación.

—Acerquémonos a velocidad de impulso, alférez Gawelski, escudos levantados —dijo Picard—. Teniente Brindle, teniente Worf, permanezcan alerta ante… ante cualquier cosa que indique una tecnología de un nivel parecido o superior al que tiene la Federación. Este planeta podría ser el origen de los dueños de la nave abandonada. O de los seres causantes de que fuera abandonada.

Pero al aproximarse al planeta, las probabilidades en favor de cualquiera de las posibilidades disminuyeron con rapidez. No había comunicaciones subespaciales de ningún tipo, sólo la mezcla de frecuencias electromagnéticas estándares típicas de una civilización en las primeras etapas del viaje espacial.

A diez millones de millas, Worf alzó la mirada de su teclado.

—Detectado un segundo satélite artificial, señor —tronó—. Parece tener menos de un diez por ciento de la masa del primero, pero contiene una fuente energética de antimateria, esencialmente idéntica a la que había en la nave abandonada pero con una protección más lograda.

Picard arrugó el gesto.

—¿Y la fuente energética del satélite de mayor tamaño?

—Desconocida, señor, pero no hay indicios de antimateria ni de reacciones atómicas de ninguna clase; ni allí ni en ningún punto de la superficie del planeta.

—¿Otros satélites?

—No se detecta ninguno, señor.

—¿Está diciendo que ésas son las únicas dos estructuras espaciales del sistema?

—Las únicas que tienen masa en las proximidades del planeta de clase M. Para sondear los alrededores de los planetas no habitables…

—No, continúe con éste. —Picard se volvió hacia el terminal de seguridad—. ¿Sigue sin haber actividad subespacial, teniente Brindle?

—Todavía nada, señor.

—Pase esos satélites a la pantalla, alférez Gawelski, máximo aumento.

Mientras Gawelski ejecutaba la orden, la imagen del planeta apareció, la pantalla se centró en un punto que se encontraba más a menos a una distancia de dos diámetros planetarios por encima de su borde superior. Los ojos de Picard se abrieron de par en par al crecer la imagen con rapidez y reconocer él la característica forma del satélite más grande. El de menor tamaño aún era poco más que una mota.

—Más actividad subespacial —anunció Worf—, alguna clase de transportador. Parece originarse en el satélite más pequeño.

Picard se volvió de inmediato hacia la consejera Troi, pero ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño.

—No he sentido nada, Jean-Luc.

—¿Alguna otra lectura relacionada con el satélite, señor Worf?

—Un leve incremento en la actividad de la fuente energética de antimateria, señor, pero…

—¡Capitán! —interrumpió bruscamente el teniente Brindle desde el terminal de seguridad—. ¡Estamos registrando tres comunicadores de la Flota Estelar!

—¿Dónde?

Una mezcla de alivio y nuevo temor acometió a Picard mientras se volvía para encararse con Brindle. Tres comunicadores, no cuatro.

—A cien mil millas por encima del planeta, señor. Aproximadamente… allí. —Al pronunciar estas palabras, la imagen planetaria de la pantalla se encogió y apareció un débil círculo a varios diámetros planetarios de distancia.

—Llévenos dentro del alcance de los transportadores, alférez Gawelski, plena potencia de impulso —ordenó Picard sin aguardar el acuse de recibo—. Baje los escudos sólo cuando yo dé la orden, teniente Brindle, y mantenga la sala del transportador continuamente operativa a medida que defina las coordenadas de esos comunicadores. Señor Carpelli, preparado para fijación de campo del transportador.

Haciendo una pausa, Picard miró hacia la pantalla y el círculo de pálido brillo. Los comunicadores estaban allí, pero todavía no había forma de saber a qué estaban sujetos.

—¡Seguridad! —exclamó—. ¡Un destacamento completo a la sala del transportador, ahora! ¡Doctora Crusher, también un equipo médico, que incluya a alguien que pueda cuidar del teniente Data!

Y esperaron.

—Las lecturas de los sensores concuerdan con la presencia del teniente Data y dos seres humanos, señor —anunció Worf al aproximarse al radio de alcance de los transportadores—. Parecen estar dispersos, más o menos a una milla y media unos de otros. Una cuarta forma de vida, claramente humanoide y posiblemente humana, se halla en la misma área.

—¿El cuarto miembro de la tripulación? —preguntó Picard al punto.

—Lo dudo, señor —respondió Worf, y luego agregó, adoptando una expresión ceñuda que hizo que las facciones del klingon pareciesen aún más amenazadoras de lo normal—: De hecho, esta forma de vida parece estar recubierta por algo semejante a un traje de campo, mientras que el teniente Data está en apariencia desprotegido. Sus lecturas vitales son estables pero bajas, sólo apenas más fuertes que las de un humano en estado de hibernación.

—¿Lo ha oído, doctora Crusher?

—Lo he oído, capitán. Estaremos preparados.

—Fijando la posición de los comunicadores, capitán —se oyó decir a la voz de Carpelli desde la sala del transportador principal—. Preparado para activar en cuanto nos encontremos dentro del alcance del transportador y los escudos estén bajos.

—Manténgase a la espera, alférez.

—Están levantándose nuevos escudos alrededor del satélite de menor tamaño, señor —tronó Worf mientras miraba con el entrecejo contraído el terminal científico—. Ahora está completamente rodeado. La emisión de la fuente energética de antimateria se incrementó enormemente antes de que nuestros sensores quedaran bloqueados por los escudos.

—¿No estará a punto de autodestruirse como la nave abandonada?

—Es posible, señor.

—Si lo hiciera, ¿podría dañar a Data y los otros?

—Si la cantidad de antimateria es igual o superior a la consumida en la explosión de la nave abandonada, existe la posibilidad.

—Estamos dentro del radio de alcance de transportador, señor —informó Gawelski.

—¡Acérquenos, señor Gawelski, plena potencia de impulso, ahora! —ordenó Picard con brusquedad—. Señor Brindle, quiero a esos cuatro, quienesquiera que sean, dentro de los escudos deflectores de la Enterprise.

Como Picard sabía que sucedería, las últimas mil millas fueron cubiertas en menos tiempo del que habría hecho falta para fijar los transportadores sobre los comunicadores.

—Formas de vida al alcance de la Enterprise, capitán —informó Brindle casi al instante.

—Excelente, señor Brindle. Alférez Carpelli, traiga a los tres a bordo. —Tras volverse hacia uno de los ubicuos paneles negros, Picard solicitó—: Computadora, muéstreme la sala del transportador principal.

Obedientemente, una imagen de la sala del transportador, con el alférez Carpelli al fondo, ante los controles, apareció en pantalla.

En tensión, Picard y la consejera Troi, junto con el resto de la tripulación del puente, esperaron ver quién aparecería sobre la plataforma del transportador.

El rayo tractor continuó arrastrándolos hacia el Santuario cuando los tricorders de Riker y Yar registraron la concentración de energías de transportador. Un momento más tarde, tanto Geordi como las energías de transportador habían desaparecido de las pantallas de los tricorders.

Luego el rayo tractor desapareció, y quedaron una vez más flotando a la deriva.

—¡Teniente LaForge! —dijo Riker—. ¡Geordi!

Pero no hubo respuesta.

—Teniente Yar… —comenzó, pero cayó de golpe al sentir que el transportador lo apresaba—. Podría ser Kel-Nar —exclamó, apresurándose a pronunciar las palabras antes de que el sondeo lo inmovilizara—. Podría haberse hecho con el control del Santuario.

—¡Estoy preparada! —contestó Yar, sujetando con fuerza su fusil fásico, con el dedo en el disparador—. ¡Por lo que dijo Geordi, sólo se tiene una oportunidad ahí dentro, y yo voy a valerme de ella!

Y las energías se cerraron sobre ambos.

Pero al apoderarse de ellos el transportador, Riker sintió de pronto el mismo contacto que había experimentado en dos ocasiones anteriores, durante las transmisiones subespaciales, aunque esta vez no estaban presentes las distorsiones, y sintió la mente de Troi, no remota y angustiada, sino cercana y llena de una sensación de alivio e igual de poderosa. ¡Y luego, por el extremo de la estrecha rendija visora de su traje antirradiación, vio el borde frontal del platillo de la Enterprise!

«¡Tasha!», intentó gritar a modo de advertencia, pero ya era demasiado tarde. El proceso había comenzado, y un momento después las líneas de la sala del transportador principal de la Enterprise comenzaron a adquirir forma en torno a él.

Y allí, como si su presencia pudiera acelerar el proceso de materialización, se hallaba de pie la consejera Troi, a sólo unos metros delante de él, justo donde apuntaría el fusil fásico de Yar.

—¡Tasha! —El nombre, congelado en su garganta durante el momento de la transmisión, estalló en el instante en que los soltó la matriz del transportador—. ¡No dispare! ¡Es la Enterprise!

En el mismo momento, el repentino regreso de la gravedad fue como un martillazo, y él se lanzó hacia delante, interponiéndose ante Troi. Durante una pequeñísima fracción de segundo, el dedo de Yar se tensó de manera refleja sobre el disparador del fusil fásico, pero ella lo retiró de inmediato cuando las palabras gritadas por Riker y el entorno que le era familiar penetraron en su mente.

Data, aún «apagado», se desplomó sobre la plataforma del transportador como un saco.

Al echarse Riker hacia atrás el casco del traje antirradiación, sus ojos se encontraron con los de Troi en un destello de entendimiento, pero un instante después estaban mirando más allá de ella, a la doctora Crusher con su equipo médico, y al destacamento de seguridad.

—Doctora —dijo con tono apremiante—, Data ha estado en el vacío sin protección durante varios minutos. La teniente Yar y yo nos encontramos bien.

—¿Dónde está el teniente LaForge? —intervino Yar al tiempo que se echaba hacia atrás el casco y fijaba la mirada en el alférez Carpelli que se encontraba ante los controles del transportador—. ¿No lo trajo usted a bordo hace algunos segundos?

—Ustedes son los únicos tres que hemos traído a bordo hasta el momento, teniente Yar —repuso desde el puente la incorpórea voz de Picard—. ¿Quién es la cuarta forma de vida que lleva lo que supongo que es el traje de campo de Data? A pesar de las lecturas de los sensores, yo tenía la esperanza de que pudiera ser el señor LaForge.

—No, no lo es, en efecto, pero tráiganlo a bordo de todas formas —dijo Riker—. Se llama Shar-Tel, y es una larga historia.

—Tráigalo a la nave, señor Carpelli —confirmó Picard.

—¿En qué círculo, señor Carpelli? —se apresuró a preguntar Riker.

—Número dos, comandante, pero ¿qué…?

—Teniente Yar —exclamó Riker—, ayúdeme a sujetarlo cuando llegue. No se espera encontrarse con gravedad, y a su edad…

—Activando, comandante —dijo Carpelli, y Riker con Yar se apostaron a ambos lados del círculo número dos.

Un momento después, Shar-Tel, envuelto en el suave fulgor del traje de campo, se materializó. Riker y Yar lo sujetaron cada uno por un brazo antes de que pudiera caer.

—Todo está bien, Shar-Tel —dijo Riker con presteza—. Ahora estamos a salvo. Ésta es la nave de la que le hablaron los otros. Nuestra nave.

Los ojos de Shar-Tel se agrandaron y se movieron nerviosos, pero en su expresión no había miedo, sólo alivio y, al cabo de un instante, un aire de repentina e intensa curiosidad, cosa que a Riker, por un momento, le recordó al capitán Picard.

—¿Qué ha sucedido? —les preguntó el hombre con ansiedad—. ¿Ha muerto mi hermano? ¿Se ha apoderado Kel-Nar del Santuario?

—No lo sabemos —respondió Riker—, pero si…

—Tengo que hablar con Le-Dron. ¡Si mi hermano está aún con vida, hay que encontrarlo! ¡Puede que estemos a tiempo de salvarlo!

—Aquí no podemos hacer nada —contestó Riker, al tiempo que bajaba de la plataforma y se quitaba el traje antirradiación—. Todos al puente, y tal vez podamos averiguar cuál es la verdadera situación.

—Sí, número uno —le oyó decir a la voz de Picard desde el panel de comunicaciones—, suban al puente. Hay bastantes cosas que a mí me gustaría averiguar.

—Vamos de camino, señor. Entretanto, examinen el Santuario… el más pequeño de los dos satélites. Es posible que el teniente LaForge esté en él, y es probable que tenga problemas.

—Ya lo ha oído, teniente Worf —dijo Picard—. Haga todo lo posible. Número uno, ¿qué es ese satélite? Parece poseer la única fuente energética de antimateria de todo el sistema.

Hablando mientras caminaba, seguido por Yar, la cual escoltaba a Shar-Tel que avanzaba con lentitud, Riker le explicó a Picard la situación con toda la rapidez posible.

En la sala del transportador, Data abrió los ojos y se sentó bruscamente, casi topando con la doctora Crusher y el tricorder médico con que lo había estado sondeando. Durante un momento guardó silencio, como si un último interruptor de circuito estuviera por pulsar mientras él registraba el escenario que lo rodeaba.

—Veo que Geordi tenía razón —dijo—. El capitán no se dio por vencido.

—Data… —comenzó a decir Crusher, pero él ya estaba poniéndose de pie con movimientos fluidos.

—Ya he realizado un autochequeo, doctora —declaró—, y vuelvo a estar en pleno funcionamiento. ¿Dónde están los demás?

—De camino hacia el puente, pero…

—En ese caso, me reuniré con ellos. Hay información que debo obtener de la computadora.

Bajo la mirada preocupada —y algo suspicaz— de la doctora Crusher, Data salió a buen paso.

Shar-Tel, cuya camisa y pantalones casuales llamaban la atención entre los uniformes de los tripulantes de la nave, se hallaba de pie junto al teniente Brindle, ante el terminal de seguridad. Picard, por recomendación de Riker y Yar, ya había autorizado la solicitud de Shar-Tel para comunicarse con Le-Dron. Justo detrás del terminal de navegación, Riker y Yar estaban resumiéndole a Picard un apresurado relato de lo sucedido desde que Geordi y Data habían sido transportados de la nave abandonada.

—¡Los Regalos me permitieron ver a Kel-Nar cuando le disparaba a mi hermano, pero no me dieron la posibilidad de intervenir! —Estaba diciéndole Shar-Tel a Le-Dron, casi a gritos—. ¡No hay tiempo para explicar nada más! ¡Puede que aún estemos a tiempo de salvarlo si te das prisa! ¡Si Kel-Nar se ha hecho de verdad con el control del Santuario, mi hermano podría ser nuestra única esperanza!

Ante la urgencia del tono de Shar-Tel, Le-Dron dudó, pero al fin dijo:

—Muy bien. Al menos no vamos a estar peor que antes.

Shar-Tel dejó escapar un tembloroso suspiro de alivio al cortarse la comunicación.

Data salió del turboascensor de proa sin que nadie lo advirtiera y avanzó directamente hacia el terminal científico secundario. Entretanto, Riker y Yar habían concluido al menos un primer resumen para el impaciente Picard.

—Teniente Worf —pidió Picard con apremio—, informe de situación.

—A esta distancia, los escudos del satélite son impermeables a los sondeos de nuestros sensores. Sus escudos son al menos tan eficaces como los de la nave abandonada.

El retumbar bajo de la voz de Worf, a sólo dos o tres metros detrás de Shar-Tel, hizo que el anciano se girara y le echase la primera mirada directa a Worf, el cual acababa de volverse para informar al capitán.

Los ojos de Shar-Tel se agrandaron, e instintivamente retrocedió ante las impresionantes facciones amenazadoras del klingon.

Pero la reacción de Shar-Tel fue sólo momentánea. Tras parpadear, miró otra vez a Picard.

—¿Puede su nave destruir el Santuario? —preguntó Shar-Tel, sin rodeos.

—Tenemos la esperanza de evitar que se destruya a sí mismo —explicó Picard—, al menos hasta que hayamos encontrado la forma de sacar al teniente LaForge sano y salvo. Si en verdad está allí. ¡Después de que hayamos conseguido eso, trataremos el asunto! Señor Gawelski, acérquenos hasta cinco mil millas. Teniente Worf, continúe el sondeo de sensores.

—Capitán —intervino Brindle desde el terminal de seguridad—, seis naves, alimentación química, han abandonado la atmósfera del planeta y están entrando en órbita.

—Controle y grabe todas las transmisiones que realicen esas naves —ordenó Picard, echándole a Shar-Tel una mirada de desconfianza al tiempo que se volvía hacia Riker—. ¿A quién pertenecen éstas, número uno?

Con la mayor brevedad posible, Riker lo explicó. Shar-Tel permanecía alerta; era obvio que se sentía más nerviosamente impaciente que antes del anuncio de Brindle.

—Llámelos usted, Shar-Tel —dijo Picard, al tiempo que giraba para encararse con el anciano—. ¿Puede persuadirlos de que se mantengan a distancia? ¿Convencerlos de que se queden en una órbita baja, lejos de su Santuario, hasta que hayamos tenido tiempo de aclarar la situación?

—Eso es lo que yo quiero hacer, capitán —contestó Shar-Tel de inmediato—. Si Kel-Nar tiene el control del Santuario…

—No se moleste en darme explicaciones, sólo dígales que se mantengan alejados. Teniente Brindle, intente establecer contacto. Shar-Tel, no deje que sepan dónde se encuentra usted. Haga que piensen que está donde estaría en situación normal.

Asintiendo para expresar su acuerdo, Shar-Tel le proporcionó sin tardanza a Brindle las frecuencias necesarias para contactar con las naves.

—Cinco mil millas, señor —informó Gawelski.

—¿Teniente Worf?

—A máxima potencia, los sensores son capaces de penetrar hasta un grado limitado a esta distancia, señor. Sin embargo…

—Un millar, Gawelski —ordenó Picard.

—No hay respuesta de las naves, capitán —informó Brindle—. Nos están recibiendo, pero no contestan.

—¿Shar-Tel? —El capitán volvió a mirar al anciano con desconfianza—. ¿Por qué?

—No lo sé, capitán.

—Continúe intentándolo, Brindle. Y, Shar-Tel…, a pesar de que las naves no estén respondiendo, transmita su mensaje.

—Los sensores operan mejor a esta distancia, señor —dijo Worf segundos más tarde, cuando la Enterprise se estabilizó a mil millas—. No cabe duda de que hay dos formas de vida a bordo, ambas humanoides, una definitivamente humana, posiblemente con un comunicador.

—Es LaForge —comentó Riker con alivio.

—Señor —contestó Worf sin comprometerse—, si es así, está inconsciente, al igual que la otra forma de vida. Las otras dos formas de vida humanoides del interior de la nave acoplada, más pequeña, también están inconscientes.

—¿Inconscientes? —A Picard se le dibujó una acentuada arruga en el puente de la nariz—. ¿Todas?

—Es probable que sea debido al sistema defensivo del Santuario —dijo Riker, y relató en breve lo que Geordi les había contado sobre la primera experiencia que él y Data habían tenido con el fenómeno—. LaForge tiene que haber disparado su pistola fásica.

—¿Durante cuánto tiempo estarán sin conocimiento?

—No tengo forma de saberlo —repuso Riker—. Cuando LaForge y Data fueron llevados fuera de las inmediaciones de la nave, recobraron el conocimiento en menos de media hora. Pero si permanecen dentro… —Riker frunció el ceño y sacudió la cabeza—. Un sistema diseñado para defender a la nave contra cualquiera que dispare un arma fásica, dentro o cerca de ella, no sería muy efectivo si dejara que el atacante se despertase y volviera a comenzar.

El fruncimiento del entrecejo de Picard se hizo aún más profundo.

—¿Está diciéndome que los mantendrá inconscientes…, o incluso acabará por matarlos…, a menos que los saquemos de ahí dentro?

—Es una posibilidad, capitán —le contestó Riker—, y puede que sea lo mejor. El que continúen sin conocimiento, quiero decir, no el que los mate. Si Kel-Nar despertara primero…

—Entiendo a qué se refiere, número uno. Será mejor que encontremos una forma de sacar de allí al teniente LaForge, y pronto. —Picard recorrió el puente con la mirada—. Estoy abierto a sugerencias.

Data, que había estado absorto y en silencio ante el terminal científico secundario desde el momento en que llegó al puente, se volvió a mirar a Picard.

—No tengo sugerencia ninguna de momento, señor, pero sí dispongo de cierta información que el teniente LaForge pensaba que podía ser significativa.

—Oigámosla, entonces, señor Data.

—Muy bien, señor. Durante los últimos minutos, me he puesto al corriente de todos los detalles de la información suministrada por los ferengi sobre este sector del espacio, y…

—¿La información suministrada por los ferengi? —El entrecejo de Picard comenzó a fruncirse de nuevo.

—Sí, señor —continuó Data—. La información que recibió la Federación a cambio de otra igualmente no verificada recogida en otros sectores por las naves exploradoras de la Federación.

Picard asintió con la cabeza.

—Ah, sí, el «canje de rumores». Y lo recuerdo. Según mi memoria, ni los ferengi ni los funcionarios de la Federación se sintieron muy satisfechos una vez que tuvieron la oportunidad de analizar esa información. Todo era de segunda y tercera mano, y relacionado con acontecimientos que habían tenido lugar —si es que lo habían tenido— hace miles de años.

—Sí, señor, ésa es la información a la que me refería.

—¿Y ha extraído de ella algo útil?

—Así lo creo, señor. La información que acabo de recuperar parece arrojar una cierta luz sobre el origen y la función de las dos naves con las que nos hemos encontrado.

—Adelante —dijo Picard cuando el androide hizo una pausa interrogativa.

—Sí, señor —contestó Data, y continuó, haciendo un esbozo de lo que le había contado a Geordi, tanto acerca de las naves similares al Santuario que, según los informes, habían sido halladas en órbita alrededor de varios mundos de clase M en algún momento del pasado, como acerca de las historias concernientes a planetas de clase M que habían hallado impedimentos para llevar a cabo un programa espacial, ya fuera a causa de «invasores alienígenas» o de «acontecimientos catastróficos» indefinidos.

—En ese punto —prosiguió Data—, se le ocurrió a Geordi que los satélites eran lo que él denominó como «puestos de guardia», y que la nave abandonada vendría a ser un cuartel general desde el que todos habían sido controlados y alimentados en otra época.

—Eso tiene sentido, señor —asintió Riker—, o lo tendría para las mentes paranoicas que construyeron estas cosas. Fíjese en los transportadores de un solo sentido, los dispositivos de autodestrucción y todos los otros mecanismos de «seguridad». Para una civilización que pensaba de la forma que al parecer pensaba ésta, la idea de encontrarse con otra civilización con un grado de desarrollo tecnológico similar o superior habrá sido aterrorizadora.

Picard arrugó el gesto como si rechazara la sola idea.

—Así que cuando empezaron a descubrir mundos con una población potencialmente «peligrosa», en lugar de ayudarlos o hacer caso omiso de ellos, se dispusieron a asegurarse de que esos mundos nunca tuvieran oportunidad de avanzar hasta el punto en el que pudieran realizar un viaje espacial. En efecto, convirtieron en prisioneras a poblaciones enteras con estaciones orbitales como ésta. Centenares, tal vez millares de ellas.

Riker asintió con la cabeza.

—Colocaron esas estaciones orbitales alrededor de todos los planetas en los que descubrieron una población capaz de llegar al espacio y desafiarlos a ellos. Supongo que tenemos que dar gracias porque no hayan esterilizado esos mundos. Es probable que tuvieran el poder para hacerlo.

—¿Y las unidades de hibernación? —meditó Picard—. Las computadoras realizarían el trabajo cotidiano, y despertarían a alguien sólo cuando detectaran algo que las habían programado para considerar amenazador… El primer satélite artificial, la primera explosión nuclear, la primera cosa que indicara que una civilización estaba desarrollando una tecnología que la llevaría al espacio.

—Sí —dijo Data—. Dichas actividades explicarían las historias de «invasores alienígenas» que evitaron que planetas enteros llegaran a desarrollar un programa espacial. También es posible que los dispositivos de autodestrucción puedan explicar los «acontecimientos catastróficos» que, según la información suministrada por los ferengi, eran con frecuencia poderosas explosiones de objetos no vistos anteriormente pero que orbitaban alrededor de los planetas. En esos y otros casos, aparece también la mención de «grandes enfermedades» que siguieron a los acontecimientos…, el resultado de la radiación procedente de las explosiones, con toda probabilidad.

Riker hizo una mueca.

—Y después, en algún punto del pasado, se encontraron con una civilización que ya había desarrollado un programa espacial, una civilización que incluso haya sido superior tecnológicamente. Y en lugar de encontrarse con los recién llegados y hacerse amigos, fueron presas del pánico. Se retiraron de vuelta a su planeta de origen, dondequiera que esté, poniendo en funcionamiento los dispositivos de autodestrucción al marcharse, haciendo todo lo posible para borrar todo rastro de su existencia. Pero en unos pocos casos raros… como esa estación orbital y la nave abandonada que hemos encontrado… algo salió mal y no quedaron destruidas.

Picard expresó su acuerdo con lo propuesto por Data.

—Suena todo bastante plausible, considerando las evidencias. Y cuando nos tropezamos con la nave abandonada, aún funcionaba lo bastante de su sistema de evacuación como para transportarlos a los cuatro hasta aquí, al llamado Santuario, probablemente la única estación orbital que aún funciona.

Picard hizo una pausa para inspirar.

—Nada de lo cual, por desgracia, nos ayuda mucho en nuestra presente situación —continuó con acento inquietante—. Nuestra actual prioridad es hallar la forma de sacar al teniente LaForge sano y salvo de allí y traerlo de vuelta…

—Señor —interrumpió Worf—, la emisión energética de la estación orbital está aumentando otra vez.

Picard se volvió con presteza hacia la pantalla.

—Brindle —ordenó—, mantenga máxima energía en nuestros escudos. Worf, ¿qué está haciendo con la energía?

—Desconocido, señor. Hay indicios de que la mayor parte está alimentando los escudos, pero… Otro incremento energético, señor, derivado hacia los escudos.

—¿Hacia los escudos? ¿Están siendo reforzados?

—No, señor, eso es lo que resulta desconcertante. La energía parece estar yendo a parar a los escudos, pero hasta ahora no está teniendo ningún efecto discernible.

—¿Un problema de funcionamiento?

—Es posible, señor. Esta nave es aproximadamente tan antigua como la primera.

Picard comenzó a volverse hacia el terminal táctico para interrogar a Shar-Tel, pero antes de que sus ojos se apartaran de la pantalla, el satélite más pequeño, el llamado Santuario, fluctuó en la pantalla y desapareció.

—¡Señor Worf! ¿Qué ha sucedido?

—Una parte de la energía está ahora siendo radiada por los escudos de la nave, pero ése es el único cambio.

—¿Continúa estando allí el satélite? ¿Lo registran los sensores?

—Sí, señor. Todo está como antes. Las lecturas de las formas de vida continúan sin cambios.

—Entonces, qué diablos…

De repente, Picard enmudeció; su mandíbula inferior descendió al tiempo que, entre un latido de corazón y el siguiente, la más gigantesca nave estelar que él o cualquiera de los del puente había visto en toda su vida, apareció en lugar de la desaparecida estación orbital.