Shar-Lon no sintió dolor cuando la bala lo atravesó, sólo sorpresa y una repentina insensibilidad que le hizo preguntarse si su lado izquierdo aún existía.
Y luego estaba cayendo, con la imagen del contorsionado rostro de Kel-Nar aún fijada en su retina pero ya desvaneciéndose. Y al caer, cuando sintió que la superficie enmoquetada le golpeaba la espalda produciendo un sonido sordo, se dio cuenta de la magnitud del horrible error que había cometido.
Desesperadamente, intentó remediarlo, invertir la acción que había iniciado con los Regalos, trató de devolver a los Constructores al lugar del que los había expulsado.
Pero ya era demasiado tarde.
El proceso estaba en marcha, y él no tenía el poder mental, no conseguía obtener la claridad mental necesaria para cancelarlo o invertirlo.
Sólo podía maldecirse por ser un estúpido ingenuo.
Durante años, Kel-Nar había sido su delegado, y durante cada uno de esos años intentó sonsacarle a Shar-Lon los secretos del Santuario, diciendo una y otra vez que era prudente y necesario que Shar-Lon diera a conocer aquellos secretos a otro.
—Si tú mueres, no quedará nadie que pueda continuar —había dicho una y otra vez.
Y Shar-Lon había creído —se había convencido— que Kel-Nar estaba diciendo la verdad cuando afirmaba que su único interés era el continuar la obra de los Guardianes de la Paz cuando Shar-Lon hubiese desaparecido. Incluso cuando su propio hermano había acudido a él y le había dicho que Kel-Nar era peligroso, que nunca podría confiársele el poder de los Regalos, el ego de Shar-Lon no le había permitido creer una sola palabra de todo eso. Pero ahora, cuando ya era demasiado tarde, comprendía que Shar-Tel y los otros habían tenido razón. El único interés de Kel-Nar era, y siempre había sido, el poder que los Regalos podían otorgarle, no el bien que pudiese hacer por el mundo.
Y durante estos últimos momentos le había hecho el juego a Kel-Nar. Había creído —había querido creer— en la acusación de Kel-Nar respecto a que los Constructores eran unos impostores. Pero quienesquiera o lo que quiera que fuesen, ahora sabía que difícilmente podían ser peores que el propio Kel-Nar. Al utilizar los Regalos para expulsarlos del Santuario, había quitado todo obstáculo del camino de Kel-Nar. El Santuario estaba ahora indefenso, y los regalos aceptarían sin problemas a Kel-Nar.
Y la obra de los Guardianes de la Paz sería destruida.
Con un último hilo de conciencia, Shar-Lon luchó para activar el Regalo que pondría fin al Santuario mismo. Aun eso era preferible a permitir que cayese en las manos de alguien como Kel-Nar.
Pero incluso para eso era demasiado tarde.
Antes de que pudiera conseguir ni la breve concentración que haría falta, perdió el conocimiento.
Incluso mientras estaba poniéndose el casco de su traje antirradiación, Riker no pudo evitar la esperanza de que, a pesar de la advertencia de LaForge, las energías de transportador que sentía aumentar en torno de sí resultaran pertenecer a la Enterprise. Pero cuando ejercieron su intensa acción, lo rodearon las mismas configuraciones trastomadoras de la mente que lo habían envuelto al ser él y Yar arrebatados del interior de la nave abandonada, y supo que, como entonces, el transportador estaba operando a través del subespacio.
Tuvo tiempo para preguntarse si, de algún modo, el transportador original había sido invertido y estaban siendo devueltos a la nave abandonada…, al hervidero de radiación que era el punto en el que había estado la nave abandonada.
Y en ese momento, cuando aquel remolino de energías caleidoscópicas culebreaba frenéticamente a su alrededor y una imagen de la nave abandonada y luego de la lejana Enterprise pasaron fugazmente por su cabeza, sintió el mismo débil tirón en su cerebro que había sentido durante la primera transmisión cuando, en un breve intervalo, pareció que estaba perdido en la zona intermedia entre transmisor y receptor.
No hubo imagen ni mensaje alguno, sólo una sensación, fugaz e insegura en medio del caos. Y luego desapareció.
Y el caos de las energías subespaciales desapareció.
El mundo real volvió a formarse a su alrededor.
Y resonando en el casco de ese traje estaba la misma palabra susurrada que había brotado de sus labios en la transmisión anterior: Imzadi…
El tercer sistema solar quedó atrás, tan desierto como el anterior.
Picard se hallaba de pie, inmóvil ante la pantalla, observando la siguiente estrella en la pauta de búsqueda que ya comenzaba a ampliarse. Detrás de él, sentada, la consejera Troi contemplaba también la pantalla, y sus líquidos ojos parecían querer salir de sus cuencas y asir las imágenes.
Desde el momento en que había comenzado la búsqueda, ella permaneció delante de la pantalla, inmóvil excepto por las inspiraciones y expiraciones de su pecho al entrar y salir el aliento con metronómica regularidad. Pero ¿qué estaba esperando, se preguntaba con desolación? Por mucho tiempo que continuara sentada aquí, los resultados serían los mismos.
En lugar del único contacto que ansiaba, se veía continuamente abrumada por las emociones de los de a bordo de la Enterprise. La firmemente controlada mezcla de determinación y ansiedad del capitán, tan aguda y tensa, que recordaba el físico de Picard, la golpeaba con una fuerza sin precedentes. Y las pautas bárbaras y turbulentas de Worf, aunque profundamente sumergidas en la apariencia impuesta por la Federación, le resultaban más claras que nunca.
¿Cómo podía ni abrigar la esperanza de detectar algo, a una distancia de parsecs, en aquella sofocante masa de emociones? No importaba la intensidad que pusiera para contactar, ni lo profundo que fuera su vínculo con el receptor. Dicho contacto era, según temía ella, imposible.
Y sin embargo no podía olvidar que en aquel único momento…
La Enterprise se estremeció durante un largo lapso a consecuencia de la violenta destrucción de la nave abandonada. La tensión de todos los del puente, el estallido de las emociones de centenares de seres por toda la nave, habían estado fluyendo a través de ella, en una inundación caótica en la que sólo las emociones más cercanas y poderosas se destacaban de manera individual.
Y durante un fugaz instante, la mente de Will Riker había entrado en contacto con la suya. Dondequiera que estuviera, dondequiera que el transportador lo hubiera enviado antes de que sus circuitos completaran su acción, había existido durante el suficiente tiempo como para que las mentes de ambos contactaran durante aquel brevísimo instante.
No conseguía convencerse, a pesar de las pruebas que había, de que esa mente no continuaba existiendo en alguna parte.
—Llegada a las proximidades de la siguiente estrella en diez minutos —anunció el alférez Gawelski.
—Lo sensores indican un sistema planetario —dijo Worf, mientras continuaba estudiando los datos suministrados por el terminal científico—. No pueden distinguirse detalles a esta distancia.
Picard acusó recibo de los informes en el acto, sin apartar los ojos de la pantalla donde, en máximo aumento, la estrella en cuestión comenzaba a presentar un disco.
De pronto se volvió y ocupó el asiento reservado al capitán, sin que su columna se doblara o venciera ni una mínima fracción.
Junto a él, Troi apartó los ojos de la pantalla cuando, por un momento, la coraza de acero que mantenía bajo control las emociones de Picard pareció una realidad tan física como el hombre mismo.
—Capitán —empezó a decir ella en voz baja al tiempo que sus delgados dedos se extendían y tocaban el rígido reverso de la mano de él apoyada sobre el posabrazos que mediaba entre ambos—, está usted haciendo todo lo que…
De súbito, ella guardó silencio, con los labios y los dedos tan inmóviles como si fueran de piedra al sentir el suave aliento de un contacto.
En su mente se formó de modo involuntario la palabra: Imzadi.
De alguna forma, a pesar de las dolorosas ondas emotivas con que aún la bombardeaba la tripulación de la Enterprise, tuvo la seguridad de que, durante un breve momento, había sentido que la mente de Will Riker se comunicaba con la suya propia una vez más.
Y, en ese mismo instante, en un destello de intuición, se dio cuenta de por qué habían sido posibles los contactos. Realmente se dio cuenta de cuáles eran las condiciones que permitieron el primer contacto y este nuevo, aún más débil.
En el primer contacto, aunque la mente era sin error posible la de Will Riker, había existido una diferencia, como si esa mente estuviera siendo vista a través de una lente distorsionante. Y se había producido sólo momentos después de que él fuera enviado, a alguna parte, por el transportador de la nave abandonada, un transportador que el ingeniero en jefe Argyle creía que funcionaba a través del subespacio y no del espacio normal.
La propia mente de Riker, en esos momentos, había estado en el subespacio, donde la materia y la energía estaban distorsionadas de formas que nunca podían ser visualizadas, ni imaginadas, sólo descritas mediante abstracciones matemáticas, y donde las distancias carecían de sentido en términos de espacio normal.
Y ahora, durante este segundo instante de breve contacto que se desvanecía, ella había percibido una vez más ese mismo elemento de distorsión.
Comprendió que, una vez más, él se había encontrado en el subespacio, y que la distancia entre sus mentes había sido virtualmente borrada.
De forma brusca, se puso de pie y se volvió hacia los terminales de popa.
—Teniente Worf —dijo, con su voz de contralto que solía ser suave, ahora sorprendentemente fuerte y apremiante—, sondee en busca de cualquier actividad subespacial, cualquier trastorno, en cualquier lugar al que lleguen sus sensores.
—De inmediato, consejera —respondió Worf sin vacilación al reconocer la urgencia de la voz de ella. Sus dedos se movieron ágiles por los controles.
Picard, que ya estaba de pie, observaba a Troi atento.
—Ha sentido usted algo, consejera —dijo. Era una aseveración, no una pregunta.
—Sí, pero a menos que los sensores…
—Tengo algo, consejera —tronó Worf—. Dirección uno-dos-siete, situación cinco-ocho.
—¡Entre esa dirección, señor Gawelski, ahora! —le espetó Picard—. ¿Distancia, teniente Worf?
—Casi fuera del alcance de los sensores, señor. Al menos a un parsec coma cinco.
—Llévenos hasta allí, alférez Gawelski, máxima velocidad hiperespacial. Teniente Brindle, vuelva a intentar el contacto con el primer oficial Riker y la teniente Yar a través de sus transmisores subespaciales.
Y luego, con la grandiosa nave en camino hacia su nuevo destino, Picard se volvió hacia Troi.
—Supongo, consejera —dijo con los primeros asomos de sonrisa que se veían en el puente desde que Riker y Yar habían desaparecido—, que existe una buena razón para su repentino interés en la actividad subespacial.
Devolviéndole la sonrisa con una aún más débil, ella asintió con la cabeza y comenzó a explicárselo.
La primera cosa que advirtió Geordi al aumentar las energías del transportador en tomo a él fue que, a pesar de que éstas pasaban por las mismas configuraciones enloquecedoras de las que los habían enviado a través del subespacio, no eran ni con mucho igual de brillantes ni tan potentes.
Tuvo tiempo para decidir que una vez más lo estaban transportando a través del subespacio, aunque probablemente no a tanta distancia como la vez anterior. Luego el universo volvió a formarse a su alrededor, y vio que tenía razón.
Estaba flotando en el vacío del espacio. El mismo planeta semejante a la Tierra orbitaba debajo de él, pero ahora parecía mucho más pequeño. En el Santuario se habían encontrado a menos de treinta mil millas de la superficie. Allí, él estaba como mínimo a un centenar de miles de millas, tal vez más. Una distancia muchísimo mayor de la que era capaz de abarcar un transportador de la Federación, pero nada comparado con los parsecs que habían recorrido él y los otros cuando habían sido transportados la primera vez.
¿Dónde estaban los otros?, se preguntó de pronto, mientras una sensación plúmbea se apoderaba de su estómago. En especial Data. Geordi había visto que Data entregaba su propia unidad proyectora de campo a Shar-Tel, literalmente por la fuerza. Era casi seguro que había contado con que Riker y Yar llevaban consigo las suyas propias. Y uno de ellos tendría la posibilidad de entregarle a Data su traje antirradiación o bien una unidad de campo.
Pero si habían sido separados…
Dándole una palmada a su insignia-comunicador, bien resguardada dentro del halo de aire contenido dentro de la relumbrante aura del traje, llamó:
—¡Primer oficial Riker! ¡Teniente Yar!
Un momento después le respondió la voz de Riker, seguida casi de inmediato por la de Yar.
—¿Está Data con alguno de ustedes? —preguntó Geordi.
—Yo estoy sola —contestó Yar.
—También yo.
—Data le ha dado su traje de efecto campo a Shar-Tel —dijo Geordi—. Ya sé que puede sobrevivir sin protección en el espacio durante mucho más tiempo que nosotros, pero…
—Los tengo a todos en mi tricorder —interrumpió Yar—. Estamos todos dentro de un círculo de unas dos o tres millas.
Enojado consigo mismo por no haberlo pensado antes, Geordi activó su propio tricorder. Poniendo buen cuidado de no realizar ningún movimiento brusco que pudiera hacerlo comenzar a girar en el vacío, impotente, sondeó el espacio que lo rodeaba.
Localizó a Data casi al instante, pues sus lecturas de androide se destacaban entre las demás. Estaba a una distancia aproximada de una milla, más o menos entre Geordi y el planeta. Shar-Tel, cuyas lecturas diferían algo de las de Yar y Riker, era el más cercano a Data, a menos de un tercio de milla de distancia.
Pero Yar y Riker, sus lecturas indistinguibles la una de la otra, cada uno con un comunicador, se hallaban a casi una milla y media más alejados respecto del planeta, más allá de Geordi, y separados entre sí por más de unos dos tercios de milla. Los dos que tenían los trajes que podían salvar a Data eran los que estaban más lejos de él.
Y no había forma alguna de comunicarse con Data. Sin su traje de campo, no habría envoltura de aire que transmitiese el sonido desde el comunicador hasta sus oídos. Si lograban comunicarse y coordinarse, tendrían al menos una posibilidad remota, una entre un millar de que, si desajustaban las armas fásicas pero programándolas a máxima potencia con el fin de que les imprimiesen un retroceso, de otra forma casi inexistente, pudieran utilizar éste para coincidir hasta un punto de encuentro.
Pero sin comunicaciones…
Dirigiendo su visor hacia el lugar en que su tricorder había localizado a Data, distinguió al androide, una diminuta mota contra el telón de fondo del planeta que se hallaba a cien mil millas más abajo. Activando su visión telescópica, vio que Data tenía el mismo aspecto que había presentado anteriormente en la cámara de descompresión. El vacío le hinchaba un poco las facciones, aunque por lo demás no parecía experimentar otro cambio.
Pero mientras Geordi lo observaba, los dorados ojos se cerraron, y su semblante, por lo corriente sin expresión, pareció volverse aún más inexpresivo.
Era como si, pensó Geordi con el estómago revuelto, el androide estuviera desactivándose.
Cosa que, según comprendió Geordi, era lógica. No sabía durante cuánto tiempo podía Data funcionar de forma activa en el vacío, pero sospechaba que, desactivado, podía durar más tiempo. Tal vez aun más tiempo que Shar-Tel y el propio Geordi en sus limitados trajes de campo. El aire podía ser reciclado sólo una cantidad determinada de veces, e incluso si pudiera ser reciclado de forma infinita, quedaba el problema del agua y la comida. Los trajes de efecto campo estaban diseñados sólo para cortos períodos de uso, unos pocos días como máximo. E inclusive los trajes antirradiación que llevaban Riker y Yar, a menos que hubiesen incluido provisiones…
—¡Tenemos que salir de aquí! —se oyó decir Geordi, y luego, desde el comunicador, le llegó una débil risa con un deje de amargura.
—No seré yo quien le discuta eso, teniente —dijo la voz de Riker—. ¿Tiene alguna idea?
—¿Tiene algún tipo de control sobre el Santuario a esta distancia? —preguntó Yar—. Usted y Shar-Tel dijeron que Shar-Lon podía controlarlo desde varias millas de distancia.
—No pude evitar que nos hiciera esto, ni siquiera cuando tenía puesto el casco —contestó Geordi.
—Pero él ya no está utilizándolo —dijo Yar—, si el disparo de Kel-Nar lo mató o lo dejó inconsciente…
—Tiene razón —la interrumpió Geordi al tiempo que intentaba enterrar en su mente el sentimiento de culpabilidad que no podía evitar sentir mientras la imagen del cuerpo ensangrentado del anciano le ocupaba la mente.
Enfocando su visión telescópica en el espacio inmediato que rodeaba al planeta, buscó el hábitat. Al mismo tiempo, intentó captar de nuevo la sensación que había experimentado cuando tenía puesto el casco. La órbita del Santuario podría haberlo llevado al otro lado del planeta, en cuyo caso…
Pero entonces localizó el hábitat. En efecto, había estado oculto por el planeta y justo entonces emergía de su desaparición transitoria, pero vio que la inclinación del plano de su órbita era tal que permanecía oculto durante sólo un pequeño lapso. Estaría al alcance de su vista durante al menos dos horas antes de volver a ocultarse tras el planeta.
Sondeando el espacio cercano, localizó el Santuario, poco más que una mota gris mortecina desde esta distancia.
—Puedo ver el Santuario —dijo Geordi aumentando al máximo poder su visión telescópica, y luego disminuyéndolo al darse cuenta de que incluso el levísimo movimiento rotativo que su cuerpo había adquirido dificultaría el evitar que el Santuario entrara y saliera del estrecho foco de su visión.
—¿Ha establecido contacto con el Santuario? —preguntó Riker—. ¿Con el casco?
—Todavía no.
—Sugiero respetuosamente, señor —intervino Yar, con una nota de ironía no del todo reprimida—, que lo dejemos en sus manos, sin la distracción de tener que darnos un informe cada treinta segundos.
Y entonces se hizo el silencio.
Geordi, que no sabía de qué otra forma comenzar, imaginó el casco, y a sí mismo poniéndoselo sobre la cabeza, al tiempo que intentaba evocar las exactas sensaciones que había experimentado.
Comenzó con la sensación física del casco cuando le tocaba la cabeza, la presión de las púas dactiloformes.
Y luego la misteriosa impresión de tener unos ojos de los que carecía, y de «recordar» cosas que jamás había sabido.
Y, sin que lo invocara, el leve estremecimiento de temor al pensar en la «posesión» de Shar-Lon.
Pero al desvanecerse el estremecimiento, se dio cuenta de que sus fantasmales ojos comenzaban a formarse.
Aunque no veían nada. Tenía conciencia de la existencia de ellos, pero eso era todo.
Y luego pudo sentir el brazo invisible que era la encarnación mental de los transportadores del Santuario, pero resultaba tan inconcreto como los ojos. El más leve esfuerzo por moverlo hacía que se desvaneciera, como la niebla ante el viento.
Mientras deseaba una vez más el tener la sencilla capacidad de cerrar los ojos, hizo todo lo posible por cegar su mente ante el caos de energías que le asaltaban a través del visor; pero aquí, en el espacio, sin el escudo de la atmósfera o el casco protector de una nave, el espectro que podía captar más allá de los ultravioletas, abarcando tanto los rayos X como los cósmicos, se veía centuplicado en intensidad y violentaba su atención a cada instante.
Sin embargo, a pesar de esa vibrante distracción, no fracasó del todo.
Con lentitud, con muchísima lentitud, sintió que esas imaginadas extensiones de sí mismo aumentaban en concreción.
Y no notó resistencia alguna como la experimentada cuando había intentado apoderarse de Shar-Lon.
Pero los ojos fantasma continuaban ciegos.
Hasta que…
De pronto, tuvo visión, tan débil como para aparecer casi anulada en el caos suministrado por su visor.
En la distancia, un borroso fantasma del hábitat flotaba ante él.
Y más allá de éste, mucho más allá, había una mota de luz, poco más grande que una estrella pero de sorprendente intensidad. Supo de forma instintiva que se trataba de él mismo.
Con repentina esperanza, extendió su mano mental, pero su brazo imaginario se deshizo en una impotente bruma.
Entonces, cuando su frustración se agudizó con una intensidad nunca antes conocida, sintió otra cosa, algo más definido. Aquello no estaba «vivo» de la forma en que lo había estado el brazo imaginario, pero existía. Y él podía controlarlo del mismo modo como habría podido controlar un palo que tuviese en las manos. Pudo sentir su ligera masa, la resistencia inercial frente a sus esfuerzos, pero no formaba parte de él.
No obstante, sin saber muy bien cómo, pudo obligar a aquello a desarrollarse, a proyectarse hacia la mota de luz que el instinto le decía que era él mismo.
Y lo tocó.
Y en ese instante, su control fue completo. Por primera vez comenzó a preguntarse si tendrían alguna posibilidad de sobrevivir, a pesar de todo.
Comenzó a ejercer su fuerza, al principio con cuidado, por miedo de que una tensión excesiva pudiese hacer que el fenómeno, cualquiera que fuese, se convirtiera de pronto en algo tan neblinoso como se había vuelto el otro.
—Los tricorders indican la presencia de un rayo tractor —dijo la voz de Yar, penetrando a través de la barrera que Riker había levantado en tomo de sí.
Al oír las palabras, al darse cuenta de su significado, Geordi se sintió de pronto exaltado.
—¡Soy yo! —respondió—. No he podido controlar el transportador, pero me he tropezado con otra cosa que parece que sí puedo controlar. Creo que nos estoy arrastrando a todos hacia el Santuario. Pero aunque sólo lo estuviera haciendo conmigo, una vez que llegue allí puedo ponerme el casco y obtener el pleno control y transportarlos a todos ustedes de vuelta.
Y de pronto sintió que tiraban de él. Podía sentir la aceleración del rayo tractor.
—¿Pueden sentirlo? —llamó.
—Puedo —contestó Yar, cuyas palabras se solaparon con el «Sí, teniente» de Riker.
Durante un minuto, luego dos, reinó el silencio mientras el arrastre del rayo tractor continuaba haciéndose sentir.
Con lentitud y cautela, Geordi volvió una parte de su atención a los datos que le entraban por el visor. A pesar de su atención dividida, el arrastre del rayo tractor fue constante.
Tras enfocar nuevamente su visión telescópica para corto alcance, miró otra vez a Data. Los ojos del androide continuaban cerrados, como si aún estuviera en la suspensión para la que se había programado minutos antes. A un tercio de milla de distancia, Shar-Tel había empezado a girar lentamente pero sin cesar. Geordi, que no deseaba acabar en la misma situación, resistió el impulso de intentar volverse para abarcar a Riker y Yar con su campo de visión.
Tras volver a enfocar el hábitat y luego el Santuario, se preguntó qué sucedería cuando éste se ocultara detrás del planeta, siguiendo su órbita.
¿Los soltaría el rayo tractor? ¿Quedaría interrumpido su contacto con el Santuario? ¿Tendría que restablecer el contacto cuando el satélite volviera a surgir de la sombra proyectada por el planeta? Y si el rayo tractor los soltaba, se preguntó con un estremecimiento, si los soltaba en el momento equivocado, cuando estuvieran a unos millares de millas por encima de la superficie del planeta, ¿caerían a la atmósfera y arderían como meteoritos antes de que el Santuario reapareciera por el horizonte opuesto?
Repentinamente, Geordi percibió algo. Durante un largo lapso no consiguió imaginar qué era. Al igual que un recuerdo solitario que queda después de un sueño por lo demás olvidado, no parecía tener conexión alguna con la realidad que lo rodeaba.
Luego se dio cuenta de que no era un recuerdo. Se trataba de algo que estaba sucediendo en ese preciso momento.
La cámara de descompresión estaba funcionando. Alguien entraba en el Santuario.
No sabiendo qué otra cosa hacer, él «quiso» que el transportador se detuviera. Quienquiera que estuviera intentando entrar, tanto si se trataba de Shar-Lon como de Kel-Nar o uno de sus hombres, sólo podía significar problemas, probablemente desastrosos, para Shar-Tel y los cuatro tripulantes de la Enterprise.
Pero los esfuerzos de Geordi no surtieron ningún efecto. Luego, por propia decisión, el transportador se detuvo.
Tratando una vez más de bloquear las entradas de su visor, se concentró en sus «ojos». Si no podía detener a quienquiera que hubiese entrado en la cámara de descompresión, al menos podría averiguar quién era.
Pero la imagen que estaba recibiendo, débil e indistinta excepto por la brillante mota que parecía ser él mismo en la distancia, era la del hábitat.
Concentrándose como nunca antes, Geordi volvió sus intangibles ojos hacia la caja lisa de color gris que era el Santuario. Había una lanzadera acoplada a la cámara de descompresión, pero no la misma en la que habían llegado Data, Shar-Tel y él mismo. Ésa se hallaba flotando a poca distancia, alejándose perezosamente, a la deriva.
Acercándose mediante el único medio de su voluntad, los irreales ojos de Geordi se aproximaron al Santuario.
De forma brusca atravesaron la pared y el interior, borroso y translúcido, se abrió ante él.
Al instante advirtió que el mecanismo de cierre de la cámara interior estaba girando. ¡En un minuto más, quienquiera que estuviese en la cámara se encontraría en el interior del Santuario! ¡Y al cabo de pocos segundos después, estaría poniéndose el casco!
Apartándolos de la cámara de descompresión, Geordi obligó a sus irreales ojos a enfocar el casco, forzó a su mente a hacer abstracción de todo lo demás, no sólo lo que se hallaba dentro del Santuario, sino también de su distante cuerpo, a cien mil millas.
Al hacerlo, la esperanza aumentó en su interior.
El casco, a diferencia del resto de lo contenido en el Santuario, y el Santuario mismo, ya no era vago e indistinto. Ahora… ahora que Geordi se concentraba en el casco y sólo en él, vio que estaba adquiriendo una solidez que no poseía apenas unos segundos antes. Y mientras lo contemplaba, luchando por retener la intensidad de su concentración, pareció solidificarse aún más, como una imagen holográfica a la que se enfocara con mayor y mayor precisión.
Con su lejano corazón latiendo con fuerza, Geordi avanzó. El casco era ahora tan real que le parecía poder tocarlo.
Y lo hizo.
Sus ojos mentales se deslizaron por entre las púas y hacia arriba, en dirección al tope superior del casco y se unieron a él bajo la luz plateada que relumbraba suavemente.
De forma repentina, todo el Santuario adquirió perfiles nítidos, transformándose en algo de apariencia tan sólida y real como el casco.
Y tuvo el control.
Pero aún no era un control absoluto.
Por instinto supo que no tenía, desde esta distancia, la fuerza para apresar mentalmente al hombre de la cámara de descompresión y transportarlo a otra parte. Pero él mismo, su propio y lejano cuerpo…
Siguiendo la invisible solidez del rayo tractor, cogió a ciegas lo que encontró en el extremo.
En su cuerpo, sus sentidos despertaron al empezar las energías del transportador a aumentar en tomo a él, y la sensación… la realidad… de hallarse en dos lugares de forma simultánea le retorcieron la mente casi con la misma fuerza que las distorsionales energías subespaciales que se arremolinaban de forma caótica a su alrededor.
En un instante, con una rapidez mayor que la de cualquier transportador que hubiera conocido en su vida, se encontró dentro del Santuario, con el casco en la cabeza. Pero en ese mismo instante advirtió que llegaba demasiado tarde.
La cámara de descompresión estaba abierta. Kel-Nar salía por ella, con una pistola de proyectiles en la mano que ya dirigía hacia él.
Lanzándose hacia un lado, el casco volando de su cabeza, Geordi sacó la pistola fásica y disparó.
Una fracción de segundo después, sintió que el mecanismo de defensa del Santuario descendía sobre él una vez más.
Luego no sintió nada.
Y a cien mil millas en el espacio exterior, el rayo tractor cesó de existir, dejando a Riker y Yar en lo que ahora era una trayectoria de meteorito en dirección al planeta que había abajo.