—¡Shar-Lon! ¡No! —gritó Geordi cuando el campo del transportador relumbró alrededor del hombre—. ¡Necesitamos su ayuda!
Pero era demasiado tarde. Shar-Lon había desaparecido.
—¿Dónde está? —preguntó Riker de inmediato—. Shar-Tel, ¿puede ponerse en contacto con él? ¿Puede traerlo de vuelta?
Shar-Tel negó con la cabeza, pero de momento no dijo nada; sólo respiró profundamente, como si se preparara.
—Tengo la esperanza de que se encuentre en sus dependencias privadas, donde estará a salvo al menos por ahora —dijo al fin—. Dudo de que podamos hablar con él, pero de todos modos yo no lo traería de vuelta aunque pudiera.
—Pero él es el único que sabe cómo controlar… —empezó a decir Riker, pero luego se interrumpió al tiempo que su ya profundo ceño delataba una sospecha—. ¡A menos que usted sepa cómo!
Antes incluso de que las palabras abandonaran sus labios, el fásico de Yar estaba apuntando al anciano.
—Manténgase apartado del casco —le espetó.
Shar-Tel, tal vez recordando que las pistolas fásicas de Geordi y Data habían cortado el metal de la compuerta de la cámara de descompresión, se acobardó, pero se recobró casi al instante.
—¡Espere! Cualquier uso de armas… Ustedes podrían matarme a mí, pero un instante después serían reducidos a la inconsciencia. Para cuando despertasen…
—Tiene razón, teniente —intervino Geordi, hablando con rapidez para dar cuenta del primer atentado contra las vidas de Data y suya—. Yo conseguí disparar mi pistola fásica una vez, programada para desmayar, pero quedé inconsciente, e incluso Data quedó inconsciente, antes de que pudiera disparar una segunda vez. Imagino que se trata de algún sistema automático de defensa.
—Supongo que tuvieron suerte de que toda la nave no se volatilizara —le espetó Riker, y volvió su ceñudo rostro hacia Shar-Tel—. ¿Sabe usted cómo operar los aparatos que tenemos aquí?
—¡No! Sólo mi hermano… ¡Por favor, déjenme que les explique! ¡Hay algo que tengo que hacer antes de que sea demasiado tarde!
—¿Qué? ¿Qué tiene que hacer?
—Hay una docena de naves en la superficie del planeta, a las que se mantiene constantemente preparadas para el lanzamiento —respondió Shar-Tel—. Ahora que mi hermano se siente ajeno al Santuario, al menos de forma temporal, pueden ser lanzadas sin peligro.
—¿Qué naves son ésas? —preguntó Riker con aspereza—. ¿Tienen algo que ver con su deseo de destruir el Santuario?
Shar-Tel asintió con determinación.
—Sí, tienen que ver con eso, pero no es la razón inmediata para llamarlas.
—Entonces, ¿cuál es?
—El detener a Kel-Nar y sus fuerzas mientras aún tenemos posibilidad de hacerlo —contestó Shar-Tel, y luego describió con brevedad lo que Geordi, Data y él habían visto en el hábitat—. Estará maquinando cómo hacerse con la situación, no me cabe duda. Tiene que haber oído prácticamente todo lo que sus hombres y yo dijimos antes de encontrar el dispositivo de escucha. Y lo más importante es que con toda seguridad ahora cree que lo único que tiene que hacer para controlar los Regalos es entrar en el Santuario y ponerse el casco. Hasta ahora, la única razón por la que no ha matado a mi hermano es porque tenía que conseguir que Shar-Lon le entregara voluntariamente el control del Santuario.
—¡Entonces ha arrojado a su hermano en las manos de él!
—¡Sólo si nos demoramos! ¡Las naves se mantienen listas para despegar constantemente, y pueden llegar al mundo de los Guardianes de la Paz en dos horas! Dudo de que Shar-Lon, en el estado en que se hallaba, vaya a aventurarse fuera de sus habitaciones durante ese tiempo. Kel-Nar dará por supuesto que Shar-Lon todavía está aquí, en el Santuario, y se concentrará en detener a mis seguidores. Para cuando haya terminado con eso, las naves estarán aquí.
—Pero si usted no hubiera hecho que su hermano se marchara —protestó Riker—, si se hubiera quedado aquí, seguro que habríamos podido convencerle…
—¿De que permitiera que las naves fuesen lanzadas y se acercaran sin sufrir daños? —Shar-Tel rechazó la idea con un movimiento de cabeza—. Es una posibilidad, pero una remota. En el estado paranoico en que se encuentra, es más probable que hubiese decidido que ustedes no eran los Constructores sino parte de una conspiración para robarle los Regalos. De hecho, es posible que llegue a esa conclusión de todas formas, cuando haya tenido tiempo de reflexionar sobre lo ocurrido. Puede que incluso intente regresar, lo que nos da más razones aún para movernos sin pérdida de tiempo.
»Recuerden que puede controlar al menos algunos de los Regalos sin tener puesto el casco. Ustedes se verán obligados a desmayarlo en cuanto aparezca, pero el resultado de eso será que todos nos veamos reducidos a la inconsciencia por el Santuario. Y eso lo dejará indefenso ante Kel-Nar, que es uno de los pocos que el Santuario quizá deje entrar sin autorización de mi hermano. Para cuando despertáramos…, si Kel-Nar nos permite que despertemos…, él ya estará muy adentrado en el conocimiento del uso de los Regalos. Y en sus manos…
Shar-Tel sacudió la cabeza.
—A diferencia de mi hermano, Kel-Nar está interesado en una sola cosa: el poder. Hasta ahora, excepto ante dos o tres de sus aliados más íntimos, ha mantenido la ficción de su lealtad para con mi hermano. Se ha visto limitado en lo que podía hacer, pero una vez que adquiera el control de los Regalos, no podrá…
—Parece tenerlo todo muy bien calculado —interrumpió Riker—. Pero ¿por qué su hermano llegó a permitir que esas naves fuesen construidas?
—No sabe de su existencia.
—Pero si fue capaz de localizar y destruir todos los misiles hace cincuenta años, incluso los que estaban en tierra…
—Ésos eran misiles nucleares. A menos que Shar-Lon haya estado engañándonos a todos durante los últimos ocho años y esté en verdad enterado de la existencia de esas naves, los Regalos tienen limitaciones. Siempre que un misil, o cualquier otra cosa, permanezca en la superficie del planeta, o debajo de ésta, o bajo el agua, puede ser detectada sólo si contiene una cabeza nuclear o un motor atómico. Sin embargo, toda vez que un misil es lanzado, cuando abandona la atmósfera y se acerca a la órbita, puede ser detectado cualquiera que sea su composición.
Riker estudió al anciano durante un largo momento, y luego se volvió a mirar a Geordi.
—Teniente LaForge, ¿cuál es su opinión? ¿Está diciéndonos la verdad?
—No he visto nada que indique que no lo esté haciendo, señor. Pero por otra parte, tampoco capté sus planes hasta que los refirió.
—Aunque aceptásemos que está diciendo la verdad —dijo Yar—, ¿qué hay de la gente que subirá en las lanzaderas? —Sus ojos azules se entrecerraron al mirar a Shar-Tel—. ¿Quiénes son? ¿Y por qué confía en ellos?
Shar-Tel pareció desconcertado por las preguntas directas de Yar.
—Son gente con la que nuestro grupo estableció contacto hace más de veinte años. Piensan como nosotros, que…
—¿Cómo puede estar seguro?
—Hemos trabajado con ellos durante años —respondió el anciano—. Nuestras metas son las mismas…, inutilizar el Santuario si existe alguna posibilidad de ello o, en caso de que no se pueda, evitar que los Regalos vuelvan a ser utilizados.
—¿Y las personas del hábitat…, de ese llamado mundo de los Guardianes de la Paz que tienen ustedes? ¿Qué harán con ellos sus aliados?
—Exceptuando a Kel-Nar y dos o tres estrechos colaboradores, nada.
Yar sacudió la cabeza con evidente enfado.
—¡Usted hace que esto suene como un simple juego, Shar-Tel! ¡Donde todos hemos de acabar siguiendo sus reglas! Su hermano ha sido un dictador… y hay que decir que uno implacable. Ha estado gobernando a todo el planeta durante al menos cincuenta años. Para decirlo con delicadeza, a la gente de ahí abajo no le cae bien… ni él ni ninguno de ustedes. ¿Qué le hace pensar que cuando entren en el mundo de ustedes, no van a acabar con todos los que viven allí?
Durante un largo momento sólo hubo silencio. Shar-Tel pareció cansado de repente, pero luego se irguió, y el parecido con Picard volvió a sorprender a Geordi.
—No —dijo el anciano—. No soy tan cándido como para no haber considerado esa posibilidad. No obstante, cuando pienso en la alternativa…, que esta clase de poder continúe siendo manipulada por mi hermano o, mucho peor, por Kel-Nar…, no veo que nos quede otra opción. Hay que aprovechar la oportunidad. Y si perdemos, si todos los Guardianes de la Paz resultan muertos, ese precio será bajo.
Yar continuó mirando a Shar-Tel con el entrecejo fruncido durante un segundo más, pero luego manifestó su acuerdo mediante un ademán.
—Es cierto —dijo—, si la dictadura acaba de verdad, si uno de sus amigos de la superficie no toma el relevo de su hermano.
Shar-Tel negó enérgicamente con la cabeza.
—Todos…, mis amigos de aquí y los que están en el planeta…, hemos visto la bastante violencia como para proscribirla de nuestras vidas. Ahora deseamos construir, no destruir… sin ayuda de esta tecnología alienígena. Podemos tener y tendremos paz aprendiendo a confiar los unos en los otros y aprender de nuestras diferencias porque, en verdad, no hay ninguna otra manera de vivir. —Miró el casco—. Destruiría los Regalos en este mismo momento si creyera que puedo hacerlo, pero no imagino que pueda ser tan fácil como estrellar esa maldita cosa contra el suelo.
—También yo lo dudo —dijo Yar—. De todas formas —agregó, dándole unas palmaditas al fusil fásico—, si las cosas no salen del todo como usted espera, valdrá la pena un disparo como último recurso. Este arma pueden hacer mucho daño en muy poco tiempo.
Y al punto, se volvió a mirar a Riker.
—Señor, recomiendo que le permitamos a Shar-Tel enviar el mensaje.
—De acuerdo —asintió Riker ceñudo.
El anciano dejó que sus ojos se cerraran durante apenas un instante.
—Gracias. Tendré que regresar a la lanzadera, para utilizar la radio.
—Muy bien. Teniente LaForge, permanezca a su lado.
—Sí, señor.
Los dos hombres entraron otra vez en la cámara, y Data la cerró a sus espaldas. Un momento después, las energías del transportador se proyectaron sobre ambos, y se encontraron en la cámara exterior.
Shar-Tel hizo girar el cierre, y entraron en la lanzadera.
Le llevó casi cinco minutos a Shar-Tel el establecer contacto con uno de sus hombres.
—¡Shar-Tel! —profirió una voz por la radio de la lanzadera—. ¿Qué ha sucedido? Kel-Nar nos tendrá a todos encerrados si…
—Fue culpa mía, Le-Dron —lo interrumpió Shar-Tel al punto—. Fui descuidado, luego entraré en detalles. Ahora, envíales un mensaje a las naves. Diles que despeguen de inmediato.
—Pero el Santuario…
—Está bajo nuestro control, al menos por el momento. Date prisa. Ésta podría ser nuestra única y última oportunidad de conseguir la verdadera paz.
Se produjo un instante de silencio y luego:
—Se lo notificaré de inmediato.
Y la radio enmudeció.
—Y ahora, caballeros —dijo la voz de Yar a través del comunicador de Geordi—, sugiero que comencemos a averiguar qué podemos hacer nosotros mismos respecto a estos Regalos. Sería agradable si, antes de que se produzca el ataque, consiguiéramos hallar algo que nos devuelva a la Enterprise.
—Estoy de acuerdo —dijo Riker—. Teniente LaForge, creo recordar que usted dijo que ya lo había intentado una vez con el casco.
—Así es, señor —contestó Geordi mientras él y Shar-Tel regresaban de la cámara exterior—, por lo que supongo que soy el candidato más lógico para volver a intentarlo. Cuando se lo puso Data, estuvo a punto de matarlo.
Geordi continuó explicando su teoría respecto a que el casco analizaba algunos aspectos físicos o mentales de quien se lo ponía y, si esos aspectos no coincidían con las especificaciones registradas en el casco por los llamados Constructores, intentaba matarlo.
—Al parecer, Shar-Lon y yo entramos dentro de esas especificaciones —concluyó mientras aparecían por la compuerta de la cámara interior—, puesto que parece habernos aceptado a ambos. De todas maneras, apreciaría que uno de ustedes permaneciera muy cerca y estuviera preparado para quitarme esa cosa de la cabeza en caso de que cambie de opinión sin previo aviso.
—Por supuesto —repuso Riker—. Los controlaremos a usted y al casco con los tricorders.
Geordi sonrió levemente y cogió el casco. La última ocasión en que lo había visto o tocado fue cuando se lo arrebató de la cabeza a Data y lo arrojó al otro lado de la sala. Shar-Lon, suponía, había vuelto a colocarlo en su lugar. O lo había hecho el casco por sí solo.
Con lentitud, dando tiempo a que Riker y Yar acabaran de ajustar los tricorders, Geordi se deslizó el casco sobre la cabeza.
De súbito, el planeta ocupó la pantalla una vez más y, de forma inexplicable, el recelo más cercano al miedo que había experimentado recorrió a Geordi y éste no pudo evitar recordar lo dicho por Shar-Tel respecto a que algo se había «apoderado» de Shar-Lon cuando se puso el casco por primera vez.
—En esta ocasión, no hay efectos preliminares —dijo Geordi, reprimiendo lo mejor posible sus emociones—. La primera vez sentí… bueno, fue una especie de hormigueo. Pude sentir algo en la mente y el cuerpo.
—Sospecho que se trataba de la «comprobación» sobre la que usted ha elaborado su hipótesis, Geordi —comentó Data—. Yo experimenté sensaciones similares, pero sólo durante los momentos anteriores al intento de desactivarme. Pero ahora que usted ya ha sido aceptado, el aparato lo reconoce y no tiene que repetir la comprobación.
—Pero ¿puede controlar algo? —preguntó Yar, pragmática—. Cuando Shar-Lon se puso el casco, era capaz de controlar lo que veíamos en esta pantalla.
Mientras ella hablaba, algo sucedió dentro de la mente de Geordi.
De golpe, era como si tuviese ojos que podían abrirse o cerrarse, que podía mover de un lado a otro. Las sensaciones eran similares a las que había experimentado durante los breves segundos en los cuales Riker, en aquella ocasión en que había recibido unos poderes casi divinos de parte de la entidad que se denominaba a sí misma Q, le había devuelto los ojos y con ellos una visión humana normal.
Y, al igual que entonces, supo cómo utilizar esos ojos sin que se lo dijeran. Simplemente «recordaba» todo lo necesario, como si una vez lo hubiese sabido pero lo hubiera apartado de su mente.
Pero ahora, su visión a través del visor había recuperado su peculiar normalidad, descifraba el caos de ondas luminosas de las que su mente extraía automáticamente significado y orden. El otro sentido, el sentido interior, mental, de tener ojos que podían ser dirigidos y controlados, era algo adicional, no un sustituto.
Y al mover esos ojos, cambiaba la visión de la pantalla.
Al aparecer ante su vista el hábitat, estaba borroso hasta resultar casi irreconocible a causa de la proximidad relativa pero, un instante más tarde, Geordi «recordó» cómo enfocar sus ojos mentales; y la imagen de la pantalla tremoló y se hizo clara como el cristal.
Luego la imagen creció de forma sorprendente, y los impulsos que por lo general controlaba mediante el visor, y los impulsos en que residían sus capacidades telescópicas y microscópicas, parecieron mezclarse con los que dirigían sus recientemente descubiertos ojos mentales.
—¡Teniente —gritó Yar sin previo aviso mientras sus ojos, trasluciendo un temor repentino, iban con rapidez de la pantalla de su tricorder a Geordi y regresaban al punto de origen—, tenga cuidado! Están entrando en actividad nuevos circuitos, similares a los circuitos sensores de la Enterprise, pero éstos operan dentro del espectro electromagnético estándar.
Y Geordi «recordó» más. En la pantalla, la imagen del hábitat volvió a crecerse una vez más, como si el Santuario se cerniera hacia él mismo como una nave atacante.
De improviso, en apariencia a sólo unos metros de la superficie externa del hábitat, la imagen estalló en un caos informe pero, una fracción de segundo después, volvió a recomponerse una imagen.
Aunque ahora era una imagen borrosa del interior del hábitat, los colores eran opacos y difuminados, toda ella como vista a través de un delgado filtro.
—Circuitos sensores muy activos, teniente —advirtió Yar—. Tienen que estar proporcionándole la imagen que está obteniendo usted en la pantalla.
—Parece que ha entrado usted en algo que Shar-Lon nunca ha sido capaz de utilizar —comentó Riker—. Él no creía que fuese posible ver el interior de las estructuras con los Regalos.
—Podría estar relacionado con el hecho de que he utilizado el visor durante toda mi vida, y estoy acostumbrado a hacerle hacer cosas en las que alguien con ojos normales nunca pensaría. Es… es como si esta pantalla fuera físicamente parte de mí, y puedo controlarla de la misma forma que mi cuerpo. —Hizo una pausa, al tiempo que sacudía la cabeza y sonreía de forma involuntaria—. ¡Es divertido!
—¿Puede encontrar a Shar-Lon? —preguntó Riker.
—Puedo intentarlo —contestó Geordi, poniéndose serio.
Tras volver a concentrarse, se centró en la imagen de la pantalla, y al hacerlo se dio cuenta de que tenía un «doble poder» fantasmagórico, como si estuviera viendo la imagen a la vez en la pantalla y en su mente, la imagen de la primera algo menos nítida que la segunda. Volviendo con lentitud sus ojos mentales, se orientó. Su «punto de vista» del interior del hábitat estaba a medio camino entre el eje y uno de los valles, y al registrar los detalles, la momentánea euforia provocada por el uso de sus recién descubiertos sentidos se transformó en ansiedad. En el valle, los hombres de Kel-Nar continuaban yendo de un lado para otro. Vio que uno de esos hombres tenía la pistola de proyectiles desenfundada y conducía a un hombre y una mujer hacia el extremo orientado hacia el sol.
—¡Ése es Le-Dron! —exclamó Shar-Tel rompiendo el silencio—. Si no ha tenido tiempo de notificar a las naves…
Shar-Tel calló cuando, en apariencia sin que mediara una orden consciente por parte de Geordi, el punto de vista se aproximó a toda velocidad al trío.
Pero al agrandarse las figuras en la pantalla, también se hicieron menos claras, como si aumentara la niebla en torno a ellos, como si el efecto del filtro transparente se espesara al acercarse Geordi. Hasta que, a una docena de metros, sus facciones no resultaron más claras que cuando estaban a un centenar.
—¿No hay nada que pueda hacer? —preguntó Shar-Tel con la voz cargada de tensión mientras observaba a las figuras indefinidas que se dirigían hacia el fondo del cilindro.
—No lo sé —replicó Geordi—. Lo único que puedo hacer es…
De pronto, Geordi tuvo una tercera mano.
No se trataba de algo físico que le saliera del hombro o el pecho sino, al igual que sus «ojos», de algo mental.
Existía en su mente.
Y, al igual que sus ojos, «recordó» cómo utilizarla.
La alargó y se apoderó del hombre que conducía Kel-Nar.
—Teniente —exclamó Yar, con los ojos abiertos de par en par contemplando la pantalla del tricorder—, unos circuitos de transportador, de muy alta potencia, acaban de ser activados.
—Creo que sé por qué —dijo Geordi mientras tomaba al hombre en su mano invisible.
El hombre desapareció en un mortecino destello de energías de transportador. Le-Dron se giró de inmediato. Sus ojos se agrandaron. Su boca se abrió en el comienzo de una exclamación ahogada, y sus labios se sellaron. Al tiempo que lanzaba miradas en todas direcciones, aferró el brazo de su compañera y ambos echaron a correr por donde habían llegado.
Geordi desplazó su mano invisible.
Siguió su movimiento con los ojos mentales, y la imagen se precipitó hacia la zona del cilindro orientada hacia el sol.
Abrió la mano. Con otro destello de energías de transportador, el hombre reapareció a un metro por encima de la superficie de un corredor que conducía a la puerta amarilla del fondo del cilindro. Con los brazos y las piernas debatiéndose en el aire, el arma de proyectiles suspendida, cayó.
Se oyó un silbido apagado, y Geordi se dio cuenta de que provenía de Yar.
—¿Usted ha hecho eso?
—Creo que sí.
Sin perder un segundo de más, Geordi se retiró hasta que todo el fondo del cilindro quedó visible en la pantalla.
—¿Dónde es probable que se encuentre su hermano, Shar-Tel?
Como si saliera de un trance, Shar-Tel se irguió de forma brusca, casi despegando sus botas magnéticas de la cubierta del Santuario.
—Allí —dijo al tiempo que señalaba— está la ventana de la sala a donde los llevaron a ustedes por primera vez. Las habitaciones de él están justo encima.
Rápidamente, el área que Shar-Tel había señalado se agrandó en la pantalla, haciéndose más brumosa e indistinta con la misma rapidez con que se ampliaba, pero un momento antes de que la visión quedara del todo borrosa, las cortinas que cubrían la ventana que ocupaba toda la pared de la sala del Consejo de Ancianos fueron descorridas.
En este punto, Geordi se retiró y agachó, hasta quedar la ventana en el centro de la pantalla.
Detrás de la ventana, como difuminado pero reconocible, se encontraba Shar-Lon. Parecía estar esforzándose por concentrarse, con los ojos semicerrados.
De improviso la puerta de la sala se abrió con violencia y Kel-Nar, respirando agitadamente, irrumpió en el interior con el arma de proyectiles desenfundada.
—Es Kel-Nar —casi gritó Shar-Tel—. ¡Ha descubierto que mi hermano está allí! ¡Lo va a matar!
Sin pensarlo, Geordi tendió una vez más su mano invisible, la cual se cerró de forma sorprendentemente brusca sobre Kel-Nar.
Pero ya era demasiado tarde. Incluso mientras las energías del transportador relumbraban en tomo a Kel-Nar, éste apretó el gatillo del arma de proyectiles.
Y Shar-Lon, que ya se había vuelto a medias, y cuyos ojos se abrían de par en par al ver a Kel-Nar y la pistola, cayó hacia atrás segundos después de que reventara un agujero sobre el lado izquierdo de su uniforme amarillo, a la altura del pecho.
Maldiciendo en silencio, Geordi retiró la mano a través de la ventana y al interior del cuerpo principal del hábitat, pero antes de que pudiera ir más allá, sintió un estremecimiento por todo su cuerpo, su presa se aflojaba.
Y la voz de Yar estaba gritándole al oído:
—Teniente, ¿qué está haciendo? Un segundo transportador, uno que implica varios circuitos subespaciales, está poniéndose en funcionamiento. ¡Y se está centrando sobre nosotros, aquí!
—¡Yo no estoy haciéndolo! —dijo Geordi, pero ya mientras lo decía se dio cuenta de quién estaba haciéndolo—. ¡Es Shar-Lon! —casi gritó, mientras su mente corría a toda velocidad al tiempo que soltaba a Kel-Nar, el cual cayó con un golpe sordo sobre el suelo, tres metros más abajo.
Shar-Lon era el único que podía estar haciéndolo, el único que podía estar manejando un Regalo a distancia. Antes de que Kel-Nar le disparase, Shar-Lon tenía que haber puesto en funcionamiento uno de los Regalos.
Con desesperación, Geordi volvió a extender su mano invisible al interior del hábitat y se apoderó de Shar-Lon, que se hallaba tendido sobre la moqueta, delante de la ventana, mientras la sangre se esparcía por la parte frontal de su uniforme.
Pero no podía. Algo estaba bloqueándolo.
Y sintió la presa del transportador que lo aferraba cada vez con más fuerza.
—Sea lo que fuere que ha hecho —declaró Geordi con voz sarmentosa mientras acercaba una mano hacia la unidad proyectiva de campo—, no puedo detenerlo. O está aún despierto y me bloquea, o bien lo ha puesto en automático, no sé cómo. En cualquiera de los dos casos, da la impresión de que todos vamos camino de alguna parte.
Casi simultáneamente, Riker y Yar volvieron a colocarse los cascos de sus trajes antirradiación y Data alargó el brazo y atrajo a Shar-Tel hacia sí, al tiempo que activaba su propio traje de efecto-campo y obligaba al anciano a coger la unidad.
Fue mientras Data se volvía hacia Riker y Yar, cuando el transportador se apoderó completamente de ellos.
Las energías aumentaron en torno al grupo.
Y el Santuario desapareció.