—Completado el sondeo de sensores de todo el sistema, señor —tronó Worf—. Formas de vida humanoides en el cuarto planeta, pero no hay indicios de tecnología avanzada. Todos los satélites parecen naturales.
—No hay respuesta en la frecuencia subespacial de transmisor, señor, ni en ninguna de las frecuencias de llamada, ni subespaciales ni estándares —informó el teniente Brindle desde el terminal de seguridad.
—¿Consejera?
Picard miró hacia donde estaba Troi, pero ella se limitó a negar con la cabeza.
—No detecto nada —repuso en voz baja.
Picard asintió con la cabeza y dejó que sus ojos se cerraran durante un momento.
—Muy bien. Gawelski, siguiente sistema, máxima velocidad hiperespacial.
Durante un instante, todos se quedaron inmóviles. Luego, de forma casi simultánea, los dos de uniforme llevaron las manos hacia sus armas de proyectiles.
Pero antes de que pudieran finalizar el movimiento, Data estaba pulsando su arma fásica. Una de las armas de proyectiles no fue tocada mientras que la otra, al haber sido levantada por su dueño cuando hizo blanco el segundo disparo de Data, salió girando por el aire. Geordi, estirándose tan alto como podía, la atrapó cuando pasaba flotando por encima de su cabeza.
Data avanzó rápidamente y recogió la otra; su cuerpo se tensó al doblar el cañón. Los ojos de Shar-Tel se agrandaron un poco al ver aquello, pero luego una débil sonrisa le afloró a los labios.
—No es de extrañar que mi hermano haya creído que eran ustedes los Constructores —dijo, observando a Geordi cuando éste le lanzaba la otra arma de proyectiles a Data para que la sometiera al mismo tratamiento.
Entonces, tras una última mirada a los inconscientes hombres de uniforme, entraron en la lanzadera.
Una vez hubieron pasado por la cámara de presión y salido al espacio, transcurrieron sólo unos minutos antes de que estuvieran aproximándose al Santuario. Aunque carecía completamente de características especiales aparte de la falsa cámara, la visión espectrográfica de Geordi detectó puntos que podrían haber sido salidas disimuladas de rayos fásicos y tractores.
—Sea cual fuere el material de esos puntos —dijo—, su configuración parece haber sido tratada de alguna forma que lo hace transparente para la mayor parte de formas de energía… excepto por lo que respecta a ciertas zonas del espectro electromagnético, incluyendo desde los infrarrojos medios a los ultravioletas, lo que abarca la gama de luz visible de la mayor parte de las formas nativas de planetas de clase M.
Para Data, no parecía nada más que una versión de un cuarto del tamaño de la nave abandonada original. Por las dimensiones exteriores, resultaba obvio que la habitación en que él y Geordi habían estado antes ocupaba menos de una décima parte del espacio total. Además del núcleo de antimateria y un leve indicio de circuitos de transportador en las proximidades de la cámara de descompresión falsa, el tricorder mostraba pocas cosas. Era evidente que aún funcionaba alguna clase de escudo. Puede que los sensores de la Enterprise fueran capaces de traspasarlo, pero no los tricorders.
—Estamos al lado —informó Geordi, pulsando su insignia—, a punto de acoplarnos a la cámara exterior.
—Estamos preparados —respondió la voz de Riker—. Hemos estado intentando preparar a Shar-Lon todo lo que hemos podido…, sin ser demasiado explícitos para no correr el riesgo de dar un tropiezo.
Geordi pensó brevemente en preguntar si Shar-Lon podía hacer que el Santuario los transportara al interior sin que tuvieran que pasar por el engorro de acoplarse y entrar en la cámara exterior, pero descartó la idea. Sin saber cómo iba a reaccionar Shar-Lon a lo que estaban a punto de decirle, Geordi se sentía más seguro teniendo la lanzadera firmemente anclada. Si las cosas se torcían y Shar-Lon reaccionaba sellando el Santuario, dejándolos atrapados a todos en su interior, habría al menos una oportunidad de que sus pistolas fásicas escindieran los pernos de las tuercas de la compuerta que mediaba entre las dos cámaras. A pesar de que, temió por la perspectiva que se le planteaba, regresar a la lanzadera y verse obligados a dirigirse al hábitat, podría ser todavía más problemático dado el curso de los acontecimientos. Pero al menos era una opción.
Finalmente la maniobra de acoplamiento fue concluida y se hallaron en la oscuridad de la cámara.
Una vez más, Geordi sintió la acción del transportador de corto alcance y vio el mortecino resplandor de las energías de éste.
En la cámara interior, al comenzar Data a abrir la compuerta, Geordi cogió a Shar-Tel por un brazo y lo colocó en un rincón, a un lado de la compuerta, de forma que no fuera visible de inmediato al abrirse ésta. Con un chirrido, la compuerta interior giró sobre sus goznes.
Shar-Lon se hallaba de pie, con actitud humilde, balanceándose levemente en la gravedad cero, y su rostro reflejó un perceptible alivio ante su aparición. Riker y Yar, aún con sus trajes antirradiación, las cabezas descubiertas, los aguardaban a un par de metros de la compuerta, enfrente del receptáculo de hibernación vacío y su plataforma.
Reprimiendo un poco el marcial impulso de abrazarlos, Geordi se volvió para encararse con Shar-Lon, poniendo una particular atención al perfil infrarrojo del anciano. De momento, parecía casi normal.
—Shar-Lon —comenzó a decir con tiento—, es bueno ver que no ha resultado usted más dañado que nosotros. Supongo que fue uno de nuestros Regalos lo que lo trajo aquí con tanta prontitud.
—Lo fue —contestó el hombre al punto y vehementemente—. Lamento profundamente no haber sido capaz de traerlos a ustedes hasta aquí de la misma forma.
—Puede que haya sido mejor que no pudiera —dijo Geordi—. Según resultó… la gente que nos atacó… bueno, no estaban realmente atacándonos. Sólo querían hablar con nosotros.
Los ojos de Shar-Lon se agrandaron un poco.
—¡Pero la explosión! Yo la vi, y sus superiores me dijeron que ustedes estaban casi…
—Escapamos sin sufrir daños —lo interrumpió Geordi—, pero la explosión fue provocada por un grupo diferente, no por los que querían hablar con nosotros.
Shar-Lon se puso rígido.
—¿Saben entonces quién fue el responsable? Si es así díganmelo, y trataré a ese grupo con toda la dureza que ustedes deseen.
—Puede que tenga que hacer precisamente eso —contestó Geordi, ganándose una mirada interrogativa de Riker y un perplejo fruncimiento de ceño por parte de Yar—. Pero antes, hay algo más que queremos contarle. Los que deseaban hablar con nosotros… —Geordi hizo una pausa e inspiró—. Ellos… su líder… deseaba hablar sobre el uso que usted ha hecho de los Regalos.
De improviso, Shar-Lon palideció, y la reacción infrarroja fue aún mayor. Pero luego, casi sin transición, casi antes de que pudiera ser registrada la primera reacción de temor, las facciones del anciano se tensaron en una expresión desafiante.
—¿Quién es ese llamado líder? —preguntó—. ¿Y qué disparates deseaba contarles?
—¿Conoce usted a este grupo, entonces, Shar-Lon?
—Ya les dije que había algunos individuos víctimas de un desvarío que se me han opuesto…, los mismos que intentaron causarles daño a ustedes cuando llegaron, y que mataron a mi propio hermano.
De forma repentina, antes de que Geordi pudiera detenerlo, Shar-Tel asomó por la compuerta de la cámara.
—¡Nosotros no padecemos ningún desvarío —dijo Shar-Tel—, y no hemos intentado matar a nadie, ni ahora ni nunca, y menos aún a mí mismo! ¡Fue tu propio delegado, Kel-Nar, quien lo intentó… y falló!
Pasmado, Shar-Lon dio la impresión de estar a punto de desmayarse.
—¿Shar-Tel? Esto es imposible. Tú… —De pronto, Shar-Lon, ahora pálido como la cera, se volvió hacia Riker y Yar—. ¡Esto es una prueba! ¡Sé que sus Regalos pueden producir ilusiones, y ésta es una de ellas! Pero ¿por qué? Ustedes ya me han dicho que yo había hecho un uso correcto de sus Regalos…
—No soy ninguna ilusión —replicó Shar-Tel, avanzando hasta que pudo coger los brazos de su hermano y obligarlo a encararse con él—. Soy tan real como tú.
—¡No! —Shar-Lon se apartó de tal tirón que chocó contra Riker—. ¡Ellos son capaces de utilizar sus Regalos con mayor destreza que yo y conferirles solidez a sus ilusiones, eso es todo!
Shar-Tel sacudió la cabeza y miró a Geordi y Data.
—¡Díganselo! ¡Díganle que soy real! ¡Díganle la verdad de lo que él ha estado haciendo!
—¿La verdad? —casi gritó Shar-Lon—. ¿Qué verdad? ¡La verdad es que yo he utilizado los Regalos para salvar nuestro mundo de una destrucción inevitable! ¡Ésa es la verdad!
—¡Ésa es tu verdad, no la nuestra! ¡E independientemente de lo que hayas hecho hace cincuenta años, lo que hiciste desde entonces ha sido desastroso! Has traicionado…
—¡No! ¡No escucharé a este fantasma mentiroso! —Los ojos de Shar-Lon se clavaron implorantes en el rostro de Geordi—. ¡Si desean ponerme a prueba, estoy dispuesto a someterme a cualquier cosa que deseen, pero no a este truco cruel! ¡Yo les he mostrado los usos que he dado a sus Regalos! Si desean ver más…
—No es un truco, Shar-Lon —replicó Geordi, sintiendo el dolor del anciano en su propio corazón—. Lo lamento, pero su hermano es real. No lo mataron hace diez años. Escapó de la explosión, de la misma forma en que los tres escapamos de otra hace unos minutos. Y hay algo de verdad en lo que él dice. Por muy bien que usted haya utilizado los Regalos al principio…
—Pero ustedes me dijeron…
—No sabíamos cómo había estado usted utilizando los Regalos después de la primera vez —contestó Geordi, que se daba cuenta de que estaba manejando mal el asunto pero era incapaz de inventar nada mejor ahora que Shar-Tel se había lanzado a una exaltada defensa—, pero ahora…
—¡Entonces he fallado! ¡Yo fui el elegido pero he fallado! ¡Ahora nada puedo hacer sino devolverles los Regalos y Santuario!
Shar-Lon enmudeció, y cerró los ojos con mucha fuerza, su frente se surcó de profundas arrugas; estaba concentrándose.
Un momento más tarde, una envoltura de energías de transportador destelló en torno al anciano, y éste desapareció.
Con el corazón latiéndole violentamente, la totalidad de su mente y cuerpo transidos por la vergüenza, Shar-Lon activó el Regalo… el último Regalo que jamás utilizaría. Sintió que éste lo envolvía, vio el suave fulgor que lo rodeaba para llevárselo. Por última vez, lo sabía, el Santuario desapareció de su vista.
De repente, notó que lo envolvía la imitación de gravedad del hábitat y, ya debilitado y tembloroso a causa de la impresión que le habían causado las palabras de los Constructores, salió dando traspiés y finalmente tropezó, cayendo sobre la cama aún revuelta de sus habitaciones privadas.
No hizo esfuerzo alguno por sentarse, ningún esfuerzo para moverse en lo más mínimo.
Con lentitud, la vergüenza que le revolvía el estómago se desvaneció, dejando un vacío que le resultaba aún más doloroso. Había fallado.
Había sido elegido y había fallado.
Y permaneció tendido en la revuelta ropa de su cama, intentando sobrellevar la carga del abrumador desastre en que su vida se había transformado de pronto, y los fragmentos de recuerdos, en apariencia suprimidos y casi olvidados…, o simplemente distorsionados hasta ser irreconocibles…, durante cincuenta años, comenzaron a abrirse dolorosamente paso hasta su conciencia.
Eran recuerdos de su primer encuentro con el Santuario, pero recuerdos de sensaciones, no de acontecimientos. Los hechos fundamentales nunca se habían debilitado, sólo las sensaciones y sentimientos que los habían acompañado, los motivos que él se había atribuido a sí mismo, los detalles con los que, a lo largo de las décadas, había embellecido el encuentro de una forma cada vez más elaborada.
A pesar de lo que siempre había afirmado, pese a lo que él mismo había llegado prácticamente a creer a lo largo de los años, ahora se permitía recordar, que se había sentido asustado desde el momento mismo en que el Santuario apareció flotando ante su vista. Pero su impaciencia, su ansiedad por ver qué era en realidad el misterioso objeto, ahogó al miedo y él había actuado. Sin embargo, se desplazaba con lentitud desde la lanzadera al Santuario, al tener tiempo su mente de considerar de modo racional lo que estaba haciendo, el miedo había aumentado hasta transformarse en terror, sobreponiéndose a la impaciencia y la curiosidad.
Pero no había dado media vuelta y retrocedido. Sus emociones estaban por entonces virtualmente paralizadas, no dio media vuelta, y en su mente comenzó a formarse la idea de que no era capaz de retroceder. Algo lo estaba obligando a continuar adelante, algo que había en el Santuario mismo, se había dicho en aquel momento, a pesar de que a partir de entonces siempre había insistido en que la única razón por la que había acudido al Santuario era que adquirió el conocimiento de lo por venir, una presciencia inspirada por las revelaciones de las señales.
Y cuando, inexplicablemente, había sido arrebatado del espacio y se había corporeizado en el espartano interior del Santuario, casi se desmayó de puro terror.
Sólo cuando se había encontrado allí y se quitó el casco de su traje espacial para ponerse aquel armazón de casco, regresó a él algo parecido a la calma. Todo su cuerpo había comenzado a hormiguear pero, de alguna forma, al desvanecerse el hormigueo, lo mismo sucedió con el miedo.
Pero entonces, cosa imposible, empezó a «recordar» cosas que nunca había sabido, y el terror regresó.
Poco a poco y dolorosamente, había «recordado» cómo utilizar los Regalos. Y a medida que lo hacía, era como si los Regalos se convirtieran en una extensión de su propio cuerpo, como si a éste le brotaran nuevos órganos y nuevas extremidades.
Y cuando esto hubo concluido, cuando esa primera inmersión en los Regalos se detuvo con un estremecimiento y ganó de nuevo una cierta calma, él supo que se le había otorgado no sólo la capacidad sino también la responsabilidad, el deber, de utilizar esos Regalos para destruir las armas que amenazaban a su planeta con la total aniquilación.
Y fue entonces que se dio cuenta de lo que habían presagiado las señales y no cuando, minutos u horas antes, su mundo se había vuelto rojo sangre ante sus ojos. Independientemente de lo que les dijera a los demás a lo largo de los años, de lo que incluso les contó a los Constructores mismos hacía unas pocas horas, de lo que él mismo había llegado a creer durante los pasados años; fue en ese punto, y no cuando apareció el Santuario por vez primera, que comprendió que había sido elegido, que habían depositado en sus manos el destino de su mundo.
Pero no había tenido tiempo de pensar, de considerar cuáles serían sus acciones. Apenas acababa de salir de su primera inmersión en los secretos del Santuario cuando un misil se precipitó hacia él desde uno de los satélites enemigos de su país. Fue como si los mismos Regalos hubiesen detectado que se aproximaba y lo despertaran para que se enfrentase con él.
Y así lo hizo. Se había proyectado hacia el exterior mediante aquel extraño e imposible sentido que nunca antes había poseído ni imaginado siquiera, y localizado el corazón nuclear del misil.
Y lo destruyó.
Y destruyó el siguiente.
Había destruido todos los misiles que durante esas primeras horas fueron lanzados contra él.
Al final, cuando pudo volver a sumergirse en los Regalos, había recordado cómo utilizarlos no sólo para destruir los misiles atacantes sino para buscar y destruir todos los misiles nucleares en el planeta o su órbita.
Cuando eso hubo concluido, cuando supo que estaba destruido hasta el último artefacto nuclear, no consiguió recordar si la destrucción había sido una idea suya o una que le habían impuesto los Constructores.
Pero no había tenido importancia.
Con esos Regalos, había salvado al mundo de sí mismo.
¡Y durante cincuenta años lo había mantenido a salvo!
¡Dijera lo que dijese su hermano, dijeran lo que dijesen los propios Constructores, él había salvado al mundo!
De pronto, tomó asiento sobre su cama mientras su vergüenza luchaba por transformarse en desafío.
Por primera vez en décadas, vio de verdad la habitación: la lujosa moqueta, los muebles, soberbios hasta ser insultantes, los cuadros ostentosamente únicos, y se sintió espantado por el descarado exceso, la inmoderación que revelaban.
Y al bajar la mirada se estremeció ante el amarillo de su uniforme. Por primera vez pudo ver lo llamativo que era, lo estúpido y humillantemente vano.
Y, pese a que en esta habitación no había nadie, su imaginación se vio asaltada por centenares, quizá millares de representaciones de su propio rostro, pomposamente benigno, que lo contemplaban desde las puertas, paredes y ventanas de todas partes del mundo de los Guardianes de la Paz, incluso desde los uniformes de su propia plana mayor.
Se acordó de cómo se habían desarrollado las cosas en aquellos eufóricos primeros tiempos: el «simbolismo unificador» del color de la paz, el «inspirador simbolismo» de su propia imagen, la imagen del hombre —el Guardián de la Paz—, todo lo que, en cuestión de días, había puesto fin a la amenaza de la autodestrucción.
Y, según recordó con una nueva ola de vergüenza, él había disfrutado de cada instante: de la adulación y la envidia de los otros Guardianes de la Paz, del poder, la satisfacción de ver que él, de entre todos los hombres, había sido el elegido.
Y, en las décadas que siguieron, él se había limitado a perpetuar la situación, aceptándola sin pensar, hasta que ya no fue ni siquiera consciente de lo que estaba haciendo, mucho menos de cómo y por qué había empezado todo.
Sin darse cuenta —hasta ahora—, de que por muchos que fueran sus logros, había estado poniéndose en ridículo de una forma absoluta.
Y si había estado así de ciego ante cosas tan palmarias como la ubicua y vana exposición de su propio semblante, se preguntó con amargura, ¿cuán bueno había podido ser su juicio en otros asuntos de mayor importancia?
¿Había estado justificada la destrucción de la flota de lanzaderas espaciales? ¿O sólo había sido un capricho hijo de la cólera momentánea?
¿Su negativa a que los científicos estudiaran el Santuario se debió al temor de que pudieran dañar los Regalos de forma irreparable? ¿O a que aprendieran a utilizar los Regalos y aprendieran a reproducirlos, diluyendo así su propio poder y neutralizándolo finalmente?
¿Altruismo? ¿O venganza y paranoia?
No era de extrañar que los Constructores lo hubieran condenado.
Pero al menos él tendría que haberse mantenido firme, encarado con ellos, aceptado cualquier castigo que hubiesen considerado adecuado. Era el único acto honorable que le quedaba.
Pero también había fallado en esa prueba.
Se había retirado, un acto de absoluta cobardía, y ahora sólo podía esperar, impotente, a que los Constructores le impusieran su castigo. No se hacía ilusiones de que, mediante su infantil retirada, pudiese evitarlo.
Pero entonces, de repente, se dio cuenta de que aún quedaba algo que tenía que hacer.
Dado que era responsable de su propio fallo, era también responsable de hacer que el mundo —el mundo de los Guardianes de la Paz que él había hecho crear— conociera su fallo. Era responsable de hacer que los Guardianes de la Paz supieran que el fallo no era de ellos, sino suyo y sólo suyo.
Al levantarse de la cama, Shar-Lon sintió que el peso de la edad —la rigidez y debilidad de su cuerpo— se cernía sobre él por primera vez en la vida. Tecleó el código de acceso al ascensor, y apartó los ojos de la cara estilizada, ahora de apariencia grotesca, que lo miraba desde la pared del fondo cuando se abrieron sus puertas. Más tarde entró en la cámara donde se reunía el Consejo de Ancianos. Ahora vacía. Era el lugar al que los Constructores habían sido llevados cuando él los recibió por primera vez después de la hostil «recepción» ya dispensada en el Santuario por parte de Ko-Ti. Desde allí había esperado que le hablaran al mundo, a los Guardianes de la Paz que una vez habían sido colegas suyos.
Pero ahora…
Con un esfuerzo que le hizo temblar la mano, pulsó el botón que lo pondría en contacto con su delegado Kel-Nar.
Aguardó, elaborando en su mente la dolorosa confesión que tendría que hacer.
Luego la voz de Kel-Nar, timbrada de urgencia, retumbó por los altavoces.
—¡Shar-Lon! —dijo el delegado, y prosiguió precipitadamente antes de que el anciano pudiera hablar—. ¿Dónde has estado? ¡Tenemos que hablar, ahora! ¡Esas criaturas que se llaman a sí mismas los Constructores… son unos impostores!
Durante varios segundos, Shar-Lon se quedó pasmado, sus pensamientos arremolinándose enloquecidos, pero después, de súbito, una descomunal sensación de alivio lo recorrió y su mente rememoró la última media docena de horas y se dio cuenta de que lo que Kel-Nar acababa de decir era sin lugar a dudas cierto.
¡Eran unos impostores!
¿Habrían permitido los verdaderos Constructores que sus propios Regalos los dejaran inconscientes?
¿Los verdaderos Constructores no habrían sido capaces de trasladarse desde dentro y fuera del Santuario sin necesitar la ayuda de las primitivas lanzaderas de los Guardianes de la Paz?
¿Habrían permitido los verdaderos Constructores que los capturaran con tanta facilidad en el hangar de las lanzaderas?
¿No se habrían limitado los verdaderos Constructores a desplazarse hasta el Santuario, de la misma forma que lo hizo él?
—¿Me has oído, Shar-Lon? —gritó Kel-Nar cuando la mente del anciano volvía a conectarse con el mundo que lo rodeaba—. ¡Son unos impostores!
—Te he oído —respondió Shar-Lon conteniendo la rabia, mientras todos los pensamientos de vergüenza y fracaso eran expulsados de su mente por la revelación de Kel-Nar.
—-Tenemos que trazar planes de inmediato —dijo Kel-Nar en tono apremiante—. Sin duda estarás de acuerdo. Tenemos que estar preparados por si llegan más.
—No hay nada de qué preocuparse —replicó Shar-Lon con severidad—. Yo puedo enfrentarme con ellos.
—A pesar de eso, tengo que hablar contigo antes de que regreses al Santuario. Aunque son impostores, tienen poderes que superan a los nuestros. Existen cosas de las que me he enterado que debemos tomar en consideración.
—¿Qué cosas, Kel-Nar?
—¡Cosas que sólo pueden hablarse cara a cara, en secreto! —contestó Kel-Nar la desesperación perceptible en la voz.
Shar-Lon hizo una mueca.
—Como quieras. Estoy en la cámara del Consejo de Ancianos.
Tras cortar la comunicación con Kel-Nar, se volvió y descorrió las cortinas. La vista del mundo de los Guardianes de la Paz, siempre inspiradora para él, lo ayudó ahora a lavar las consecuencias emocionales del cataclismo interno al que había estado sometido. Con lentitud, recobró una vez más el pleno control de sus pensamientos.
Después, con inquietante satisfacción y una concentración que ahogó el sonido de los fuertes pasos que se aproximaban a la habitación por el corredor, restableció su vínculo con los Regalos e inició la serie de órdenes mentales que lo librarían de esos impostores y sus blasfemas condenas de una vez y para siempre.